Hubo algo de formidable y emocionante, pero también algo de terrible en la historia del PT. Utilizando vocabulario acuñado por los clásicos griegos, tuvimos el momento epopeya, el momento tragedia y hasta un poco de comedia en la trayectoria a lo largo de la cual el petismo se transformó en el lulismo.
El PT fue el mayor partido en la historia de la clase trabajadora brasileña en el siglo XX. En los años 80, Lula y la dirección del PT (que organizaron la corriente interna Articulación) fueron capaces de aferrarse a un partido que, en diez años, evolucionó de una organización de unos pocos miles a otra con cientos de miles de activistas. Y que pasó de obtener el 10% de los votos en 1982 para gobernador en San Pablo (y en promedio menos de 3% en los otros estados), a librar una pelea muy cerrada en el segundo turno de las elecciones presidenciales de 1989, contando sólo con aportes voluntarios.
El PT de 2011 es, evidentemente, otro partido, aunque la fracción dirigente sea esencialmente la misma. En tres décadas, el PT eligió muchos miles de concejales, algunos centenares de diputados estaduales y federales, alcanzó el gobierno de más de mil intendencias, muchos estados y está por tercera vez a cargo de la presidencia. El PT de 2011 es la máquina electoral más profesional de Brasil, integrada evidentemente a las instituciones del régimen y asociada, estrechamente, a algunos de los más poderosos grupos empresariales. Paradójicamente, la autoridad de Lula no disminuyó.

El PT como sorpresa histórica

La explicación del prestigio de Lula descansa, en primer lugar, en la historia del PT. No hay razón para no recordar que en 1979/1980 la formación de un PT sin patrones, que evolucionó y ganó influencia de masas rápidamente en las grandes ciudades del estado de San Pablo, liderado por un dirigente huelguista metalúrgico, sin relaciones internacionales sólidas, fue un fenómeno político admirable y, también, imprevisto. El PT no fue un accidente histórico, pero sí una sorpresa.[1] A fines de los años 70, la mayor parte de la burguesía brasileña y los líderes políticos de la dictadura todavía temían, seriamente, el espacio político que podrían ocupar cuando llegara la amnistía el Partido Comunista Brasileño (PCB) por un lado y por el otro, Brizola y Arraes. Era la etapa histórica de la guerra fría. Un tiempo de anticomunismo primitivo.
El PT y Lula son hoy muy sobreestimados, pero sería injusto no recordar que cuando aparecieron en la vida política nacional, en 1979/1980, fueron subestimados. Tan desdeñado fue el PT hasta 1982 que un sector de la prensa y de los medios de la época no prestaron mucha atención al impresionante liderazgo de Lula entre los obreros del ABC [2] y, por eso, le facilitaron una visibilidad política que nunca fue concedida, por ejemplo, a Prestes.[3]
Sin embargo, después de la fundación de la Central Unitaria de Trabajadores(CUT) en 1983, la política de la burguesía y de los medios respecto al PT cambió. El proceso de transición democrática que la dictadura perseguía estaba siendo amenazado por las apariciones de Lula y por el rol del PT alentando al proletariado de todo el país a lanzarse a la lucha sindical y política de un modo independiente. Ser petista era sinónimo de ser un igualitarista, un radical. Cuando comenzó a sentirse el peso de una vanguardia de algunos cientos de miles de activistas, sobre todo durante la campaña por las “Directas”,[4] el PT pasó a ser considerado seriamente como un enemigo y Lula como un peligro. Después de la elección de Erundina a la Intendencia de San Pablo, en 1988, se creó el segundo turno en las elecciones mayoritarias para prevenir la amenaza de nuevas victorias petistas. La militancia petista marcaba una diferencia en las huelgas, en las ocupaciones y, también, en las elecciones.


El PT que nació de las huelgas de 1979/1981

No parece ser muy polémico sostener que el PT nunca fue un partido revolucionario, pese a que muchos luchadores honestos que combatían por la revolución brasileña hayan militado con abnegación y sacrificio en sus filas. Un análisis sobrio permite concluir que el PT surgió como un partido obrero con un proyecto de representación independiente de la clase trabajadora, pero con un proyecto político predominante, en su dirección, de reformas para la regulación del capitalismo brasileño.
En diez años, entre 1979 y 1989, en función de la decisión política de ser opositores a la apertura lenta, gradual y controlada de la dictadura militar –la estrategia de transición a la democracia que adoptaron los gobiernos Geisel y Figueiredo, bajo la inspiración del general Golbery–, el Partido de los Trabajadores logró ser un polo de atracción para lo mejor de la generación de activistas sociales que estuvieron al frente de los mayores movimientos de masas de la década, disminuyendo la autoridad del Movimiento Democrático Brasileño (MDB) de Montoro y Tancredo cuando éstos fueron electos gobernadores en San Pablo y Minas Gerais en 1982, y desplazando la influencia que hubiera podido ser atraída por el liderazgo de Brizola, electo el mismo año gobernador de Río de Janeiro, e incluso la del PCB de Prestes, cuando éste volvió del exilio.
Aquellos fueron los años en que la dirección del PT y Lula ganaron su prestigio político. Defendieron las huelgas, apoyaron el nacimiento del Movimiento de Trabajadores rurales Sin Tierra (MST), ayudaron al movimiento estudiantil, acogieron el movimiento de mujeres, protegieron al movimiento popular urbano de lucha por viviendas, auxiliaron al movimiento negro y, lo que no es menos importante, enfrentaron a la dictadura, lanzaron la campaña por las “Directas” y denunciaron el acuerdo que culminó en el Colegio Electoral que permitió, finalmente, la toma de posesión de Sarney. Pero, después de 1988, cuando asume la Intendencia de San Pablo, el PT comenzó a cambiar. Comprender estas presiones remite a la historia de la lucha de clases trabajadora como clave para entender el destino del PT.

Un proletariado joven y combativo, pero políticamente inexperto

Fue a lo largo de esos treinta años cuando se desarrolló la experiencia de miles de huelgas de las más diversas categorías de trabajadores, que revitalizaron los sindicatos. Se dio también el gran aprendizaje de las huelgas generales en los años 80. Estuvieron los imponentes actos de Lula en 1989, con centenares de miles de personas en la calle. La lucha de los jubilados después del plan Zelia/Collor conmovió al país. Sin olvidar la histórica huelga de los petroleros de 1995, la marcha del MST de 1997 sobre Brasilia un año después de la masacre de Eldorado de Carajas y muchas otras luchas populares. Pero en esos combates parciales, la clase trabajadora brasileña siempre fue más radical en sus acciones que en sus reivindicaciones. Movió montañas, pero reclamando muy poco.
Solamente en dos ocasiones, durante ese intervalo histórico de tres décadas de creciente confianza en la dirección de Lula, del PT y de la CUT, las masas populares lograron irrumpir en la escena política con la inmensa fuerza de su movilización política en las calles, amenazando al gobierno de turno. Su programa, incluso cuando actuaba con métodos revolucionarios –voltear gobiernos en las calles es una acción revolucionaria, incluso si las movilizaciones son pacíficas–, era reformista.
La movilización por objetivos políticos fue, por lo tanto, algo poco común, inusitado. Y para voltear gobiernos odiados, fue excepcional. Las masas populares y la juventud descubrieron en las “Directas” y en el “Fuera Collor”el poderío de su acción. Pero quedó claro también, con la asunción de Sarney (1985) y de Itamar (1992), que era más fácil juntarse contra Figueiredo y contra Collor que unirse a favor de un proyecto anticapitalista. El socialismo, una vaga referencia para millones, no era sino una aspiración de mayor justicia. Salieron a las calles expresando lo imponente de su fuerza, la de una inmensa mayoría de pobres, desheredados en un país enorme, urbanizado en pocas décadas, muy joven y casi sin instrucción.[5]

El PT y las fluctuaciones de la relación de fuerzas entre las clases

La CUT el PT y Lula se legitimaron en ese proceso, pero la clase trabajadora no estaba ni social ni políticamente al frente de la mayoría popular explotada. No dirigía, era acaudillada. Ni las “Directas” ni el “Fuera Collor” fueron construidas con una plataforma que destacase las reivindicaciones de clase. El programa que llevó a la lucha de millones no era sino democrático. No sorprende que los grandes combates se dieran en los límites de alianzas con disidencias burguesas, como el MDB de Ulysses Guimaraes y Tancredo Neves en 1984 u Orestes Quercia y Brizola en 1992.
En 1992, cuando ya poseían una influencia mayoritaria en la clase trabajadora, el papel de Lula y del PT fue regresivo: llegaron a las calles con atraso, y les tocó el papel de bomberos, asegurando la asunción de Itamar que, más allá del estado de Minas, era un ilustre desconocido, pese a ocupar casi accidentalmente la vicepresidencia.
A pesar de la presión de inercia reaccionaria en un país culturalmente muy atrasado, donde el miedo a las represalias siempre fue muy efectivo para neutralizar la acción colectiva del pueblo, y poco organizado políticamente, la mayoría de la clase trabajadora organizada en los sindicatos fue evolucionando a la izquierda en los años 80. Llegó a protagonizar dos huelgas generales, en 1987 y en 1989 que, pese a ser parciales, alcanzaron dimensión nacional. De las ilusiones en el PMDB la clase trabajadora giró a la oposición al gobierno de Sarney y llevó a Lula hasta el segundo turno en 1989. También las clases medias urbanas evolucionaron a la izquierda en los años finales de la dictadura, pero después se dividieron: la mayoría se desplazó hacia el apoyo a Collor en 1989 y después apoyó eufóricamente al plan Real. Tras la devaluación de la moneda, en 1999, los sectores medios se alejaron lentamente del gobierno de Fernando Henrique Cardoso y del PSDB, que se desangraba con sucesivos escándalos de corrupción, aproximándose a Lula al mismo tiempo que el PT giraba la derecha desvergonzadamente. Terminaron por encontrarse en 2002.
La mayoría del pueblo desorganizado se mantuvo como base electoral de los partidos burgueses, herederos de Arena y del PMDB, a lo largo de los veinte años que van de 1982 a 2002, cuando fue electo Lula. Resumiendo: primero, en los años 80 los sectores organizados del proletariado y la juventud estudiantil, pero después, con el pasar de los años y en el cambio de siglo, una parte de la clase media y también parte de las masas populares semiproletarias apostaron al cambio de sus vidas mediante la representación política que el PT y Lula ofrecían. Una promesa de reformas con escasos riesgos de confrontación con los poderosos intereses del capital.

Cuatro crisis

En este proceso, el PT enfrentó muchas crisis, pero fueron cuatro las que marcaron su historia. La dinámica política de su evolución no fue lineal. El criterio para definir cuáles fueron las crisis más importantes es polémico. La hipótesis de este artículo es que una crisis es significativa cuando un partido sale de la misma cualitativamente diferente de lo que antes era. En los años 80, por ejemplo, cuando la situación política evolucionaba hacia la izquierda por la movilización más activa de los trabajadores y la juventud, el PT tuvo una primera ruptura por la derecha, pero fue indolora, tanto en la vanguardia más orgánica como en el área de la influencia electoral.[6]
La primera gran crisis vino con el gobierno Erundina al frente de la Intendencia de San Pablo. La cuestión central que se planteaba era la relación con el régimen democrático: aceptar o no los límites legales de la constitucionalidad. Erundina y otros intendentes petistas, como Diadema en el ABC de la región metropolitana paulista, se vieron frente al dilema de ocupaciones de tierras públicas y privadas por los movimientos de lucha por vivienda, y frente a huelgas de empleados públicos. Apelaron a la represión, unos más y otros menos, y hubo incluso episodios con presos y heridos. En el partido no hubo ruptura, pero las placas tectónicas del PT se movieron. El PT pagó la deuda externa del municipio, escrupulosamente, y no vaciló en utilizar a la Policía Militar contra la lucha obrera y popular.
Al comienzo de los años 90, cuando la situación política evolucionaba hacia la derecha y las presiones burguesas por la estabilidad del régimen democrático eran más intensas, la dirección del PT convocó al Primer Congreso y decidió expulsar a Convergencia Socialista, una corriente trotskista que constituyó, tras unificarse con otras organizaciones marxistas, el Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU).[7] Fue la segunda gran crisis. A partir de allí, las tendencias de izquierda que seguían resistiendo en el PT quedaron advertidas de cuál sería su destino en caso de desafiar a la dirección. Esta crisis no tuvo repercusión electoral, pero dejó una herida incurable: el ala revolucionaria había sido eliminada y las reacciones fueron declamatorias.
Paradójicamente, con el impulso del “Fuera Collor” la corriente mayoritaria del PT –que había ido demasiado lejos en su viraje hacia la derecha en el primer congreso de 1991– se dividió, originándose la Articulación de Izquierda. Esta corriente, unida a las tendencias marxistas Democracia Socialista (DS) y Fuerza Socialista, entre otras, se impuso en el Encuentro Nacional del PT en 1993. La reacción, sin embargo, reveló ser “fuego de paja” y efímera. En el Encuentro Nacional de 1995, después de la segunda derrota presidencial de Lula en 1994, la Articulación liderada por Zé Dirceu recuperó la mayoría, en alianza con la tendencia Nueva Izquierda, liderada por Jose Genoino y Tarso Genro.[8]
En 1999, la dirección del PT, tras la tercera derrota electoral de 1998, concretó otro viraje más hacia la derecha: vetó la campaña “Fuera Fernando Henrique Cardoso” que venían siendo construida por la CUT y el MST, con el apoyo de la izquierda interna y externa al PT y había realizado en Brasilia un acto con 100.000 activistas. La campaña por “Fuera FHC” buscaba repetir lo que había sido la campaña “Fuera Collor” en 1992 y amenazaba crecer, en un contexto de intenso malestar provocado por la maxidevaluación del real en el primer mes del segundo mandato de Henrique Cardoso. La inflexible posición de la dirección del PT –Zé Dirceu condicionó su aceptación de la presidencia del PT a la derrota de la moción favorable al “Fuera FHC”– demostró al gobierno de Fernando Henrique Cardoso la disposición de bloquear cualquier movimiento social.
Coherente con la decisión de dar pruebas de su compromiso con la gobernabilidad, en julio de 2002 la dirección del PT preparó un manifiesto coincidente con el lanzamiento de la cuarta candidatura de Lula a la presidencia, teniendo esta vez como vice a Zé Alencar, uno de los más grandes empresarios del sector textil y senador por Minas Gerais. Este documento declaraba con todas las letras la decisión de honrar el pago de la deuda pública, interna y externa.
Finalmente, en 2003, luego de la elección de Lula, la dirección del PT no vaciló en expulsar a Heloisa Helena y a los diputados que luego formarían el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), nuevamente con la acusación de indisciplina, por haberse negado a votar en el Congreso la Reforma de la Seguridad Social. Fue la tercera gran crisis. Quedó comprobado que a la dirección del PT no le temblaría la mano para imponer el giro a la derecha.
Fue sin embargo en 2005 cuando el PT atravesó la crisis más seria de su historia. Una parte del núcleo duro de su dirección fue decapitada, políticamente, por la crisis abierta con las denuncias del mensalao.[9] Pese a la inocultable satisfacción de las fracciones mayoritarias de la clase dominante con el gobierno Lula desde su primer mandato, la oportunidad abierta por la crisis del mensalao precipitó una ofensiva política burguesa en el Congreso Nacional y en los medios, con algún eco en las calles, las fábricas y las universidades, que hizo tambalear a Lula en el Palacio de Planalto. El mensalao obligó al PT a sacrificar a Zé Dirceu y a decenas de líderes, desmoralizó al partido en los sectores más críticos del activismo obrero y popular, en buena parte de la vanguardia estudiantil más luchadora y en los medios más honestos de la intelectualidad de izquierda. Después de ocho años en el poder, el carácter de clase de la dirección del PT cambió. Las señales de rápido enriquecimiento pasaron a ser inocultables. El mismo partido cambió de naturaleza social. Pasó a la historia el partido obrero reformista. Luego de años en el poder, nació un partido con relaciones orgánicas con algunas fracciones de la burguesía brasileña.
El PT conservó, pese a todo, una influencia mayoritaria en el proletariado. Entre 2002 y 2010 Lula hizo un gobierno que recibió aplausos casi unánimes de lo que hay de más reaccionario en Brasil y en el mundo: desde Maluf a Delfim Neto, de Michel Temer a Henrique Meirelles, de Busch a Sarkozy, de Merkel a Putin, y no faltaron entre los mayores banqueros, empresarios y latifundistas voces dispuestas a admitir públicamente el deslumbramiento de las clases dominantes de todos los continentes con Lula y el PT. Por si eso no bastara y a pesar del impresionante descubrimiento del financiamiento electoral a través de obscenas relaciones con el empresariado –una rutinaria corrupción que el PT siempre había denunciado–, Lula sorprendió por la resiliencia de su autoridad en la clase obrera. Es verdad que las condiciones de crecimiento económico internacional beneficiaron a Lula y su gobierno. Pero no fueron solamente estas condiciones externas favorables las que pueden explicar la perdurabilidad de la influencia del PT en la clase trabajadora. Tampoco pueden hacerlo las más de diez millones de “bolsas familia” distribuidas.

La transformación del petismo en lulismo

Las posiciones políticas no son, sin embargo, el único parámetro para comprender al PT. Los partidos pueden ser juzgados por la historia de su línea política, las campañas políticas en que se compromete y sus luchas políticas internas; por la confrontación entre sus posiciones cuando están en la oposición y cuando están en el poder; por el programa para transformar la sociedad, o incluso por los valores e ideas que inspiran su identidad; por la composición social de sus miembros –militantes o simpatizantes– o de sus electores, o de su dirección; por el régimen interno de su funcionamiento; por las formas de su financiamiento o por sus relaciones internacionales. Todos estos criterios son válidos, y la construcción de una síntesis exige una apreciación de su dinámica evolutiva. Lo único que no es posible es juzgar a un partido por lo que él piensa de sí mismo.
Si se considera el ángulo político-sociológico, el PT nació como un partido obrero con influencia de masas minoritaria hasta 1987 y mayoritaria en la clase trabajadora a partir de 1989; con una corriente mayoritaria en la dirección, desde la fundación, liderada por un bloque político que unió a una fracción de la burocracia sindical con aspiraciones de clase pequeño burguesa y un colectivo de líderes provenientes de la intelectualidad militante de la generación del 68, o académica; un núcleo dirigente que aceptaba el papel de caudillo de Lula, simultáneamente, como portavoz público y como Bonaparte interno de sus distintas agrupaciones; un programa democrático-radical de reformas, o sea, de regulación social del capitalismo, que se convino en llamar democrático-popular; relaciones internacionales híbridas que unían el apoyo de un sector de la jerarquía católica, vía Holanda y Alemania (con relaciones institucionales minoritarias en el Vaticano), el apoyo de una fracción de la socialdemocracia internacional (vía Partido Socialista francés y SPD alemán), el apoyo de un sector del aparato estalinista internacional (vía Cuba y posteriormente de Alemania Oriental); y finalmente, pero no menos importante, con un ala izquierda muy fragmentada y en distintas organizaciones, con la peculiaridad además de la presencia de algunos miles de trotskistas. Este criterio lleva a considerar importante la relación de la CUT con los fondos de pensión estatales a partir de los años 90, en plena era de privatizaciones. La explicación de este proceso exige también una perspectiva histórica.

Cuatro etapas en la historia del PT

Otro camino para construir una historia del PT es un análisis histórico-político del partido. Las periodizaciones son discutibles, pero inevitables. Desde este ángulo, la historia del PT puede ser dividida en cuatro fases cualitativamente distintas:
a) Entre 1980 y 1985, el PT fue un partido de oposición al régimen militar y al gobierno Figueiredo, y principal impulsor de todas las luchas sociales contra la dictadura, con lo que conquistó el liderazgo de los movimientos sociales, pasando a ocupar el lugar que antes de 1964 pertenecía al PCB. Después de la elección de Sarney en el Colegio Electoral y luego de la elección de la Constituyente en 1986, pero sobre todo después de las elecciones municipales de 1988, el PT dejó de ser un partido de oposición al régimen, ahora un régimen democrático-electoral, pero siguió siendo un partido de oposición intransigente al gobierno;
b) Después de la derrota ante Collor de 1989 y de las elecciones para los gobiernos estaduales de 1990, bajo la presión de la nueva situación internacional abierta por la caída del muro de Berlín, el compromiso de la dirección del PT con la constitucionalidad llevó al partido a vacilar frente al gobierno Collor. Por eso se negó a asumir la iniciativa de comenzar una campaña reclamando “Fuera Collor” en 1991, en ocasión del Primer Congreso, pero después que la campaña, a pesar del PT, ganó apoyo de masas en las calles, en agosto de 1992, pasó a apoyarla;
c) Después de la elección de Henrique Cardoso en 1994, hasta 2002, el PT mantuvo una postura de oposición parlamentaria, aunque negándose a movilizar su base social de apoyo para tratar de impedir que el gobierno de Cardoso gobernase, incluso cuando en 1999 se abrió la posibilidad de hacer contra este gobierno un movimiento semejante al realizado contra Collor. En este proceso se consolidó el liderazgo de José Dirceu. Finalmente, luego de la victoria de Lula o, más precisamente, después de la “Carta a los brasileños” de julio de 2002, cuando se transformó en partido de gobierno, el PT pasó a ser el principal soporte de contención social para garantizar la gobernabilidad de Lula. Fue el PT es que contuvo la posibilidad de que el desgaste social acumulado por el desempleo, la congelación salarial y las privatizaciones de los años de Henrique Cardoso se expresaran bajo la forma de movilización popular. Y es la presencia de Lula, sobre todo, lo que permite explicar por qué el régimen democrático en Brasil no atravesó una crisis como en la Argentina de 2001;
d) El PT fue el partido dirigente del gobierno de Lula que consiguió, entre 2002 y 2010 –sobre todo después de 2006– la estabilización política del régimen democrático electoral: ninguno de los gobiernos electos después de 1989, ni Collor, ni Itamar, ni Fernando Henrique Cardoso habían tenido tanto éxito en anular la protesta obrera y popular. Durante estos ocho años de mandato, el PT atravesó la crisis del mensalao en 2005 y salió de ella, otra vez, irreconocible: el escándalo expuso el desprecio de la dirección del PT por los límites éticos más elementales, aceptando el financiamiento ilegal en una escala apocalíptica de decenas de millones de dólares.

El PT frente a su futuro

Cada generación saca conclusiones reflexionando, comparativamente, en base a un repertorio de lecciones heredadas. La reelección de Lula en 2006 y la elección de Dilma Rousseff tuvieron sus cimientos en los vientos favorables de la situación económica mundial entre 2003-2008 y la recuperación del crecimiento en 2010: el mantenimiento de una baja inflación, el aumento lento pero constante del salario mínimo, la preservación del salario medio y la disminución del desempleo que permitieron el acceso al crédito, y la extensión de políticas públicas como el “Bolsa Familia”.
Frente a circunstancias excepcionales, como fue la caída de la dictadura del Estado Novo (1937-1945) o de la dictadura militar (1964-1984), los trabajadores debieron encontrar un nuevo punto de apoyo político y/o sindical, como fue el proceso abierto por la derrota del nazi fascismo en la Segunda Guerra Mundial, que llevo a que el PCB se convirtiese en partido con influencia de masas desplazando al varguismo, o como fue el proceso entre 1978-1984 que originó al PT, substituyendo al PCB de Prestes.
La etapa de aprendizaje sindical-parlamentario –conocida en la tradición marxista como la estrategia alemana, por analogía con la historia de la socialdemocracia más poderosa del mundo– sólo se agota al calor de una situación revolucionaria que aún no se abrió. La colaboración de clases es un proyecto que renace una y otra vez, en tanto los trabajadores no hayan ganado suficiente confianza en sí mismos y su lucha. Las masas pueden abandonar al jefe de ayer, sin renunciar a las quimeras de su sueño. Pueden, también, reconciliarse con líderes que las decepcionaron.
Entre 1994 y 2002, vía fondos de pensión y a través de la participación en la gestión de los fondos públicos, la burocracia sindical de la CUT, que es aún el principal aparato de apoyo social de la dirección del PT, entró al mundo de los negocios. Después de la elección de 2002, el PT pasó a tener relaciones orgánicas con el gran capital brasileño, y pasó a aceptar con la crisis del mensalao el nuevo papel cesarista de Lula como líder incondicional. E insustituible. Lo que anuncia su ruina. Sin embargo, las ilusiones reformistas de los trabajadores no mueren solas. Serán aún necesarios acontecimientos extraordinarios, como en los ciclos históricos anteriores, para que una nueva dirección pueda afirmarse.

Valério Arcary es historiador. Profesor de CEFET/SP, doctorado en Historia por la Universidad de São Paulo (USP), miembro de la dirección nacional del Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) de Brasil.

Artículo escrito para Herramienta.
Traducido del portugués por Aldo Casas.

http://www.herramienta.com.ar/herramienta-web-8/notas-para-una-interpretacion-historica-de-la-trayectoria-del-partido-de-los-traba


[1] En la tradición marxista, un accidente histórico es un fenómeno transitorio, efímero por lo tanto. El antagonismo entre la necesidad y lo casual es uno de los temas teóricos más apasionantes en el terreno interdisciplinario de la filosofía y la historia.
[2] La sigla ABC alude a las ciudades que conforman la periferia proletaria de San Pablo, donde tienen asiento las mayores fábricas automotrices y metalúrgicas de la inmensa metrópoli.
[3] Legendario dirigente histórico del PCB.
[4] Se refiere a la exigencia de que las autoridades nacionales fuesen designadas mediante elecciones directas y no mediante una elección indirecta en un Colegio Electoral amañado por la dictadura, como finalmente ocurrió.
[5] Entre 1950/1980, Brasil en promedio duplicó el PBI en cada década. Fueron necesarios solamente treinta años para duplicar la población. En términos reales, la renta per cápita era en 1980 50% mayor que en 1950. Demoró, sin embargo, los últimos treinta años para duplicar el PBI de 1980. Y también demoró treinta años en duplicar la escolaridad media: en 2010 alcanzó una escolaridad media de siete años (para la población con 15 años o más), que es la mitad de la escolaridad en los países europeos del Mediterráneo.
[6] Tres diputados federales, Bete Mendes, José Eudes y Airton Soares rompieron con el partido en 1985 porque el PT no apoyó la Alianza Democrática que eligió, indirectamente, la lista Tancredo/Sarney en el Colegio Electoral de la dictadura, luego de la campaña por las “Directas” en 1984. Se fueron solos, sin arrastrar militantes ni afectar mayormente la influencia electoral que siguió creciendo. La trayectoria posterior de Soares fue errática: pasó por el PDT (apoyando en 1989 la candidatura de Brizola), el PSDB, el PPS (con
Ciro Gomes en 1998) y finalmente se afilió al Partido Verde (PV) apoyando a Marina Silva en 2010.
[7] Convergencia Socialista había sido una de las primeras tendencias presentes desde la fundación. Zé Maria de Almeida fue uno de los que defendió la idea de formar un PT en el Congreso de los metalúrgicos de Lins en 1979. En 1992, la acusación que fundamentó la expulsión de CS fue indisciplina, porque la tesis que defendía la necesidad de una campaña para intentar voltear a Collor había sido derrotada en el primer Congreso Nacional del PT de 1991, con el voto del 30% de los delegados. Convergencia Socialista orientaba el 10% de este bloque y llegó a tener dos diputados en el Congreso nacional. CS no aceptó la decisión y, apoyada en una influencia sindical y estudiantil que era superior a su presencia orgánica en el PT –15% en la CUT y 20% en la Unión Nacional de Estudiantes– apoyó en las calles el “Fuera Collor”. El PSTU presentó como candidato a Zé Maria en las elecciones de 1998, 2002 y 2010, pero sin obtener representación parlamentaria. Fue la principal corriente de izquierda anticapitalista que impulsó la constitución de la Central Sindical y Popular/Coordinación Nacional de Luchas (CSP/CONLUTAS) que nació en 2005.
[8] La tendencia Nueva Izquierda surgió de la disolución en 1989 del Partido Comunista Revolucionario. El PCR nació en 1979 de una división del Partido Comunista de Brasil (PCdB), cuya historia remite a la escisión China-Unión Soviética de 1961. El PCdB compartió la línea maoísta defendida por Albania y estuvo al frente de la guerrilla de Araguaia a comienzos de la década del 70. El PCR fue parte de la oposición de izquierda en el interior del PT de los años 80. La Nueva Izquierda realizó el giro político más inverosímil a fines de los años 80: llegó a la conclusión que el estalinismo era indisociable del leninismo y del mismo marxismo.
[9] Gigantesco escándalo de coimas y sobornos a parlamentarios y prominentes figuras gubernamentales.

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