Hay muchas maneras de enfocar el legado de Miguel Romero, Moro, pero yo creo que las más importantes son dos. Moro fue un dirigente político “bolchevique” en el sentido más heterodoxo, o sea creativo, del término y como tal nos ha dejado una obra escrita, la obra de un periodista que trasciende el oficio para ofrecer desde la sencillez unas reflexiones teóricas de cuya riqueza creo que no somos suficientemente conscientes.

Moro fue durante medio siglo un militante integral, coherente entre lo que decía y lo que hacía en el mundo que le tocó vivir, o sea con sus contradicciones, sólo faltaba. Pero en ese tiempo no fue nada parecido a un líder, no ocupó ningún cargo que comportara prebendas, no pisó despachos donde todo tiene un precio. Su amplitud de miras y su benevolencia se acababa ante los cambios de camisa y las imposturas. Podría citar ejemplos recientes, pero prefiero hacerlo con uno antiguo. Para la edición de un Plural sobre 1934 me pidió algo del POUM que encajara, que explicara bien como lo asumió este partido. Repasé materiales y lo mejor que encontré fue uno firmado por Julián Gorkin en su mejor momento; me pidió una nota que le pareció bien, sin embargo no lo incluyó en la edición. Insistí que lo hiciera en la web; el artículo era muy bueno, reconoció. Pero no lo publicó, creo, por la historia del personaje.

Obviamente, semejante integridad es ante todo y sobre todo una opción personal. Sin embargo, no se puede desvincular de la existencia de un equipo bastante amplio. Del equipo que surgió del FLP y que se encontró con la Ligue, con Mandel y Bensaïd. Un equipo que se amplió con la LCR y que persistió cuando el mundo se nos cayó encima. El mismo que siguió con Viento Sur y con las sucesivas jornadas estivales, que mantuvo la llama. Por supuesto era un equipo, pero Miguel era el “alma mater”, el que estaba en todo; e incluía una larga lista de cuartistas europeos y sudamericanos: Hugo, Daniel, Antonio Moscato, Enzo Traverso, Eric Toussaint, etc. No podías citar ningún conocido de la escuela que Miguel no conociera a fondo, “es un amigo”, y eso en su boca eran palabras mayores.

Creo que Miguel hizo de esta dimensión amistosa de la militancia una aportación propia cuyo alcance quizás empecemos a ver ahora. Estaban, claro, los más próximos, los de siempre, pero no era menos amistoso con los ocasionales.

Desde este punto de mira, yo como tantos otros y otras, tengo mi propia colección de secuencias. La primera data de 1980, acababa de publicar Conocer a Trotsky, había hecho una presentación sonada con Teresa Pàmies y con Pelai Pagès; al poco, la editorial (Dopesa) entró en crisis, pero conseguí la mitad de mi 10% con ejemplares que fueron a parar a la Liga. Pero para desesperación de la gente de mi célula (Lluís Zayas, Jordi Dauder, Josep Casals, Marià Delàs), solamente había venido gente del PSUC y nadie significado de la Liga. Aquella era una organización austera en el trato y lo siguió siendo, no había espacio para el reconocimiento. Pero a esto que llegó Miguel a una reunión, se salió del grupo para saludarme, felicitarme y decirme todo lo que supongo me habría gustado oír. Obviamente, Miguel me metió en su bolsillo.

A partir de ahí, como con tantos otros y otras, Miguel celebraba nuestros encuentros; además, era el que seguía de cerca lo que hacíamos en el Diario de Barcelona, luego el que estaba al tanto de lo que publicabas. Durante años fue mi puente con Combate, una experiencia personal decisiva en un momento en el que el “desencanto” había dejado el movimiento vecinal y las comisiones de sanidad sin nervio y casi sin gente. Esa colaboración se trasladó a Imprecor y luego a VIENTO SUR, pero en este caso, de un mayor nivel, la relación no fue sencilla. Miguel podía ser el que te llamaba para un elogio –por ejemplo para decirme que el obituario que había escrito sobre Sacristán era el mejor que había leído– pero, por lo mismo, tampoco se ahorraba lo contrario. Con ocasión del homenaje a José Borrás me pidió mi escrito, pero solamente publicó el de Martí. El mío era bastante diferente a la alocución y le recordé que me había dicho que publicaría los dos. No se cortó, “el tuyo no me ha gustado nada”.

Tampoco le gustó mi epílogo al Trotskismos, de Bensaïd. Curiosamente, fue él mismo el que me lo propuso, pero mi manera tan personal de tratar la cuestión no le gustó. No se lo calló, dije de retirarlo, pero los otros implicados no opinaban igual y el libro salió con el texto suyo y el mío. La relación prosiguió y dio pie a una continuada correspondencia, llevada como un ejercicio de complicidades en trabajos y proyectos. Fruto de ello fueron algunos libros como la reedición del breviario de El Capital, de Michael Deville, que Miguel hizo que prologara Michael Husson. También siguió con numerosos artículos hasta que él se cansó de corregirme. Ahora el que me mosqueé fui yo, pedí opiniones y hubo división. Los que no valoraban tanto la forma como el fondo, no vieron problemas, pero los que creían que el estilo es el hombre, me aconsejaron aprobar la asignatura que dejé pendiente cuando “me metí en la política”, como decía mi familia.

En realidad, desde los años ochenta en Combate, Miguel me había estado corrigiendo con un esfuerzo añadido del que no fui consciente hasta que la enfermedad que se lo ha llevado, hizo que desistiera de su complicidad. Creo que algo así se hace por amistad, pero sobre todo por la “partidaria”, o sea por la identificación que existía, por más que mi irregularidad le desesperará. Nadie del entorno me dijo tampoco nada, lo tuve que deducir y el “mal rollo” se saldó de la única manera posible: aprobando la dichosa asignatura. No creo que sea necesario anotar la grandeza de su gesto.

La memoria de la revolución, de Trotsky, del POUM y demás, ha sido seguramente el terreno en que nuestras complicidades, extensibles a Jaime Pastor y a Lucía González, han sido más personificadas. En el París de finales de los sesenta, Jaime, Lucía y yo supimos mantener una intensa amistad con el círculo de veteranos poumistas, más allá del hecho de que, sobre la teoría, nos situábamos del lado de Trotsky de los Escritos sobre España. Pero durante los años ochenta, esta percepción se fue modificando. Cuando los veteranos poumistas regresaron, fue la LCR –madrileña sobre todo, con Miguel, Javier Maestro y otros–, la que calentó esta amistad preferencial. En esta época, la guerra y la revolución no eran mera ilustración de cómo no se hace una revolución según Trotsky, enfrentado a la medianoche del siglo y convencido de que todo dependía de la dirección revolucionaria. Nuestro abc de los sesenta-setenta, tuvo que ser reajustado por las lecturas y los estudios, pero sobre todo por la propia experiencia. No todo dependía del programa, era más, el programa no estaba al margen de los hechos concretos. Este fue un viaje compartido.

Hubo otros acuerdos, como parte de la misma tentativa de volver a levantar la piedra. El papel de la revista en este ingrato viaje no se puede exagerar, por más que siempre se podía haber hecho mejor, por ejemplo, haber reforzado la parte didáctica, pero nunca me atreví a plantear un debate sobre la cuestión; primero, porque me parecía que solamente el hecho de que VIENTO SUR saliera se debía a un sobre esfuerzo que yo solamente podía contemplar desde la adhesión; luego, porque uno no siempre se atreve a polemizar con los hermanos mayores y más preparados.

Podría hablar de otro punto de encuentro con Miguel, el cine. De hecho, este ha sido el gran tema de nuestra correspondencia vía e-mails; baste decir que su último compromiso conmigo fue prologar la edición de Bandera negra, un libro sobre el cine y los piratas que iba a publicar en la web, pero sobre el que hay un acuerdo con La Linterna Sorda. Pero el asunto es lo suficientemente extenso como para que lo dejemos para otro día.

31/01/2014

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