El 53º congreso confederal de la CGT, que se celebró en Clermont-Ferrand del 27 al 31 de marzo de 2023, ha generado comentarios alarmantes y negativos en los medios de comunicación, en las redes sociales y, también, entre los militantes. La nueva secretaria general de la confederación, Sophie Binet, que no era candidata al puesto al inicio del congreso, habló en su discurso de clausura de un congreso difícil, que dio lugar a intercambios muy tensos e incluso a la violencia "que no tiene cabida en las relaciones entre militantes". ¿Qué ocurrió en este congreso que se celebró en pleno movimiento social contra la reforma de las pensiones impuesta por el gobierno Borne y en el que la CGT desempeña un papel central desde enero de 2023, tanto en la intersindical nacional que dirige la lucha como sobre todo en la construcción cotidiana de la movilización sobre el terreno?

En diciembre de 1995, en plena movilización general contra el plan Juppé, el 45º congreso confederal de la CGT estuvo impregnado del aliento de aquella lucha, con una fuerte efervescencia militante y la impresión compartida de que la Confederación recuperaba su fuerza y su capacidad de acción[1]. En cambio, en 2023, algunas de las y los delegados presentes en Clermont-Ferrand sintieron un sorprendente contraste entre lo que ocurría en la calle -con el éxito el martes 28 de marzo de una décima jornada de manifestaciones masivas- y en algunos sectores aún en huelga -como en las industrias de la electricidad y el gas, los transportes, la recogida de basuras, las refinerías- y el ajuste de cuentas al que dio lugar el congreso, oponiendo una CGT a otra, adoptando a veces la forma de escisión.

¿Qué significa que una organización parezca completamente replegada sobre sí misma, ofreciendo a los observadores y a los medios de comunicación presentes escenas de fuertes tensiones (invasión del congreso y de la tribuna por militantes de la federación profesional que impugnaban la composición de la delegación de la Unión Departamental de París), de agresividad entre militantes, de profunda desconfianza, incluso de debates muy desfasados de la realidad de la movilización, pero también del mundo del trabajo? ¿Es la CGT una organización en proceso de debilitamiento, de repliegue sobre sí misma, a causa de las divergencias que le atraviesan?

Por supuesto, para responder a estas preguntas, es necesario diferenciar entre lo que procede de la mecánica de un congreso, cada cual jugando el rol que quiere desempeñar y las dinámicas colectivas que surgen tras horas de debates agotadores en una sala casi oculta, y lo que se refiere a problemas más profundos, estructurales, en el seno de la CGT.

Un congreso confederal es cualquier cosa menos un momento de expresión democrática de las y los delegados representantes de los sindicatos de base; y ello a pesar de la retórica mantenida en la CGT, y más ampliamente en el mundo sindical francés, sobre el estatuto de los congresos[2]. Esta es una parte del problema, a saber, cómo organizar hoy, en las organizaciones militantes que reúnen a varios centenares de miles de afiliados, discusiones y deliberaciones verdaderamente colectivas y constructivas, que permitan a todas y todos apropiarse de los temas y tomar decisiones que vayan seguidas de acciones. En este artículo nos proponemos relativizar las tensiones que atravesaron este 53º congreso para entenderlas como un episodio más de la profunda crisis de liderazgo que vive la CGT desde principios de los años 2010. A continuación, volveremos sobre la relación de fuerzas que atravesó el congreso y sobre lo que dice acerca de los problemas a los que se enfrenta la confederación.

1 - Una crisis de liderazgo desde principios de la década de 2010
A ojos de determinados dirigentes de la CGT, la crisis que tuvo lugar durante el 53º congreso confederal y que desembocó en la elección inesperada de Sophie Binet, dirigente de la Unión General de Ingenieros, Directivos y Técnicos (UGICT), es la continuación indirecta de la que ya había sacudido a la confederación en el momento de la salida de Bernard Thibault en 2013.

Tras catorce años al frente de la organización y después de haber encarnado el regreso de la CGT a la primera línea del ámbito sindical -en particular por su papel durante el movimiento social del otoño de 1995-, Bernard Thibaut había intentado imponer a una mujer como futura secretaria general (Nadine Prigent, secretaria general de la federación de Sanidad). En ese momento, también optaron al cargo otros dos candidatos, abriendo una guerra de sucesión que duró nueve meses y que desembocó en el rechazo de la candidatura de Nadine Prigent por el Comité Ejecutivo Confederal (CEC), y después por el Comité Confederal Nacional (CCN). Sin embargo, la crisis sucesoria quedó aparentemente zanjada antes del 50º Congreso Confederal, con la adopción de una candidatura alternativa, la de Thierry Lepaon.

Ahora bien, este último tuvo que lidiar con un buró confederal particularmente dividido, recuperando a los sectores que habían apoyado a los distintos candidatos que fueron rechazados para el puesto de secretario general. Y, además, menos de dos años después, este nuevo secretario general tuvo que hacer frente a varios escándalos financieros, que pusieron en entredicho su integridad, teniendo que dimitir junto con todo el buró confederal en enero de 2015. Las largas negociaciones en el seno del CCN[3] desembocaron entonces en el nombramiento de Philippe Martinez, antiguo secretario de la federación metalúrgica, como secretario general de la CGT el 3 de febrero de 2015.

¿Podemos establecer un vínculo entre estas dos crisis de sucesión y considerar que la primera pesa aún sobre el curso de los acontecimientos actuales? Hay varios elementos que así lo sugieren, ya que estas dos crisis hablan de hecho de las dificultades actuales de la CGT para construir un equipo dirigente confederal. El acceso de Philippe Martinez a la dirección de la confederación fue el resultado de un episodio de guerras fratricidas en el seno de la confederación, al igual que ha sido un nuevo episodio de enfrentamientos violentos el que ha marcado su salida ocho años más tarde. Sin embargo, entre ambos congresos, Philippe Martinez se ha beneficiado de una cierta legitimidad en el seno de la organización y fue elegido sin problemas en el 51º congreso confederal y, luego, reelegido en 52º. Sin embargo, las alianzas internas en las que se basaba su liderazgo han cambiado significativamente a lo largo de este periodo. En 2016, con ocasión del 51º congreso confederal celebrado en Marsella, había dado esquinazo a lo que parece ser el ala más dura de la organización, aunque, por supuesto, es importante reflexionar sobre el significado de tales categorizaciones. Al criticar abiertamente la estrategia de sindicalismo de unidad llevada a cabo desde finales de los años 90 -es decir, la búsqueda de una unidad de acción lo más amplia posible, incluso con los componentes reformistas del campo sindical como la CFDT, la CFE-CGC, la CFTC o la UNSA-, Philippe Martinez se había comprometido entonces con federaciones como la Federación de la Química o con sindicatos departamentales como los de Bouches du Rhône o Val de Marne. Estas organizaciones defienden lo que consideran una línea de lucha de clases y están muy apegadas a la identidad de la confederación y a la afirmación de su papel dirigente en la organización de los trabajadores. También están muy atentas a cualquier deriva de la confederación hacia posiciones de apoyo o de aceptación de la retórica del diálogo social. Esta crítica a la estrategia del sindicalismo de unidad, junto a una postura considerada más combativa, también había tranquilizado a las federaciones profesionales muy implicadas en la construcción de movilizaciones colectivas -contra la Ley del Trabajo en 2016- como, de nuevo, la del sector químico (refinerías) y, también, el sector ferroviario y el de la electricidad y el gas, sobre las orientaciones propuestas. Pero durante este 51º congreso, en el que Philippe Martinez recibió el apoyo más amplio de la organización, ya se habían difundido listas alternativas a las propuestas por la dirección para la composición del Comité Ejecutivo Confederal. Las dos federaciones profesionales más importantes de la CGT, la de servicios públicos y la de sanidad, se sintieron poco representadas en la futura dirección colectiva.

En el siguiente congreso confederal, en 2019 en Dijon, Philippe Martinez vio cómo se reducía su apoyo. Se abrió un periodo de fuerte confrontación sobre la cuestión de la afiliación internacional de la CGT con varias federaciones -la de Comercio y Servicios, la de Química, así como varios sindicatos departamentales-. En efecto, una parte de las y los responsables militantes estaban en contra de la presencia de la CGT en la Confederación Europea de Sindicatos (que es efectiva desde 1999) y exigen el derecho a volver o a adherirse a la Federación Sindical Mundial (FSM). En este 52º Congreso, la dirección confederal se vio así desbordada por la votación de una enmienda que hacía posible la adhesión formal de las [distintas] organizaciones de la [confederación] CGT a la FSM (es el caso de la federación de Agroalimentación, Comercio y Servicios y la de Química). Como en otros congresos y en el que acaba de celebrarse, las tensiones internas en la organización cristalizaron en uno o dos puntos que están lejos de resumir todos los problemas y cuestiones que atraviesan la organización y, sobre todo, que a veces están muy lejos de la realidad que viven las y los militantes sobre el terreno.

Durante el periodo 2019-2022, y mientras Philippe Martinez se encontraba en su segundo mandato completo, aumentaron en el seno de la organización las críticas a la forma en que se decidía y aplicaba la política confederal. Sin duda, la secuencia de la crisis sanitaria contribuyó a reforzar la impresión de una dirección confederal autosuficiente, que tenía poco o nada en cuenta las posiciones defendidas por los diferentes componentes de la CGT y por las y los militantes con responsabilidades en diferentes órganos. Fue sobre todo en plena epidemia de la covid y durante el primer confinamiento cuando Philippe Martinez implicó a la CGT en la plataforma Nunca más, que reúne a diferentes organizaciones, asociaciones ecologistas y ONG ambientalistas con el objetivo de elaborar conjuntamente propuestas de lucha contra la crisis social y ecológica. La cristalización de una parte de militantes en contra de esta alianza proviene de la presencia de Greenpeace en el seno de esta plataforma (por sus acciones contra la energía nuclear), pero también es fruto de la forma en que se decidió la participación de la CGT en Nunca Más: sin debate previo en el sindicato.

Sin embargo, y más allá de estos puntos de tensión que estuvieron en el centro del 53º congreso, hay factores más estructurales que alimentan esta crisis de liderazgo y que hicieron que la composición de la nueva dirección confederal no pudiera decidirse antes de la celebración del congreso, un hecho sin precedentes en la CGT.

Una de las cuestiones sin resolver, que ya había alimentado la crisis sucesoria con la salida de Bernard Thibault, es la de la relación entre las federaciones de rama y la confederación, y la del papel que ha de desempeñar esta última.

Algunas de las federaciones reprochan a la dirección que no coordine suficientemente las movilizaciones sectoriales, en particular durante las grandes movilizaciones sociales, como las que se produjeron contra la Ley del Trabajo o la reforma de las pensiones en 2019-2020. La dirección confederal de la CGT no lograría, o ya no lograría, dar el impulso necesario para ampliar las movilizaciones y lograr la relación de fuerzas necesaria para hacer doblegar a los gobiernos decididos a acelerar la aplicación de un programa neoliberal en Francia.

Al mismo tiempo, esas mismas federaciones de rama no quieren que la confederación invada su territorio, proponiendo, por ejemplo, revisar su perímetro para adaptarlo a las transformaciones que han sufrido las empresas y el mundo del trabajo. Frente a estas contradicciones, las opciones que se han tomado desde el mandato de Bernard Thibault han consistido en estrechar la dirección confederal, reduciendo el número de miembros de la Comisión Ejecutiva Confederal y, sobre todo, de la Mesa Confederal. También consistieron en centralizar aún más el poder de decisión en manos del secretario general, evitando que los pesos pesados de la organización -secretarios de federaciones de rama o de sindicatos departamentales que gozan de cierto prestigio militante- fueran miembros del buró confederal, o incluso de la comisión ejecutiva confederal. Ante la dificultad de redefinir el lugar de la confederación como centro de impulso de la política sindical de la organización, la solución aplicada fue, pues, reducir las voces disonantes en el seno de la misma, debilitar los contrapoderes. Este proceso culminó bajo el último mandato de Philippe Martinez, a quien a menudo se le reprocha haber tomado decisiones importantes para la CGT en solitario o con el apoyo de un círculo muy reducido -la participación en la plataforma Nunca más, el acercamiento a la Fédération Syndicale Unitaire (FSU)[4]-, pero también haber utilizado el buró confederal y el comité ejecutivo como órganos de consulta y no como espacios de debate y elaboración colectiva. Quizás sea este modo de funcionamiento, factor y resultado de la crisis de dirección, el que podría ser revisado por la nueva dirección de la CGT.

2 - Un acercamiento de las oposiciones en el 53º congreso confederal
Un sector amplio de militantes ya presagiaba que el 53º congreso confederal no pintaba bien para la dirección saliente de la CGT, ya que en los meses previos se produjeron numerosas manifestaciones de desacuerdo con determinadas decisiones tomadas en la cúpula de la organización. De hecho, se fueron sumando varios elementos de descontento que hicieron posible una coalición de los diferentes sectores críticos, sin que necesariamente hubiera acuerdo entre ellos sobre las opciones a impulsar en un futuro próximo para fortalecer la CGT.

Aunque la CGT sigue desempeñando un papel motor en la dinámica de movilización del mundo del trabajo en Francia, desde 2017 ha perdido su posición de primer sindicato en términos de resultados electorales en el sector privado y, por tanto, la primera posición en el resultado global de la representatividad sindical, en beneficio de la CFDT. En parte, esto se debe a que la CFDT tiene una mayor presencia que la CGT en un abanico más amplio de empresas y consigue ganar muchos más votos entre el personal profesional y directivo. Además, la CGT no ha conseguido superar la barrera de las 650.000 personas afiliadas, con una tendencia al estancamiento de la afiliación, o incluso a un ligero descenso según los años; y, sobre todo, tiene dificultades para evitar una elevada rotación de las nuevas afiliaciones. Estos elementos son importantes porque contribuyen a dar la impresión, incluso internamente, de una organización en retroceso y alimentan las polémicas sobre las soluciones a adoptar

En mayo de 2022, Philippe Martinez anunció a los miembros del Comité Ejecutivo Confederal que no se presentaría a un nuevo mandato y designó a su sucesora en la persona de Marie Buisson, secretaria de la Federación de Educación, Investigación y Cultura (FERC). Con ello, Philippe Martinez asumió las modalidades históricas del traspaso de poderes en la CGT, a saber, que el secretario general saliente designara a quien le sustituiría. Hasta mediados de los años 90, esta designación se hacía con el consentimiento del PCF, con la norma implícita de que el secretario general de la CGT debía ser miembro del buró político del partido. El distanciamiento del PCF dio lugar a una autonomización en el proceso de designación del máximo dirigente de la CGT, pero sin que se revisaran o discutieran las modalidades de este proceso.

En la CGT no se hace campaña para convertirse en cuadro de la organización o en uno de sus dirigentes, ni a nivel de los sindicatos departamentales ni a nivel de las federaciones rama y, mucho menos, a nivel de la confederación. Las y los militantes son cooptados por los dirigentes en funciones, y son cooptados para convertirse, a su vez, en dirigentes. Esta forma de hacer las cosas tiene como contrapartida que quienes se presentan a un puesto no están bien vistos internamente: uno de los candidatos a suceder a Bernard Thibault, en 2013, pagó el precio.

Así pues, no existe una confrontación abierta y organizada entre candidatos y candidatas que presentan programas alternativos y un futuro equipo de dirección. Así, Philippe Martinez actuó de forma parecida a sus predecesores e incluso pensó en innovar presentando a una mujer para sucederle, allí donde Bernard Thibault había fracasado.

Sin embargo, la candidatura de Marie Buisson adoleció desde el principio de falta de legitimidad. En efecto, esta dirigente sindical es poco conocida fuera de su federación (la FER- Educación, investigación y cultura-) entre las y los militantes, y su federación no forma parte de las grandes estructuras de la CGT, de las que o bien cuentan con el mayor número de afiliación o bien desempeñan un papel central en la movilización social con capacidad de realizar huelgas renovables. Y, además, la FERC es minoritaria en su ámbito, dominado por otras organizaciones como la FSU, debido a la historia del sindicalismo en Francia en el mundo de la enseñanza.

Philippe Martinez impulsó a Marie Buisson destacando tres elementos, de los cuales los dos últimos resultaron negativos para ella: el hecho de ser mujer y de adoptar posiciones feministas, el hecho de haber contribuido al lanzamiento de la plataforma Nunca más y de estar implicada en su animación[5] y, finalmente, el hecho de asumir el balance del equipo saliente. Habiendo obtenido un voto favorable del CEC para esta candidatura en mayo de 2022, Philippe Martinez no se planteó hacerla validar por el CCN, lo que desencadenó fuertes protestas internas sobre la manera de proceder, eligiendo a una militante que nunca había tenido responsabilidades mayores a nivel confederal en la gestión de un tema o de una movilización.

La protesta interna creció así en relación con el método de nombramiento, considerado demasiado vertical y poco concertado, pero también con lo que Marie Buisson encarnaba a los ojos de muchas y muchos: una acción militante volcada hacia el exterior de la organización, hacia la creación de vínculos con otro tipo de colectivos, asociaciones y ONG ecologistas. Marie Buisson intentó plantear la necesidad de que había que integrar el fin de mes [la cuestión social] y el fin del mundo [la cuestión ecológica], pero sin conseguirlo, ya que ella nunca hizo campaña, planteando una voz diferente a la de Philippe Martinez.

Las organizaciones más críticas con la dirección, en particular las que reivindican en su afiliación a la Federación Sindical Mundial (FSM), anunciaron muy rápidamente que presentarían una candidatura alternativa con Olivier Mateu, secretario general del sindicato departamental de Bouches du Rhône (la 2ª UD de la CGT). No es la primera vez en la historia de la CGT que el ala de la lucha de clases intenta hacer emerger un candidato distinto al designado por el secretario general saliente. En esta ocasión, la diferencia fue que Olivier Mateu se benefició de una verdadera visibilidad mediática. Sin embargo, como ocurrió en otros congresos, el sindicato departamental que lo presentó para su elección al comité ejecutivo confederal -paso previo con la esperanza de ser designado después por el buró confederal- no respetó las reglas adoptadas por el CCN, es decir, la necesidad de que cada estructura proponga a un hombre y a una mujer. La UD de Bouches du Rhône propuso a dos hombres, al igual que otras estructuras de la oposición, cargándose así el criterio para establecer un mayor equilibrio de género entre las y los responsables de la organización. Estas reglas no están escritas en los estatutos de la CGT, pero fueron añadidas por el CCN hace varios congresos para favorecer un mayor acceso de las mujeres a puestos de responsabilidad[6].

Una de las batallas protagonizadas el primer día del 53º congreso de Clermont-Ferrand por una parte de las organizaciones que impugnaban la línea Martínez, consistió en señalar el carácter no estatutario de estas normas para hacer elegible a Olivier Mateu para el CEC.

Si la candidatura de este último no preocupaba realmente a la dirección saliente por su carácter no estatutario, la aparición de una tercera opción enturbió las cartas. En efecto, algunas de las federaciones de rama más implicadas en la movilización contra la reforma de las pensiones –Ferroviarios, Minas Energías, la Unión Federal de Sindicatos del Estado- se unieron para promover una nueva candidatura. Para sortear las acusaciones de la dirección saliente sobre la prevalencia de representaciones misóginas en la CGT, estas federaciones se pusieron de acuerdo sobre la persona de Céline Verzeletti, cosecretaria de la Unión Federal de Sindicatos del Estado, miembro del buró confederal desde 2015. Se trataba, por tanto, de una dirigente destacada, implicada en la gestión de varios temas (entre ellos, el seguimiento de la movilización). Unas semanas antes del congreso confederal, cuando es tradicional no hacer campaña, Céline Verzelleti declaró ante los medios de comunicación su disposición a asumir la dirección de la CGT.

Cuando se inauguró el congreso confederal, la relación de fuerzas se dividió en tres bloques: un polo de apoyo a la dirección saliente y a la candidatura de Marie Buisson, compuesto en gran parte por sindicatos departamentales y federaciones como las de actividades postales y de telecomunicaciones (FAPT) o la de la metalurgia; un polo crítico con el espíritu de lucha de la confederación y su capacidad para coordinar las luchas, reunido en torno a la candidatura de Céline Verzelleti, y un tercer polo que agrupaba a las organizaciones que habían roto claramente con la dirección, en particular por su pertenencia a la FSM, en torno a la candidatura de Olivier Mateu. La confluencia entre los dos últimos bloques se puso de manifiesto en un acontecimiento sin precedentes en la historia de la CGT: el rechazo, por una mayoría muy ajustada, (50,32% de los votos) del informe de actividad [balance de la dirección saliente]. Esta confluencia fue el resultado de la acumulación de críticas a la forma de gobierno de la dirección saliente, que se percibía como muy vertical. Estos últimos esperaban debates tensos sobre el informe de orientación (para los próximos tres años) y sobre la elección del o la secretaria general, pero probablemente no una sanción semejante de la actividad pasada. Los elementos que más influyeron en esa valoración negativa fueron la implicación descoordinada de la CGT en el colectivo Nunca más y la aceleración del proceso de acercamiento a la Fédération syndicale unitaire (FSU), un proceso anunciado desde hace tiempo, pero, una vez más, dirigido desde arriba, sin implicación real de los órganos de la CGT.

Además, la actual movilización social contra la reforma de las pensiones, aunque excepcional por su alcance -con una participación masiva en las jornadas de manifestaciones- y su duración, no ha favorecido a la dirección saliente, como cabía pensar y como podría haber ocurrido en otros congresos (en 2016, por ejemplo, con la movilización contra la Ley del Trabajo). Mientras que Philippe Martinez ha valorado mucho la contribución y la fuerza de la intersindical (que reúne a todos los sindicatos franceses), la percepción que tienen de ella los militantes es más desigual. El alto perfil mediático del secretario general de la CFDT, Laurent Berger, desde el inicio del movimiento -hasta el punto de que algunos comentaristas han sugerido que asumía el liderazgo del movimiento- resulta ciertamente molesto en las filas de la CGT.

En efecto, es la primera vez desde hace más de una década que la CFDT se implica realmente en una lucha social contra la aplicación de las reformas neoliberales en Francia. En 2018-2019, cuando el gobierno de Édouard Philippe ya había intentado imponer una reforma del sistema de pensiones por puntos, la CFDT se mostró a favor. En las empresas y en las administraciones, los militantes de la CGT se codean a diario con los sindicatos de la CFDT, que suelen comprometerse con la retórica del diálogo social. Si la firmeza de la CFDT, que se pronunció en junio de 2022 en su último congreso contra el aumento de la edad de jubilación, sorprende hoy, a los ojos de los militantes de la CGT no borra los años de apoyo a las reformas neoliberales.

El rechazo del informe de actividad el segundo día del congreso tuvo varias implicaciones. En primer lugar, la comisión encargada del documento de orientación eliminó de él todos los puntos que podían plantear problemas, con el fin de evitar un nuevo voto negativo. Los esperados debates sobre la cuestión del compromiso de la CGT con la causa ecologista apenas tuvieron lugar, al igual que los relativos a la dinámica de acercamiento con la FSU y Solidaires. En segundo lugar, la dimensión traumática de la votación -el rechazo del balance de los últimos cuatro años- provocó la reacción de las estructuras más legitimistas de la organización, los sindicatos departamentales, pero también de las y los delegados preocupados por no ver a su organización hundirse en una nueva crisis. En tercer lugar, es posible que los adversarios de la dirección sobreestimaran esta primera victoria. El tercer día del congreso, Olivier Mateu envió un tuit en el que proponía codirigir la confederación con Céline Verzelleti; sin embargo, aunque las distintas oposiciones acordaron sancionar a la dirección saliente, no compartían la misma concepción del tipo de sindicalismo que se debe promover, en particular en relación a la afiliación internacional. Varias organizaciones o militantes que apoyaron la candidatura de Céline Verzeletti no están a favor de afiliarse a la FSM, aunque critican la falta de acción y de dirección de la CES. Por último, la candidatura de Céline Verzeletti se vio algo debilitada por el hecho de pertenecer a la dirección saliente. Incluso era una de las más antiguas del Comité Confederal, al que se incorporó en 2015.

Estos diferentes elementos permitieron a la dirección saliente hacer validar por el CCN la lista que proponía para el Comité Ejecutivo Confederal sin incluir a Olivier Mateu. Esta votación tranquilizó al equipo cercano a Philippe Martinez, haciéndoles pensar que la victoria de Marie Buisson seguía siendo la conclusión inevitable a pesar de la sanción del informe de actividad. Lo que ocurrió a continuación demostró que estaban equivocados. Al negarse a formar un buró confederal abierto a unos pocos opositores -los del 2º polo- Marie Buisson, ella misma muy mal elegida por el congreso, perdió toda posibilidad de ganar. Tras horas de reuniones de la CEC y del CCN, el último día del congreso, in extremis, emergió otra candidatura: la de Sophie Binet.

3 - Heridas y cuestiones sin resolver
Aunque este 53º congreso estuvo marcado por violentos intercambios entre militantes, incluso en los órganos de dirección, y reveló profundas divisiones en el seno de la militancia, tuvo un resultado relativamente positivo. Tanto por el perfil de la nueva secretaria general -una mujer joven, muy comprometida con la lucha feminista en la CGT y fuera de ella- como por su trayectoria, lo que hace albergar esperanzas en su capacidad para crear las condiciones necesarias de forma que la confederación salga por fin de esta crisis de liderazgo.

Sophie Binet conoce bien los diferentes parámetros de esta crisis porque fue miembro del buró confederal bajo Thierry Lepaon. Desgastada por este episodio, se dedicó entonces a la dirección de la Unión General de Cuadros y Técnicos, organización que sigue siendo un laboratorio de reflexión en el seno de la confederación. Por otra parte, siempre ha estado en contacto con colectivos y organizaciones ajenos a la CGT, mostrándose como una de las dirigentes de la organización más capaces de establecer puentes entre los sindicatos y otros colectivos de lucha. Esta es, por otra parte, una de las paradojas de este congreso al haber llevado al frente de la CGT a una militante muy abierta a la cooperación con otros movimientos sociales, mientras que uno de los puntos de tensión contra la dirección saliente provenía de la participación en la Plataforma Nunca Más.

Otro elemento que permite esperar una superación progresiva de la crisis de liderazgo proviene del hecho de que Sophie Binet fue elegida con un buró confederal que no está a su servicio, que no está vaciado de toda oposición, sino que, por el contrario, incluye a secretarios generales de poderosas federaciones y hasta ahora muy críticas, como Laurent Brun de Ferrocarriles o Sébastien Menesplier de Minas y Energía. En lugar de ignorar a los sectores críticos del segundo polo, Sophie Binet los integró. Por tanto, podemos pensar que el Comité Confederal puede volver a ser un lugar de debates, pero también de elaboración de una línea sindical compartida. Esta será la condición necesaria para afrontar los diferentes retos que tiene la organización. Uno de ellos se refiere al ejercicio de la democracia interna en la CGT. ¿Cómo pensar en procedimientos de selección de dirigentes que permitan la expresión de verdaderos debates de ideas y confrontaciones de prácticas? ¿Cómo conseguir que estos debates sean objeto de una verdadera apropiación por parte de la militancia, pero también de la afiliación? La idea de organizarse en tendencias se plantea a menudo como un fantasma en la confederación, con el temor de una escisión. Pero, ¿cómo reunir diferentes sensibilidades sin que esto se convierta en conflictos interpersonales, en una forma de lucha por ocupar espacios? Un segundo eje de trabajo concierne, por supuesto, a las dinámicas de crecimiento de la CGT, de adaptación de sus estructuras a las transformaciones que se han operado en el mundo del trabajo y, también, en las empresas. ¿Cómo poner en marcha verdaderas dinámicas de sindicalización que permitan, en particular, a las y los trabajadores precarios, encontrar su lugar en la organización? Por último, un tercer ámbito de trabajo consiste en reforzar los espacios de debate y de elaboración sobre la lucha contra la discriminación, contra la violencia sexista y sexual, y en la defensa del medio ambiente en el seno de la CGT para que las y los militantes se sientan confiados, y no acusados, por trabajar una cooperación con grupos ajenos al sindicato.

Sophie Béroud, politóloga, Universidad Lyon 2

Notas:

[1] Sophie Béroud, Elyane Bressol, Michel Pigenet, Jérôme Pigenet, dir., La CGT (1975-1995). Un syndicalisme à l’épreuve des crises, Nancy, Arbre Bleu éditions, 2019.)

[2] “Les congrès syndicaux, un objet d’étude sociologique?”, Socio-logos, n°11, 2015, https://journals.openedition.org/socio-logos/3041

[3] El Comité Confederal Nacional (CCN), a menudo denominado parlamento de la CGT, está compuesto por las y los secretarios generales de los sindicatos departamentales (UD) y de las 32 federaciones de rama. Cuenta con 128 miembros. El Comité Ejecutivo Confederal se elige en los congresos confederales y cuenta con unos 60 miembros (66 elegidos en el congreso de 2023). Es responsable de la gestión de la organización junto con el Buró Confederal, elegido entre sus miembros.

[4] La FSU agrupa a los sindicatos del personal de la educación nacional y de la administración local. En parte es heredera de los sindicatos que estuvieron próximos al PCF pero que optaron por independizarse de la CGT y de la CGT-FO en 1947-48. La idea de que el FSU pudiera unirse hoy a la CGT se lleva debatiendo desde principios de la década de 2000.

[5] “Plus jamais ça!” Reconstruire ensemble un futur écologique, féministe et social”, Mouvements, vol. 105, no. 1, 2021, pp. 148-159.

[6] La paridad se introdujo de forma estatutaria para el Comité Confederal de la CGT en 1999. El objetivo es promover la paridad en las candidaturas al CEC que se someten al voto de los delegados en el Congreso. https://rapportsdeforce.fr/classes-en-lutte/lelection-de-sophie-binet-modifie-les-equilibres-dans-la-cgt-040117555

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