El gobierno francés ha decidido finalmente tomar parte en la campaña de bombardeos realizada en Irak por el ejército estadounidense, en nombre de la “lucha
contra el terrorismo”. Una enésima expedición -Obama es el cuarto presidente estadounidense consecutivo en desencadenar una guerra en Irak- que, se sabe
ya, no hará más que añadir guerra a la guerra, más violencia a la violencia, y que acelerará el hundimiento del Medio Oriente en el caos.

Los levantamientos árabes del invierno 2010-2011 han marcado la entrada del Medio Oriente y de Africa del Norte en una nueva era, al término de cuatro
decenios de consolidación autoritaria y de glaciación social y política. Las caídas de Ben Alí, Mubarak, Gadafi, las movilizaciones en Yemen, en Siria y en
Bahrein, etc. son en efecto las expresiones más visibles de la desestabilización de un dispositivo de control de las poblaciones y de las riquezas por
medio de regímenes dictatoriales, corruptos y serviles ante las grandes potencias.

Es contra ese dispositivo y sus consecuencias económicas, sociales y políticas, a saber, la desviación de las riquezas por la dictaduras, la inmensa
pobreza de las poblaciones y la ausencia de libertades, contra lo que los pueblos se han levantado. Y debido a la profundidad de las raíces de estos
levantamientos ninguna “reestabilización” es posible hoy, incluso mediante una democratización parcial de las instituciones: las reivindicaciones
económicas y sociales siguen estando ahí, y la brecha que se abrió en el invierno 2010-2011 está lejos de haberse cerrado.

La actuación de la contrarrevolución

Y sin embargo, la contrarrevolución está actuando, dirigida por dos principales actores: los regímenes y las principales corrientes del integrismo
islámico. Mientras los regímenes, como la Siria de Assad o el estado mayor del ejército egipcio, intentan por todos los medios mantener el control del
aparato del estado, el integrismo islámico, con los Hermanos Musulmanes a la cabeza, intenta apoyarse en los levantamientos para obtener más poder político
y económico, sin proponer, no obstante, reformas que puedan responder a las aspiraciones populares.

Estas dos fuerzas contrarrevolucionarias pueden, según las situaciones nacionales, enfrentarse o completarse, pero en todos los casos su objetivo es,
fundamentalmente, el mismo: frenar los procesos revolucionarios, bien mediante una brutal represión, bien por su instrumentalización y canalización. Pero
la inestabilidad que se mantiene y se extiende, en particular en Medio Oriente, demuestra que, si bien la contrarrevolución tiene hoy el viento de popa,
está lejos de poder traer la calma. Con gran pesar de los países imperialistas.

Estos, con los Estados Unidos a la cabeza, son, en efecto, en gran medida espectadores de procesos sobre los que no ejercen, o casi, influencia alguna.
Así, la desestabilización en marcha que, en ciertos países como Libia, Irak o Siria, se traduce en una descomposición de los estados y de sus aparatos,
participa en efecto de la pérdida de hegemonía estadounidense en la región, producto de la reorganización de las correlaciones de fuerzas en el seno del
sistema capitalista en crisis y de la doble derrota política y militar de los Estados Unidos en Afganistán y en Irak.

¡Contra la guerra, solidaridad con los pueblos en lucha!

Frente al debilitamiento de los regímenes aliados de los occidentales y a la emergencia de fuerzas incontrolables como el estado islámico, producto de la
descomposición de los aparatos estatales, de las rivalidades entre fuerzas contrarrevolucionarias y de una radicalización debida a la violencia de la
represión, sea ésta producto de los regímenes o de los ejércitos occidentales, los países imperialistas se encuentran sin alternativas. Su ausencia de
estrategia para restablecer el orden en una región de una grandísima importancia geoestratégica es visible: ¿bombardear a Assad o a sus adversarios?
¿Apoyar a ciertos grupos armados integristas o combatirlos? ¿Aceptar secesiones y desplazamientos de fronteras u oponerse a ellos?, etc.

La nueva expedición a Irak (y Siria en el caso de los Estados Unidos) es más el revelador del déficit de estrategia de los países imperialistas que de
algún tipo de visión a medio o largo plazo. Y una vez más, son los pueblos quienes van a pagar la factura: la historia reciente de las guerras en la región
demuestra en efecto que no han aportado más que más caos y hecho el juego a las fuerzas más reaccionarias, ávidas de transformar conflictos políticos y
sociales en “guerra de civilización”.

Entonces, digámoslo: Francia y los países occidentales deben inmediatamente abandonar sus intervenciones militares, directas e indirectas, en la región.
Nuestra oposición a esta guerra debe ir acompañada de una solidaridad sin fisuras con las poblaciones en lucha y sus reivindicaciones, así como con todas
las organizaciones que las defienden y que combaten, al margen de la agenda imperialista, a las fuerzas contrarrevolucionarias.

L´Anticapitaliste n. 58 (octubre 2014)

http://www.npa2009.org/idees/non-lexpedition-militaire-en-irak

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

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