[El próximo día 27 tendrá lugar en Bilbao una jornada de debate en torno a las nuevas formas del activismo feminista (http://www.vientosur.info/spip.php?article12110) organizadas conjuntamente por VIENTO SUR y FeministAlde! A continuación publicamos dos textos que abordan esta problemática.]

Empezando por mi

Miren Aranguren

No llego a comprender qué cambios nos deparará el siglo XXI. Tengo claro que han cambiado definitivamente las formas de comunicarnos, de recibir información, los modelos de militancia y de organización, las formas de entender el compromiso… Además, cada día escucho que vivimos en medio de una crisis sistémica o que estamos sumergidas en una crisis civilizatoria, y que es urgente que impulsemos [más] cambios. Diría que todxs miramos con asombro por el ojo de la cerradura a esas nuevas realidades. Ninguna de las creencias/ideas del siglo anterior nos sirven para explicar lo que hoy está sucediendo; parece que tenemos dificultades para explicar las novedades que presenta este siglo y su relación con el pasado. Y diría que somos muchas las que no vemos nada claro en qué dirección y, sobre todo, cómo incidir en la realidad pero soñamos con un cambio radical.

Otra idea que tengo clara tiene que ver con el feminismo. Diría que no es un movimiento que está en una crisis grave o una lucha en horas bajas. En cualquier planteamiento de cambio, el feminismo se ha convertido en un criterio político que ha ganado mucha autoridad, y hoy es un proyecto político que cuenta con todos los ingredientes para la construcción de un nuevo modelo social. El feminismo se ha convertido en un instrumento indispensable para adaptarse a los nuevos retos que nos han surgido en el siglo XXI, y también indispensable para encaminarnos a cambiar el actual modelo económico, político y social. Por ejemplo, para explicar la conexión entre la crisis de los trabajos remunerados y del trabajo reproductivo; para unir la sostenibilidad del medioambiente y la soberanía alimentaria con una nueva gestión del cuidado, el cuerpo y la tierra; en el sistema educativo, para darnos cuenta de la importancia de las desigualdades o para entender que las identidades y deseos de las personas hay que verlos desde muchas perspectivas.

La teoría y la práctica feminista nos han traído muchos nuevos interrogantes. Sin embargo, es verdad que las luchas feministas han cambiado mucho. Cada vez somos más las feministas que trabajamos en diferentes ámbitos de la vida social, en la academia, en la euskalgintza, en la cultura, en la música, en el periodismo… Pero esto ¿ha tenido esto alguna incidencia en el movimiento feminista? ¿De qué tipo? ¿Ha impulsado la auto-organización de las mujeres? ¿Es eso lo que hay que reforzar? ¿Podemos decir que tenemos más fuerza? Pero, ¿de qué tipo?

Hace tiempo Simone de Beauvoir nos dijo que el feminismo, además de ser el camino para el desarrollo de nuestra vida personal, es el camino para luchar juntas. Es decir, no es solamente algo que una piensa y que puede hacer, sino que inevitablemente nos tiene que llevar a participar en algo más global. Además de lo individual, implica lo colectivo. Exige una práctica política en común. Yo también creo que aunque la acción empiece en cada una de nosotras, ha de implicar también inter-relación. El movimiento de nuestros cuerpos, por las conexiones que tenemos con lxs demxs, exige colectividad. Nuestras propuestas son realmente radicales, y adquieren carácter político cuando las compartimos y las hilamos en común.

Y al colocarme en una sociedad cada vez más individualizada, miro con preocupación el desprestigio que ha sufrido la militancia. No sólo en el feminismo, pero también en él. Diría que hemos pasado del sacrificio al hedonismo, y esto también ha impactado en la militancia. Hemos pasado de pensar que quien no militaba era cobarde a pensar que quien milita es bobx. Nos cuesta mucho dejar de lado nuestros intereses personales y nuestras características y sumergirnos en lo colectivo. Y me atrevería a decir que en el feminismo también sucede lo mismo últimamente.

“Hemos aprendido a andar hace tiempo, sin que nos coja el lobo de la mano” decía la canción. Y tengo la sospecha de que el lobo nos ha cogido de la mano en lo que se refiere a la organización. Démosle más importancia a la construcción en colectivo. Ya que el cambio profundo se va a construir en base a las relaciones entre las personas. Organización y lucha, ¡qué clásico! ¿Quizás haya que recuperarlo? Empezando por mí.

24/2/2016

http://www.berria.eus/paperekoa/1955/019/001/2016-02-24/nigandik_hasita.htm

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Compromiso colectivo: siguiendo por nosotras

Tere Maldonado

No podemos negar que las cosas ya no son como eran antes, times are changing, tal y como cantaba Bob Dylan hace medio siglo largo. Tanto en nuestras vidas privadas como en la convivencia colectiva. En las relaciones personales como en las laborales. En el deporte como en el arte. En la educación como en el periodismo. En la actividad política como en la militancia. Y en esta última precisamente quiero detenerme.

Antes, cuando no conocíamos la palabra “activismo” sólo hablábamos de militancia. Se puede pensar que son casi sinónimos. Puede ser. Yo, en cambio, considero que tienen matices y connotaciones diferentes. A algunas personas no les gusta la palabra militancia porque guarda un rastro demasiado claro del militarismo. De acuerdo. Pero también la hemos provisto con otros significados, en especial con los relacionados con el compromiso colectivo. Militante no era quien defendía una causa por su cuenta, en abstracto ni de forma teórica; ni quien se posicionaba a favor de unas ideas en la panadería, en el bar o entre compañerxs de trabajo. Militante era quien iba a pegar carteles; quien participaba en las reuniones; quien, sacando ratos del tiempo libre, metía horas intentando construir algo colectivo. Ser militante era y es pertenecer a un grupo. La militancia de los movimientos sociales, además no es como la de los partidos políticos, donde se busca el premio de los votos. Nuestra militancia es a cambio de nada.

En la línea que planteaba Miren Aranguren (Nigandik hasita, Berria, 24/02/2016), muchas pensamos que el quid de la cuestión está en el compromiso colectivo. Pero, como ella misma indicaba, nuestra sociedad cada vez es más individualista. También parece claro (preguntad a los obispos) que es más hedonista. Las feministas somos hedonistas, ni que decir tiene, en la medida que defendemos el placer, y hemos tenido que defender también a menudo que las mujeres somos individuos. Al mismo tiempo, la palabra “compromiso” nos trae una serie de ecos, no muy del gusto de las personas hedonistas, vinculados a los conceptos de obligación, de responsabilidad, de hacerse cargo. Demasiadas huellas para nuestro cuerpo de la tradición judeocristiana que rechazamos con entusiasmo. Genial. Ya tenemos los principales ingredientes para promover el activismo individual en detrimento de la militancia colectiva. Tal vez por ahí se vislumbran algunas de las razones del desprestigio del compromiso colectivo que menciona Aranguren.

Al concepto de activismo le veo yo semejanza, de alguna manera, con los happenings y las performances en el terreno del arte. Es más individual que la militancia. Más posmoderno. Más ligero. Más llevadero. En el activismo no tiene porqué haber continuidad. Puede darse de vez en cuando, en función de las ganas. Para ser activista no tengo porqué ponerme de acuerdo con nadie, mucho menos a largo plazo, conmigo misma es suficiente, o con mis amigas más próximas. En último término, en la sociedad líquida pueden organizarse acciones de forma suelta y puntual, una aquí, otra allá, sin demasiada conexión. No estoy diciendo, claro, que no deba haberlas (concretamente performances o activismo feminista), estoy diciendo que considero necesario también el compromiso colectivo. Es decir: actuar como miembro de un grupo (en caso de quererlo, claro). Estoy hablando de la idea que estaba detrás de aquel eslogan feminista “Mujer, organízate y lucha”. Eso es lo único que puede construir un movimiento social influyente y efectivo. En los momentos de gran efervescencia mucha gente se acerca, pero hay otros muchos intervalos de tiempo en los que los focos se apagan, la atención mediática desaparece, y ahí también es necesario mantener los rescoldos. En caso de así quererlo, claro, se trata de una decisión personal, pero que sólo puede materializarse y tomar cuerpo ante un colectivo, en un grupo. El compromiso puede cambiarse, por supuesto, o suspenderse (no desde luego de cualquier manera, ni tratando desconsideradamente al grupo o a las personas que lo forman). La militancia tendrá similitudes con el activismo y con el voluntariado, pero no se confunde con ninguno de ellos.

Como decía Aranguren, las feministas nos hemos desplegado por numerosos espacios, y eso es algo de lo que alegrarnos. Es a la vez causa y efecto de la propagación del feminismo. Estamos en multitud de campos y profesiones, y hemos de llegar a muchas más todavía. Pero no deberíamos confundir nuestra postura personal en distintos espacios (cuando vamos a por el pan o en el trabajo) con la militancia. Esta es más intensiva. Planificada. Estratégica. Acordada en grupo. La militancia no puede consistir sólo en rellenar el tiempo libre con actividades interesantes para enriquecer la vida personal. La militancia plasma el giro que el feminismo proclama en la definición de lo político. Supone una implicación en lo común, en lo que es de todas. No de forma puntual, hoy sí pero mañana me voy a la playa (habitual dilema de muchas de nosotras militantes hedonistas). De nuevo, las palabras de Aranguren: “Aunque empiece en cada una, la acción ha de implicar interrelación”. A la fuerza. La clave de la política del Movimiento Feminista está en trabajo colectivo. Hay cosas que sólo podremos hacer en comú. No al modo de un rebaño, por supuesto, las feministas somos muy mal mandadas; únicamente mediante una participación activa y crítica. Empezando por mí, siguiendo por nosotras.

17/07/2016

http://www.berria.eus/paperekoa/1832/014/003/2016-07-17/konpromiso_kolektiboa_gugandik_jarraituz.htm

Traducción: FeministAlde!

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