Pese a que las advertencias estaban allí, al menos para los círculos científicos, gobiernos y organismos internacionales, la pandemia del SARS-CoV-2 llegó como una incontrolable fuerza de la naturaleza para la mayoría de la población.[1]La extrañeza de esta “tormenta epidemiológica perfecta”[2]se adhirió rápidamente a los prejuicios racistas que habitan en las elites y grandes porciones de los sectores populares del mundo, incluido Chile. Rápidamente se convirtió en el “virus chino” y una vez más ciertos rasgos corporales fueron identificados con la amenaza, con las consecuentes reacciones de miedosa violencia que conlleva esa atribución.[3]

Junto con lo anterior, el carácter física y simbólicamente foráneo del virus se instaló cómodamente en la desesperanza que campea en nuestros tiempos, que muchas veces adquiere la forma de una comprensible pero delirante desconfianza con respecto a la ciencia, los Estados, los organismos internacionales y los intereses industriales-financieros con mayor presencia pública (ya saben, Bill Gates, George Soros, etc.). Esta escéptica desesperanza cumple funciones religiosas en una época agnóstica: no habiendo un fundamento trascendente que explique el origen de todo lo que existe, pero tampoco una confianza plena en las capacidades humanas para resolver sus propios problemas de manera justa, se proyecta una dimensión oculta de la sociedad globalizada, detrás de cuyo velo encontramos camarillas todopoderosas, experimentos genocidas sin razón aparente, financiamientos inexplicables, vínculos improbables que se vuelven verosímiles luego de una sutil aplicación de dramatismo y retórica paranoide: “nos quieren ocultar la verdad, yo lo he descubierto, he aquí lo que realmente está pasando”.

El marco en el que ocurre esta explosión de nociones “conspiranoides” es el de un giro autoritario de las democracias liberales, que en gran medida expresa la respuesta de las instituciones democrático-burguesas ante la inestabilidad social y política que genera una crisis de larga duración. Gobernar por decreto y vías administrativas, la extensión de la militarización, los intentos de vaciar preventivamente el debate político mediante el encarcelamiento de la oposición (Turquía) o el anuncio de medidas de control pre-legislativo (Chile), además de la modernización de la represión, son solo algunas características de este giro autoritario, que recorre el espectro político completo, pese a que sus expresiones más brutales están en las emergentes derechas extremas del mundo. Estos últimos casos suman a la receta un creciente negacionismo de las violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos en guerras y ocupaciones coloniales como Siria o Palestina, o en procesos de revuelta como en Chile, así como una explícita corriente anti-científica en la primera plana de las potencias mundiales, de Trump a Bolsonaro. Como irritante vector de desorganización del debate público, se agrega la difusión deliberada por parte de gobiernos como el ruso de noticias falsas y campañas de desinformación a un ritmo inédito en la historia.

En este contexto, al pensar sobre la pandemia y sus desenlaces debemos advertir la contradicción entre una tendencia reaccionaria que busca profundizar dicho giro autoritario, y una tendencia transformadora que tiene como oportunidad la evidente incapacidad de la actual organización de la vida social para responder a crisis de esta magnitud (que serán, sin duda, cada vez más frecuentes). Lo que me interesa destacar en este texto es cómo las características mismas de la pandemia del coronavirus, en sus aspectos culturales, ecológicos y sociosanitarios, configuran un escenario de disputa en torno a cómo resolver la crisis capitalista actual. También subyace a este ensayo que lo que está en juego hoy no es solo la contradicción entre “ecosocialismo y barbarie”, como apunta Daniel Tanuro, sino también entre la posibilidad de imaginar la conquista de un futuro deseable y la “lenta cancelación del futuro”, esa experiencia colectiva de que solo existe un presente perpetuo de explotación y administración de la crisis, que ha caracterizado a las sociedades capitalistas al menos desde la década de los 90.[4]

En ese marco, una de las disputas que se abre es en torno al tratamiento y la vacuna para la enfermedad causada por el SARS-CoV-2 que, a estas alturas de la respuesta sanitaria, aparece como la principal medida de salud para una salida del estado de pandemia,[5]pero que no está asegurada dado el modo en que se financia la investigación y producción de vacunas. Escribo este texto para reflexionar sobre las condiciones sociales y económicas que harían posible esa salida y cómo se insertan en un debate programático para la izquierda anticapitalista del siglo XXI. Y también para advertir que las creencias conspirativas, las paranoias, los sentidos comunes desconfiados y las críticas impotentes pueden ser los heraldos virulentos de una salida conservadora mucho peor de lo que tenemos ahora.

“Creo porque es absurdo”: el patógeno cultural de la impotencia

Basta estar atento a cualquier red social para ver una proliferación abominable de creencias conspirativas sobre el surgimiento de la pandemia Covid-19, cada una más estrambótica que la anterior, tanto aquellas explícitamente sostenidas por personeros militares o gubernamentales (que es un virus de laboratorio creado por China para atacar a Estados Unidos o vice versa) como aquellas que surgen de las entrañas de este manantial de cultura/barbarie que llamamos Internet: que el virus no existe, sino que es el efecto de las redes 5G; que el virus sí existe, pero que el 5G nos debilitó el sistema inmune y por eso nos afecta tanto; que la pandemia es un gran fraude y que Bill Gates creó el virus porque quiere la excusa para vacunar a todo el planeta con un microchip para controlarnos; que el virus no es realmente dañino y todo es una exageración para instalar un Nuevo Orden Mundial; que cuando las personas van al hospital por coronavirus les van a sacar el líquido sinovial (el líquido de las rodillas) porque su valor es superior al del oro y porque está siendo utilizado para alimentar las antenas de 5G. Todo esto, bajo una consigna paraguas: no es una pandemia, es una “plandemia”.[6]

Estas creencias (que no merecen la dignidad de ser llamadas teorías) van acompañadas de elementos que son patentemente falsos, pero que, ya que actúan como creencias, su valor es directamente proporcional a lo absurdas que son. Un ejemplo paradigmático es la idea de que el uso prolongado de mascarillas produce hipoxia, una baja concentración de oxígeno, pese a que millones de trabajadores y trabajadoras en miles de industrias y servicios utilizan mascarillas y otros elementos de protección personal. Credo quia absurdum, creo porque es absurdo.

Pero constatar lo absurdo de este tipo de creencias no resuelve el problema, porque no son una creación voluntaria de las personas, sino que suelen ser respuestas intuitivas a la incertidumbre, que emergen de la situación concreta de las personas en un orden social, es decir, son reacciones (no acciones deliberadas) ante una situación social (no meramente individual). En un nivel más intangible, cumplen una función religiosa, en el sentido de que ante la complejidad de la realidad que enfrentamos y el limitado alcance de nuestra capacidad de comprender, conectan los puntos con soluciones digeribles. Pero al mismo tiempo, y esta es su principal amenaza, su religiosidad reside en que disminuyen la posibilidad de enfrentar una realidad incomprensible y aparentemente todopoderosa, vaciándonos de la capacidad de responder a enfermedades, guerras y las diversas formas de la miseria. En ese sentido, ponen “afuera” (en Dios, en la naturaleza, en las camarillas secretas) una capacidad que está “adentro” (en la humanidad, en la fuerza colectiva, en la lucha de clases), y mientras más poderoso y abrumador aquello que se nos enfrenta, más impotentes somos.

Condicionantes sociales de la pandemia y desconfianzas reaccionarias

¿Cuál es esa realidad que nos abruma? En general, la de una sociedad basada en la explotación del trabajo y la naturaleza, y que por lo mismo nos despoja de la capacidad de definir y controlar democrática y sosteniblemente la reproducción del conjunto de la sociedad. El correlato más inmediato de ese despojo en tiempos de pandemia es la imposibilidad de tomar decisiones sobre los procesos sociales e institucionales que harían posible enfrentar esta crisis a partir de la fuerza comunitaria, que permitiría un cuidado masivo y coordinado desde lo más cotidiano hasta lo más sistémico, y definir democráticamente el uso y asignación de recursos para minimizar el impacto actual y futuro de la pandemia.[7]Y como vivimos en un momento particularmente agudo de la precarización de la vida debido a una crisis del capitalismo global que no se ha recuperado desde la Gran Recesión del 2008, la impotencia que nos hace sentir la pandemia se expresa de maneras brutales.

Como apunta David Harvey en un escrito reciente, “no hay nada que sea un desastre verdaderamente natural. Los virus van mutando todo el tiempo, a buen seguro. Pero las circunstancias en las que una mutación se convierte en una amenaza para la vida dependen de acciones humanas”.[8]En esta misma línea, Daniel Tanuro señala la densidad de las ciudades, desigualdades en acceso a la nutrición, la vivienda y la salud y la contaminación ambiental, como determinantes socioeconómicas de la propagación de los virus así como de la peligrosidad de la enfermedades que causan.[9]

Como ya hemos planteado, un sensato realismo y la experiencia histórica señalan que la vacunación masiva será crucial para controlar la pandemia del coronavirus, dado que “las vacunas disminuyen la severidad de la enfermedad, la diseminación viral y la transmisión persona-a-persona”.[10]Esa sería la salida más probable a un ciclo de confinamiento, desconfinamiento, aumento de casos y nuevo confinamiento que ya comenzó en varios países.

Pero la precariedad de las condiciones socioeconómicas que han vuelto tan destructiva esta pandemia implican una amenaza para ese horizonte. Creo que es posible afirmar que lo que hace emerger las desconfianzas y paranoias contemporáneas es la impotencia ante la brutal precarización de las condiciones de vida. Y que cuando estas desconfianzas se levantan en oposición a las medidas sanitarias que podrían ayudarnos a enfrentar esta pandemia, representan un problema que debiese preocupar no solo a la comunidad científica, sino al conjunto de los sectores organizados y movilizados de la clase trabajadora que combaten día a día dicha precarización. Con esa premisa, revisemos la amenaza de una oposición a la vacunación.

No es una creencia reciente, pero ha tomado mucha fuerza en la última década una corriente que se opone al uso de vacunas.[11]Sobre la base de una supuesta defensa de “lo natural”, montada en algunos casos en una crítica de la industria farmacéutica, y sostenida silenciosamente por una noción tremendamente conservadora de la familia (resuenan frases del fascismo de género tales como “no te metas con mis hijos”), la propaganda del movimiento anti-vacunas se levanta hoy como un potencial distorsionador de la respuesta de la población a una vacuna contra el SARS-CoV-2.

El riesgo, que hoy parece lejano, pero que no es enteramente descartable cuando haya una vacuna, es que emerjan liderazgos autoritarios que apelen a una base social desesperada por las dificultades de acceder a ella y que detrás de una bandera anti-vacuna, movilicen una nueva ola reaccionaria como la que hoy se opone a las cuarentenas, el uso de mascarillas o la misma existencia del virus, apelando a una libertad más bien anti-social, contraria a la solidaridad comunitaria que requiere este momento.[12]Al introducir elementos de paranoia conspirativa, sostengo que esa movilización reaccionaria se afirma sobre la impotencia social y política causada por la primacía de una respuesta estatal autoritaria, excluyente de la comunidad, y por la preponderancia de un desarrollo científico secuestrado por las transnacionales, centrado en el lucro antes que en la salud.

Sin duda que hay razones de sobra para desconfiar de los planes de control sanitario desde los Estados. Pruebas en poblaciones vulnerables en África y Latinoamérica, esterilización masiva en Perú,[13]y muchas más razones para no creer que la industria farmacéutica tenga el bienestar y la salud de la población como motor de su actividad. Junto con la tasa de mutación de virus como el VIH y el de la influenza, el hecho de que las farmacéuticas sean empresas privadas que persiguen el aumento de sus ganancias ha sido un obstáculo para el desarrollo de ciertas vacunas y medicinas que podrían evitar millones de muertes al año, incluyendo el ambicioso proyecto de una vacuna universal contra la influenza.[14]

Pero precisamente lo anterior es motivo suficiente para sugerir que la solución al problema no es negarse a la vacunación, sino una nueva manera de concebir la infraestructura, la investigación y la aplicación de medidas sanitarias a nivel global. Esto movimiento antivacunas solo visualiza una distopía terrible, y no imagina “otro fin del mundo”, uno en el que lo que se acabe sea la administración capitalista de la salud pública. Y por eso es que aparece hoy como un movimiento reaccionario y conservador, sin potencial liberador de ningún tipo. Al igual que las conspiraciones que alimentan los WhatsApp familiares e inundan las redes sociales en busca de una audiencia disponible, la oposición a la vacunación no es capaz de imaginar otro mundo posible. Confesando sin saberlo su absoluta impotencia para encontrar una solución real a los problemas que nos aquejan, es incapaz de imaginar que sea posible desarrollar tratamientos, curas y vacunas sin estar al alero de las grandes corporaciones farmacéuticas, ni visualiza los esfuerzos ya existentes de investigaciones biomédicas basadas en la cooperación internacional. Aun menos logra identificar que esa desconfianza en los poderes fácticos del Estado y las transnacionales emerge de una profunda confianza en que son aquellos los únicos capaces de hacer algo al respecto. Se trata, en el fondo, de una confianza profundamente decepcionada.

Combatir la desconfianza y la desesperanza hoy se vuelve crucial para las izquierdas y los movimientos sociales del mundo entero. Pero ese combate no se da solo, ni principalmente, en el ámbito de las batallas ideológicas, confrontando creencias contra creencias, sino identificando las fuentes materiales de la crisis actual, mostrando las posibles salidas y construyendo la fuerza de esperanza colectiva que nos puede llevar hasta allí. Uno de los aspectos cruciales de aquello que debemos enfrentar es que el origen de la pandemia y su impacto en la vida humana responde a rasgos inherentes al desarrollo capitalista contemporáneo.

Enfermedades zoonóticas y el origen capitalista de la pandemia

El origen de esta pandemia nos indica el camino que debemos recorrer para prevenir futuras versiones, aún más destructivas. Una de las explicaciones más establecidas de las enfermedades infecciosas emergentes es su origen zoonótico, es decir, como resultado de un salto de patógenos desde animales a humanos. Este salto explicaría la transmisión de Ébola, SARS-CoV, VIH, el brutal H5N1 (“gripe aviar”), H1N1 (“gripe porcina”) y la pandemia actual causada por SARS-CoV-2. Pero lejos de ser una explicación meramente biológica, las enfermedades zoonóticas apuntan de manera directa a los factores sociales que facilitan el salto de animal a humano. Como señala Daniel Tanuro, “existe un gran consenso entre las y los especialistas en considerar que los saltos entre las especies son atribuibles a la deforestación, a la industria cárnica, a los monocultivos en los agronegocios, al comercio de especies salvajes, a la búsqueda de oro, etc. Es decir, en general, a la destrucción de ambientes naturales por el extractivismo y el productivismo capitalistas”.[15]Este enfoque vincula fuertemente la preparación sanitaria ante pandemias con las transformaciones a sus causas estructurales, haciendo ineludible una perspectiva ecosocialista para enfrentar la salida a esta pandemia.

Una cifra que ilustra la magnitud del problema es que, según las estimaciones actuales, existen alrededor de 800.000 virus con potencial zoonótico que circulan en animales salvajes a los que nos acercamos cada vez más mediante la deforestación, la caza silvestre y la expansión de la agroindustria. A su vez, “la tasa de desbordamiento viral zoonótico hacia personas se está acelerando, como reflejo de la expansión de nuestra huella global y la red de viajes” internacionales, con el consiguiente aumento del riesgo de pandemias.[16]

En Chile, enfermedades como hidatidosis, ántrax, brucelosis, triquinosis, Enfermedad de Chagas y Síndrome Pulmonar por Hantavirus son parte de este desbordamiento. Considerando el impacto que tiene la desforestación en el acercamiento de humanos a poblaciones animales previamente aisladas, y al vínculo entre granjas industriales y aumento de los contagios de estas enfermedades,[17]tenemos que considerar la urgencia de los cambios en la industria forestal y alimentaria en Chile. Caben algunas preguntas que podrían orientar una mirada ecosocialista a las enfermedades zoonóticas en Chile: ¿qué impacto ha tenido el monocultivo forestal y el reemplazo de bosques nativos en los casos de Hantavirus? Hasta ahora se trata de un virus que solo se transmite de animales a humanos, pero tomando en cuenta que la mutabilidad de los virus posibilita recombinaciones genéticas que podrían modificar su tranmisibilidad, la pregunta clave no es si habrá contagio humano-a-humano, sino ¿cuándo?

Por otro lado, a la vista del impacto socioambiental de las granjas industriales de cerdos (como el caso de la planta de Agrosuper en Freirina, en el norte de Chile), y sabiendo que una alta densidad de animales en estas plantas es un escenario propicio para la evolución de los virus transmisibles, ¿en qué momento se abordará la dimensión sanitaria de la producción alimentaria en Chile? ¿Qué política pública, y qué política desde los movimientos territoriales, es necesario levantar para asegurarnos de que estas plantas no sean el origen de nuevas epidemias? Considerando la rapidez con la que hoy se transportan estas enfermedades, y pese a que no hay evidencia que sugiera su potencial para infectar humanos, ¿por qué no contemplar que virus agresivos como la Peste Porcina Africana podrían llegar a Chile con el riesgo de mutar en el camino y en un nuevo contexto de relaciones inter-especies?[18]

Todo lo anterior apunta a la necesidad de repensar el rol de la investigación científica en Chile, su posible contribución a una ciencia orientada al bienestar y no al lucro, que nos permita visibilizar cómo la expansión de la producción capitalista de alimentos y un modo extractivista de relación con los bienes comunes son una amenaza para las bases de la vida social. A esto se suma la necesidad de un cuestionamiento radical de las políticas de propiedad intelectual que limitan el desarrollo científico al fomentar la apropiación privada de una riqueza social, producida no solo gracias a una investigación o un fondo particular, sino a siglos de acumulación de desarrollo científico y tecnológico que no es patrimonio privado, sino de la humanidad en su conjunto. En el contexto del desarrollo de vacunas y otras tecnologías para salvar vidas, la propiedad intelectual sobre dichas investigaciones es una oportunidad perfecta para que capitales y gobiernos con mayor riqueza compitan y acaparen, atentando contra el principio básico para enfrentar una pandemia: no estamos a salvo hasta que todo el mundo esté a salvo.

El futuro de la pandemia y el tiempo de las utopías revolucionarias

Hay una crisis que venimos experimentando desde hace algunos años, y que en Chile se manifiesta, en términos macroeconómicos, en una constante revisión a la baja del crecimiento del PIB, y en términos de la experiencia del pueblo, en una precarización creciente de la vida evidenciada en las pensiones, el acceso a la salud, la violencia de género, las condiciones de vivienda y el destructivo complemento entre bajos salarios, alto endeudamiento y reducción del empleo formal con protecciones mínimas.[19]Sabemos que en Chile lo que se derrumbó el 18 de octubre del 2019 es la compuerta que mantenía a raya esta situación explosiva. Y lo que la pandemia del coronavirus ha venido a amplificar es esa crisis subyacente.

Como efecto de la inédita combinación de crisis mundial + pandemia, se ha abierto una ventana de oportunidad para el cambio. La orientación de ese cambio no está definida. Al contrario de los pitonisos de siempre que afirman que con esto se acabaría el capitalismo (Slavoj Zizek) o que es la confirmación de la distopía autoritaria hipervigilante (Byung-Chul Han), estos momentos de crisis sólo significan en lo inmediato aperturas inciertas, y su desenlace estará fuertemente marcado por las fuerzas y proyectos que sean capaces de inclinar la balanza en una u otra dirección. Ni una pandemia acaba con el capitalismo, ni el Estado policial se les ocurrió entre enero y marzo del 2020.

Desde el punto de vista de los condicionantes sociales del impacto del SARS-CoV-2, y de cualquier otro virus con potencial pandémico, la izquierda anticapitalista tiene la oportunidad para poner el foco en dos elementos programáticos que hoy aparecen como utópicos: 1) el desarrollo de una infraestructura sanitaria y una investigación biomédica a escala global basada en la cooperación regional e internacional para que tratamientos y vacunas logren responder a tiempo a esta y futuras pandemias, 2) sobre la base de un programa de expropiación tanto de la capacidad productiva como del poder político para hacer posible una reorganización ecosocialista del trabajo, de la atención pública en salud, los procesos de urbanización y la producción de alimentos. Al enfrentarnos a un océano de creencias conservadoras en el seno de los sectores populares, la esperanza más aterrizada y realista de una salida transformadora vendrá de este programa utópico, es decir, de aquello que no existe pero que expresa de la forma más adecuada las aspiraciones y potencialidades de la clase trabajadora plurinacional que somos hoy. Hoy más que nunca necesitamos, como plantea Mike Davis, “debatir modelos democráticos de respuesta efectiva a esta y futuras plagas, que movilicen el coraje popular, pongan a la ciencia al frente y usen los recursos de un sistema comprensivo de cobertura salud universal y medicina pública”.[20]

Sin duda, es posible imaginar otros escenarios que quizá sean más probables.[21]No es posible descartar una salida de reactivación autoritaria de la economía, en la que la extensión de la militarización por razones sanitarias sea una nueva forma de explorar la producción militar del espacio público, similar a lo que ha ocurrido en Europa como respuesta a atentados terroristas. En un escenario autoritario, la salida a la crisis probablemente adquiriría la velocidad de una contrarrevolución sin contrapeso: rápido sometimiento de poblaciones a un régimen de obediencia diferenciada (organizada según jerarquías socioeconómicas, raciales y de género), recrudecimiento del ataque al trabajo, tanto mediante todo tipo de recortes en servicios públicos como una eliminación de las mínimas protecciones que entregan las organizaciones sindicales y comunitarias, persecución de los y las luchadoras sociales a una escala aun mayor de la que conocemos en América Latina, y un reforzamiento de las fronteras bajo la ilusión (ya puesta a prueba por el régimen de Trump en EEUU o Modi en India) de que el nacionalismo económico permitirá recuperar el crecimiento. Sería un triunfo de los Bolsonaro, los Netanyahu y los Orban del mundo.

También es imaginable una salida capitalista más moderada que la anterior, de continuidad reformada de las políticas actuales, basado en reformas de compromiso en áreas como la salud y la seguridad social que pongan al centro la promesa de una gobernabilidad nacional de la mano de los sectores socialdemócratas, democratacristianos, y progresistas neoliberales, que han sido tan beneficiosos para los grandes capitales transnacionales en grandes potencias y en economías emergentes. Modulando los planes de reactivación económica forzada por vientos de cambio progresista y el despertar de pueblos enteros en respuesta a la crisis, se trataría de una salida de contención y administración de los que serán quizá los años más duros de la historia reciente del capitalismo mundial. Su ruina, sin embargo, sería el hecho mismo de sostener las condiciones sociales, políticas y económicas que causaron esta crisis y esta pandemia.

Una salida transformadora, como la que enuncié más arriba en términos de un programa utópico, no surgirá de los sueños cándidos de la izquierda, sino de la realidad misma de la clase trabajadora y su potencial transformador. Por un lado, el mismo desarrollo global de cadenas productivas y de investigación es el que sostendría materialmente la posibilidad de una cooperación global en términos de investigación, desarrollo y producción de todo lo necesario para enfrentar esta y futuras pandemias. Esta cooperación hoy existe, pero bajo la forma de investigación privada financiada por Estados y organismos inter-estatales, o bajo la forma de investigación pública crecientemente desfinanciada por esos mismos Estados. Los estudios para probar y desarrollar tratamientos y la carrera hacia una vacuna para el Covid-19 se iniciaron hace meses, y hoy existen cientos de estudios en diversas fases.[22]La manufactura de elementos de protección personal (EPP) hoy alcanza escalas cósmicas, con tecnología que permitiría producir millones de unidades diarias, pero que, dada la configuración del mercado mundial en torno a espacios nacionales, queda presa de la brutalidad de la competencia entre potencias que buscan acumular dichos EPPs.

Por todo lo anterior, el segundo eje de una salida transformadora a la pandemia es el de la expropiación tanto de la capacidad productiva como del poder político. Aquí estamos hablando de la fuerza política de los proyectos revolucionarios que se proponen transformaciones profundas. En efecto, si una salida revolucionaria a la pandemia demanda, al menos, una profunda reorganización del trabajo, de la atención pública en salud, de los procesos de urbanización y la producción de alimentos, y una planificación económica que sea ecológica y democrática, entonces no podemos contar solo con las capacidades técnicas de producción, sino que debemos atender a las fuerzas sociales capaces de ponerse detrás de esas transformaciones. Un programa de este tipo requiere fundamentalmente una corriente expropiadora, que ponga en manos de la clase trabajadora, a través de la diversidad de instituciones públicas que siempre ha sabido darse en los momentos oportunos, el control sobre la socialización de ámbitos estratégicos para enfrentar una crisis como ésta: salud, alimentación, vivienda, transporte y logística, entre otros.[23]

¿Cuáles son y dónde están las fuerzas transformadoras hoy?

Pero hoy, la fuerza capaz de ese proyecto es extremadamente débil en comparación con anteriores crisis de gran magnitud (1917-1921 en Rusia y Europa Central, 1936-1945 en Europa del Éste, 1960-1973 en todo el mundo, pero particularmente en el llamado Tercer Mundo, la década de 1980 en Centroamérica, etc.). En cualquier caso, encontramos algunos indicios de que existen fuerzas populares con la voluntad de orientar tanto social como programáticamente los grandes cambios que requiere esta situación global. En particular, creo que hay que mirar con atención al movimiento feminista internacional del último lustro y a los saltos políticos que se han dado en los levantamientos populares del último año.

Por un lado, el movimiento feminista mundial se presenta hoy como una expresión de las profundas transformaciones que ha experimentado la clase trabajadora. En cuanto movimiento que encarna la vida de aquellos sectores más golpeados por la agenda de precarización de la vida que han levantado las clases dominantes para relanzar su ansiado crecimiento económico, el movimiento feminista ha recuperado una antigua tradición de lucha: combinar un programa de transformación global con un enfrentamiento muy concreto de las múltiples formas de la explotación y la opresión en una sociedad capitalista. No dejando ningún frente sin tocar, el movimiento feminista además ha replanteado la táctica histórica de la huelga política de masas como un reconocimiento práctico del trabajo en todas sus formas, incluyendo los trabajos no remunerados mayormente feminizados, y como un ejercicio que pone al centro de la disputa el protagonismo de las masas en los procesos de cambio, como antídoto de una reducción de la política al Estado. Finalmente, el movimiento feminista es capaz de encarnar de manera única una lucha que reconozca la diversidad de las experiencias de las mujeres y disidencias sexuales en la unidad de su compartida enemistad contra el capitalismo global. Todo esto contrasta fuertemente con esos sectores de la izquierda que siguen empantanados en representaciones gremiales de la clase trabajadora con un trabajo formal asalariado, cada vez más reducidas en su base social y en su capacidad política de ruptura porque no atienden a la nueva clase trabajadora plurinacional y a la potencia creciente de luchas no salariales como aquellas que se dan en torno a la violencia de género, los conflictos socioambientales, la lucha por un sistema social de cuidados y una vivienda digna y accesible. Por el contrario, el feminismo está particularmente capacitado para reunir y expresar las luchas de personas racializadas, la defensa de los territorios y por la soberanía sanitaria/alimentaria, y los combates interminables contra las diversas formas de opresión colonial entre los Estados y los pueblos que habitaban previamente sus territorios o aquellos que han sido forzosamente desplazados por el pillaje, la guerra y la invasión.

Junto a los movimientos feministas que han irrumpido en el mundo (encontramos casos poderosos en Argentina, Chile y el Estado Español), y alimentados por su militancia y su fuerza programática, hemos visto desde 2019 una nueva ola de insurgencias, estallidos, revueltas, rebeliones o levantamientos que responden a los efectos de esta crisis duradera de la sociedad capitalista contemporánea. Ecuador, El Líbano, Irak, Sudán, Chile, y más recientemente Estados Unidos, han engendrado explosiones de masividad y radicalidad que superan la ola de movilizaciones que entre 2011 y 2013 recorrió el mundo como primera respuesta a los efectos de la crisis del 2008. Estos levantamientos comparten un rasgo significativo en comparación con olas anteriores: logran traducirse con mayor facilidad en demandas políticas que visualizan los caminos de cambio.

Mientras que Occupy Wall Street en Estados Unidos, el 15M en el Estado Español, la movilización estudiantil en Chile, oscilaron entre consignas generales contra el lucro, las grandes riquezas y la casta política, o apuntaron a reivindicaciones sectoriales como la educación gratuita en Chile, y devinieron en conglomerados políticos que hoy están en franco retroceso (Frente Amplio en Chile y Podemos en el Estado Español), en este último año vemos un resurgimiento de demandas políticas en las que se contienen cambios estructurales mayores. Solo por mencionar dos ejemplos, en Chile la revuelta inaugurada el 18 de octubre del 2019 dio un rápido salto desde la crítica callejera al costo de la vida hacia la exigencia de la renuncia del Presidente Piñera y una Asamblea Constituyente, es decir, a una impugnación más global del régimen político-social que ha regido Chile desde fines de la década de 1970. Pese a que un cambio constitucional no resuelve las fuentes más inmediatas de la crisis social que desató ese vendaval popular, representa un salto en la conciencia y la capacidad política de las luchas sociales, al poner sobre la mesa una transformación de carácter global y no sectorial, mediante la fuerza de la movilización de masas. La reducción de esta demanda a una Convención Constitucional a la medida de los partidos del régimen no le quita fuerza a este salto, aunque sí le plantea un nuevo desafío.

En Estados Unidos, la muerte de George Floyd gatilló una de las mayores olas de protesta en la historia de ese país, con más de 4.000 focos de protesta callejera que demandaron el desfinanciamiento, el desarme y la abolición de la policía. En un país construido sobre la esclavitud y la exclusión civil y política de la población afrodescendiente, donde la policía opera como fuerza de choque que restaura una y otra vez un régimen de capitalismo racial, el desfinanciamiento y/o la abolición de la policía no representa solo un horizonte de solución ante la brutalidad policial, sino además un golpe directo a uno de los pilares de la ideología racial del capitalismo estadounidense.[24]El efecto más inmediato de este levantamiento ha sido un golpe significativo a las posibilidades de reelección de Donald Trump, en la medida en que muestra cómo se combina su terrible respuesta a la pandemia con compromiso inescapable con los sectores supremacistas blancos, evidenciando su incapacidad para sacar a Estados Unidos de una polarización creciente.

No es casual que, en ambos casos, las representaciones políticas emergentes que hasta hace un año encarnaban una tendencia progresiva en un contexto de politización polarizada en Chile y Estados Unidos (Frente Amplio y Bernie Sanders respectivamente), ante estos levantamientos hayan retrocedido y manifestado su adhesión al régimen.[25]En el caso de Chile, el Frente Amplio ofrendó su capital político para el “Acuerdo por la Paz social y la Nueva Constitución” del 15 de noviembre, que intentó cerrar el momento destituyente abierto por la revuelta, mediante un itinerario constitucional que traduce la demanda de Asamblea Constituyente a una versión restringida tanto en su forma de participación como en el contenido del debate posible.[26]En el caso de Bernie Sanders, ratificando su dificultad para representar los intereses de la población afroamericana, señaló estar en desacuerdo con la demanda de abolir la policía y favorecer una “redefinición” de su función, mejorando la formación, capacitación y salarios de los policías.[27]El vacío político dejado por estas fuerzas abre una nueva oportunidad.

Conclusión

Vistas así, tanto la demanda por una Asamblea Constituyente como la de abolir la policía son indicios de que existen fuerzas con capacidad transformadora en las revueltas contemporáneas. En la medida en que van más allá de los límites inmediatos de la política nacional de ambos países, tienen la potencialidad de seguir agrietando sus respectivos regímenes, empujadas por los efectos sociosanitarios de la pandemia. Hoy, ante escenarios potencialmente restauradores y conservadores, nuestra esperanza puede estar puesta en el programa hasta hace un año utópico de una profundización de la crisis política que le abra un espacio a estas fuerzas para que consoliden su capacidad política, debilitando el propio sistema inmune del capitalismo capaz de adaptarse aparentemente a todo, y derribando una a una las prerrogativas de poder político y económico que la clase capitalista global ha monopolizado durante ya suficientes siglos.

En estos momentos en que el mundo se ensaya fases iniciales de desconfinamiento, veremos qué tan preparadas están las estructuras capitalistas globales para superar realmente una pandemia plenamente global. Si es cierto todo lo que hemos planteado en este ensayo, desde las fuertes tensiones sociales que amenazan la estabilidad política en medio de una crisis económica de larga duración hasta las presiones ecológicas que implica el desarrollo del extractivismo capitalista con la consiguiente producción de pandemias y la destrucción de las infraestructuras sanitarias y sociales que hacen posible enfrentarlas, decíamos, si todo esto es cierto, entonces podemos suponer que no será capaz de superar la pandemia más que a cambio de transformaciones de carácter más o menos estructural. Pero esos cambios no necesariamente irán en una dirección deseable. A esto nos referíamos con que el desenlace de esta crisis no está predefinido y depende de las fuerzas que lo orienten.

Como señala Alain Bihr, “esta pandemia introduce una contradicción importante en la fase actual de la globalización capitalista”, entre “la mundialización de la circulación de bienes y capitales [y] la globalización de las cadenas de valor” por un lado, y por otro “la producción y reproducción del conjunto de las condiciones sociales generales del proceso inmediato de reproducción del capital, del que los Estados siguen siendo la entidad contratante e incluso, en gran medida, los ejecutantes principales”.[28]Esto implica que, mientras las condiciones para la emergencia de la pandemia responden a las lógicas transnacionales de la “reproducción inmediata del capital”, las actividades sociales que posibilitan asegurar las condiciones sociales generales (familia, escuela, salud, policía, reproducción de la fuerza de trabajo, etc.) ocurren a nivel de Estado-nación. El efecto de esta tensión es que la pandemia se produce globalmente, pero las soluciones quedan en manos casi exclusivas de los Estados nacionales. Esto profundiza la competencia que señalábamos en torno a EPPs, tratamientos y vacunas, distribuyendo la defensa de la salud de la humanidad en un mapa de fronteras reforzadas. También refuerza los autoritarismos y racismos del Estado, por ejemplo, a la hora de excluir a poblaciones migrantes de la atención pública de salud, dejándoles una vez más en el limbo de la precariedad.

Dada esta contradicción, y la oportunidad de mayor profundización de la crisis política que abre la pandemia en un marco de inestabilidad global, las fuerzas anticapitalistas se ven enfrentadas a la necesidad de combinar 1) un programa internacionalista de respuesta a la pandemia, en la línea de una infraestructura sanitaria orientada a la integración global, la cancelación de la deuda externa, un desarrollo científico basado en la colaboración abierta y no en la propiedad intelectual privada o “nacional”, y apuntar a crear campos regionales de cooperación económica solidaria que permitan ir más allá de los limitados marcos a los que quedan reducidos los países primario-exportadores; con 2) un freno a las tendencias reaccionarias en los sectores populares no combatiendo su retórica o su discurso sino socavando las bases materiales de su posibilidad, es decir, mediante un programa y una lucha contra la precarización de la vida, que contemple un sistema único de salud basado en lo público con un fortalecimiento de la atención primaria, un sistema de cuidados que socialice una tarea que se impone de manera agobiante sobre niñas y mujeres, una reorientación de la investigación, la innovación y el desarrollo para responder a este tipo de desafíos globales (y no a las mismas fuentes del desastre: más monocultivo, más deforestación, más destrucción de la biodiversidad), una democratización de los sistemas agroalimentarios, y una distribución de la riqueza (por ejemplo a través de impuestos a las grandes fortunas) que aseguren que la salida a la crisis no la sigamos pagando los y las trabajadoras.[29]

En ambos aspectos, lo que está en juego es la liberación de las fuerzas transformadoras de las ataduras que les impone el capitalismo, permitiendo que la tensión entre lo global y lo nacional se proyecte hacia un escenario post-pandemia de transición ecosocialista y feminista. Este escenario nos ofrecería un terreno mucho mejor para enfrentar los desafíos del cambio climático, la crisis económica y el combate con los sectores reaccionarios que fantasean hoy con una restauración del orden y una profundización autoritaria. Esa es la magnitud del desafío que enfrentamos, esa es la magnitud de la responsabilidad que nos toca asumir.

14 de julio 2020

[Agradezco a Alondra Carrillo, Karina Nohales, Javiera Manzi, Diego Vidal y Matías Blaustein por haber leído versiones iniciales de este texto y entregar sus críticas, comentarios y correcciones. Los errores o confusiones que persisten siguen siendo exclusivamente míos.]

Pablo Abufom S es militante de Solidaridad, miembro fundador del Centro Social y Librería Proyección, y miembro del Comité Editorial de Posiciones, Revista de Debate Estratégico.

 

 

[1]La OMS emitió ya en 1999 un “Plan de preparación para la pandemia de influenza”, teniendo a la vista las pandemias de 1918/19, 1957, 1968 y 1977, y la amenaza creciente de brotes incontrolables de gripe aviar u otras de origen animal. Véase también GRAIN, “Viral times. The politics of emerging global animal diseases”, en Seedling, 20 de enero 2008, disponible en https://grain.org/en/article/614-viral-times-the-politics-of-emerging-global-animal-diseases. El mismo nombre de este coronavirus anuncia su herencia: se le clasifica en relación al virus SARS-CoV, causante del SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Grave) que se propagó rápidamente por todo el mundo en el 2002-2003.

[2]Yong-Zhen Zhang y Edward Holmes, “A Genomic Perspective on the Origin and Emergence of SARS-CoV-2,” Cell 181 (16 de abril 2020), citado por Mike Davis, The Monster Enters: COVID-19, Avian Flu and the plagues of capitalism, Nueva York, OR Books, 2020. Se refiere a la combinación entre las características contagiosas del virus, la rapidez con la que se transportan los vectores humanos por el mundo y la bajísima preparación de los sistemas de salud.

[3]En Chile, “Casos aislados de discriminación y preocupación por caída de ventas: Comunidad china y la posible llegada del coronavirus”, disponible en https://www.emol.com/noticias/Nacional/2020/02/29/978098/Descriminacion-comunidad-china-coronavirus-Chile.html”, y en Estados Unidos, “Coronavirus: What attacks on Asians reveal about American identity”, disponible en https://www.bbc.com/news/world-us-canada-52714804.

[4]Daniel Tanuro, “SARS-CoV-2, mucho más que un desencadenante de crisis”, Herramienta, 19 de mayo 2020, disponible en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3225. La idea de “lenta cancelación del futuro” es de Franco “Bifo” Berardi (Despues del futuro, 2011), pero suele ser asociada a la obra de Mark Fisher, particularmente su libro Los fantasmas de mi vida (2013).

[5]Jon Cohen, “Vaccine designers take first shots at COVID-19”, Science, Vol. 363, no. 6486, p. 14-16. Disponible en https://science.sciencemag.org/content/368/6486/14.

[6]“Plandemic” es el nombre de un video publicado en YouTube el 4 de mayo del 2020, y que luego de alcanzar una audiencia de millones de personas fue eliminado de YouTube y las principales redes sociales, por promover información médica falsa o engañosa. Gira en torno a algunas ideas tan increíbles como incomprobables para el ojo paranoide: que las vacunas han matado a millones de personas; que Bill Gates está involucrado; que la hidroxicloroquina sería la cura(medicamento que han promovido Bolsonaro y Trump).

[7]En Chile hemos experimentado lo que significa un Estado altamente centralizado política y territorialmente, que vuelve lenta e ineficiente la respuesta a la emergencia sanitaria. Por otro lado, son destacables las experiencias de participación comunitaria en esa respuesta, como las asambleas territoriales y organizaciones de salud que han organizado ollas comunes, redes de abastecimiento y campañas de desinfección, auto-organizadas y sin financiamiento público, pero que son en el mejor de los casos ignoradas por el Estado; en el peor y más común de los casos, criminalizadas y reprimidas.

[8]David Harvey, “Política anticapitalista en tiempos de coronavirus”,Herramienta, 20 de marzo 2020, disponible en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3166.

[9]Daniel Tanuro, “SARS-CoV-2, mucho más que un desencadenante de crisis”.

[10]TM Belete, “A review on Promising vaccine development progress for COVID-19 disease”, Vacunas: investigación y práctica(2020). Disponible en https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1576988720300327.

[11]Esta oposición comienza a surgir ante la creación de la vacuna contra la viruela en 1798 en Inglaterra y se revitaliza en 1998 a partir de una investigación sobre el vínculo entre autismo y vacunas. La investigación fue luego cuestionada, el artículo eliminado de la revista que lo publicó y a su autor se le prohibió ejercer su profesión, develados sus vínculos con una estafa judicial. Estudios han señalado que esta corriente ha influido en la reaparición de enfermedades que se consideraban erradicadas como el sarampión, las paperas o la poliomelitis, con brotes de decenas de miles de casos solo en los últimos 5 años. Véase “Las consecuencias de la antivacunación: los brotes de enfermedades que se creían enterradas”, Diario Uchile, 26 de agosto 2018, disponible en https://radio.uchile.cl/2018/08/26/las-consecuencias-de-la-antivacunacion-los-brotes-de-enfermedades-que-se-creian-enterradas/.

[12]Quizá la expresión más extrema de esto ha sido la entrada de manifestantes armados al Capitolio del estado de Michigan, en Estados Unidos, en contra de la cuarentena, en mayo de este año, que es solo un indicio más del vínculo entre la oposición a medidas sanitarias y las renovadas ultraderechas del mundo. https://www.npr.org/2020/05/14/855918852/heavily-armed-protesters-gather-again-at-michigans-capitol-denouncing-home-order.

[13]Puede encontrarse una serie de notas sobre la esterilización forzada en Perú en “PERÚ: El crimen Fujimorista; la esterilización forzada de 370.000 peruanos y peruanas”, disponible en  https://www.resumenlatinoamericano.org/2017/12/27/peru-el-crimen-fujimorista-la-esterilizacion-forzada-de-370-000-peruanos/

[14]Para el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos una vacuna universal contra la gripe es “una vacuna que proporcione una protección robusta y duradera frente a múltiples subtipos de gripe”, eliminando así “la necesidad de actualizar y administrar la vacuna estacional cada año” y previniendo contra “nuevas cepas emergentes, incluyendo potencialmente aquellas que pudiesen causar una pandemia de gripe”. NIAD, “Universal Influenza Vaccine Research”, 5 de septiembre 2019, disponible en https://www.niaid.nih.gov/diseases-conditions/universal-influenza-vaccine-research

[15]Daniel Tanuro, “SARS-CoV2, mucho más que un desencadenante de crisis“,Herramienta, 19 de mayo 2020, disponible en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3225. Véase también la entrevista a David Quammen, autor de Contagio. La evolución de las pandemias, en https://www.sinpermiso.info/textos/david-quammen-autor-de-spillover-distanciamento-social-conexion-emocional-entrevista.

[16]Dennis Carrol et al., “The Global Virome Project”, en Science, 23 de febrero 2018, Vol. 359, no. 6378. Véase también Lucy Jordan y Emma Howard, “Breaking down the Amazon: how deforestation could drive the next pandemic” Unearthed, 24 de abril 2020, disponible en https://unearthed.greenpeace.org/2020/04/24/deforestation-amazon-next-pandemic-covid-coronavirus/.

[17]GRAIN, “Nuevas investigaciones sugieren que las granjas industriales, y no los mercados de productos frescos, podrían ser el origen del Covid-19”, disponible en https://grain.org/e/6438.

[18]GRAIN, “Peste Porcina Africana: Un futuro cultivado en granjas industriales, una pandemia a la vez”, disponible en https://grain.org/e/6429.

[19]François Chesnais, “Situación de la economía mundial al principio de la gran recesión Covid-19”, en Viento Sur, 19 de abril 2020, accesible en https://vientosur.info/?p=15872. Sobre América Latina, véase Pierre Salama, “Notas sobre las ocho plagas latinoamericanas”, disponible en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3176. Sobre Chile, Andrea Sato de Fundación SOL presenta de manera sucinta el panorama de la precariedad en Chile, en “Endeudamiento y hogares. ¿Quién paga la pandemia?” publicado en COVID-19. Nada será igual, Santiago, Le Monde Diplomatique, mayo 2020, 37-39.

[20]Mike Davis, “Introduction” en The Monster Enters. Una mirada concreta a esta tarea puede encontrarse en “Caminos (o propuestas) para la socialización de los bienes comunes” de Alejandro Carrasco y Javier Zúñiga, Viento Sur, 9 de junio 2020, disponible en https://vientosur.info/?p=16048

[21]Aunque no coincidimos exactamente en los escenarios, en este ejercicio proyectivo sigo el ímpetu de Alain Bihr en su excelente “Tres escenarios para explorar el campo de lo posible”, Viento Sur, 23 de abril 2020, disponible en https://vientosur.info/?p=15903.

[22]Según la OMS, con fecha 7 de julio 2020, existen 21 vacunas en evaluación clínica (fases 1, 2 y 3), y 139 en evaluación pre-clínica. “DRAFT landscape of COVID-19 candidate vaccines”, informe disponible en https://www.who.int/publications/m/item/draft-landscape-of-covid-19-candidate-vaccines.

[23]Para el caso de la salud en Francia, Alain Bihr señala un programa socializador, que podríamos considerar como “mínimo” porque plantea medidas de corto y mediano plazo en el marco de la oportunidad que abre la crisis sanitaria para modificar algunas políticas públicas. “COVID-19. Por la socialización del aparato de salud”, Herramienta, 17 de marzo 2020, disponible en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3159.Puede encontrarse una visión post-pandemia para el Sur Global en el “Programa de 10 puntos” del Instituto Tricontinental de Investigación Social, disponible en https://www.thetricontinental.org/esnewsletterissue/25-2020-programa-diez-puntos/.

[24]Sobre la noción de “capitalismo racial”, véase Robin D.G. Kelley, “¿Qué entendía Cedric Robinson por capitalismo racial?”, en Rebelión, 31 de enero 2017, disponible en https://rebelion.org/que-entendia-cedric-robinson-por-capitalismo-racial/.Sobre la raza como “ideología”, véase Barbara J. Fields, “Ideology and Race in American History”, en Region, Race, and Reconstruction: Essays in Honor of C. Vann Woodward. Ed. J. Morgan Kousser y James M. McPherson. (Nueva York/Oxford: Oxford University Press, 1982), pp. 143-177

[25]Sobre el ya difunto potencial progresivo del Frente Amplio en un contexto de politización polarizada en Chile, planteo una mirada crítica en “Izquierda Anticapitalista en Chile: de la derrota a la política”, Hemisferio Izquierdono. 21, 26 de mayo 2018, disponible en https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2018/05/26/Izquierda-Anticapitalista-en-Chile-de-la-derrota-a-la-pol%C3%ADtica.

[26]Desarrollo algunas de estas ideas en “Los seis meses que transformaron Chile. Balance transitorio de la revuelta contra la precarización de la vida”, Intersecciones, 24 de febrero 2020, disponible en https://www.intersecciones.com.ar/2020/02/24/los-seis-meses-que-transformaron-chile/.

[27]Véase “Bernie Sanders is Not Done Fighting”, New Yorker, 9 de junio 2020, disponible en https://www.newyorker.com/news/the-new-yorker-interview/bernie-sanders-is-not-done-fighting.

[28]Alain Bihr, “Tres escenarios para explorar el campo de lo posible”.

[29]Javiera Manzi y Karina Nohales , “Socializar la risa, los cuidados y la riqueza”, El Mostrador, 22 de junio 2020, disponible en https://www.elmostrador.cl/braga/2020/06/22/socializar-la-risa-los-cuidados-y-la-riqueza/. Martín Arboleda, “La urgencia de un plan nacional de alimentación para la post-pandemia”, CIPER, 13 de mayo 2020, disponible en https://ciperchile.cl/2020/05/13/la-urgencia-de-un-plan-nacional-de-alimentacion-para-la-post-pandemia/.

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