En la primavera de 2021 es difícil, por mucho que tiremos de memoria, recrear la atmósfera particular que comenzó a gestarse hace diez años. Ha pasado una década que parece un siglo desde las cargas policiales contra un grupo de apenas treinta personas que había decidido pasar la noche en la Puerta del Sol de Madrid, después de una manifestación masiva en protesta por la falta de democracia y las políticas neoliberales de respuesta a la crisis (nos suena, ¿no?). La oleada de indignación provocó un efecto contagio que nos pasó a todas por encima, y al día siguiente varios cientos de personas trataban de acampar en Sol. Esa vez, la policía no se atrevió a desalojar. Dos noches más tarde, las acampadas se contaban por decenas en todo el Estado. Había comenzado el 15M.

Esta es una historia que conocemos de sobra y que vivimos en primera persona pero que corre el riesgo, aún con mayor fuerza en este décimo aniversario, de convertirse en memoria fosilizada, icono de una nostalgia que paraliza y que es incapaz de explicarse nada. Ni la apología ni la condena, en sus vertientes teleológicas, sirven para nada en política. Preguntarse abiertamente cuáles son las diferencias entre el entonces y el ahora, qué parte de las similitudes se debe a la falta de ruptura y qué parte a los intentos de recuperación forzosa y, sobre todo, qué es lo que ha pasado en estos diez años, es una tarea prioritaria para toda la izquierda. Porque es cierto, como dijo Bensaïd, que nunca se recomienza por el principio: siempre recomenzamos por el medio. Pero no hay aprendizaje posible sin sistematización de la experiencia, y es nuestra responsabilidad armarnos para no repetir errores y enfrentar en las mejores condiciones posibles el próximo ciclo. En los siguientes párrafos tratamos de aportar algunas ideas a este balance colectivo.

El momento impugnador

Aunque su significado ha acabado entremezclado con el fenómeno inmediatamente posterior protagonizado por las mareas, lo que en un sentido estricto fue el Movimiento 15M tuvo enormes potencialidades (que muchos no quisieron ver en su momento) e importantes déficits (que otros tantos no quieren reconocer ahora). Más que un movimiento sólidamente definido, se trató de la expresión de un malestar general y de una crisis orgánica sin articulación política. Se compartían eslóganes contundentes y avanzados políticamente (“No somos mercancía en manos de políticos y banqueros” o “PSOE y PP, la misma mierda es”) que lograron generar un salto en el sentido común y los imaginarios colectivos en muy poco tiempo, pero se carecía de una propuesta o algún tipo de planteamiento con respecto al poder. El protagonismo del movimiento lo tenían sectores de las clases medias universitarias (concretamente, sus hijas e hijos pauperizados), no existían vínculos con el mundo sindical, y reivindicaciones centrales en la actualidad como el feminismo o el antirracismo eran entonces secundarias en el mejor de los casos. El Gobierno, aunque muchos parecen haberlo olvidado, estaba en manos del PSOE, e imaginar la irrupción de nuevos partidos con capacidad para remover el mapa político era todavía ejercicio imposible.

Los años que siguieron a 2011 fueron años de ilusión y actividad constante, un estallido que sería embrión de muchos fenómenos desarrollados posteriormente. Le debemos al 15M, en su aspecto ideológico, la ruptura de los marcos conceptuales y los sentidos comunes previos, la apertura de una brecha en la naturalidad de nuestro sistema político por la que de pronto era posible imaginar la irrupción de cosas nuevas. En su dimensión más inmediatamente material, el 15M fue responsable del desarrollo de las prácticas de sindicalismo social a través de la expansión acelerada de la PAH, la multiplicación de asambleas barriales (en paralelo al movimiento anglosajón Occupy) y el surgimiento de un nuevo modelo de defensa de los servicios públicos: las Mareas. El planteamiento de movimientos como la Marea Verde o la Marea Blanca supuso una ampliación de las bases sindicales y un giro radical en la forma de enfrentar la lucha por lo público, logrando romper política y comunicativamente la lógica de enfrentamiento entre trabajadores y usuarios.

Algo que se ha dicho mucho es que Podemos fue la continuación lógica del 15M. Esto no es cierto (era, tan solo, una de las muchas continuaciones posibles), pero tenemos claro que sin el 15M no habría habido Podemos. Por otro lado, tampoco es verdad que Podemos fuera una operación desde arriba diseñada de espaldas al movimiento y/o con intención de anularlo. Los intentos de unificar las luchas y de dotarlas de una coherencia política se venían sucediendo desde hacía ya un tiempo. Las Marchas de la Dignidad, que trataban de romper con la disgregación movimentista para consensuar un programa de mínimos (pan, trabajo, techo), son un buen ejemplo. Era 2014 y la ilusión social comenzaba a consumirse a sí misma. La máxima de el movimiento por el movimiento había desembocado en una situación de agotamiento generalizado. La LOMCE, última gran batalla de la Marea Verde, había sido aprobada un año antes. En las grandes ciudades como Zaragoza, grupos de activistas comenzaban a barruntar la posibilidad de impulsar procesos de construcción de programas municipales. Tras perder la ilusión por lo social, mucha gente comenzaba a mirar lo electoral como terreno viable.

La vuelta al 15M no es posible. Las bases que en 2011 permitieron un movimiento de masas impugnador, antisistémico y destituyente ya no existen. Partimos de otro momento y cualquier proceso que surja ahora lo hará sobre bases nuevas. El empeño de algunos sectores activistas por seguir funcionando según las lógicas de aquél momento y hablando en el lenguaje construido hace diez años es fruto de una desconexión radical con las luchas existentes en la actualidad y sólo puede llevar al aislamiento político. Y sin embargo, muchos de los elementos puestos en juego por el 15M pueden y deben ser recuperados de las garras de la nostalgia para ponerlos a funcionar en el presente: el cuestionamiento de los procesos de privatización de los bienes comunes y de los derechos básicos, la impugnación de unas instituciones pretendidamente democráticas vendidas a los intereses de la patronal y del capital internacional, la ocupación del espacio público y la insubordinación a leyes injustas. Es en su doble dimensión de enmienda a la totalidad y de cantera de imaginación política que el 15M puede sernos útil diez años más tarde.

El asalto institucional o la ambición de ganar

En 2013, el movimiento 15M y todas las luchas derivadas estaban en crisis. Era necesario transformar la correlación de fuerzas existente en ese momento, apoyarse en lo que quedaba de la movilización social y dar un paso hacia la vía electoral. Por primera vez desde la Transición, parecía posible impulsar una fuerza política capaz de presionar para abrir procesos constituyentes que hicieran real la ambición de cambiarlo todo. El escenario internacional lo favorecía: en Grecia, una Syriza plural y democrática, muy distinta de la que traicionó el OXI pocos años más tarde, lideraba la oposición parlamentaria y estaba a punto de ganar las elecciones. La hipótesis de construcción de una Europa de los pueblos y de establecimiento de alianzas entre los países del sur y del arco mediterráneo contra las imposiciones de la Troika parecía factible. Pero para ello hacía falta tener nuestra propia Syriza española. Se produjo así, para muchos sectores, una oscilación del péndulo: se cerraba la etapa de ilusión social y se abría paso a la ilusión electoral.

Podemos nació con un acuerdo entre varias personas de la Universidad Complutense de Madrid e Izquierda Anticapitalista (ahora Anticapitalistas). Mientras el primer sector aportaba caras visibles reconocidas entre la militancia y activismo de izquierdas, el segundo proporcionaba la necesaria red inicial de militantes que impulsaran la organización territorial por todo el Estado. Acostumbradas y acostumbrados a trabajar en una organización pequeña con conciencia revolucionaria, muy implantada en los movimientos pero sin apenas experiencia comunicativa ni de negociación dentro de organizaciones amplias (y seguramente, pecando de ingenuos y poco precavidos en la relación con nuestros entonces aliados), pronto fuimos a rebufo en momentos clave del proceso de construcción y perdimos influencia conforme avanzaba el proyecto. Y aunque en Aragón logramos retrasar este momento con respecto al resto del Estado, finalmente acabó también llegando.

El objetivo inicial de Podemos era lanzar una fuerza política antineoliberal, lo más amplia, plural y abierta posible (hubo invitaciones a IU, Frente Cívico y organizaciones territoriales), que superara el bloqueo de los aparatos de los partidos tradicionales y sirviera para conquistar el poder político con un programa de ruptura y transformador, basado en el inicial Manifiesto Mover ficha. Buena parte del activismo social miró con recelo el nacimiento de Podemos, pero fueron las organizaciones de izquierda tradicional quienes peor reaccionaron: lo veían directamente como un enemigo que quería comerse un espacio electoral que ya no aspiraban a trascender y que consideraban propio. En 2014, Podemos irrumpió en las elecciones europeas con un resultado por nadie esperado: cinco eurodiputados. Tras este éxito, comenzó la incorporación masiva de gente nueva y una avalancha de traspasos de activistas y militantes que abandonaban sus organizaciones previas.

En enero de 2014, tras un acto de presentación que tuvo que celebrarse en la calle porque la asistencia dejaba minúscula la sala, se creaba el primer Círculo de todo el Estado: el de Zaragoza. Posteriormente vinieron los de Huesca, Teruel, y varios otros. A partir de entonces, la conformación del que posteriormente se conoció como sector Echenique marcó el desarrollo territorial de la formación, influyendo también de manera decisiva en la aritmética interna de Podemos fuera de Aragón. Durante todos estos años, Aragón ha supuesto una anomalía en el panorama estatal. La gran aceptación inicial que tuvo Pablo Echenique dejó con poco espacio al resto de corrientes, que no fueron capaces de hacerse con voces y reconocimiento propio. Pablo Iglesias se vio empujado a dar apoyo a las diferentes figuras que fueron surgiendo como oposición interna (Violeta Barba, Maru Díaz) y ellas a aceptar la ayuda independientemente de sus inclinaciones políticas. Si en Aragón no llegó a desarrollarse un sector públicamente errejonista que acabara saliendo de Podemos fue, entre otras cosas, porque quienes habrían podido adscribirse a él necesitaron en en un primer momento del paraguas de Pablo Iglesias para competir con alguna garantía contra Echenique, y más tarde ejercían ya de dirección y no les interesaba abandonarla. El fracaso electoral de Más País, aún yendo en coalición con Chunta Aragonesista, es resultado de todo esto.

Junto con Andalucía, Aragón fue la excepción dentro de Podemos. Logramos no sólo frenar la imposición del tándem Iglesias-Errejón, sino marcar debates públicos de confrontación directa con el PSOE, así como dar espacio en la organización a otras corrientes y establecer alianzas con procesos hermanos que iban surgiendo, como Alto Aragón en Común. Echenique carecía de experiencia política previa, pero supo ser altavoz de las demandas de los círculos y rodearse de un equipo de personas comprometidas, procedentes de las luchas, y que creían firmemente en lo que hacían y decían. Junto con Teresa Rodríguez, tuvo la valentía de enfrentarse públicamente a Pablo Iglesias e Íñigo Errejón y de demostrar que era posible un Podemos distinto: más amplio, abierto, democrático y arraigado en el territorio, con propuestas programáticas fuertes y sin caer en la trampa de subordinación al PSOE. Y sin embargo, bastó su incorporación al aparato estatal para desarticularle como voz crítica y anular la fuerza política de Podemos Aragón.

De aquella primera etapa de Podemos Aragón es destacable el casi sorpasso al PSOE en 2015 (a 0,9% en votos), una negociación de investidura en la que nunca se habló de reparto de sillones sino de medidas políticas, pulsos fuertes con el gobierno como la renovación de los conciertos educativos, y la quiebra por primera vez en la historia del bipartidismo en la provincia de Huesca, logrando un diputado de Alto Aragón en Común en las elecciones generales. No se logró, sin embargo, una aplicación efectiva de los acuerdos de investidura ni una coordinación ágil con Zaragoza en Común, se erró al pactar la Presidencia de las Cortes y se falló al no construir portavocías corales que permitieran no centralizar todo el foco en la figura de Echenique, voluble y poco sólida políticamente.

A partir de 2016 se abre una etapa de desarticulación de buena parte de lo hecho por el equipo de Echenique. Nacho Escartín, Maru Díaz y Violeta Barba, ya encabezando la organización (en un matrimonio de conveniencia que más tarde acabaría estallando), terminaron con la confrontación con el PSOE; a partir de ese momento, el único objetivo será la entrada en el Gobierno de Aragón liderado por Lambán, siguiendo las tesis que la dirección estatal estaba aplicando en el Congreso y en el resto de comunidades, e iniciando para ello un proceso de limpieza de los sectores críticos. En 2019 se consuma el mayor destrozo para las posiciones de la izquierda transformadora: la ruptura con Zaragoza en Común. Con Errejón fuera ya de Podemos, eran las posiciones errejonistas las que lideraban el partido en Aragón.

El resultado ya lo conocemos: organización muy debilitada a nivel militante y batacazo monumental en las elecciones aragonesas de 2019, perdiendo casi dos terceras partes del apoyo electoral. No hubo asunción de responsabilidades sino discurso triunfalista. Quizá, porque los verdaderos objetivos de la nueva ejecutiva de Podemos Aragón sí se habían logrado. La respuesta al fracaso electoral fue una huida hacia adelante para vender como éxito la entrada en un Gobierno liderado políticamente por el PSOE y el PAR, con Maru Díaz al frente de en una Consejería de Universidad cuya orientación los dos últimos años en poco ha diferido de la de su antecesora del PSOE, Pilar Alegría.

La dimensión local

En 2015, en pleno ascenso social de Podemos y auge de la ilusión electoral, el mapa político de todo el Estado se pobló de candidaturas locales de diverso tipo que se agruparon de manera general bajo la etiqueta municipalismo y que consiguieron importantes éxitos electorales. La debilidad orgánica que todavía tenía Podemos, la diversidad de intereses puestos en juego por Izquierda Unida en los distintos pueblos y ciudades, y la existencia o no de sectores activistas autoorganizados que venían construyendo programas y plataformas desde hacía un tiempo y tenían capacidad de ejercer una cierta presión grupal, dieron como resultado una multiplicidad de experiencias políticas y fórmulas organizacionales. La Barcelona en Común de Ada Colau, el Ahora Madrid de Manuela Carmena, el Por Cádiz Sí Se Puede de José María González “Kichi” y la Zaragoza en Común de Pedro Santisteve y Luisa Broto tenían muy poco que ver unos con otros. Pero para bien y para mal, la etiqueta de ayuntamientos del cambio unió los destinos de todas las ciudades gobernadas por candidaturas municipalistas o de confluencia popular y ciudadana desde 2015, haciendo difícil contraponer las políticas ejecutadas por unas y otras y diferenciar los proyectos.

No descubrimos nada nuevo si decimos que los cuatro años de gobierno en minoría de Zaragoza en Común fueron duros. En esta ciudad controlada siempre por los mismos, la formación de un gobierno plebeyo (gente con la que no se podía compadrear, que no debía favores, que no estaba condicionada por relaciones familiares) puso de los nervios a los poderes fácticos. El Heraldo desplegó una campaña de acoso y derribo de casi titular diario. PSOE y CHA, que se habían visto forzado a apoyar la investidura como única alternativa ante un gobierno del PP, orientaron toda la legislatura a un trabajo de desgaste que poco tenía que envidiar del papel de las derechas. Altos cargos técnicos de los cuerpos funcionarios boicotearon la aplicación de algunas de las medidas más importantes que el nuevo gobierno trataba de sacar adelante, y otras se quedaron en un cajón por falta de atrevimiento y miedo a no ser capaces de conseguir aprobarlas. El miedo al conflicto y al debate público llevaron en varias ocasiones a renuncias programáticas y a actuaciones pusilánimes. E incluso con todo esto, Zaragoza en Común fue capaz de ejercer como dique de contención contra las políticas de saqueo y expolio, y llegó a 2019 siendo uno de los gobiernos del cambio más dignos, honestos y consecuentes de todo el panorama estatal.

En 2021, la situación es muy diferente que hace apenas seis años. La mayor parte de candidaturas municipalistas surgidas en Aragón al calor de 2015 sin mimbres previos ni estructuras democráticas sólidas (entre ellas, toda la galaxia de “Aragón Sí Puede”) han desaparecido. Las diferentes fórmulas “En Común”, “Ganar” y “Cambiar” impulsadas por Izquierda Unida siguen funcionando con un porcentaje de representación relativamente estable, sin que su revestimiento de nueva política haya supuesto cambios significativos en sus formas ni contenidos (ejemplo claro es la entrada del Grupo Provincial IU - En Común de manera subalterna al PSOE en el gobierno de la DPZ). La decisión de Podemos Zaragoza de no incorporarse a Zaragoza en Común, sino de hacerle frente electoralmente, profundizó una derrota electoral que era previsible y facilitó el retorno del gobierno municipal a sus verdaderos dueños. Y sin embargo, experiencias recientes como el Espacio Municipalista por Teruel demuestran que es posible construir proyectos municipales también a contrapelo del ciclo, basados no en ilusiones fugaces sino en el trabajo de articulación con las luchas y los conflictos sociales.

Cualquier propuesta para esta nueva etapa pasa necesariamente por ese trabajo y por un ejercicio de generosidad colectiva: apertura de espacios verdaderamente democráticos de debate político real y toma de decisiones informadas, y reconocimiento de la autonomía y legitimidad de activistas con doble militancia (en las plataformas de poder popular y en nuestras propias organizaciones políticas). No puede haber poder popular alguno sin cualquiera de las dos partes.

Fin de ciclo

La entrada de Podemos y de Unidas Podemos en los gobiernos liderados por el PSOE, tanto a nivel estatal como en Aragón, supone un cierre de ciclo. Unidas Podemos accedió a los gobiernos en el punto en el que terminó el referéndum de Syriza por el OXI en Grecia y la capitulación de Tsipras: aceptando una derrota política frente a las imposiciones de la Troika y renunciando a la ruptura con el Régimen del 78. Se pasó del “Sí se puede”, y de la idea de alcanzar el gobierno como herramienta para transformar la sociedad, al cogobierno con el PSOE como fin en sí mismo, despreciando la posibilidad de evitar gobiernos de derechas con apoyo de investidura y negociaciones programáticas desde fuera de los gobiernos social-liberales.

Unidas Podemos está instalado en el discurso del “No se puede”: descubren ahora que estar en el gobierno no es tener el poder e incumplen sistemáticamente promesas como la derogación de la reforma laboral y la ley mordaza, la regulación de los alquileres, la congelación del precio de la electricidad, la reforma fiscal, etc. Y lo que es peor, tratan de contrarrestar su impotencia con una campaña de propaganda triunfalista y de difusión de noticias falsas que les hace perder toda credibilidad actual y de futuro. Podemos Aragón está demostrando ser el alumno aventajado en eso de vender como conquistas medidas que simplemente maquillan, como recientemente ha denunciado RAPA con el cambio de nombre del ICA a IMAR. Además, el Gobierno de Aragón sigue adelante con proyectos inaceptables como la ampliación de pistas de esquí en Castanesa, los regalos fiscales para la multinacional Amazon, el monocultivo de la industria porcina, la instalación de parques de aerogeneradores que exprimen el territorio, la eliminación del impuesto de sucesiones, el maltrato a la lengua e identidad aragonesa, más dinero para el deficitario Motorland, etc. Las élites aragonesas pueden estar contentas con este gobierno, como se ve en el buen trato que le da el Heraldo. Sin horizonte estratégico en Aragón y a nivel estatal, todo se centra en el cortoplacismo y en la obsesión por el relato y las redes sociales.

Podemos tiene futuro como partido político e incluso logrará gobernar en más ocasiones. Pero ha quedado totalmente amortizado como herramienta de cambio real. Habiendo sido en su inicio una palanca de impugnación del régimen, en la actualidad se ha convertido en un proyecto transformista útil y necesario para el apuntalamiento y la restauración sistémica. En este nuevo papel, es la necesidad de eliminar de su interior a los pocos sectores que todavía mantienen un horizonte de ruptura democrática lo que explica lo ocurrido en Adelante Andalucía, donde 11 diputados y diputadas de Anticapitalistas han sido expulsadas del grupo parlamentario incumpliendo todas las normativas al respecto y aprovechando la baja de maternidad de Teresa Rodríguez.

En este sentido, resulta paradójico el modo en que las compañeras y compañeros de IU-PCE han recorrido la cuadratura del círculo: de la desconfianza o el ataque más o menos directo a las nuevas formas de expresión política y su posterior manifestación electoral, al establecimiento de alianzas estables como vía no para la construcción de un frente amplio opuesto al social-liberalismo, sino para la entrada en sus gobiernos. Es cierto que en Aragón Izquierda Unida, a diferencia de Podemos y CHA, se ha mantenido al margen del gobierno frankenstein liderado por PSOE y PAR, pero en el plano estatal están siendo partícipes de las renuncias programáticas y del miedo al enfrentamiento. Esperamos honestamente que, a la hora de la verdad, no acaben jugando un papel como el que recientemente han ejercido en Andalucía y sepan apostar, como hasta ahora, por la construcción de procesos amplios y plurales como Zaragoza en Común.

Lo más preocupante de la deriva de estos últimos años no es la sensación de tirar por tierra una buena oportunidad para la izquierda transformadora. El gran peligro reside en que Unidas Podemos, estando dentro de los gobiernos del PSOE, no puede ser parte de la solución a la crisis económica y social que vivimos sino que se coloca como parte del problema. Sin referencias fuertes de izquierda enfrentadas a la gestión neoliberal-progresista de la crisis, se abona el terreno para que la extrema derecha se presente como la única alternativa posible.

Por todo esto, y tras más de un año de debates internos en Anticapitalistas, en 2020 tomamos la decisión de salir de Podemos. Un punto y final que ratificaba lo que ya era una realidad en Aragón y otras partes del Estado, y que venía a confirmar la derrota de nuestro proyecto para Podemos. No volvemos al principio, sin embargo: siempre se recomienza por el medio. De esta etapa salimos cargados de experiencia para enfrentar mejor el próximo ciclo y habiendo entrado en contacto con nuevas generaciones activistas y militantes. Estamos convencidos de que nuestra apuesta fue la correcta y de que la hipótesis de construcción de poder popular a partir de organizaciones amplias, democráticas y bien delimitadas con el social-liberalismo sigue siendo válida.

Recomenzar por el medio

La crisis de régimen que evidenció el 15M sigue hoy abierta, aunque con una pugna muy fuerte entre los intentos de agrandarla (Monarquía corrupta, derecho a decidir en Catalunya, conflictos y revueltas cada vez más comunes) y las operaciones de restauración. Los malestares sociales se expresan de formas diferentes a hace diez años, como indican los estallidos colectivos aislados (Black Lives Matter, libertad Pablo Hasél, etc.) y la profunda crisis del modelo territorial, que en Aragón está representada por la entrada de Teruel Existe al terreno electoral y su irrealizable pretensión de llevar a cabo una política de defensa del territorio despolitizada y transversal en el eje de clase. A su vez, la ola autoritaria y ultra-neoliberal internacional también hace efecto en el Estado español, con el crecimiento de opciones políticas de extrema derecha y presencia en las calles. La pandemia ha venido a profundizar un reflujo social que ya estaba en marcha, agravado por una sensación de desorientación en las izquierdas tras la formación de los cogobiernos con el PSOE. En este contexto, la tarea principal es combatir la desafección política y el discurso del no hay alternativa en dos planos: construyendo una voz de izquierdas creíble y con autonomía política, que no se subordine a la doctrina neoliberal ni se auto-relegue a la marginalidad; y empujando la aparición y consolidación de focos de poder popular a partir de las luchas.

Para que esto sea posible son necesarias varias cosas. La primera, una ampliación de las bases sindicales para incorporar a todos los sectores que llevan ya tiempo auto organizándose por fuera de las prácticas burocráticas y oxidadas del sindicalismo mayoritario: kellys, riders, trabajadoras del hogar, etc. La segunda, poner en el centro de los procesos de rearticulación política la impresionante experiencia de autodefensa colectiva y de construcción de un sujeto de clase que está suponiendo el movimiento por el derecho a la vivienda, fundamentalmente en Catalunya. La tercera, establecer relaciones de solidaridad activa con todos los procesos de impugnación que puedan evitar la consolidación de un cierre represivo, neoliberal y autoritario, aunque discursivamente progresista, de la crisis de régimen.

2021 no es 2011, pero la hipótesis de construcción de espacios amplios antineoliberales, en ruptura con el Régimen del 78, pluralistas y democráticos, sigue vigente. El repliegue en grupos pequeños, autorreferenciales y aislados de las mayorías sociales, no es una opción y no indicaría más que la propia impotencia y nula incidencia política. Seguir instaladas en 2014, reproduciendo discursos épicos y triunfalistas acerca de un contexto y de un Podemos que ya no existe, tampoco. Se abre una etapa compleja en la que las coyunturas serán cada vez más variables y mutables. Nuestra prioridad debe ser alimentar los conflictos que vayan surgiendo y construir un armazón capaz de evitar el vaciamiento de la calle. Combinando capacidad de respuesta pero también de iniciativa, trabajando para unificar las luchas de distintos sectores y avanzando hacia la articulación de un proyecto político transformador con ambición unitaria y de clase.

21/03/2021

Versión ampliada del artículo publicado originalmente dentro del especial #20voces10años15M organizado por Arainfo Noticias: https://arainfo.org/nunca-se-recomienza-por-el-principio-apuntes-para-un-fin-de-ciclo/

Pablo Rochela fue miembro la primera ejecutiva de Podemos Aragón y formó parte del equipo Echenique. Participó en la preparación de las Marchas de la Dignidad y del movimiento por el derecho a la vivienda.

Julia Cámara fue candidata con Zaragoza en Común en las elecciones municipales de 2019, concurriendo dentro del equipo de Pedro Santisteve y Luisa Broto. En 2011 era portavoza del movimiento estudiantil en Madrid y actualmente participa del movimiento feminista.

Ambos son militantes de Anticapitalistas Aragón.

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