Este trabajo se redactó hace más de un año. No se concibió como comentario a
los hechos más recientes en Cuba. Estos, sin embargo, han vuelto a poner el
tema sobre el tapete. Aquí presentamos una versión abreviada del documento
original, al cual añadimos unas secciones al final sobre el momento actual.

La dictadura del proletariado y la democracia socialista

Empecemos con una precisión. Como marxistas pensamos que entre el
capitalismo y el socialismo ha de existir una etapa de transición, que en
cuanto a su dimensión política se ha llamado (de Marx para acá) dictadura
del proletariado. El término dictadura puede prestarse a confusión. Tiene
como premisa la concepción marxista de que en cierto sentido todos los
estados son dictaduras: en el sentido de que están comprometidos con la
reproducción de ciertas relaciones de clase, es decir, con la reproducción
del dominio de determinada clase social. En ese sentido, el más democrático
de los gobiernos burgueses es una dictadura, pues debe garantizar la
reproducción del dominio político y económico de la burguesía.

Y es en ese sentido que un estado obrero puede describirse como dictadura
del proletariado: es un aparato estatal que existe para bloquear y
desarticular, por vía de la represión de ser necesario, la restauración del
poder político de la burguesía, de la propiedad privada de los medios de
producción, de la explotación del trabajo por el capital y para repeler
cualquier agresión externa que tenga tales fines. Todas las revoluciones
anti-capitalistas han tenido que enfrentar tales intentos de restauración y
de agresión imperialista. Ejemplo de estos son las acciones de legítima
defensa de Cuba ante la agresión imperialista, como el trabajo de los cinco
cubanos ahora presos en cárceles norteamericanas, infiltrando y tratando de
desarticular grupos terroristas que operan desde Florida. Por eso apoyamos
la campaña por la excarcelación de dichos prisioneros. Y apoyamos a Cuba
contra cualquier medida de agresión imperialista.

Pero la dictadura del proletariado no es ni puede ser dictadura sobre el
proletariado. Es decir, como superación de la democracia burguesa, implica
un amplio florecimiento de la democracia socialista, no sólo en términos de
amplias conquistas sociales, sino como salto cualitativo en la participación
política de las grandes mayorías. Esto implica, entre otras cosas, el
ejercicio del poder estatal por delegados electos democráticamente (y
renovados regularmente). Implica el derecho de los trabajadores a ser
nominados o a nominarse a tales puestos, a formular y presentar propuestas
sobre los problemas que pueda enfrentar el taller, la comunidad o el país.
Implica el derecho de los trabajadores a organizarse de acuerdo a sus ideas
respecto a diversos temas, a reunirse para crear tales organizaciones, a
buscar apoyo para sus posiciones, a debatir con posiciones opuestas, a
difundir sus ideas en la prensa o a través de actividades públicas. Estos no
son derechos burgueses: sin estos derechos la clase obrera no puede
gobernarse a sí misma, no puede autodeterminarse.

Nada de esto implica caer en los carnavales electoreros que todos
conocemos, mucho menos en las campañas publicitarias típicas de las
elecciones en el capitalismo. Tan sólo implica garantizar libertad de debate
y expresión a todos, en los diversos organismos.
Claro está: cuando hablamos del derecho de los trabajadores (y los
habitantes en términos más generales) a crear diversas organizaciones, no
estamos hablando del derecho a conspirar para derrocar el estado
revolucionario. O el derecho a colaborar con los servicios de inteligencia
imperialistas. O de preparar atentados contra funcionarios o instalaciones.
O recibir dinero de la CIA o sus frentes. Todo eso puede y debe estar
prohibido (cuán estrictas serían estas disposiciones sería algo a
determinarse en cada caso). Violaciones a estas leyes deben ser castigadas
por los tribunales. No creemos que ninguna revolución, en un mundo hostil,
pueda sobrevivir sin tales medidas. Pero se trata de delitos que la ley debe
definir, que los fiscales deben probar y de los cuales los acusados deben
tener derecho a defenderse.
Pero hay que insistir que la democracia socialista no es un lujo, no es un
aderezo bonito al proyecto de los comunistas: la única forma que tiene la
clase obrera de elaborar una política que corresponda a sus intereses es a
través de la libre expresión de su parecer, lo cual implica debate de
posiciones divergentes, elección de funcionarios de acuerdo, no sólo a sus
cualidades personales, sino a las ideas y propuestas con que se han
identificado.

El balance del siglo XX

La construcción del socialismo implica remplazar la regulación de la vida
social a través de la acción de las anónimas leyes del mercado, que operan
ciegamente a espaldas de la comunidad, por un control conciente y
planificado de la producción material. Las leyes del mercado, sin embargo,
pueden remplazarse por dos tipos de gestión.

Se puede colocar en lugar del mercado una gestión burocrática, organizada
por centros que actúan sin control democrático, que presiden sobre una
jerarquía autoritaria, marcada por la existencia de privilegios materiales
en los sectores que monopolizan el poder político. Es lo que existía en el
bloque soviético. Es lo que existe en China (junto a la creciente presencia
del capital privado). Las consecuencias a mediano y largo plazo de tal tipo
de organización están a la vista: creciente malgasto de trabajo y
materiales, incapacidad de fomentar entusiasmo o creatividad de los
productores, falseo de la información económica, baja calidad de los
productos, creciente rechazo de los trabajadores de tal estado de cosas,
creciente desprestigio, en fin, del socialismo y creciente crisis de la
administración burocrática, algunos de cuyos sectores van convirtiéndose en
los agentes de una eventual restauración del capitalismo.

La restauración del capitalismo en la URSS fue un golpe terrible para la
clase obrera. Pero esto no ha sido consecuencia de una conspiración de la
CIA o de una repentina traición de Gorbachov. ¿Quién puede pensar que una
clase obrera que había ejercido el poder político por setenta años, que se
sentía dueña de su estado, se dejó convencer por la propaganda de la CIA o
del Papa y permitió que Gorbachov y dos o tres traidores le arrebataran el
poder político? ¿Acaso no es evidente que desde hace décadas la clase obrera
había sido expropiada políticamente por un aparato burocrático, que se
encontraba como clase en un lamentable estado de atomización y
desmoralización, atomización impuesta por esa falta de democracia socialista
y por la amenaza de represión de un gobierno que con buena parte de sus
medidas no hacia más que desprestigiar el socialismo y que esas
consecuencias del régimen burocrático crearon las condiciones que condujeron
al colapso de la URSS? La necesidad de romper definitivamente con el
stalinismo, de entender de forma marxista lo que fue la historia del llamado
campo socialista en siglo XX es el punto de partida indispensable para una
refundación del comunismo en el siglo XXI.

Hay que reconocer, claro está, que la historia no avanza de acuerdo a los
programas. Pueden darse genuinos procesos de lucha anti-capitalista que no
generen inicialmente o que enfrenten situaciones que debiliten o no
favorezcan la consolidación de las formas democráticas que mejor
corresponden al proyecto socialista. La necesidad de enfrentar la agresión
imperialista y la contra-revolución en condiciones de aislamiento, de
penuria material, nunca han favorecido el florecimiento de prácticas
democráticas. Pero aún en esos casos, y aún si aceptamos como inevitables
ciertas medidas de excepción, habría que entender que no se trata de un
modelo superior, sino de serias limitaciones a la democracia socialista, no
deseadas sino impuestas por las circunstancias, cuyas consecuencias son
negativas (aún cuando en ocasiones puedan ser el mal menor) y pueden llegar
a ser catastróficas. Advertir estos peligros es servir a la revolución, no
traicionarla.

Algunos ejemplos concretos

Vamos a tomar el ejemplo de la energía nuclear. En un estado obrero se
plantea la posibilidad de construir un reactor nuclear. No existe razón para
que exista unanimidad entre obreros, científicos o socialistas sobre este
tema. O pensemos en debates sobre legalizar el matrimonio entre personas del
mismo sexo. O sobre la pena de muerte. O si determinada zona debe declararse
reserva ecológica o explotarse productivamente. O si las residencias deben
ser propiedad privada o pública. O si deben establecerse cuotas para
combatir el legado del sexismo. O si debe establecerse un límite al
crecimiento urbano. Sobre ninguno de estos temas —y sería fácil llenar
varias páginas de ejemplos similares— hay por qué pensar que existe una
sola posición entre los socialistas, o en entre los trabajadores.

Se trata de diferencias legítimas sobre como proceder en la construcción de
una nueva sociedad: debates entre trabajadores, entre socialistas, entre
científicos, entre ecologistas o juristas. La democracia socialista debe
implicar que tales cuestiones se decidan a través del debate público en que
los partidarios de cada posición puedan difundir sus ideas y cuestionar las
de otros y en que la decisión final esté a cargo de funcionarios electos
(cuyas posiciones con respecto a diversos temas lógicamente serían parte de
los debates que precedieron a su elección). Tan sólo de este modo aprende
la clase obrera a gobernarse a sí misma, tan sólo de este modo se crea una
forma de democracia superior a la democracia burguesa.

En Cuba, efectivamente, ha existido en diversos momentos un proyecto de
desarrollo de energía nuclear. No es raro que se proponga. Lo que preocupa
es que no haya debate. ¿En qué debilita a la revolución que los que objetan
la energía nuclear expresen públicamente su oposición y señalen los riesgos
ecológicos que, a su modo de ver, plantea dicho proyecto, o que el tema se
debata en columnas contrapuestas en la prensa o en foros públicos? ¿En que
debilita a la revolución que los interesados puedan crear, si lo desean, una
asociación o comité para promover sus ideas, o incluso nominar candidatos a
los órganos de poder popular, o que pidan a los candidatos que se definan al
respecto? ¿De qué otro modo pueden los ciudadanos que no trabajen en los
organismos a cargo de la planificación energética participar en la
formulación de la política pública sobre este tema? Defender esto, ¿nos
convierte en defensores de la democracia burguesa?

Para dar otro ejemplo. Todos conocemos la película cubana Fresa y chocolate
que empieza a criticar lo que fue una reaccionaria política de represión
contra los homosexuales en Cuba. ¿En qué ayudó a fortalecer la revolución
esa política? En nada. ¿Qué justificación desde un punto de vista
revolucionario podía ofrecerse para esa política? Ninguna. Además de ser
injusta, dio armas a los enemigos de la revolución. Separó de la revolución
a mucha gente que de otro modo la hubiese apoyado. Una película como Fresa y
chocolate
y la medida en que esa política empieza a cambiar fortalece la
revolución, le quita armas a la contrarrevolución, le trae apoyo a Cuba. Y
aquí precisamente hay que reconocer que la revolución no es ni puede ser
infalible. En cierta medida lo ocurrido era inevitable. La revolución
triunfó en 1959. En ese momento no existía un movimiento gay visible en
ningún país.

Los revolucionarios cubanos se habían formado en un contexto que poco los
capacitaba para entender el problema. Sería injusto esperar otra cosa. Pero,
precisamente por ello, ¿acaso no le hubiese convenido a la revolución que,
en la medida que en las luchas de la década del sesenta surgía en muchos
países un movimiento de liberación gay, en Cuba también pudiese organizarse,
por iniciativa propia y sin esperar que el PCC o el estado entendieran la
importancia de ello, agrupaciones que exigieran el cambio de las políticas
mencionadas, y que para ello tuviesen el derecho de criticar públicamente
las prácticas existentes, denunciar prejuicios, e incluso polemizar con el
PCC o líderes de la revolución, al considerar equivocadas algunas de sus
opiniones? No dudamos que de este modo se hubiesen cambiado mucho antes
políticas equivocadas, se hubiesen evitado injusticias, que la revolución
hubiese ganado aún más apoyo y, lo más importante, que la revolución
cumpliría más plenamente su objetivo fundamental de eliminar todas las
formas de opresión a que se vea sometido el ser humano.

Pero la realidad es que en Cuba cualquier iniciativa de organización
independiente del PCC y de las “organizaciones de masas” reconocidas se mira
con sospecha. Esa sospecha, se justifica, en parte, por el bloqueo y la
insidiosa y constante agresión imperialista, pero también es legítimo
preguntarse si no va más allá de lo que la resistencia al bloqueo exige:
esconderse de esa pregunta es abandonar la revolución al peligro de la
burocratización, que al minarla desde adentro, también favorece a quien
pretende derrocarla desde afuera.

Cuba, ¿simple dictadura?

¿Será correcto describir a Cuba como mera dictadura o como algo equivalente
a la antigua URSS o a China o Corea en la actualidad? Creemos, en cuanto a
lo primero, que hay que reconocer los indudables logros sociales de la
revolución. No sólo los logros, sino los esfuerzos, en condiciones muy
difíciles, por consolidarlos y extenderlos, como ha sido el caso a partir
del colapso de la URSS.

En cuanto a lo segundo, nos parece que habría que tomar en cuenta uno serie
de factores: el grado mayor de igualdad, el menor desarrollo de los
privilegios materiales en los sectores dirigentes (comparado con otros
estados “socialistas”); el apoyo al gobierno y a muchos de sus líderes en
buena parte de la población que les ven como garantes de esas conquistas
sociales y de la independencia de Cuba; el compromiso de miles de
funcionarios del estado y del PCC con la idea del socialismo, de la
igualdad, de una nueva sociedad y su solidaridad con diversas luchas; la no
existencia en Cuba de formas de represión masiva y totalitaria (masacres,
gulags, etc.); el grado mayor de tolerancia de diversas formas de expresión,
así como de debate en ciertas instancias sobre problemas inmediatos y cómo
resolverlos.

En 1921 Lenin describía a la URSS como un estado obrero con deformaciones
burocráticas. Esas deformaciones también existen en Cuba, algunas (como en
Rusia en 1921), por razones entendibles. No por ello dejan de ser un
problema. Esas deformaciones pueden consolidarse, endurecerse: Cuba seguiría
el camino de la antigua URSS. Esas deformaciones pueden combatirse y pueden
ir superándose: en ese caso Cuba fortalecería sus mejores logros. Si
criticamos determinados aspectos de la realidad cubana es porque, a partir
de una reflexión de la experiencia del socialismo en el siglo XX, deseamos
alertar sobre el primer peligro y fomentar el segundo desenlace.

A veces se presenta como muestra del carácter de la democracia en Cuba, el
hecho de que el PCC no nomina candidatos a los puestos electivos de los
órganos de poder popular. Tampoco se hacen campañas políticas. Sin embargo,
esto implica que durante las elecciones no se debaten los temas que los
candidatos tendrán que abordar una vez electos. Se eligen a los más
respetados quizás, los más disciplinados, pero ¿cómo se determinan las
políticas que han de implementar estos delegados? La tendencia de este
mecanismo es a que las iniciativas vengan desde arriba y a que los
funcionarios electos las transmitan como agentes movilizadores. Nos parece
que este sistema, en Cuba, tiene elementos democráticos, de verdadera
intención de conocer la reacción de la población a las iniciativas y de
readaptar las medidas tomando esto en cuenta, pero por lo general dentro de
los límites que acabamos de indicar.

Porque entendemos la realidad del bloqueo, las dificultades que implica el
aislamiento, el peligro real de agresión imperialista que existe en Cuba,
sería injusto e irresponsable exigir cambios de la noche a la mañana. Lo
importante sería la dirección de los cambios. Los ritmos se irán
determinando sobre la marcha. Lo primero sería abandonar la idea del
unipartidismo como ideal o como modelo superior. Reconocer lo existente,
como ya dije, como estructuras que pueden y deben ir cambiando, a partir de
los logros de la revolución. Quizás no puedan surgir inmediatamente muchos
periódicos, pero quizás Granma, Trabajadores o Juventud Rebelde pueden
hacerse publicaciones menos monolíticas. Quizás no pueden permitirse
inmediatamente diversos partidos, pero quizás se pueden hacer debates más
abiertos dentro del PCC, con posiciones públicas y contrapuestas, que puedan
debatirse más ampliamente. Y así sucesivamente.

Tres argumentos: los logros, los límites de la democracia burguesa y el
bloqueo

Cuando se plantea alguna crítica al gobierno de Cuba en muchos casos se
responde con tres argumentos. En algunos casos se señalan los logros
sociales de la revolución y se supone que ello ya demuestra la existencia de
una forma superior de democracia. Esos logros no son desdeñables. Somos los
primeros en reconocerlos. Esos logros demuestran la superioridad de una
economía planificada, incluso en condiciones muy adversas. Esos logros, sin
embargo, no demuestran cuan amplia o limitada es la democracia socialista en
Cuba. Democracia es algo más que garantizar servicios esenciales, por
importante que ese hecho pueda ser.

En otros casos se responde a la crítica indicando los límites de la
democracia burguesa: la compra y venta de puestos, el control de los
candidatos y de los medios por los ricos, los millones necesarios para
elegir un legislador, un presidente, etc. Estamos de acuerdo con esa
crítica. Por algo somos socialistas. Pero constatar los límites de la
democracia burguesa y su pluripartidismo nos dice poco o nada sobre si en
Cuba existe o no democracia socialista.

Es curioso como al señalarse alguna crítica a Cuba, se responde a menudo que
en Estados Unidos no hay democracia verdadera y su prensa no es
verdaderamente libre, lo cual es cierto, pero no responde a la inquietud
señalada.

Como socialistas aspiramos a la abolición del capitalismo, lo cual implica
abolir la democracia burguesa, no el derecho y la posibilidad de organizar
partidos. Precisamente en la medida que se prive a la burguesía de la
propiedad de los grandes medios de producción, de las grandes fortunas, de
los grandes medios de difusión masiva, en la medida que se crea un nuevo
ejército, se hacen posibles nuevas formas de pluripartidismo que acompañarán
la compleja transición hacia una nueva sociedad.

Por último, a menudo se responde a las críticas señalando que no se puede
olvidar el bloqueo y la agresión imperialista. Estamos de acuerdo:
cualquier planteamiento sobre Cuba tiene que incluir una denuncia de la
constante agresión imperialista. También reconocemos el derecho de las
revoluciones a tomar medidas temporales y hasta extremas para defenderse.
Pero en tal caso hay que examinar cada práctica o disposición para ver en
que medida se justifica.

Es decir, el bloqueo puede justificar algunas limitaciones, pero no puede
usarse para justificar automáticamente cualquier medida o política. Y aquí
no podemos más que repetir lo que ya planteamos: si bien el gobierno de Cuba
tiene la necesidad, y el deber, de descubrir conspiraciones
contrarrevolucionarias, habría que ver con cuidado como las limitaciones que
ahora existen a la circulación de ideas y a la organización política de los
trabajadores y de otros sectores son o no necesarias en la lucha contra el
bloqueo o la agresión imperialista.

Los debates recientes en torno a Cuba

Empecemos por el texto de José Saramago “Hasta aquí he llegado”. Saramago
señala que “Disentir es un derecho”. Reconoce que es posible que “disentir
conduzca a la traición”. Pero advierte que el paso de uno a otro debe “ser
demostrado con pruebas irrefutables”. Señala que no le parece que ese haya
sido el caso de los “disidentes” recientemente enjuiciados, condenados, en
su opinión, a penas “desproporcionadas”. De igual forma señala que si bien
el secuestro de un barco es un “crimen severamente punible”, no se justifica
la pena de muerte “sobre todo teniendo en cuenta que no hubo víctimas”.
Tanto con los juicios como con las ejecuciones, concluye, Cuba “ha dañado
mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones”. Cuba “ha perdido mi confianza”
. Y subraya: “Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su
camino, yo me quedo.”

Lo que sorprende de este texto es la ambigüedad de sus conclusiones. ¿Qué
significa “hasta aquí he llegado”? ¿Dónde se “queda” Saramago? ¿Qué posición
concreta asume ahora que ha perdido su “confianza”? ¿Qué implicaba la
“confianza” que antes tenía? Criticar los encarcelamientos o las ejecuciones
es, a mi modo de ver, perfectamente legítimo, pero es compatible con seguir
apoyando la revolución cubana. ¿Excluye Saramago esta posibilidad? De ser
así, estamos en desacuerdo con él: no creo que los fusilamientos al menos
hayan fortalecido a Cuba en su enfrentamiento con el imperialismo, pero no
por ello dejo de ser solidario con Cuba.

Tengo la impresión de que Saramago, como muchos en el pasado, está pagando
las consecuencias de no entender la idea del apoyo crítico a un proceso como
el cubano: antes, para defender a Cuba, no la criticaba, ahora que se siente
obligado a criticarla parece ser que no ve la forma de combinar la crítica
con la solidaridad. Resulta imperdonable, en todo caso, que se hable tan
ambiguamente sobre un tema como este. Permitir que el gran prestigio que se
tiene se pueda poner al servicio de la agresión contra Cuba es algo que debe
evitarse a toda costa. Saramago, en su apresurada declaración, no ha sabido
protegerse de ese peligro.

En ese sentido, Benedetti ha respondido de manera más ecuánime: ha insistido
que se puede criticar la pena de muerte y las recientes ejecuciones y seguir
apoyando las conquistas de la revolución. Benedetti está del lado de Cuba
contra el imperialismo, pero no deja de criticar las posiciones del gobierno
cubano que considera equivocadas (como la aplicación de la pena de muerte).
Es una posición sensata. Coincido con ella.

Sin embargo, otras respuestas a Saramago me parecen bastante objetables,
sobre todo porque, bien vistas, no sólo critican a Saramago por no
solidarizarse con Cuba, como hace Benedetti y con lo cual estoy de acuerdo,
o por formular una crítica que se considera injusta, sino más bien, por
haberse atrevido a objetar acciones del gobierno cubano, implicando y a
veces afirmando abiertamente que tan sólo engreimiento intelectual,
oportunismo profesional, inconsistencias burguesas o falta de compromiso
anti-capitalista pueden explicar que alguien critique a Cuba o al gobierno
cubano. Así, Susna Viau (“El ombligo de Saramago”, Pagina 12, 21 de abril
de 2003) afirma que “Es triste que los intelectuales, ... , se dediquen a
mirarlo todo desde la estrechísima ranura del ombligo; que la realidad acabe
reducida a sus ... rabietas.” Más adelante, señala irónicamente: “¡Qué
funesto error el del gobierno cubano que no se detuvo a consultar a Saramago
y a todos los Saramagos de este mundo qué debía hacer con los tres agentes
infiltrados por Bush ...”. Y más adelante afirma, amparándose en Trotski:
“aunque sean revolucionarios, las épocas de revolución no son para los
poetas, son duras, ... La exacerbada sensibilidad de los artistas sueña con
lo que viene después de la tormenta.”

No estoy de acuerdo con Saramago, ya lo dije, ¿pero acaso se trata de un
autor que vive mirándose el ombligo? ¿Acaso no se trata de un crítico del
capitalismo, del imperialismo, de la globalización neoliberal, del zionismo,
etc.? ¿Qué sentido tiene negar este hecho, aún cuando intentamos demostrar
que se equivoca? Lo que más me preocupa de todo esto no es tanto la
inexactitud en la descripción de la trayectoria de Saramago, sino la actitud
que a través de ella se nos invita a asumir hacia Cuba. Efectivamente: si
todas las inquietudes surgen del ensimismamiento de Saramago, de su
exacerbada sensibilidad artística, si se trata de mera rabieta intelectual,
¿por qué pensar que en Cuba pueda haber algún problema que amerite nuestra
consideración crítica o que pueda ser preocupante para alguien que no
padezca de fijación con su ombligo o de exagerada sensibilidad artística?

Los tiempos son revolucionarios y Saramago como artista, no puede
entenderlo: caso cerrado. Las muy diversas referencias que he visto a
Saramago (también Galeano) como intelectuales que no entienden los
imperativos de la lucha revolucionaria (o señalamientos similares) dan por
demostrado lo que habría que demostrar: que el curso de acción del gobierno
cubano se justifica y que todo los problemas y limitaciones están del lado
de los intelectuales (inconsistentes, arrogantes, subjetivos, etc.). Más que
una respuesta a Saramago o a los “intelectuales”, este tipo de posición
tiende a cerrar la posibilidad de una dinámica de intercambio crítico de
diversas posiciones en el movimiento anti-capitalista y anti-imperialista.

Así Viau afirma que Saramago estaba “obligado a saber que Fidel Castro no es
un aventurero y la Revolución Cubana no es una aventura”. Estamos de
acuerdo: Fidel no es una aventurero y la revolución no es una aventura.
Pero, me pregunto, ¿puede equivocarse el liderato de una revolución? ¿O será
que el señalamiento de que “Fidel no es un aventurero” debe entenderse como
la admonición de que sus razones habrá tenido y a callar todo el mundo?
¿Será esto lo que entiende como debida actitud militante alguna gente? La
reacción de Saramago tiene mucho de rabieta, pero, ¿qué se saca contestando
con otras rabietas, que evaden los problemas reales que pueden plantear
determinadas acciones del gobierno cubano?

Por su lado, señala Luis Bilbao (“Hasta dónde llegar con Cuba”) refiriéndose
a los que han criticado las ejecuciones: “quienes condenan a Cuba y a Fidel
por esto, en realidad le niegan a los trabajadores y el pueblo cubanos el
derecho a ejercer su violencia organizada contra quienes quieren reimplantar
en la isla emancipada la violencia organizada en función de los intereses
del capital.” De igual forma señala: “Nadie consciente podría ocultarse la
gravedad del momento ..., la necesidad de optar por la revolución o la
barbarie, simbolizada en estas horas por la invasión asesina ...en Irak.” Y
al concluir señala que: “En todo caso, no se trata de definir hasta dónde
acompañar a Cuba. Se trata de saber hasta dónde se está comprometido en la
lucha por abolir el capitalismo.”

Sin embargo, me parece que el compromiso con el objetivo final y las
orientaciones generales que implica, no nos salva del problema concreto:
nuestro compromiso con la abolición del capitalismo, nuestra apuesta a la
revolución contra la barbarie, nuestra enfática afirmación del derecho de
Cuba a defenderse de la contrarrevolución ¿acaso implica, acaso exige que
estemos de acuerdo con cada una de las decisiones del gobierno cubano?
¿Acaso no es posible reconocer el derecho y el deber del pueblo cubano a
defenderse y a la vez criticar, sin embargo, determinadas decisiones y
acciones concretas, precisamente porque nos parecen contraproducentes en
términos de dicha defensa? Lejos de excluir, la respuesta solidaria con
Cuba que sin duda debemos dar al “aquí me quedo” de Saramago, debe admitir,
afirmar esta posibilidad, que implica defender la revolución como un espacio
de orientaciones diversas en que ninguna, ni siquiera la de los líderes más
admirados, tiene el monopolio de la verdad.

Galeano ante sus críticos

Más interesante, por los temas planteados, resulta el texto de Galeano “Cuba
duele” y algunas de las respuestas que ha generado, en particular la de
Heinz Dieterich Steffan. Dieterich concluye su respuesta a Galeano señalando
que “El futuro de Cuba no está en la podrida institucionalidad de la
civilización burguesa, ni en el control de sus corruptas elites. Su futuro
está en la apertura hacia la democracia participativa postcapitalista y de
esta no hablan Galeano y Saramago.” En cuanto al tema de los fusilamientos,
Dieterich, rechaza lo que considera “cómoda posición principista de Saramago
y la patética posición subjetivista de Galeano” y señala que “existe una
tercera posición frente a los fusilamientos: disentir con la pena de muerte
y ser solidario con los heroicos esfuerzos del proyecto cubano, de no caer
como ‘fruta madura en el seno de Estados Unidos" ...” Esta posición, como
dije, me parece correcta. Es la misma que asume Benedetti.

Sin embargo, quien lea el artículo de Dieterich podría pensar que Galeano no
dice nada sobre “la democracia postcapitalista” o que al oponerse a la pena
de muerte no se solidariza con los esfuerzos del “proyecto cubano” de
defenderse ante la agresión imperialista. Veamos brevemente las ideas que se
encuentran en el texto de Galeano.

Galeano señala que el gobierno de Bush carece de toda autoridad moral para
condenar a Cuba: “Estados Unidos, incansable fábrica de dictaduras en el
mundo, no tiene autoridad moral para dar lecciones de democracia a nadie. Sí
podría dar lecciones de pena de muerte el presidente Bush, que siendo
gobernador de Texas se proclamó campeón del crimen de Estado firmando 152
ejecuciones...” De igual forma considera que las personas condenadas a
prisión actuaban en coordinación con “el representante de los intereses de
Bush en La Habana.” Señala, por tanto, que “Esta ‘oposición democrática" no
tiene nada que ver con las genuinas expectativas de los cubanos honestos...”
Se trata de una oposición que anima la “nostalgia de los tiempos coloniales
en un país que ha elegido el camino de la dignidad nacional.” Galeano
denuncia “la carnicería de Irak.” De igual forma critica el bipartidismo que
hay en Estados Unidos, con su partido único “disfrazado de dos”. Tampoco
pierde de vista el acoso bajo el cual Cuba ha tenido que luchar por
sobrevivir. Advierte que esa agresión puede agravarse en el futuro cercano.
Dice: “¿Será Cuba la próxima presa en la cacería de países emprendida por el
presidente Bush? Lo anunció su hermano ... cuando dijo: ‘Ahora hay que mirar
al vecindario", mientras la exiliada Zoe Valdés pedía a gritos, ..., ‘que le
metan un bombazo al dictador".”

Pero Galeano no se limita a denunciar las barbaries del imperialismo. Se
refiere a lo que él llama una doble traición: “El siglo XX, y lo que va del
XXI, han dado testimonio de una doble traición al socialismo: la
claudicación de la socialdemocracia, que en nuestros días ha llegado al
colmo con el sargento Tony Blair, y el desastre de los estados comunistas
convertidos en estados policiales. Muchos de esos estados se han desmoronado
ya, ..., y sus burócratas reciclados sirven al nuevo amo con patético
entusiasmo”. Sugiere Galeano que este triste desenlace tiene que ver con las
consecuencias del régimen de partido único: “nunca creí, en la democracia
del partido único ...”. Plantea, en fin, que si bien la revolución cubana ha
sido y es diferente, en las condiciones de acoso que ha tenido que
desarrollarse, ese régimen de partido único no ha dejado de tener
consecuencias negativas: “La revolución cubana nació para ser diferente.
Sometida a un acoso imperial incesante, sobrevivió como pudo y no como
quiso. Mucho se sacrificó ese pueblo, valiente y generoso, para seguir
estando de pie en un mundo lleno de agachados. Pero en el duro camino que
recorrió en tantos años, la revolución ha ido perdiendo el viento de
espontaneidad y de frescura que desde el principio la empujó. Lo digo con
dolor. Cuba duele.”

Y añade: “Son visibles, en Cuba, los signos de decadencia de un modelo de
poder centralizado, que convierte en mérito revolucionario la obediencia a
las órdenes que bajan, ... desde las cumbres.” No hay duda que ello tiene
que ver con los efectos del bloqueo, pero no deja de ser un problema. Y es
necesario, por el bien de la revolución que ese amplíen las formas
democráticas en su interior: “El bloqueo, y otras mil formas de agresión,
bloquean el desarrollo de una democracia a la cubana, alimentan la
militarización del poder y brindan coartadas a la rigidez burocrática. Los
hechos demuestran que hoy es más difícil que nunca abrir una ciudadela que
se ha ido cerrando a medida que ha sido obligada a defenderse. Pero los
hechos también demuestran que la apertura democrática es, más que nunca,
imprescindible. La revolución, ... necesita esa energía, energía de
participación y de diversidad, para hacer frente a los duros tiempos que
vienen.” Este cambio debe surgir, plantea Galeano, no contra, sino desde la
revolución: “Han de ser los cubanos, y sólo los cubanos, ..., quienes abran
nuevos espacios democráticos, y conquisten las libertades que faltan, dentro
de la revolución que ellos hicieron y desde lo más hondo de su tierra, que
es la más solidaria que conozco.”

En la concreta, Galeano considera que las condenas a prisión tan sólo han
dado mayor resonancia a grupos reaccionarios que de otro modo serían
relegados al aislamiento. “Convierten en mártires de la libertad de
expresión a unos grupos que abiertamente operaban desde la casa de James
Cason ... Actuando como si esos grupos fueran una grave amenaza, ... les han
... regalado el prestigio que las palabras adquieren cuando están
prohibidas.” En cuanto a la pena de muerte, señala Galeano que una
revolución verdadera, como la cubana, debiera abolirla: “Pero las
revoluciones de verdad, las que se hacen desde abajo y desde adentro como se
hizo la revolución cubana, ¿necesitan aprender malas costumbres del enemigo
que combaten? No tiene justificación la pena de muerte, ...” En lugar de
obstaculizar, estas acciones facilitan el trabajo del imperialismo que “está
loco de ganas de sacarse de la garganta esta porfiada espina”.

Como puede verse, Galeano sí tiene algo que decir sobre la democracia
postcapitalista: considera, como Rosa Luxemburgo, que la democracia
socialista implica un alto grado de pluralismo político, incompatible a la
larga con un régimen de partido único. Señala Galeano que en otros países
las consecuencias de ese tipo de régimen han llevado a la instauración de
estados policiales, con consecuencias terribles para el proyecto socialista.
¿Será está una preocupación legítima? ¿Tendrá algún fundamento práctico?
¿Estará señalando Galeano peligros reales? Nos parece que sí: como
indicamos, el balance de casi un siglo de luchas obreras demuestra que la
preocupación de Galeano es enteramente legítima. ¿Cómo responde Dieterich?

Señala que el “partido único en Cuba no nace, ..., del Leninismo, sino de
la comprensión de José Martí, de que cualquier división política de Cuba
termina en el colonialismo.” A esta afirmación habría que contestar, para
empezar, que la idea del partido único ni en Cuba ni en ningún sitio tiene
su origen en el leninismo: en vano se buscará tal doctrina en los textos
fundamentales de Lenin. La idea viene del stalinismo. En Cuba,
efectivamente, la idea tiene su origen en la necesaria unidad ante el
agresivo y cercano imperialismo norteamericano. Pero, ¿acaso no entraña ese
tipo de régimen peligros que deben atenderse? ¿Acaso no demuestra la
experiencia que un partido tan extraordinario como el Bolchevique puede
petrificarse y convertirse de agente revolucionario en aparato de dominación
burocrática? ¿Está la revolución cubana exenta de estos peligros? ¿Cómo
puede evitarse ese desenlace si no es abriendo paso a la crítica
anti-burocrática, al debate abierto entre los socialistas y los
anti-imperialistas sobre el tema, dentro y fuera de Cuba?

En otro pasaje Dieterich afirma: “En el ámbito de las verdades abstractas
existe, sin duda, una gran armonía cósmica sobre el derecho a la disidencia,
a la libertad de opinión y a la democracia. Richard Nixon, Ronald Reagan,
George Bush, Tony Blair y Ariel Sharon actúan justo en nombre de estos
valores, cuando queman a Vietnamitas con napalm, despedazan con bombas de
racimo a niños en Palestina o pulverizan a afganos con bombas de
combustión.” ¿En el ámbito de las verdades abstractas? Y en la concreta
realidad, entonces, ¿cómo puede existir democracia efectiva sin libertad de
opinión? ¿Acaso no implica la democracia socialista debate, discusión,
polémica y, por tanto, libertad de opinión? Si la última no es posible en
Cuba, pues generaría división y la división llevaría al triunfo del proyecto
imperialista, ¿acaso no sería mejor decir abiertamente que la democracia no
es posible un Cuba, dada la amenaza imperialista?

Así por lo menos no presentamos como modelo de democracia post-capitalista
lo que en realidad es una triste necesidad, impuesta por la agresión. ¿Y a
qué viene en este contexto la referencia al hecho de que Bush, Blair, etc.
masacran pueblos a nombre de la democracia? Bush y el “sargento Blair”, como
lo llama Galeano, son agresores imperiales y son además hipócritas—lo
sabemos. ¿Quiere esto decir que los derechos democráticos que proclaman
mientras los pisotean no tienen valor para nosotros, los socialistas? Y si
Bush y compañía encubren sus agresiones con un lenguaje democrático, ¿acaso
cierra esto el debate sobre las formas que debe o que en determinado momento
puede asumir la democracia socialista? ¿Acaso no estamos, una vez más, ante
el tipo de argumento que al señalar la (indudable) hipocresía y rapacidad de
la burguesía, evade el difícil problema de las formas que debe asumir la
democracia revolucionaria, así como los posibles errores de los movimientos
y gobiernos revolucionarios?

Dieterich plantea (refiriéndose a una idea de Rosa Luxemburgo): “No, la
verdad es concreta y si se afirma que la ‘libertad es siempre la libertad
del otro", hay que decir, si este axioma vale cuando el otro se llama Adolf
Hitler, o Ariel Sharon, o George Bush y sus ejecutores subalternos.” Pues
no, compañero: no vale en esos casos, como bien hubiese aclarado la misma
Rosa Luxemburgo. No vale porque Sharon, Bush y Hitler no son “otros”
cualesquiera: son jefes de estados imperialistas, cuyos agentes, enviados o
espías el gobierno revolucionario tiene perfecto derecho a reprimir. Lo de
respetar las ideas del otro se refiere a los ciudadanos de un estado
revolucionario que respetan la legalidad revolucionaria y que emiten
opiniones diversas sobre los más diversos temas. Y si alguno de ellos se
demuestra que es un subalterno (agente, espía, saboteador) al servicio de
los Bush o Sharons tendrá que enfrentar las penas que disponga le ley: ni
Rosa Luxemburgo, ni ningún revolucionario puede negar tal derecho ni tal
necesidad.

El problema está cuando formular cierta opinión basta para definir a quien
lo hace como agente enemigo. Y en la medida que esto empezaba a ocurrir en
Rusia, Rosa Luxemburgo levantó una bandera de peligro y dijo: cuidado, las
consecuencias de esto pueden ser terribles para la revolución. Se pueden
criticar diversos aspectos del texto de Luxemburgo. Pero la idea central, la
advertencia que formula, a la luz de eventos posteriores, ¿acaso no habría
que tomarla con más seriedad, empezando por no reducirla al absurdo de que
tendremos que tolerar las agresiones de Bush o Sharon? La “verdad es
concreta”, dice Dieterich. ¿Y cuál, me pregunto, es la “verdad concreta” que
deberá difundirse en cada momento? ¿Y quién la formula? ¿Acaso tienen los
trabajadores que intentan gobernarse a sí mismos otra forma de descubrir la
verdad concreta que no sea el debate abierto, el intercambio de posiciones?
A eso, no a tolerar conspiraciones revolucionarias, es a lo que se refería
Luxemburgo.

En su respuesta, Dieterich, señala que “la apertura democrática” que Galeano
propone resultaría en la instauración en Cuba de una fraudulenta democracia
bajo protectorado norteamericano. Y añade: “Hace algunos días, los marines
fusilaron a veinte civiles en Irak ..., sin leerles sus derechos, sin
respetar su ‘libertad de reunión ilimitada" y sin juicio alguno, ...” Otra
vez, se insiste en las barbaridades del imperialismo, como si Galeano
estuviese haciendo la apología de la invasión a Irak o la constatación de la
brutalidad imperial nos eximiera de la necesidad de explorar el problema de
las modalidades de la democracia en nuestro proyecto socialista. Y si bien
el desenlace descrito por Dieterich sería un desastre, lo que está en
discusión es precisamente cuáles son las medidas y políticas más adecuadas a
corto y largo plazo que mejor contribuyen al fortalecimiento de la
revolución.

No hay duda de que el gobierno cubano actuó de acuerdo a sus leyes, algo que
hay que subrayar ante las alegaciones de juicios irregulares o tribunales
especiales, que tienden a presentar las acciones del gobierno como
arbitrarias o extra-judiciales. Igualmente hay que subrayar el manejo
cuidadoso y exitoso de las situaciones de secuestro, que priorizaron la
protección de las vidas. Sin embargo, no puede eludirse la responsabilidad
política de mantener en los libros la pena de muerte, a pesar de la
oposición de buena parte de las fuerzas progresistas y democráticas en el
mundo. Y si bien los juicios, condenas y ejecuciones se realizaron de
acuerdo a leyes y disposiciones existentes—también es cierto que la decisión
de formular acusaciones de este tipo, los procedimientos (sumarios) y las
penas que se solicitan son, bajo cualquier gobierno, decisiones políticas.

Es en ese sentido que Galeano ha criticado la pena de muerte y las largas
condenas precisamente porque no ayudan a la defensa de la revolución cubana,
sino a sus enemigos: facilita la intención del imperialismo de aislarla y de
demonizar a su liderato. ¿Será un argumento que debemos despachar a la
ligera? ¿Acaso no ha sido este el efecto? Dudo seriamente que Cuba esté hoy
más fuerte ante el enemigo imperial como producto de las recientes
ejecuciones.

Desde Cuba, Fernando Martínez Heredia, (“Los intelectuales y la dominación”)
comentando diversos textos recientes sobre Cuba señala que “Debería ser
asombroso que el tema de discusión no sean los terribles hechos criminales
cometidos por los Estados Unidos en Iraq ... Pero no es asombroso. Ya Iraq
tuvo su turno, ya se habló bastante de ese caso. Ahora tenemos un lugar más
apropiado para la buena conciencia, ...”
Quizás estoy malentendiendo al compañero, por cuyos trabajos sobre diversos
temas siento gran admiración, pero me parece por lo menos simplista decir
que, agotado el tema de Irak, ahora se dirigen las almas dolientes al caso
de Cuba: eso podrá ser cierto sobre algunos críticos liberales de la guerra
o algunos hipócritas, Felipe González o Chirac, no sé. Pero no es cierto de
Noam Chomsky, Edward Said, Immanuel Wallerstein, Howard Zinn, o Eduardo
Galeano, con los cuales, por supuesto, no hay que estar de acuerdo en todo,
pero que si critican a Cuba no por ello dejan de criticar y denunciar la
guerra de Irak y otros crímenes del imperialismo o abandonan su intento de
develar como se organizan sus redes de dominación.

Por otro lado, ¿será necesario recordar que recientemente hemos visto no
sólo la guerra de Estados Unidos contra Irak sino también el surgimiento de
una amplio movimiento global contra la guerra? El hecho de que no haya
podido evitarla, o de que, como es de esperarse, tenga altas y bajas, no
disminuye su importancia, máxime cuando forma parte de una ola de
radicalización y de cuestionamiento tendencialmente anti-capitalista
internacional, que por lo general se designa con el poco exacto nombre de
movimiento “anti-globalización”. En ese movimiento se encuentran los aliados
naturales de Cuba en su enfrentamiento con el imperialismo. Pero esto
implica que también se tome en cuenta lo que piensan amplios sectores de
dicho movimiento y que aún cuando se difiera de ellos, no se reduzca su
preocupación por la pena de muerte o por medidas represivas (justificadas o
no) a caprichos de la cómoda Europa o fluctuaciones en las modas
intelectuales.

Reconocer que alguien puede criticar al gobierno cubano sin por ello pasarse
al lado del imperialismo o de la hipocresía o del oportunismo o la traición
me parece que ya debiera ser un aspecto de la cultura política de la
revolución. En justicia hay que decir que Martínez Heredia parece admitir la
posibilidad en un pasaje de su artículo, cuando afirma: “Más cercana en
cuanto a los ideales está la sana preocupación de que Cuba no actúe en
ningún campo como los capitalistas, porque Cuba es como un pedacito de
futuro en el mundo de hoy, que aporta la esperanza en que el porvenir es
posible.” Pero se trata desgraciadamente de una referencia pasajera, lo que
tiende a dominar es la idea de que la crítica a Cuba es muestra casi
automática de una lamentable retirada ante las presiones del poder
dominante.

En fin: no dudo que una apertura democrática ilimitada e inmediata no es
aconsejable en un país tan acosado y agredido por el imperialismo como Cuba:
pero también es posible la apertura gradual y parcial a una mayor difusión
de posiciones, a un mayor pluralismo en la vida política cubana. Que, a
pesar de que Cuba la aplica, Felipe Pérez Roque diga que personalmente se
opone a la pena de muerte, que Luscius Walker desde la tribuna del primero
de mayo en Cuba se solidarice con la revolución y solicite a Cuba que
abandone la pena de muerte, que Fidel responda que respeta esa posición y
que Cuba aspira a abolirla algún día son síntomas positivos. Abrir un debate
en Cuba sobre el tema, en que se discuta abiertamente qué actitud hacia el
problema conviene más a la revolución sería algo aún más positivo.

Dieterich pregunta a Galeano: “si el autor no cree en la ‘democracia del
partido único", ¿en qué superestructura política para Cuba cree? ¿En la
democracia del multipartidismo? ¿No, tampoco? Entonces, ¿con qué va a
sustituir a la superestructura política actual de Cuba?” La pregunta en su
caso es retórica: piensa que esta posición nos deja en el mundo de la
abstracción. Pero esa pregunta puede contestarse concretamente, como vimos:
favorecemos a largo plazo una democracia socialista que reconozca el derecho
a organizar diversos partidos, la circulación de diversos periódicos, la
organización de diversas tendencias de opinión. Y como entendemos las
limitaciones que puede implicar la constante intervención imperial señalamos
la necesidad de reglamentar esto y de incluso reprimir a quienes violenten
la ley. Más aún: reconocemos que en lo inmediato puede ser difícil la
implementación plena de lo que estamos señalando, en cuyo caso debe
entenderse que estamos ante una grave limitación, que implica grandes
peligros y que es necesario ir moviéndose hacia el objetivo a largo plazo
tomando todos los pasos que sean factibles en cada momento (empezando por
reconocer que ese es el objetivo y no perpetuar el unipartidismo como
modelo).

A falta de argumentos, insultos ...

Veamos para concluir otra respuesta a Galeano que ha circulado por internet:
“Los abrazos de Galeano” de Dante Castro. Representa cierta sensibilidad que
me parece particularmente dañina. El artículo comienza como sigue: “Ahora es
Eduardo Galeano quien se queda, como Saramago, del lado del imperialismo. No
solo condena los fusilamientos de los ‘disidentes" cubanos, sino que pide
democracia liberal al estilo occidental, libertad de prensa, pluripartidismo
y otras bellezas que existen en el fabulario de los ingenuos.” Es decir,
proponer cambios “dentro de la revolución” lo convierte a uno en defensor de
la democracia burguesa. La libertad de prensa y el derecho a organizar
partidos son meras “bellezas que existen en el fabulario de los ingenuos”.
¿Creerá el señor Dante Castro que le hace un favor al socialismo cuando
asume tal posición? Para esta perspectiva, criticar a Cuba, a pesar de que
se denuncie enérgicamente al imperialismo (como hace Galeano), lo convierte
a uno en partidario del imperialismo. Uno puede estar en desacuerdo con
Galeano, ¿pero puede alguien pensar que su artículo asume una posición
pro-imperialista? Lea el lector o lectora el artículo para que compruebe lo
que estoy sugiriendo.

Pero Dante Castro no tiene que preocuparse por la posibilidad de que entre
los anti-imperialistas existan posiciones divergentes sobre algunos temas:
el que critique a Cuba sin duda es pro-imperialista y no hay más que hablar.
El antiguo anti-imperialismo de Galeano queda ahora descontado. En la típica
movida de juicio stalinista se descubre ahora que Gaelano fue siempre un
pequeño burgués y un canalla. Así Dante Castro nos relata el hecho de que
en una ocasión Galeano lo dejó plantado, luego de que habían acordado una
cita. Sin duda en ese deasaire ya estaba la semilla de su futuro salto al
bando del imperialismo. Además se nos cuenta como Galeano se quedaba en
hoteles de lujo y asistió a actividades auspiciadas por Alan García, etc.
Realmente no tengo forma de saber si Galeano es o no un canalla
personalmente hablando. Si se que ello tiene poco que ver con los problemas
de la construcción del socialismo en Cuba: el ataque personal tiene el
objetivo de evitarle al autor tener que responder a los argumentos del
escritor uruguayo.
La prueba más contundente de la insidiosa personalidad de Galeano esta en el
hecho de que, según denuncia Dante Castro, en ningún sitio de su obra
“encontrarán una página que se lamente por las fosas comunes de Ayacucho,
Apurimac, Huancavelica, etc. ... 35,000 muertos, señor Galeano, que nunca le
quitaron el sueño. Son ‘inditos", Ud. dirá. Porque si hubieran sido
chilenos, uruguayos, argentinos, la cosa cambia. Habría que hacer canciones
de protesta, poemas, manifiestos, ¿no?”

¿Será necesario recordar que Galeano ha dedicado buena parte de sus escritos
a denunciar las atrocidades del imperialismo, incluyendo las masacres contra
los pueblo indígenas. ¿Para que inventarse un Galeano pro-imperialista y
racista si no es para no tener que tomarse en serio sus señalamientos?
Dirigiéndose a Galeano, escribe el crítico: “Háganos un favor a los
latinoamericanos que sí queremos una revolución en el continente: NO vuelva
a lavarse la boca ... con el nombre de Ernesto Che Guevara. Su ‘revolución"
está en las ánforas electorales, ya lo ha dicho Ud., y el próximo abrazo
puede ser con Alan García ...”

¿Será necesario explicarle a Dante Castro que la defensa de la democracia
socialista no implica defender una vía electoral al socialismo, como debiera
saber si leyera el Estado y revolución de Lenin al que dice admirar tanto?
Resulta indignante además la arrogancia con que Dante Castro se adjudica la
portavocía de los latinoamericanos “que sí quieren una revolución” y le pide
a Galeano que no mencione al Che. No: yo soy latinoamericano y quiero una
revolución, pero el compañero Dante Castro no habla a nombre mío. Tampoco
tiene derechos reservados sobre el Che. ¿O será que mi incapacidad de
abrazar su posición ya demuestra que soy también un miserable reformista,
etc.? Repito: se le hace un flaco servicio, a la revolución cubana y al
socialismo en general con este tipo de defensa.
Para concluir veamos esta joya: “Lo peor es que Eduardo Galeano cita a Rosa
Luxemburgo en su polémica con Lenin. Infeliz coincidencia con una mártir que
incluso antes de morir asesinada por la represión burguesa, no supo
vislumbrar los riesgos sociales que implicaba un nuevo porvenir. Cuan
equivocada estuvo Rosa Luxemburgo y cuan acertado lo estuvo Lenin.”

El debate de Lenin y Luxemburgo, sin duda, es complejo. Pero Rosa entendía
bien la necesidad tanto de la revolución como de la violencia e incluso la
represión revolucionaria. Pero veía otro peligro: el de la burocratización.
Pero claro: en el mundo de Dante Castro tal cosa no existe. Sólo están los
revolucionarios, a un lado, y al otro, los intelectuales preocupados por la
democracia y otros juguetes de los ingenuos. Cualquiera que mire la historia
de las revoluciones en el siglo XX, su evolución, su desenlace y su destino,
tendrá que concluir que el problema de la burocracia no puede evadirse. Rosa
Luxemburgo no se equivocó: el problema que señaló como una amenaza en
potencia se convirtió en un verdadero monstruo que se tragó la revolución
rusa. El mismo Lenin lo vió al final de su vida, como puede comprobar
cualquiera que lea sus últimos escritos.

Conclusión provisoria

En último análisis me parece que hay dos posiciones generales que orientan
diversas intervenciones en este debate. La primera señala correctamente los
logros de la revolución cubana, la importancia de apoyarla y defenderla
contra la agresión imperialista. La segunda, reconoce cada uno de los puntos
que acabo de mencionar, pero añade que la revolución cubana, como todas las
revoluciones (y de hecho todas las expresiones genuinas de la lucha obrera y
de los oprimidos) enfrenta no uno, sino dos grandes peligros: el peligro
imperialista, el peligro de la restauración capitalista, la conspiración
contrarrevolucionaria, que hay que combatir decidida e implacablemente, por
un lado, y, por otro, el peligro del endurecimiento burocrático, del
surgimiento, dentro de la revolución, de estructuras que bloquean y limitan
su fuerza emancipadora.

Lo segundo, en condiciones de aislamiento, bloqueo y penuria, es, en alguna
medida, inevitable: pero perder de vista este problema implica un grave
peligro, un peligro que a la larga puede ser mortal. Convertir la necesidad
en virtud, acusando de contrarrevolucionario a todo el que lo señala no
ayuda a la defensa de le revolución. Esto no quiere decir que todos los que
asumen la segunda posición están de acuerdo en todo. No tengo que estar de
acuerdo con todo lo que dice Galeano o cómo lo dice o cuándo lo dice para
reconocer que señala un problema y un peligro innegable. En los meses y años
difíciles que se acercan no dejaremos de apoyar la revolución cubana ante la
agresiva rapacidad imperialista.
Se acercan batallas decisivas y todos y todas los que aspiramos a un mundo
distinto tendemos que estar del lado de Cuba y de la revolución cubana
contra sus enemigos. Pero nos parece que esa extraordinaria y entrañable
revolución no necesita que sus amigos le hagan el falso favor de callar lo
que pueden ser sus errores.

San Juan de Puerto Rico, 2 mayo 2003

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