El análisis del modo de producción capitalista propuesto por Marx, debido precisamente a la globalización y la radicalidad de la crisis que afecta a nuestro mundo actual, tiende a encontrar su relevancia para un número creciente de personas, incluso en el campo liberal. Pero, en general, su análisis económico se separa, o incluso se opone, a su proyecto político. Lo que Marx llama comunismo se encuentra así reducido solo a la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, evacuando la cuestión de la articulación entre crítica radical del capitalismo y construcción progresiva de una alternativa, una construcción que involucra al conjunto de las y los explotados y dominados.

Sin embargo, precisamente cuando trata sobre la cuestión de la propiedad, Marx ofrece un enfoque fundamentalmente político y estratégico de la cuestión comunista, que permanece en gran parte ignorado. Es esta dimensión estratégica la que tratamos de abordar aquí, partiendo de la cuestión de la propiedad y de los bienes comunes, que desde hace algunos años ha vuelto al centro de la reflexión contemporánea sobre las alternativas.

En efecto, esta cuestión de la propiedad es ahora ya el lugar de un debate muy vivo, que trata sobre el o los bienes comunes, pero también sobre la cuestión de los servicios públicos, su defensa y su redefinición. Frente al embate de las políticas neoliberales lanzadas durante cuatro décadas contra la legislación laboral, frente al desmantelamiento de los sectores públicos, escuela, salud, transporte, pero también frente al poder de los actores jurídicos y políticos que son sus agentes –Estados nacionales, construcción europea, tratados internacionales, instituciones financieras y políticas mundiales, etc.– y al acaparamiento capitalista de la naturaleza, parece urgente volver a explorar las vías de una alternativa ubicada en este terreno, partiendo de las disputas que en él se encuentran.

A ello se suma el hecho de que, en el marco del capitalismo contemporáneo, los derechos de propiedad presentan nuevos desafíos que conducen, en particular, a la inflación sin precedentes de las patentes y al control de los derechos de propiedad intelectual. Todo ello en beneficio exclusivo de las grandes empresas transnacionales que se apoderan de lo vivo, de la inteligencia colectiva y de la actividad social en general. Las ganancias generadas por las vacunas contra la covid-19 son inseparables de las barreras impuestas a su acceso gratuito y universal en todo el mundo.

Como respuesta, y en una situación de debilidad histórica del movimiento obrero organizado tradicional, asistimos desde hace varias décadas al redespliegue de una reflexión económica y jurídica que multiplica las sugerencias pasando por alto tanto la cuestión de su compatibilidad mutua como la cuestión estratégica de la correlación de fuerzas necesaria para su realización: bienes comunes en plural o singular, salario vitalicio o subsidio universal, cooperativas, decrecimiento, reducción de jornada laboral, impuestos a las transacciones financieras, etc. El hecho es que, después de un largo eclipse y su casi abandono por parte de la mayoría de las organizaciones políticas de izquierda, la temática de la propiedad está emergiendo nuevamente bajo una forma renovada.

En este sentido, el enfoque de Toni Negri sigue generando interés. Es útil resumirlo a grandes rasgos para ver cómo cuestiona el marxismo en el campo del análisis de la propiedad, pero también en el campo político y estratégico de la transformación social. Este enfoque lo encontramos en particular en la trilogía escrita entre 2000 y 2009 en colaboración con el teórico estadounidense Michael Hardt: Imperio, Multitud y Commonwealth. Según ellos, la transformación en curso del capitalismo hace que las viejas opciones socialistas y comunistas sean ineficaces. Su objetivo es, por tanto, repensar la política en el marco de la globalización capitalista, considerando esta última como un desarrollo, en última instancia, más positivo y prometedor que preocupante para quien sabe detectar sus tendencias subterráneas. Negri no duda en afirmar, eufóricamente, que: “El Imperio gestiona identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales, modulando sus redes de mando. Los distintos colores nacionales del mapa imperialista del mundo se han mezclado en el arco iris global del Imperio” 1/.

Para Negri y Hardt, el Imperio se ha convertido, por tanto, en una realidad planetaria, una tesis que oponen a las teorías marxistas del imperialismo. Porque si el Imperio tiene un poder real de opresión, presenta sobre todo un potencial de liberación, que hace caducas a las viejas hipótesis políticas de superación del capitalismo, estando ya en marcha la desaparición de este último: “El Imperio pretende ser el amo de este mundo porque puede destruirlo: ¡qué horror y qué ilusión! En realidad, somos dueños del mundo porque nuestro deseo y nuestro trabajo lo regeneran continuamente” 2/.

En otras palabras, se trata simplemente de tomar acta de las tendencias en funcionamiento y “reorganizarlas y reorientarlas hacia nuevos fines” 3/. Además del optimismo apasionado que marca esta proclamación, el gran punto de inflexión político se refiere a la naturaleza del conflicto social y la tesis marxista de la lucha de clases, reemplazada por la temática de la multitud. Tal afirmación, defendida y mantenida a pesar de todos los trabajos sociológicos que la niegan, apunta a sustentar la afirmación de la desaparición de la clase obrera como realidad social y política y por tanto como potencial sujeto revolucionario. La perspectiva de una abolición política del capitalismo es reemplazada por el llamamiento a una reorientación de su gestión y por el deseo de una ampliación de sus tendencias inmanentes, que se supone que conducen por sí mismas al comunismo.

El argumentario de las y los negristas gira en torno a las cuestiones de la propiedad y de la autonomía. Se basa en la idea de que el trabajo inmaterial, que tiende a generalizarse, “implica inmediatamente interacción y cooperación sociales”, a diferencia de las formas anteriores de trabajo, organizadas y disciplinadas desde el exterior. Para Negri, ser comunista es ante todo estar “contra el Estado”. Esta oposición al Estado, que refleja y justifica el abandono político de la temida cuestión de su conquista y destrucción, implica la oposición a las formas privadas de la propiedad, pero igualmente a sus formas públicas.

Lo común se presenta ante todo como trabajo común, encarnando al comunismo en acción contra todas sus desviaciones, sean capitalistas o socialistas. Lo común así redefinido “engloba también los lenguajes que creamos, las prácticas sociales que establecemos, los modos de sociabilidad que definen nuestras relaciones, etc.” 4/. Lejos del concepto tradicional de bien común, donde se pone el énfasis aquí es en la cooperación: “El trabajo cognitivo y afectivo produce como regla general una cooperación independientemente de la autoridad capitalista, incluso en circunstancias en las que la explotación y la coerción son más fuertes, como en los centros de llamadas o los servicios de restauración” 5/.

Negri y Hardt, por tanto, no temen afirmar que la autonomía se puede detectar ahora en los sectores más típicamente capitalistas en los que las y los empleados son los más explotados y precarizados, sin decir nada sobre las condiciones laborales y salariales, ni sobre el mantenimiento masivo de las formas taylorizadas de la producción. A pesar de su éxito persistente, tal concepción está envejeciendo rápidamente debido a su creciente distanciamiento respecto a los efectos de las políticas neoliberales. Pero el mérito de los análisis de Negri y Hardt es que nos invitan a releer la teorización de la propiedad de Marx, cuya crítica sitúan en el centro de su enfoque.

En materia de análisis crítico de la propiedad capitalista, Marx y Engels son autores insoslayables, pero debemos comenzar recordando que la cuestión de la propiedad ha estado en el corazón de las tradiciones socialistas y comunistas desde su nacimiento. En la obra de Marx, la cuestión de la propiedad es omnipresente: evoluciona gradualmente hacia una definición original de propiedad colectiva combinada con una defensa de la propiedad individual como condición para la emancipación de los individuos como tales. En los siguientes párrafos abordaremos rápidamente esta dimensión política.

A partir de la década de 1840, Marx se esforzará por articular la cuestión filosófica de la alienación, que hereda de Hegel y los jóvenes hegelianos, con una denuncia precisa de la propiedad privada, sinónimo de desposesión, pero también de alienación fundamental de las y los trabajadores: su análisis de la ley sobre los robos de madera, impuesta por la Dieta renana en 1842, es el punto de partida de esta reflexión. En ella, vemos nacer la temática de la reapropiación –reapropiación de la riqueza, pero también y sobre todo reapropiación de uno mismo– que vincula estas dimensiones, antes de tomar la forma de un proyecto político alternativo.

La cuestión de la propiedad ha estado en el corazón de las tradiciones socialistas y comunistas desde su nacimiento

Pero de forma a primera vista sorprendente, en el mismo momento en que se reclama del comunismo, Marx denuncia en los Manuscritos de 1844 el “comunismo grosero” como voluntad unilateral y obsesiva de abolición de la propiedad privada, quedando de esa forma sujeto a ella.  Este comunismo de primera generación, de ascendencia babouvista, sigue siendo, a ojos de Marx, fundamentalmente un individualismo y egoísmo, una simple “generalización y finalización” de la propiedad privada, que “aún no ha captado la esencia positiva de la propiedad privada” ni “la naturaleza humana de la necesidad” 6/.

La toma en cuenta de esta “esencia positiva” deja entrever otra abolición, no una simple negación, sino una negación de la negación, que toma en cuenta el conjunto de las relaciones del hombre consigo mismo, así como con la naturaleza, ofreciendo “la verdadera solución del antagonismo entre hombre y naturaleza, entre el hombre y el hombre, la verdadera solución de la lucha entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación de sí mismo, entre libertad y necesidad, entre individuo y género. Él es el enigma resuelto de la historia y se conoce a sí mismo como esa solución” 7/.

Una vez superado el carácter abstracto y filosófico de tal concepción, el comunismo no puede concebirse como la simple abolición de lo que es, sino como la recuperación de “toda la riqueza del desarrollo anterior”, como la reelaboración de las relaciones sociales existentes a partir de sí mismas. Esto vale para la propiedad privada, que Marx considera que no debería simplemente dar paso a la propiedad común, sino que debe ser radicalmente redefinida.

Marx estudia su emergencia y su papel histórico concreto a partir de 1845 en La ideología alemana y luego en todos sus trabajos posteriores, colocando este análisis en el centro de su crítica de la economía política. La cuestión de la propiedad es el ángulo decisivo para comprender cómo los productores directos se han visto desposeídos de sus propios medios de producción. Plantea la cuestión política del tipo de reapropiación, individual y colectiva, que debe contemplarse ahora. En El Capital, Marx presenta la definición comunista de propiedad como “negación de la negación”, especificando esta vez que se trata de restablecer la “propiedad personal” 8/.

La originalidad de Marx, por tanto, consiste en trasladar la crítica de la propiedad privada al campo de la producción y el trabajo como el lugar originario de desposesión de sí mismo, que las relaciones jurídicas de propiedad registran y legitiman. Superar esta desposesión requerirá medios muy distintos al de la igualdad de ingresos y de la propiedad colectiva, simple negación de la propiedad capitalista, formas simplistas de reapropiación; precisamente porque no tienen en cuenta la verdadera naturaleza de la alienación, su tendencia a la transformación de la fuerza de trabajo en una pura mercancía capitalista. Las relaciones de propiedad son el instrumento y la forma de dominación de clase, algo muy diferente por tanto a una distribución desigual de la riqueza.

En virtud de este análisis histórico y dinámico de las relaciones sociales, Marx llega a concebir la transformación de las relaciones de propiedad no como el horizonte lejano de una colectivización completa, sino como el manantial de una movilización en el presente, basada en las necesidades sociales que el capitalismo genera, desvía y niega simultáneamente. En este sentido, la cuestión de la propiedad, tal como la piensa Marx, define menos el comunismo como organización social establecida que como la intervención comunista dentro del capitalismo mismo. Esta concepción del comunismo como construcción de la movilización se opone a una definición de la alternativa cortada de las mediaciones que hacen posible su construcción política: desde este punto de vista, la reflexión marxista sobre la propiedad presenta claramente una dimensión política y estratégica central.

Así, las últimas páginas del Libro I de El Capital afirman que la creciente centralización del capital va acompañada del desarrollo de la “forma cooperativa del proceso de trabajo”, “la concentración de los medios de producción y la socialización del trabajo alcanzan un punto en que son incompatibles con su corteza capitalista. Se la hace saltar. Suena la hora postrera de la propiedad privada capitalista”. Y Marx añade, de manera igualmente afirmativa: “La negación de la producción capitalista se produce por sí misma, con la necesidad de un proceso natural. Es la negación de la negación” 9/.

El tono determinista de estas líneas, su aparente retorno a la filosofía hegeliana de la historia, incitará a muchas y muchos lectores a extraerlas de un análisis que en realidad es mucho más complejo y profundamente político. El texto del que se han extraído, raramente citado en su totalidad, está en realidad entrelazado con consideraciones que reinyectan las luchas de clases y la conciencia que las acompaña dentro de la transformación social. En efecto, Marx precisa de inmediato que, del lado del capital, la lógica del monopolio se impone progresiva y mecánicamente, mientras que del lado de los trabajadores “crece el peso de la miseria, la opresión, la servidumbre, la degeneración, la explotación, pero también la ira de una clase obrera en constante crecimiento, formada, unificada y organizada por el propio mecanismo del proceso de producción capitalista” 10/.

El comunismo es, por tanto, no un proyecto lejano y abstracto, sino que caracteriza en el presente un cierto tipo de intervención política y movilización colectiva. En este sentido, el comunismo apunta ante todo a la elaboración consciente de sus propios presupuestos concretos (es decir, de las condiciones que ya encuentra y que transforma sobre la marcha), al mismo tiempo que a la elaboración de una finalidad parcialmente inmanente al restablecimiento de la “propiedad individual fundada en las conquistas mismas de la era capitalista” 11/. Pero esta inmanencia nada tiene que ver con la transformación automática e inmanente del capitalismo descrita por Negri.

Para Marx, lo que hace del comunismo un esfuerzo, sin precedentes en la historia humana, por lograr el dominio consciente por parte de la humanidad de su propia organización social y su relación sostenible con la naturaleza es precisamente la necesidad de la conciencia colectiva como componente central de la lucha de clases. Porque la gran innovación de la década de 1860 es tener en cuenta la relación de los hombres con la naturaleza, condición propia a la existencia humana que Marx piensa a través de la noción de metabolismo. Lo que está en juego en la abolición de la propiedad capitalista es precisamente la organización de relaciones de producción a la vez democráticas y racionales que hagan posible un metabolismo social y natural sostenible.

Así, más allá de la cuestión jurídica de la propiedad, Marx amplía la reapropiación más allá del objetivo del restablecimiento de la propiedad individual, concebida como un derecho garantizado de acceso a los bienes y servicios, orientado a asegurar las condiciones de su producción, de su reproducción y de su control colectivo, así como para el desarrollo de las capacidades individuales. Esta reapropiación es el motor de la lucha de clases, en su dimensión fundamentalmente anticapitalista, y debe organizarse como tal: la estrategia es intervención militante en un contexto histórico y político siempre singular.

Los productores asociados tienen que reapropiarse de aquello que en realidad nunca poseyeron, pero de lo que ahora claramente carecen: el control colectivo, democrático, de sus condiciones de trabajo, de producción y del reparto de la riqueza producida. Para Marx, las relaciones sociales capitalistas imponen por la violencia su forma a una actividad cuyos resultados, pero también su ejercicio, se ven así confiscados, afectando de lleno esta desposesión fundamental del sujeto humano como tal en su individualidad.

Una vez redefinida la amplitud de esta reapropiación, que no es el retorno a un primer estado sino la realización de potencialidades inéditas, toda la dificultad radica en convertirla en un objetivo político creíble y movilizador, situado en el corazón de una estrategia revolucionaria en proceso de desarrollo. Por lo tanto, es en el corazón del “laboratorio de la producción” donde debe instalarse la cuestión comunista: contra la economía política burguesa. Marx se esfuerza por mostrar que el trabajo es la sustancia del valor, pero que él mismo no es valor, la fuerza de trabajo no se produce como una mercancía, aunque se intercambie como tal.

Y es en este preciso punto donde la explotación y la dominación se vinculan a las aspiraciones que aplastan. Forman una contradicción tan profundamente económica y social como individual y política o, más precisamente, politizante, condición de posibilidad de la lucha no suficiente pero necesaria: son sus capacidades a la vez forjadas y negadas, su emancipación entrevista y confiscada, las que llevan a las y los productores a luchar por la reducción de la jornada laboral y, por ello mismo, contra el capitalismo como tal.

La cuestión de la propiedad, tal como la concibe Marx, se extiende aquí a la cuestión de la emancipación y de una reapropiación pensada como relación con uno mismo, que son los resortes de la movilización al mismo tiempo que sus objetivos. Estamos aquí en las antípodas de un programa de redistribución de la riqueza, que sería exterior y anterior a las luchas sociales y sus actores, tanto como ante un aumento irresistible de las formas de cooperación en el interior de las relaciones capitalistas de explotación.

Marx precisará este análisis con ocasión de la Comuna de París, pero también en los borradores de su famosa carta a Vera Zassulich de 1881, sobre la propiedad de la tierra y la organización de la comuna tradicional rusa, la obchtchina o mir. En estos dos casos, y en línea con su análisis anterior, no es la realización de un programa social predefinido lo que le interesa, sino la construcción de la movilización política revolucionaria y la forma en que puede traducirse en medidas sociales frente a la lógica capitalista, desencadenando un proceso de transformación revolucionaria, necesariamente largo y accidentado.

En estos borradores, hostil a cualquier simplificación y a toda concepción deductiva de la estrategia, Marx no abraza ninguno de los análisis de las corrientes derivadas del populismo ruso, ya sea de la fetichización de las formas precapitalistas o de la apología del estadio capitalista. Absteniéndose de predecir nada, contempla la posibilidad de que la comuna rusa podría, en determinadas condiciones, “liberarse de sus características primitivas” y “desarrollarse directamente como elemento de la producción colectiva a escala nacional”, y todo ello condenando claramente su carácter patriarcal. Marx especifica:

“Es precisamente gracias a la contemporaneidad de la producción capitalista que puede apropiarse de todos sus logros positivos y sin pasar por sus terribles, espantosas peripecias. Rusia no vive aislada del mundo moderno; tampoco es presa de un conquistador extranjero como las Indias Orientales” 12/.

Se trata, pues, de hacer evolucionar la comuna conservándola, iniciando su superación, en el complejo sentido del término alemán Aufhebung, que aquí se inclina más hacia la idea de transformación que hacia la de abolición. Pero esta opción es ante todo una hipótesis política, sujeta al desencadenamiento de un proceso revolucionario. Y, en su prefacio de 1882 a la edición rusa del Manifiesto Comunista, Marx añade una nueva condición, anticipo de una larga controversia; la conjunción entre la revolución rusa y la revolución proletaria mundial: “Si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, y por lo tanto ambas se complementan, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podría servir como punto de partida a una evolución comunista” 13/.

Tal razonamiento remite a la crítica de la economía política en lo que es, precisamente, político: si se considera que la lógica básica que generó el capitalismo no fue la expansión del mercado, sino “la separación radical del productor de los medios de producción”, y más precisamente todavía “la expropiación de los cultivadores”, y que el comunismo apunta a la reapropiación por parte de los individuos de sus propias fuerzas sociales, entonces, formas sociales anteriores a esta separación y localmente persistentes después de ella pueden ofrecer puntos de apoyo para una revolución tendencialmente mundial, pero que se construirá bajo condiciones necesariamente nacionales.

Esta reflexión histórica del Marx de la madurez sobre las causas del nacimiento del capitalismo y las de su posible desaparición permanece, por tanto, inseparable del proyecto revolucionario de su abolición y de una reflexión estratégica sobre las condiciones concretas que permiten contemplarla. Marx subraya que como forma social fundada en el compartir y la igualdad, en la propiedad común y la propiedad individual-personal, la comuna rusa se distingue de las comunidades más arcaicas: el comunismo marxista no es el colectivismo, sino un cierto tipo de socialización de los medios de producción.

El comunismo marxista no es el colectivismo, sino un cierto tipo de socialización de los medios de producción

En el plano estratégico, la cuestión de la propiedad sigue siendo, por tanto, crucial a sus ojos, a condición de considerarla no como una forma estrictamente jurídica, sino como una palanca política y como un gradiente de desarrollo individual: tal reflexión en términos de formas y dinámicas contradictorias, enraizadas en condiciones siempre concretas y que implican la creciente conciencia de los actores de la transformación política y social, sigue siendo muy actual, a condición de que no se busque en ella una receta prefabricada.

Isabelle Garo es filósofa, especializada en la obra de Karl Marx. Ha publicado recientemente en catalán Comunisme i estratègia (Tigre de Paper)

Traducción: viento sur

Notas

1/ Michael Hardt et Antonio Negri, Empire, Paris, Exils, 2000, p. 17. En castellano, ver https://construcciondeidentidades.files.wordpress.com/2014/09/negri-antonio-imperio.pdf p. 4

2/ Ibid., p. 467. En castellano, p. 338.

3/Ibid. , p. 20. En castellano, p. 7.

4/ Michael Hardt et Antonio Negri, Commonwealth, Paris, Gallimard, 2013,
p. 209.

5/Ibid., p. 210.

6/ Karl Marx, Manuscrits de 1844, Paris, Éditions Sociales, 1968, p. 87. En castellano, https://pensaryhacer.files.wordpress.com/2008/06/manuscritos-filosoficos-y-economicos-1844karl-marx.pdf p. 145

7/ Ibid., p. 86. En castellano, https://pensaryhacer.files.wordpress.com/2008/06/manuscritos-filosoficos-y-economicos-1844karl-marx.pdf p. 146

8/ Karl Marx, Le Capital, livre 1, Paris, Puf, 1993, p. 856. En castellano, http://ecopol.sociales.uba.ar/wp-content/uploads/sites/202/2013/09/Marx_El-capital_Tomo-1_Vol.-31.pdf pg 953

9/Ibid. En castellano, p. 954.

10/Ibid., p. 953.

11/Ibid., p. 954.

12/ Karl Marx, “Projet de réponse à Vera Zassoulitch”, https://www.marxists.org/francais/marx/works/1881/03/km18810300.htm . En castellano, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/81-a-zasu.htm

13/ Karl Marx, Friedrich Engels, “ Préface à l’édition russe de 1882 ”, Manifeste du parti communiste, Editions sociales, Paris, 1986, p. 115. En castellano: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/manifiesto-comunista-prologo-a-la-edicion-rusa-de-1882/

 

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