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Ya lo dijo Tere Rodríguez en la presentación de Podemos en Madrid, “hay que mover ficha pero también hay que mover el tablero sobre el que nos quieren hacer jugar y disputarles a los poderosos no sólo las calles, espacio donde se sienten incómodos, sino también los espacios donde están apoltronados y donde son fuertes: las instituciones”. Introducía de esta manera la maestra y sindicalista andaluza la que constituye, desde mi punto de vista, la principal razón de ser de la iniciativa que acaba de nacer: aglutinar de manera simultánea descontento e ilusión por un cambio real en aras de asaltar la política institucional de forma complementaria a nuestra presencia en las plazas, en los centros de estudios, en los centros de trabajo y en nuestro quehacer cotidiano en los movimientos sociales.

No han sido pocas las llamadas que en los últimos años se han realizado para congregar a la izquierda como trampolín para hacer política de otra manera y al servicio de los intereses de las mayorías. Estos emplazamientos han tendido a sufrir (o elegir) dos destinos. O bien no han pasado de constituir poco más que iniciativas propagandísticas incapaces de llegar más allá de los usuales círculos militantes o bien han conseguido reunir cierta masa crítica a costa de diluir la radicalidad de su discurso y/o acabar haciendo lo que en su programa electoral juraban que nunca harían: aceptar la austeridad como mal menor y dejarse arrastrar por unas lógicas, criterios e intereses ajenos al día a día de la mayoría de la ciudadanía.

El camino iniciado por Podemos contiene un enorme potencial para evitar tanto la marginalidad como la edulcoración. Sin embargo, no se encuentra completamente exento de ninguno de los dos riesgos y habrá que ver hasta qué punto consigue constituirse en una propuesta realmente diferente en el panorama de la izquierda estatal. De su capacidad de devenir novedad dependerá su éxito ya que, al fin y al cabo, frente al dilema entre el original y una copia la gente suele decantarse por el primero. Es por todo ello que lanzo en las siguientes líneas una reflexión sobre algunos de los elementos imprescindibles que Podemos debe tener en cuenta si realmente quiere ser pionera en hacer política desde lares no comunes y lógicas innovadoras.

En primer lugar, resulta necesario y urgente un posicionamiento de la izquierda estatal ante el proceso soberanista en Catalunya; posicionamiento alérgico a toda tibieza o ambigüedad y en defensa del derecho a decidir y la celebración de la consulta por la independencia. Poco moverá Podemos en Catalunya si no está dispuesto a abordar de manera valiente el escenario político y social que vivimos en estos momentos o si se convierte en un proyecto diseñado y desplegado exclusivamente por y para Madrid. No han sido pocos los argumentos de la vieja izquierda española contra el derecho a la autodeterminación del pueblo de Catalunya en base a la dominante raíz transversal, y a menudo conservadora, del proceso catalán. Es importante, sin embargo, no perder de vista que el derecho a decidir a todos los niveles constituye (o debería hacerlo) un patrimonio democrático fundamental. Resulta preciso a su vez visibilizar que existe un amplio espectro de la izquierda catalana defendiendo en la actualidad no sólo la celebración de la consulta sino también la respuesta afirmativa a la doble pregunta. Lejos de pretender hacerle el juego a la derecha del Principado, esta izquierda busca en el actual contexto no sólo defender el derecho colectivo a pronunciarse sobre un destino también colectivo sino identificar a su vez grietas desde las que cuestionar y desequilibrar el régimen del 78 y la dictadura de los poderes financieros. Es por ello que resulta imprescindible que una nueva izquierda a escala estatal asuma el papel de contribuir a la relación de fuerzas en pos de una República Catalana al servicio de las mayorías y, lejos de simplificar el asunto como exclusivamente burgués, apoye los intentos de impulsar un proceso constituyente en territorio catalán que pueda a su vez generar y ampliar grietas en el resto del Estado. Lo que está en juego en estos momentos en Catalunya no es sólo el futuro de los y las catalanas: también lo está el destino del ordenamiento monárquico de la mal llamada Transición. Los y las catalanas trabajando por una República Catalana del 99% que nada tiene que ver con Mas, Duran ni Junqueras, necesitamos que las izquierdas de más allá del Ebro se hagan eco de nuestra apuesta apoyándola de manera incondicional.

En segundo lugar, frente a desidias históricas, Podemos debe poner en el centro de sus reivindicaciones el derecho de las mujeres a decidir sobre nuestro propio cuerpo y nuestras propias vidas. Aquí el derecho a la autodeterminación deviene también crucial. Este eje se encuentra presente en uno de los puntos del manifiesto pero se deberá profundizar en el rechazo al virulento ataque de la derecha contra las libertades de las mujeres, así como su intento de fortalecer la tutela de nuestros destinos y voluntades. La respuesta no puede reducirse a un mero apéndice de la iniciativa o un punto programático políticamente correcto, sino que debe de ser una batalla prioritaria que refleje no sólo la condena del nauseabundo odor proveniente de los rincones del Ministerio de Justicia y de la misma Moncloa, sino que las mujeres, nuestros derechos y nuestras propuestas constituyen un elemento sin el que resulta imposible construir la izquierda del siglo XXI. Y es que no está en juego únicamente la libertad sobre nuestros propios cuerpos sino, desde el reconocimiento de que el contrato social que tanto parece reivindicar Podemosfue siempre también sexual y racial, reconocer de una vez por todas que el feminismo contiene propuestas y alternativas capaces de poner patas arriba un modelo basado en la competitividad y el espolio y que, si bien resulta imprescindible reivindicar y defender “lo público” frente a los ataques que éste sufre desde hace años, es obligado denunciar con la misma intensidad las múltiples maneras en que el Estado de Bienestar ha producido y reproducido históricamente desigualdades entre hombres y mujeres; entre autóctonos y extranjeros; entre ciudadanos de primera y ciudadanas de segunda. Podemos no sólo debe enarbolar esta bandera con valentía sino que a su vez ha de ser un espacio donde las mujeres sean protagonistas y no invitadas; donde sean voz y no tema de conversación.

En tercer lugar, Podemos deberá comprender, y hacer comprender, que el debate en torno a la democratización de la política no yace en el falso binomio de listas abiertas o cerradas, sino en una reinvención de los mecanismos de participación colectiva y de la práctica cotidiana para cambiar las cosas. No hay que ser profesor de ciencias políticas para comprender que en unas primarias no suele ganar necesariamente la persona más honesta o la más capaz sino la que más sale por la tele. Todo el mundo lo sabe. Pablo Iglesias lo sabe. Y con esto no pretendo menoscabar el uso estratégico que debemos hacer de los medios de comunicación de masas como altavoz de propuestas normalmente silenciadas, ni tan siquiera dudo que Pablo Iglesias puede hacer una excelente labor como cara visible de la iniciativa: a diferencia de muchas personas, no tengo ningún problema en ser representada para algunas cosas. Sin embargo, si realmente queremos cambiar la manera de hacer política no podemos ahorrar en honestidad, ni en valentía ni en ambición. Podemos debe tener muchas caras visibles, muchas voces, muchos registros, muchas almas. Ésta está siendo la principal fortaleza de iniciativas como el Procés Constituent en Catalunya, basado en construir la unidad desde la pluralidad. Ello pasa por renunciar a la política entendida como cortijo exclusivo de unos pocos (sean éstos abogados, banqueros, intelectuales o registradores de la propiedad), o como una suma de siglas inamovibles, y convertirla en una práctica profana colectiva y cotidiana, fiel reflejo de lo que se mueve en las calles, en las escuelas, en los lugares de trabajo, en las cocinas, en los hospitales, en los dormitorios. La principal razón de ser de Podemos debe ser el empoderamiento colectivo, porque una vez eso se pone en marcha la Política en mayúsculas deviene imparable y el cambio irreversible. Sin miedo a equivocarse ni tampoco a subsanar errores; sin miedo a examinarnos ni tampoco a corregirnos. Como diría Teresa Forcades, la gracia de hacer la revolución es estar dispuestos a volverla a hacer. Ser mayoría sin dar pasos atrás y asegurarnos de que nadie que realmente quiera sumar se queda por el camino. Y así sucesivamente hasta volver a empezar.

6/02/2014

http://blogs.publico.es/otrasmiradas/1780/moviendo-ficha-para-hacer-saltar-el-tablero/

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