[El pasado 4 de diciembre tuvieron lugar las elecciones legislativas en Rusia. En medio de un clima de manipulación y acusaciones de pucherazo, el partido en el poder, Rusia Unida, ha obtenido casi el 50 % de los votos y la mayoría absoluta de diputados, aunque de hecho ha sufrido una importante pérdida de votos. Los demás partidos que han conseguido escaños no han superado el 20 % de los votos. En los días posteriores, y tras conocerse los resultados, ha habido numerosas manifestaciones en la capital y otras ciudades, duramente reprimidas por el régimen.]

Así que tenemos una democracia en Rusia… El mensaje de las urnas emitido el pasado 4 de diciembre con motivo de las elecciones parlamentarias demuestra para algunos que en Rusia existe realmente una vida democrática, aunque sea imperfecta. La prueba sería que el partido en el poder, Rusia Unida, una especie de partido único forjado en 2000 por Vladímir Putin, ha sido castigado por el electorado. Por supuesto que ha ganado las elecciones con el 49,5 % de los votos, que seguirá en el poder y que continuará dominando el Parlamento, donde conserva la mayoría absoluta (238 escaños de un total de 450, según los resultados casi definitivos). Pero Rusia Unida ha perdido cerca del 15 % de los votos en comparación con las elecciones de 2007, lo que parece demostrar que los electores rusos tienen algo que decir y saben hacerse oír.

Pero esa es una peligrosa ilusión óptica que permitirá a los Gobiernos europeos seguir alimentando su ficción preferida: sí, el régimen de Putin es autoritario, pero en todo caso gana unas elecciones prácticamente limpias, tan limpias como pueden serlo en este inmenso país (de once husos horarios) de escasa cultura democrática después de varios siglos de zarismo despótico, seguidos de setenta años de tiranía comunista… Este es el estribillo que entonan casi todos los diplomáticos para justificar la benévola colaboración que mantienen con Moscú a pesar de las dos guerras de Chechenia, de la corrupción institucionalizada, de los asesinatos en serie y de la impunidad absoluta. Putin no se deja engañar y desde la misma noche del domingo electoral se dedica a alimentar el argumentario: “Es el mejor resultado que podíamos obtener en la situación actual, y sobre esta base podemos garantizar un desarrollo estable del país.”

Pero persistir en este discurso es hacer caso omiso de las profundas transformaciones lideradas por Putin a lo largo de doce años de poder casi absoluto (fue nombrado primer ministro en 1999 por Borís Yeltsin y elegido presidente en marzo de 2000). “Pero ¿cómo se puede seguir hablando de democracia en un país en que el propio primer ministro anuncia, con seis meses de antelación, que volverá a ser presidente en marzo de 2012, en un país en el que se conoce el resultado de las elecciones, con un margen de unos pocos puntos porcentuales, antes incluso de que se celebren?”, exclama Serguéi Koválev, antiguo disidente próximo a Andrei Sájarov que sigue luchando incansablemente, ayer en la URSS y hoy en la Rusia neosoviética.

Hay sin duda una pequeña sorpresa en esta sangría de votos de Rusia Unida. Desde el mes de julio ya era de dominio público en Moscú que el Kremlin había fijado los objetivos que había que alcanzar con ayuda de los llamados “recursos administrativos”: el partido en el poder debía obtener el 65 % de los votos. En el otoño se decidió que finalmente sería el 60 %. Los “recursos administrativos” son ese legado de la URSS que permite a los jefes de las administraciones, al igual que a los directores de empresa y a toda la pirámide de mandos de todos los niveles y todos los sectores exigir a sus subordinados que voten “como es debido”, so pena de sufrir represalias. Así, cada escalón administrativo tiene fijados sus objetivos.

Vladímir Ríshkov, quien fue diputado durante quince años y uno de los escasos parlamentarios que propugnaban una democratización acelerada del país hasta que en 2007 se vio superado por la maquinaria del Kremlin (que denegó su inscripción como candidato), ha denunciado en varias tribunas “las elecciones más sucias desde el fin de la URSS”.

Sin duda no se equivoca, hasta tal punto se ha reconstituido, al hilo de las elecciones de estos últimos años, el aparato de fraude del periodo soviético: aumento artificial de la tasa de participación (alrededor del 5 % añadido en 2007, sin duda más en esta ocasión, pues la comisión electoral ha anunciado una tasa de participación del 60 %), votos forzados, votos comprados, urnas repletas, listas trucadas… La única asociación independiente de observación electoral, Golos (cuyo sitio web ha sido bloqueado estos últimos días), ya había registrado a finales de noviembre más de 7.000 violaciones de las reglas electorales, de las que casi 2.000 implicaban directamente a funcionarios que hacían uso, justamente, de los “recursos administrativos”.


“Un verdadero ultraje”

Pero más que el fraude, es sin duda el control ejercido sobre el conjunto del abanico político el que impide hablar de democracia en Rusia. En el transcurso de los años, las reformas de las leyes electorales y las que rigen las organizaciones y partidos han permitido eliminar todas las formaciones liberales y demócratas. Putin siempre ha reivindicado esta “reorganización”, explicando que la multiplicación de partidos “debilita y divide” el país y que hay que avanzar hacia un sistema de dos grandes partidos. Propósito razonable para algunos, ha servido ante todo para impedir el registro de las pequeñas formaciones de oposición y de candidatos independientes.

De este modo, el Kremlin ha podido escoger a sus oponentes y configurar a su gusto el paisaje político, formado por el Partido Comunista (partido legal que ha obtenido el 19 % de los votos), del que todo el mundo sabe que no llegará jamás al poder y cuya oposición al Kremlin es de geometría variable; el LDPR de Vladímir Shirinovsky (12 % de los votos), formación ultranacionalista y xenófoba cuyos votos en el Parlamento se compran con facilidad y que no ha amenazado nunca a Putin; y el partido Rusia Justa (13 % de los votos), cuya creación favoreció el Kremlin para captar a los electores definitivamente reacios a votar a Rusia Unida. Los otros dos partidos que han participado en estas elecciones, de los que solo uno puede considerarse realmente de oposición (Yábloko), no han superado el umbral del 7 % de los votos necesario para obtener representación parlamentaria.

Este es el panorama: el partido en el poder y unos cuantos satélites, una oposición de guante blanco que no molesta para nada al poder. Todas las demás formaciones han sido eliminadas antes o durante el escrutinio: por ejemplo, el partido creado por el ex primer ministro Mijaíl Kasiánov, el ex viceprimer ministro Borís Nemtsov y el diputado Ríshkov ni siquiera fue autorizado para presentarse a las elecciones. El escritor y activista Eduard Limónov todavía pudo denunciar el mismo domingo, desde su apartamento moscovita y antes de ir por enésima vez a la plaza Mayakovski, donde fue detenido, esa “estupidez” en la que no puede creer más que “Occidente”. “Como máximo del 20 al 30 % de los ciudadanos de Moscú, San Petersburgo y otras grandes ciudades aprueban a Rusia Unida, escribe Ríshkov. Este régimen no solo ha perdido toda credibilidad, sino que deviene obsceno.” “Es un verdadero ultraje”, añade Serguéi Mitrojin, presidente del partido liberal Yábloko, que reclama la anulación del escrutinio.

De hecho, lo más chocante es que la constatación de estar sometidos a esta “democracia confiscada” ha dejado de ser objeto de discusión en numerosas familias de la oposición rusa. Estos últimos años han estado dedicados a tratar de vislumbrar las posibles aperturas democráticas del régimen; a sopesar las supuestas veleidades liberalizadoras de Dmitri Medvédev, el actual presidente; a apostar por la exasperación del mundo empresarial ante la corrupción galopante; a esperar conflictos y rupturas en la cúspide del aparato estatal, donde compiten los siloviki (los hombres procedentes del ejército y los servicios secretos) con los petersburgueses (considerados reformadores).

Todas estas expectativas o esperanzas se disiparon el 24 de septiembre, cuando Putin tuvo a bien anunciar, en el congreso de Rusia Unida, que a propuesta de Medvédev él pasaría a ocupar de nuevo el cargo de presidente con motivo de las elecciones presidenciales de marzo de 2012 y que nombraría al propio Medvédev primer ministro. “Formamos un tándem operativo que garantiza la estabilidad del país”, concluyó Putin. Si repite de nuevo dos mandatos de 6 años, tendremos Putin, quien ahora cuenta 60 años de edad, hasta 2024. Superará a Leonid Bréshnev, quien dirigió la URSS de 1964 a 1982…


Un sistema atado y bien atado

Precisamente, es el tema del largo periodo de estancamiento breshneviano el que vuelve a estar en boga, no solo entre las pequeñas formaciones disidentes, sino también en el mundo empresarial, donde cunde la inquietud ante un crecimiento exiguo basado exclusivamente en la renta del gas, del petróleo y de las materias primas. Clasificado por Transparency International como uno de los países más corruptos del mundo (figura en el puesto 143 de un total de 183), a la altura de Uganda, Bielorrusia y Azerbaiyán, de hecho la economía y la política de Rusia están en manos de algunas decenas de hombres.

El semanario moscovita Novoye Vremia (cuyo sitio web también fue bloqueado el día de las elecciones) ha publicado recientemente la lista nominal de los amos de Rusia: se trata de una mezcla de oligarcas, ex agentes del KGB y del ejército, altos funcionarios y aparachiks reciclados en el mundo de los negocios. Un sistema cerrado, atado y bien atado y gran beneficiario, cuando no instigador, de una fuga de capitales hacia los paraísos fiscales que se ha vuelto a disparar.

Este control absoluto del país explica el creciente enfado de la opinión rusa, en particular por parte de unas clases medias, urbanas y formadas, que habían apreciado en la primera época de Putin la estabilización del país, el relanzamiento económico y cierta esperanza de modernización. Aquellos avances han desaparecido del horizonte y el futuro aparece taponado por una burocracia corrupta que bloquea todo acceso a los cargos de responsabilidad y a las riquezas. La desilusión es particularmente pronunciada entre la juventud universitaria, que o bien trata de emigrar al extranjero, o bien multiplica las críticas en las redes sociales o en la gran plataforma de blogs del país, el Live-Journal (también bloqueada estos últimos días).

“La ausencia de moral en las relaciones internacionales es sumamente grave y Rusia es un ejemplo desgraciado”, dice Koválev, quien no cesa de denunciar las múltiples complacencias de Europa para con el Kremlin. Alexandr Podrabínek, antiguo disidente que estuvo internado en un hospital psiquiátrico en la época soviética y actualmente periodista atacado regularmente por el poder, también se indigna ante los silencios de Occidente: “Europa depende del gas y del petróleo rusos, nos dicen. Pero lo mismo sucede a la inversa: ¿qué pasaría si Europa limitara sus compras o las condicionara a verdaderos avances democráticos? En este caso, el régimen no podría subsistir.”

Defensora activa de los derechos humanos y periodista, Zoia Svetova se ha especializado en la investigación del funcionamiento de la justicia y de las cárceles. Año tras año declara que se constata el sometimiento al poder de un aparato judicial corrupto o dependiente, que aprovecha el inextricable laberinto jurídico y legislativo para ponerse al servicio de los más poderosos. “La ausencia del Estado de derecho y de un sistema judicial independiente en Rusia es una catástrofe, insiste Svetova. Sin embargo, tenemos en el poder a dos juristas, Putin y Medvédev, pero la situación empeora día a día. No solo se trata del caso Jodorkovski, encarcelado desde hace ocho años tras un juicio escandaloso, sino del conjunto del país, de su vida social y económica. Imaginen que cada año más de 100.000 hombres de negocios se ven amenazados de persecución judicial. Se trata muy a menudo de chantajearlos o quitarles el negocio por mediación de jueces o funcionarios corruptos.”

¿Puede cambiar este poder? Por supuesto que no, ya que los intereses de unos y otros están estrechamente imbricados. Sin embargo, la huida hacia delante autoritaria de Putin y de su círculo íntimo también revela cierta inquietud, dicen los observadores rusos más optimistas, que piensan que una parte del sector empresarial está harto del inmovilismo corrupto del poder. Lo que por lo visto más temen algunos dirigentes es un escenario de tipo “primavera árabe”, lo que explica la vigilancia estricta de internet y las redes sociales.

Mientras, desde hace casi un año, y como ya ocurría en la época de la disidencia soviética, unos pocos grupúsculos de oposición protagonizan manifestaciones simbólicas. El día 31 de cada segundo mes, varias decenas de personas se juntan en la plaza Mayakovski para protestar y gritar “libertad”, en alusión al artículo 31 de la constitución, que garantiza el derecho de manifestación. Un derecho vapuleado actualmente por las autoridades con los pretextos más diversos. Como en los viejos tiempos de la URSS, el poder ha encontrado la gran excusa: desde el verano pasado se han iniciado oportunamente unas excavaciones arqueológicas en la plaza Mayakovski, que imposibilitan casi totalmente que se junte cierto número de personas.

Traducción: VIENTO SUR

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