Como en los viejos tiempos de la guerra fría, la última cumbre entre EE UU y Rusia ha concluyó con un acuerdo sobre la reducción de las armas nucleares. Esta sensación de «retorno al futuro», al decir del ex-diplomático estadounidense Strobe Talbott, se ve reforzada por el hecho de que este fue prácticamente el único tema de discusión sobre el que Barack Obama y Dimitri Medvédev consiguieron ponerse de acuerdo. Al mismo tiempo, es un asunto que afecta de refilón a algunas de las preocupaciones (e importantes causas de fricción) entre los dos países: Irán, Corea del Norte y el escudo antimisiles europeo. Así, este acuerdo permite a los dos presidentes (y al hombre oculto entre bastidores, Vladímir Putin) sentar las bases de una mayor cooperación tras ocho años de relaciones más o menos tormentosas entre Washington y Moscú.

¿Qué dice el acuerdo?

El tratado START (Strategic Arms Reduction Treaty), impulsado por Ronald Reagan y los dirigentes soviéticos a comienzos de los años ochenta y suscrito después por Bush padre y Gorbachov en 1991, se consideró en su tiempo el más amplio y profundo de todos los tratados de reducción de armamentos. Permitió reducir un 80 % el número de armas estratégicas nucleares, con lo que los arsenales ruso y estadounidense pasaron de unas 60.000 cabezas nucleares en 1986 a alrededor de 8.000 actualmente. START I (también existe un START II sobre las cabezas nucleares múltiples) permitió asimismo reducir drásticamente los «vectores de lanzamiento» autorizados (misiles intercontinentales, bombardeos y submarinos).

Al final, EE.UU. y Rusia han logrado cubrir más o menos los objetivos de START I, con lo que ahora cuentan con 2.200 cabezas nucleares dispuestas a ser lanzadas (los rusos tienen algunas más y ambos países almacenan otras), aunque los mecanismos de control mutuo dejan que desear. Dado que el tratado expiraba el 5 de diciembre de este año, los dos países tenían dos opciones: o bien no hacer nada, corriendo el riesgo, aunque menor, de relanzar la carrera de armamentos, o bien inventarle un sucesor. Optaron por esta segunda vía, si bien este acuerdo no tendrá la categoría de tratado.

Por tanto, Obama y Medvédev han acordado una reducción adicional: en un plazo de siete años, Washington y Moscú se comprometen a reducir el número de cabezas nucleares hasta alcanzar una cifra situada entre 1.500 y 1.675, y el número de «vectores» a una cantidad situada entre 500 y 1.000. El número definitivo se decidirá más adelante, del mismo modo que los mecanismos de verificación.

¿Es un acuerdo importante?

Para Daryl G. Kimball, el director de la Arms Control Association, «se trata de un avance modesto hacia el objetivo de deshacerse de armas obsoletas heredadas de la guerra fría». Con ello, los dos antiguos enemigos se acercan el número de cabezas atómicas que poseen los demás Estados nucleares, aunque manteniendo una ventaja importante: Francia tiene 350, Gran Bretaña 200 y China menos de 200.

En el año 2000, la lista de «objetivos prioritarios» del Pentágono incluía 2.260 «objetivos vitales» en Rusia y varios centenares en China, Iraq, Irán y Corea del Norte. Reducir el número de cabezas a 1.675, por tanto, supone más que un esfuerzo ínfimo para los planificadores.

La cuestión del escudo antimisiles sigue siendo un problema

El efecto presupuestario tampoco es insignificante. Estados Unidos ha emprendido, por primera vez en mucho tiempo, un programa de reducción del gasto militar, que afecta, entre otros, a los sistemas de misiles. Por tanto, el acuerdo con Rusia encaja relativamente bien en el cuadro de prioridades estadounidense, aunque el Pentágono hubiera preferido esperar a que calculara sus propias cifras de reducción antes de cerrar un acuerdo con Rusia.

Para Moscú, el debate es más complicado. Aunque Rusia tiene en este periodo de bajos precios del petróleo un interés en reducir el gasto militar, «existe una resistencia institucional, en el seno del ejército y de la burocracia rusa, a cualquier acuerdo, a cualquier cooperación con Estados Unidos», según Stephen Sestanovich, del Council on Foreign Relations de Nueva York, quien añade que «sabiendo, además, que el presupuesto del ejército aumentó un 500 % bajo Putin, los militares temen ser víctimas de un acercamiento, aunque modesto, a Washington».

Sobre todo, este acuerdo permite tanto a los rusos como a los estadounidenses «predicar con el ejemplo», como proclamó un portavoz de la Casa Blanca. Frente a los «proliferadores» efectivos y potenciales, a saber, Corea del Norte, Irán, India o Pakistán, las dos antiguas superpotencias tratan de inculcar la idea de que la carrera de armamentos no es inevitable. Después de sus discursos sobre su ambición de eliminar todas las armas nucleares de la faz de la Tierra, Barack Obama quiere demostrar que no se limita a las bonitas palabras.

¿Qué omite este acuerdo?

Aunque este acuerdo es a todas luces una ocasión, tanto para Washington como para Moscú, de recuperar un clima de cooperación después de años de confrontación, no resuelve todos los contenciosos entre ellos. Antes de la cumbre, los rusos habían hecho saber que se negarían a suscribir la mínima reducción de armas nucleares si EE UU persistía en su proyecto de sistema antimisiles que pretendía instalar en Polonia y la República Checa. A pesar de ello, firmarán el acuerdo y encima han ofrecido a Obama un regalo adicional: el permiso para utilizar el espacio aéreo ruso para varios miles de vuelos al año de abastecimiento de las tropas en Afganistán.

¿Significa esto que Moscú se ha tragado su oposición al escudo antimisiles, destinado oficialmente a proteger a Europa de los misiles iraníes, pero que los rusos perciben como una amenaza para su propia fuerza nuclear? Es poco probable. Obama, que no es un entusiasta de este proyecto, tampoco ha prometido nada por su parte, sino que se ha limitado a señalar que no se tomará ninguna decisión hasta que concluya el estudio encargado para evaluar el proyecto. Sabiendo que EE UU también necesita a Rusia para presionar a Irán, cabe pensar de todos modos que Washington dejará de dar prioridad a este escudo, como hizo durante la presidencia de Bush.

Finalmente, Obama ha tenido también algún gesto con Medvédev (y con Putin, con quien se reunió por separado): el reconocimiento del papel de Rusia en las relaciones internacionales. Al negociar de tú a tú una reducción de las armas nucleares como en la época de los dos bloques, y al pedir la ayuda de Moscú en las cuestiones de Afganistán e Irán, la Casa Blanca admite la importancia de Rusia, cuando Bush siempre había tendido a ningunearla y a pasar por encima y desconfiar de ella. Acariciar al oso ruso, propósito fundamental de esta cumbre, es probablemente una opción mejor que buscarle las cosquillas.

Traducción: VIENTO SUR

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