[Destacado teórico marxista escocés, Tom Nairn acaba de fallecer a la edad de 90 años. Sus trabajos sobre los nacionalismos en el Reino Unido y sobre la monarquía, a menudo relacionados con los de Perry Anderson, han estado en el centro de debates y polémicas memorables en la historia del pensamiento social y la historiografía británica a partir de la década de 1970. Esta contribución remite a su libro más conocido (junto con The Break Up of Britain, 1977): The Enchanted Glass: Britain and its Monarchy (1988).]

La reina Isabel II ha muerto. A raíz de su fallecimiento, el 8 de septiembre de 2022, su hijo se ha convertido automáticamente en el nuevo monarca del país, el rey Carlos III. De este modo, el Reino Unido cuenta ahora con un nuevo soberano, que será coronado en mayo de 2023.

La Reina ha muerto, ¡viva el Rey!

El régimen del monarquismo nacional que reina sobre el territorio que abarca Inglaterra, Escocia, el País de Gales e Irlanda del Norte, es un animal histórico paradójico. Escenario de la primera revolución europea, instigador del desarrollo capitalista y de las ideas políticas modernas, su característica más destacada entre los países similares de Europa o de Norteamérica, no obstante, es la naturaleza arcaica y premoderna de su Estado.

Sin Tom Nairn, nacido en Fife, Escocia, en 1932, esta formación social seguiría siendo una verdadera caja negra. La coyuntura exige que nos fijemos en su pensamiento. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Edimburgo en 1956, pasará varios años en la Escuela Normal Superior de Pisa, donde descubre a Gramsci; en 1962 funda, junto con Perry Anderson, la revista británica pionera de crítica marxista, la New Left Review (NLR).

Polo ineludible de la tercera generación de la historiografía marxista británica, la NLR efectúa muy pronto una ruptura con el enfoque dominante en esta escuela, la historia desde abajo asociada a la figura de Edward Palmer (E. P.) Thompson. A diferencia de sus antecesores, Nairn y Anderson proponen analizar la historia de su país a través del prisma de la historia de su Estado.

Las tesis de Nairn y Anderson
A través de una serie de artículos publicados en la NLR a lo largo de la década de 1960, los dos autores establecen los fundamentos de las llamadas tesis Nairn-Anderson: una teoría del desarrollo historico anómalo del Estado británico y de la manera en que este proceso determina la formación social británica en general. Movilizan conceptos gramscianos, de hegemonía o de nacional-popular, por ejemplo, para llevar a cabo un análisis de la larga duración de la formación del Estado y de su función en la estructuración de las elites, de los partidos y de la inteliguentsia nacional. Las tesis Nairn-Anderson ponen el acento en la composición de clase histórica de las instituciones sociales y políticas del país, y el papel del mecanismo imperial de expansión permanente en la atenuación de las tensiones sociales internas.

El desarrollo de un capitalismo agrario sumamente próspero y productivo, controlado por una clase de poderosos terratenientes, había precedido desde hacía tiempo a la emergencia del capitalismo industrial en las islas británicas. Antes incluso de comienzos del siglo XVIII, al término de una guerra civil, su clase dirigente aristocrática victoriosa, apoyada por un capital mercantil, ya había modelado las instituciones políticas del país a su imagen y semejanza. A la cabeza del Estado, esta clase conquista el imperio más grande del mundo, bastante antes de la emergencia de una clase burguesa industrial capaz de desempeñar un papel político.

Cuando finalmente emerge esta clase en el transcurso del siglo XIX, se halla sometida políticamente por el bloque dominante, aunque sin verse constreñida económicamente por esta dominación, y de este modo no desarrolla ninguna ambición hegemónica y por tanto ninguna necesidad de movilizar a las clases populares en la construcción de un Estado. Según los autores, la conservación de su caparazón estatal premoderno reposa en este centro ausente de la modernización capitalista británica.

¿Una nación británica?
Anderson, por su parte, prosigue su investigación en el terreno de la historiografía del desarrollo del Estado, publicando Transiciones de la antigüedad al feudalismo y Lineages of the Absolutist State en 1974[1]. Sin embargo, Nairn nos sumergirá más profundamente en el caso británico publicando una serie de artículos en la década de 1970, que formarán la obra insigne The Break-up of Britain[2] [La desintegración de Gran Bretaña] (1977).

En este libro, el autor elabora, a través de un análisis del caso plurinacional del Reino Unido, una de las teorías marxistas del nacionalismo más impresionantes[3]. El autor parte de las premisas clásicas que dice que el nacionalismo representa el fenómeno de unir de manera coherente intereses de clase antagónicos en torno a un proyecto de desarrollo capitalista. Su contribución particular se refiere a la teorización de las dinámicas específicas y generales de su emergencia y de su formación como tal.

Mediante una comparación panorámica entre casos internacionales y el ejemplo británico, Nairn conceptualiza la variabilidad del nacionalismo a través del prisma de la noción marxista, desarrollada por León Trotsky, del desarrollo desigual y combinado del sistema capitalista. En la medida en que el nacionalismo representa la integración del pueblo y de sus significantes en un proyecto de desarrollo, la dialéctica geográfica que pone en marcha la dinámica desigual y combinada, entre centro y periferia, genera la necesidad por parte de las nuevas elites locales de movilizar el apoyo de sus propias clases populares en esta dinámica de competición.

Nairn tiene cuidado de no reducir la existencia de naciones como tales a los diversos discursos  nacionalistas. Las tradiciones y costumbres de las naciones pueden movilizarse defensivamente, ofensivamente, al servicio del proyecto de desarrollo capitalista o en nombre de la revolución social. No son buenas ni malas. La movilización de las costumbres populares para defenderse políticamente contra la explotación ya era una cuestión consolidada en la historiografía marxista británica (que fue el tema de la obra pionera, The Making of The English Working Class [La formación de la clase obrera en Inglaterra[4]],publicada por Thompson en 1962).

Sin embargo, para Nairn, las tensiones sociales que desencadena la dinámica del desarrollo capitalista llevan a una recuperación de sus significantes culturales, que acto seguido se integran y despliegan en el marco del proyecto económico de las elites regionales o nacionales y se reproducen en el proceso de formación de un Estado-nación moderno, a saber, basado en una noción de soberanía popular.

No obstante, la estructura estatal británica –consecuencia de su desarrollo anómalo– es una entidad supranacional sin el elemento popular correspondiente. Hasta hoy no existe ningún principio de soberanía popular en su constitución. Según el análisis de Nairn, la estructura premoderna del Estado británico hace que sea particularmente vulnerable a las presiones independentistas internas, históricamente no resueltas por su estructura imperial. En efecto, la rotura del marco del Reino Unido como tal representa el horizonte político explícito de The Break Up of Britain. Sin embargo, a pesar de su naturaleza profética, el título del libro no constituye una predicción, sino un diagnóstico.

En aquel entonces, la hipótesis de Nairn tenía como telón de fondo: el fin del imperio en la década de 1960; la emergencia, en la década de 1970, del SNP (Partido Nacional Escocés), del independentismo galés, de la continuación del conflicto en Irlanda del Norte y el ascenso del nacionalismo inglés en torno a la figura de Enoch Powell. Hoy, con la crisis del Brexit, la hegemonía del partido nacionalista escocés en este país, la reaparición del independentismo galés y la revitalización del proyecto de una Irlanda unificada, este diagnóstico aguanta el tipo.

El cristal encantado
En The Enchanted Glass, Britain and its Monarchy [El vidrio encantado Gran Bretaña y su monarquía] (1988)[5], el autor arremete contra la cuestión del marco de la britanidad como tal, a saber, como producto histórico del monarquismo nacional. Para Nairn, el monarquismo representa una determinada concepción de la unidad nacional, del poder y de la autoridad estatal y social.

En un primer tiempo, el monarquismo es la manera particular en que se han configurado históricamente la grandeza y el prestigio nacional británico y en que siguen desplegándose. Un análogo posible del republicanismo en Francia, aunque sin el elemento popular. Pero más profundamente, el monarquismo nacional representa el fundamento de lo que es británico como tal. Porque ¿cuáles son los resortes reales de Britain como sociedad nacional sino el monarquismo que mantiene unida su Unión?

Si el horizonte de Nairn en The Break up of Britain es la ruptura política con el sistema de Westminster[6] y la Unión[7], el de The Enchanted Glass es el de la ruptura con el marco de la sociedad británica en general. La voluntad –acerba, despectiva e incluso violenta– de romper intelectualmente con las premisas de esta sociedad representa sin duda alguna la característica más distinguida del pensamiento de Nairn. Convierte su obra en una de las más esclarecedoras y singulares del pensamiento marxista británico.

Esta obra representa una culminación a este respecto. Mezcla de historiografía, sociología, psicoanálisis, antropología y polémica, es al mismo tiempo panorámica y cotidiana, una  teorización inaudita y una fulminación rabiosa y personal.

El estilo de Nairn, sobre todo en esta obra, es difícil de reproducir en otra lengua. Su manera retórica se caracteriza por la incorporación deliberada de formas lingüísticas y de expresiones idiomáticas británicas con el fin de ridiculizar y desnaturalizar su sentido familiar. Este modo de proceder implacable, mezclando sarcasmo y desprecio, atraviesa todo su análisis. Pero Nairn no pretende que pueda enterrar la monarquía con su pluma, “exigir la abolición de la monarquía sería como reclamar la disminución de la pluviosidad anual británica”.

Describe su planteamiento crítico modestamente como un proceso encaminado a “aflojar las asociaciones habituales” a fin de introducir en ellas “una nueva perspectiva” y de “establecer un nuevo contexto para el sentido de un enunciado[8]”. Es decir, romper con los condicionantes de su contexto británico, el del monarquismo nacional como marco trascendental de la sociedad como tal.

Como instrumento de desnaturalización (y como expresión de desprecio) de esta sociedad, el autor inventa la noción de Ukania. El término se compone de una combinación de la sigla de United Kingdom (UK) con el sufijo -ania, para denotar un lugar o un país. Nairn se inspira en el Kakania, el país ficticio imaginado por Robert Musil en El hombre sin atributos (referido a su propio reino nativo tan extraño, el Imperio Austro-Húngaro).

La noción de Ukania designa el conjunto de “códigos que componen una identidad perceptible” británica. Esta identidad es, según el autor, “difusa de arriba abajo” y “marcada por nociones como ‘equidad’, ‘decencia[9]’, ‘compromiso’, ‘consenso’, ‘libertades’ plurales y concedidas, ‘ser escuchado’, ‘tradición’ y ‘comunidad’”, añadiendo, en su estilo irónico, “más que las abstracciones carentes de humor de 1776[10] y de 1789[11]”. La noción de Ukania conceptualiza, según Nairn, los códigos y las prácticas propias de este culto y de su fetiche de lo premoderno y del glamour arcaico de las estructuras heredadas del Estado.

La negación del poder
Contrariamente a los conservadores, para quienes la monarquía se halla explícitamente en el terreno de lo sagrado (como lo formuló el redactor jefe del diario The Times en 1974: “la esencia espiritual e interna de nuestra vida nacional[12]), la adhesión al monarquismo de las fuerzas progresistas ukanianas adopta una forma diferente, la de la negación. Para el autor, un ejemplo de ello se ve en la réplica de los líderes progresistas británicos cuando se plantea la cuestión del estatuto político de la monarquía (y “que goza desde hace tiempo de un estatuto de truismo en la cultura política ukaniana”): “que la institución de la monarquía no tiene la menor importancia[13]”. En efecto, desde el jurista liberal Walter Bagehot a finales del siglo XIX hasta el Partido Laborista contemporáneo de  Keir Starmer, pasando por casi todos los dirigentes laboristas precedentes, esta negación de la importancia política de la monarquía representa une constante en el terreno político británico, y una fuente de exasperación para Nairn.

A pesar de la auténtica maravilla sociológica que constituye la institución monárquica británica, pocas veces, por no decir nunca, ha sido objeto de una teorización autóctona. Lo que Nairn denomina la “sociología de la prosternación” caracteriza la escasez de análisis relativos a esta institución. Se trata en general de estudios que, al analizar el sentimiento monárquico entre la población, desmienten su importancia en la cúspide del Estado. Se presentan dos casos típicos: uno plantea una perspectiva favorable a la institución y el otro una perspectiva hostil.

En el primer caso, los análisis típicamente niegan la importancia del arcaísmo, de la ceremonia y de la pompa monárquica en la cúpula del Estado –eso que Nairn llama su lado “tejón disecado”– en nombre del supuesto realismo y racionalismo ocultos del sistema. Ahora bien, con ello la sociología de la nación da la espalda a la forma adoptada por los símbolos concretos de su expresión.

El segundo caso minimiza la importancia de esta institución que corona el sistema subrayando las las presiones directrices de la clase obrera, que justamente necesitaría un poco más de tiempo para desprenderse de ella. Ahora bien, se pone entre paréntesis la cuestión y el desafío político que representan la posición de la monarquía en la cúpula del Estado; la forma simbólica de la autoridad estatal se trata como un elemento superfluo de la nación, porque su verdadero motor ya estaría preparando su abolición.

En opinión de Nairn, la importancia sociológica de la monarquía para comprender la concreción de las actitudes nacionales se deriva precisamente de su propia despolitización como símbolo de poder estatal en el seno de la sociedad. La institución le confiere un marco político particular, compuesto de etiquetas y costumbres jerárquicas y seudofamiliares, basadas en la deferencia social y en una imagen de autoridad política casi parental. Instituye el espacio en cuyo interior “pueden librarse los combates políticos sobre cuestiones de contenido… la economía y el bienestar social”. Así, para él, la despolitización de la monarquía como marco último de la política legítima se ha convertido en una de las condiciones fundamentales del campo político británico como tal.

Una de sus consecuencias más insidiosas tiene que ver con la atenuación de los conflictos de clases en este país. Según el autor, el carácter corporativista y reformista del movimiento obrero británico  desde la derrota de los cartistas, a mediados del siglo XIX, así lo demuestra. En efecto, con excepción del republicanismo irlandés, desde hace 150 años ningún movimiento de masas ha puesto en tela de juicio el marco político fundamental del Estado en este país. En el sentido ukaniano, la identidad de clase no es “nada más que la antropología social de la aceptación amarga del monarquismo”.

La obsesión persistente con la clase en este país no representa sobre todo, para él, “una patología histórica de estratificación” y “un modo de adhesión corporativista a todos los códigos nacionales de estatus[14] El monarquismo nacional, con su estructura jerárquica particular, ha sabido integrar los nuevos desafíos de clase impulsados por la industrialización, según Nairn, reconvirtiéndolos en elementos pintorescos, de colorido local y con acentos regionales, de una familia nacional, nada más que otro ámbito entre otros de su reino.

El monarquismo y el pueblo
En efecto, para Nairn, el monarquismo nacional confiere a la formación británica su característica más notoria precisamente a través de la elusión de la cuestión de las clases populares y de su relación con el Estado. “En el espectro moderno de actitudes nacionalistas, de hecho, la variante británica es la única que no es de naturaleza democrática ni etnopopulista”. Ahora bien, el monarquismo nacional proporciona un marco de pertenencia nacional que no descansa en ninguna noción de pueblo.

En el plano de la representación simbólica del poder político, el pueblo británico no tiene ninguna influencia sobre su Estado: las tradiciones legadas a la sociedad británica desde arriba han ahogado las tradiciones y las imágenes populares que vienen de abajo. Esto explica en parte la debilidad política y la ausencia histórica de una identidad popular propiamente británica, más que inglesa, galesa, escocesa o irlandesa. En la comunidad política del Reino Unido, “las potencialidades de un pueblo mítico o de un Volk desaparecen detrás de estas instituciones míticas, de las costumbres dominantes de una gravedad tan comprobada y de una importancia tan fundamental que nadie se atreverá jamás a cuestionarlas… y desde luego no con un violín y danzas regionales[15].

Este fetichismo de la corona y de las instituciones se impuso, en parte, para alejar las toxinas de la nacionalidad democrática y etnopopulista y, al mismo tiempo, para sustituirla[16]. Así es como, según Nairn, el monarquismo nacional contribuye a la resiliencia histórica del sistema británico frente a los desafíos populares de abajo: aboliendo la correspondencia entre el Estado y el pueblo, relegando a este último al rango de simple componente de la nación en vez de su fundamento.

Como dice el politólogo R. W. Johnson, “es impensable que un Estado como el del Reino Unido sea  poseído por su pueblo”. Carente del principio de soberanía popular, la constitución británica puede resumirse, de acuerdo con el jurista constitucional Vernon Bogdanor, en tan solo nueve palabras: “los actos del monarca en el parlamento son la ley[17]”. Nairn resume así la situación: “la democracia británica es, en un sentido real y no nominal, servidora de la Corona; lo contrario no es cierto[18]”.

Esta característica del Estado británico es una herencia del Imperio –de un poder extraterritorial, que engloba y es irreductible a un único pueblo en particular–, que se ha conservado en la institución de la monarquía y en especial en la forma de su separación radical de la nación como tal. Para Nairn, como buen marxista, esta separación simbólica del monarca representa la “cara pública” y el “cemento social” del modelo singular de desarrollo capitalista que representa el Reino Unido.

Esta relación heterónoma del pueblo se reproduce en la forma de otra gran institución británica, derivada también del Imperio: la City. La separación política de la nación con respecto al monarca se corresponde con “la separación permanente y funcional del capital financiero con respecto a los asuntos únicamente domésticos”. En el sistema británico, “a la vez alma nacional y bolsa de dinero (por decirlo así) se sitúan a una buena distancia de lo que es única y burdamente nacional[19]”.

Para Nairn, el monarquismo instituye una forma heterónoma de nacionalismo que elimina al pueblo como fundamento del Estado y de este modo oscurece la disposición del primero y las posibilidades de transformación del segundo[20]. Concretamente, esto se refleja en la manera particular en que la forma no codificada de la constitución británica enturbia filosófica y jurídicamente el sistema como tal. A este respecto, merece citar un párrafo entero, típico del estilo de Nairn:

Toda discusión sobre la Constitución es en todo caso un asunto de necromancia semilegal en el Reino Unido, realizada en las cumbres borrascosas académicas por una raza de juristas-filósofos especialmente evolucionada cuyas costumbres totémicas no tienen nada que ver con la política cotidiana. Un antiguo sendero de cabras las conecta con Westminster y allí finaliza; se producen intercambios mutuos de regalos (en forma de notas al pie de página, primorosamente construidas, más que en forma de tomos), pero rara vez más de una vez por generación. La tarea de estos chamanes de las tierras altas, recordemos, consiste en interpretar una transubstanciación histórica casi tan milagrosa como la patentada en Palestina: como la autoridad soberana de la monarquía inglesa ha sido transmitida al parlamento  y seguidamente administrada al pueblo de manera prudentemente dosificada[21].

En efecto, ¿por dónde habría que empezar para refundar el sistema constitucional británico? ¿Por la Magna Carta, la Bill of Rights, los estatutos constitucionales, o por el manual de procedimientos parlamentarios de Erskine May (496 páginas)[22]? En Francia, los agentes políticos pueden procurarse, si lo desean, una copia de la constitución de la Vª República (48 páginas) y leerla, comprenderla y analizarla como descripción jurídica del marco legítimo en el que se crean las leyes del Estado. La empresa equivalente en el Reino Unido sería infinitamente más difícil, en un sentido muy literal; y sin hablar de cómo discutir de ello con la ciudadanía lambda… perdón, con los súbditos y súbditas de la Corona. Por consiguiente, para Nairn, la forma no codificada de la constitución funciona fundamentalmente, en el terreno político, como una “coartada para no tomarse la molestia de reflexionar más sobre ello[23]”.

Los límites de Nairn
El análisis de Nairn comporta una dimensión antropológica importante. No es por casualidad que se apoye más en Ernst Gellner que en Marx en esta obra. El autor dedica mucho tiempo a poner de relieve los afectos típicamente británicos, y sobre todo ingleses, del monarquismo nacional. Los sueños hechos realidad de “insipideces imponderables” que tiene esta gente sobre su reina; su monomanía protectora cuando alguien critica a Su Majestad; la cortesía ferviente de la cultura británica; la adoración social expresada en la proyección incesante de cualidades morales y personales sobre la figura de Isabel II; la obsesión nacional, mediatizada por la prensa, por saber “cómo es realmente la realeza”, irresistible incluso para muchas personas de izquierda.

De hecho, Nairn profesa un odio profundo hacia Ukania. En la perspectiva del autor escocés, el imaginario británico es opresivo y desesperante y está prohibido hasta el trasfondo de su alma. Su crítica despiadada de los afectos y de la identidad británica se extiende incluso hasta los pioneros del marxismo en este país, en particular Thompson, a quien el autor critica por su participación en el culto ukaniano de las costumbres y en la fetichización del imaginario premoderno[24]. Desde esta  perspectiva, Thompson representa el ejemplar típico de intelectual radical británico que, a pesar de su brillantez, permanece atrapado en los presupuestos de su imaginario nacional.

Ahora bien, Nairn también es por su parte un ejemplar típico de intelectual británico. Su actitud –eso que Isaac Deutscher calificó de nihilismo nacional– es a su vez producto del imaginario contra el que se rebela, producto de sus ataduras. Excluido de las instituciones partidarias y políticas nacionales, prisionero de un marco político-imaginario que él desprecia, pero que es incapaz de transformar, el nihilismo nacional, fruto de la desesperanza imaginaria y de la frustración política, es una corriente de afecto propia del republicanismo radical británico.

En efecto, el republicanismo ocupa un espacio extraño dentro del universo político ukaniano. Por un lado, afecta al centro neurálgico del sistema, mientras que por otro ha sido neutralizado como fuerza política y social, “definido (en el mejor de los casos) como un excéntrico bien intencionado, pero que en el fondo también podría ser uno de esos tipos perfectamente nocivos que están contra todo[25]. El todo, en este caso, es el Reino Unido como tal. Ahí es donde reside el problema: para Nairn, el desmantelamiento del Reino Unido como marco político representa una condición necesaria de la transformación social en este país, lo que significa que en el Reino Unido no es posible ninguna transformación social sin abolirlo como tal.

Un problema político insoluble que puede conducir, en versión vulgarizada, al hiperpesimismo y al inmovilismo. Nairn, por su parte, puede jactarse de haber contribuido al desarrollo de una nueva fuerza política británica importante: el nacionalismo escocés progresista. De todos modos, señala que el programa independentista del SNP contemporáneo representa sobre todo una especie de “monarquismo republicano”, totalmente compatible con el mantenimiento de un papel reconocido para la monarquía “como símbolo de asociación y de buena voluntad[26]. Si la ruptura intelectual con el imaginario nacional británico es difícil, tanto más lo es la ruptura política.

Por momentos se podría pensar que según Nairn el republicanismo representa una especie de etapa necesaria en la transformación social y política moderna como tal, una suerte de etapismo marxista transpuesto al terreno del imaginario político. Esta dimensión de su pensamiento se deriva en parte de su modelo por excelencia de desarrollo normal de las sociedades modernas: Francia. Ahora bien, realmente no existe ningún modelo normal en el caso de la modernidad, sea europea o no; cada país sigue un camino históricamente específico.

Esta es la crítica principal que hacen a Nairn sus colegas[27], pero no se adecúa a sus planteamientos. Lo que le importa, como militante socialista, es la cuestión de qué modelos, entre todas las diversas formas de modernización, son los más (o menos) receptivos a una empresa de transformación social en un sentido anticapitalista. El imperativo de desbritanización, o de desukanización, que él defiende, se basa en la idea que encierra de que el modelo británico deja muy poco espacio para esta posibilidad.

En el caso de Nairn, la necesidad de un contramodelo refleja esta dificultad de pensar dicha posibilidad a través de su propio imaginario nacional. De ahí que el autor trate tan tenazmente de pensar esta cuestión sin recurrir a los conceptos indígenas de su propio imaginario: de pensar más allá de él y sin él mismo. Como dice Anthony Barnett: “con enorme esfuerzo, Nairn ha salido realmente del mundo de pensamiento y mentalidad de la Britishness[28]”.

En efecto, la historia parece inclinarse a favor de las tesis de Nairn. El Reino Unido es al mismo tiempo uno de los pocos países grandes europeos (por no decir el úníco) que no ha conocido los sobresaltos revolucionarios de los siglo XIX y XX. El compromiso nacional-monárquico del siglo XVII, remozado en varias ocasiones pero nunca roto, sigue limitando en el siglo XXI las posibilidades de transformación social en este país. Entre los ejemplos europeos o norteamericanos, la formación populista de izquierda que ha desaparecido más rápida y decisivamente del terreno político nacional ha sido el corbynismo.

Conclusión
Con motivo de la muerte de la reina, la actividad de la sociedad británica quedó suspendida durante diez días. Se decretó duelo nacional. Se detuvo el trabajo parlamentario y se anularon obligatoriamente los actos sociales, con el fin de dejar sitio a interminables desfiles y procesiones funerarias, a la proclamación oficial del nuevo rey en las cuatro naciones y a una cobertura mediática de todos esos actos, todo perfectamente típico de su monomanía.

Isabel II fue la reina de la pérdida del Imperio. Carlos III será sin duda el rey de la pérdida de una parte de la Commonwealth. Su hijo, el futuro Guillermo VI, puede que sea el del estallido de la unión entre las cuatro naciones, bajo la presión de los movimientos independentistas. Pero si la institución ha sobrevivido al primer desafío, ¿por qué no también a los venideros? Pensamos que no desaparecerá así como así. Después del Vaticano, la institución de la monarquía británica representa una de las instituciones más antiguas y resilientes de poder social y político que existen. Además, la muerte de la reina no ha hecho más que demostrar hasta qué punto las instituciones más importantes del país, así como el imaginario nacional, siguen estando firmemente sometidos al nacionalmonarquismo y a la veneración de sus iconos.

Desde nuestro punto de vista, el planteamiento iconoclasta que encierra el núcleo de la obra de Nairn –y de todos su pensamiento sobre el Reino Unido– sigue siendo igual de molesto e insoluble que siempre: no es posible una transformación social fundamental en el Reino Unido sin abolirlo como tal. To transform Britain, are we bound to do away with it altogether?

28/01/2023

Contretemps

Traducción: viento sur

Notas:

[1] Anderson, Perry, Transiciones de la antigüedad al feudalismo, Siglo XXI Editores, 1979; El Estado absolutista, Siglo XXI Editores, 1980

[2] Nairn, Tom, The Break-up of Britain, Londres y Brooklyn, Verso, 2021.

[3] Además, el tratamiento de esta cuestión por Nairn se adelanta a la mayoría de otros análisis del nacionalismo, cf., Anderson, Benedict, L’Imaginaire national, réflexion sur l’origine et l’essor du nationalisme, La Découverte, 2006 (1983); Gellner, Ernest, Nations et nationalisme, Payot, 1989 (1983) ; Balibar, Étienne, y Wallerstein, Immanuel, Race, nation, classe, La Découverte, 1988; Hobsbawm, Eric J., Nations et nationalisme, Gallimard, 2001 (1990).

[4] Thompson, Edward P., La formación de la clase obrera en Inglaterra, Capitán Swing, 2012.

[5] Nairn, Tom, The Enchanted Glass, Britain and its Monarchy, Londres y Nueva York, Verso, 2011.

[6] Sede del parlamento británico que designa el sistema de gobierno británico.

[7] De las cuatro naciones, bajo la égida del Reino Unido y del sistema de Westminster.

[8] Nairn, The Enchanted Glass, op cit, pp. 12, 13.

[9] En inglés, decency representa una noción político-moral transversal en la cultura política británica, del socialismo ético al conservadurismo one nation (uninacional).

[10] Año de la declaración de independencia de Estados Unidos de América.

[11] Nairn, The Enchanted Glass, op cit, p. 97.

[12] Ibid, pp. 55, 56.

[13] Ibid, p.103.

[14] Ibid, pp. 188, 189.

[15] Ibid, p. 184.

[16] Ibid, pp. 184-187.

[17] Bogdanor, Vernon, The People and the Party System, The referendum and Electoral Politics in Britain, Cambridge University Press, Cambridge, 1981, p. 2.

[18] Ibid, p. 369.

[19] Ibid, p. 241, 242.

[20] Ibid, p. 127.

[21] Ibid, p. 362.

[22] Textos fundacionales del constitucionalismo británico, que se remontan al siglo XIII.

[23] Ibid, p. 361.

[24] Una controversia intelectual que se remonta a la recepción de las tesis de Nairn y Anderson por Thompson en la década de 1960 y los debates que siguieron.

[25] Ibid, p. 50.

[26] Ibid, p. xv.

[27] Cf. Davidson, Neil, How revolutionary were the bourgeois revolution? Chicago, Haymarket Books, 2017 (2012).

[28] Nairn, Tom, The Break Up of Britain, op cit, p. xxii.

 

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