Era el mes de noviembre de 1921. En España se vivía una situación de crisis social aguda desde, prácticamente, la huelga general revolucionaria de 1917. Las luchas sociales habían sido intensas, hasta el punto de que en 1919, tras la huelga de la Canadiense, se consiguió la jornada laboral de las 8 horas. Pero a partir de 1919 se produjo una involución, puesto que se inició una serie de fenómenos muy negativos para el movimiento obrero: un cambio de actitud de la burguesía, que pasó de ser negociadora y flexible a manifestar un enfrentamiento abierto con los sindicatos; al mismo tiempo apareció el pistolerismo, tanto el que llevó a cabo un sector muy minoritario del anarquismo como el pistolerismo fomentado por la patronal; una patronal que dispuso de una importante fuerza parapolicial a su servicio como era el Somaten, mientras que las autoridades monárquicas iniciaron pronto una práctica denominada ley de fugas, que legitimaba el asesinato de los obreros más combativos hasta el punto de que llevó a la muerte a muchos dirigentes sindicalistas. 

Fue en este contexto que, en noviembre de 1921, los dos partidos comunistas que existían en España y se habían creado un año antes –el Partido Comunista Español, en abril de 1920, y el Partido Comunista Obrero Español, un año después, en abril de 1921– se unificaron para fundar el definitivo Partido Comunista de España. Un partido que se fundó en un momento de declive del movimiento obrero y sin que, en ningún caso, se hubiesen resuelto los conflictos que habían enfrentado a los dos partidos preexistentes. 

El impacto de la Revolución rusa entre la clase obrera española 

Durante estos años, el tema de la Revolución rusa, con la nueva proyección política e ideológica que presentaba, consiguió toda su amplitud y dimensión en el seno del movimiento obrero español. Curiosamente, fueron los anarquistas quienes, desde el primer momento, saludaron con entusiasmo el triunfo bolchevique, mientras en las filas socialistas las reticencias y desconfianzas predominaban sobre los entusiasmos. Y fue la CNT, el sindicato anarcosindicalista, el que en diciembre de 1919 se adhirió a la Internacional Comunista, mientras el sindicato y el partido socialista no lo terminaron de hacer nunca.

Ciertamente, cuando las noticias de la revolución bolchevique de octubre de 1917 llegaron a España, desde el primer momento destacó la toma de posición de los sindicalistas y de los anarquistas. La primera valoración publicada en Solidaridad Obrera, el diario de la CNT, el día 11 de noviembre, no dejaba lugar a dudas: 

“La Revolución rusa continúa admirablemente su obra. Paso a paso va desenvolviendo su programa, pasando por encima de los intereses creados y atropellando a todos los convencionalistas y liquidando, por la voluntad del pueblo, los compromisos contraídos por el imperio”.

Los bolcheviques –“los maximalistas” era el término usado en la Soli– representaban “la voluntad del pueblo” y su decisión de repartir la tierra a quienes la trabajaban “es todo un poema de libertad, es la aurora de la emancipación económica, por la cual los campesinos rusos tanto suspiraban cuando trabajaban para los grandes duques, y es una decisión que por sí sola hace simpática a la grandiosa Revolución rusa”. 

“La Revolución rusa –acababa significativamente el editorial de la Soli– durará varios años, hasta que el pueblo haya conseguido el máximo de libertad o la libertad absoluta. Los rusos nos indican el camino a seguir. El pueblo ruso triunfa: aprendamos de su actuación para triunfar a nuestra vez, arrancando a la fuerza lo que se nos niega y lo que se nos detenta”.

Una revista aún más radical dentro del anarquismo, como era Tierra y Libertad, también saludó el triunfo de la revolución bolchevique de manera entusiasta. El día 17 de noviembre de 1917, Nimio Amari, supuestamente un seudónimo, afirmaba que las doctrinas anarquistas habían triunfado en Rusia: 

“En Rusia, pese a todos los enemigos del movimiento emancipador que se opera, triunfan las ideas anarquistas en la lucha social que sostiene el pueblo contra los métodos económicos-administrativos del viejo régimen, y los maximalistas, que son los representantes efectivos de las ideas de igualdad social, y que se creyó en un momento que habían sido vencidos por la reacción dictatorial de Kerenski, se alzan vigorosamente contra la opresión y nuevamente son los dueños de la situación, con lo cual es indudable que recibieron un gran impulso los proyectos comunistas de socialización de la tierra y de la industria, aspiración suprema de justicia que será la base firmísima de la redención de los pueblos”.

Identificar anarquismo con bolchevismo fue una práctica habitual, hasta el punto que un dirigente anarquista como Manuel Buenacasa escribió unos años más tarde: 

“La Revolución rusa vino a fortalecer aún más el espíritu subversivo, socialista y libertario de los trabajadores españoles. (...) Para muchos de nosotros –para la mayoría–, el bolchevique ruso era un semidiós, portador de la libertad y de la felicidad comunes. (...) ¿Quién en España –siendo anarquista– desdeñó de motejarse a sí mismo bolchevique?” (Buenacasa, 1966: 63-64).

Esto explica que cuando en diciembre de 1919 se celebró el congreso de la CNT en el Teatro de la Comedia de Madrid, donde tenía que decidirse la adhesión del sindicato a la Internacional Comunista, finalmente se decidió una adhesión provisional, que solo unos años después, en 1922, cuando quedó claro que el bolchevismo no tenía nada que ver con el anarquismo, la CNT decidió desvincularse de la Internacional Comunista y de la Internacional Sindical Roja –la Internacional que agrupaba a los sindicatos y que se había creado en 1921–. 

Inicialmente, la dirección del PSOE fue crítica con la Revolución de octubre y, de hecho, el primer artículo más o menos favorable de los bolcheviques no apareció en El Socialista hasta marzo de 1918. Pero la dirección socialista, muy moderada y reformista, no pudo evitar la euforia que la Revolución rusa provocó entre importantes sectores socialistas, y a partir de mediados de 1918 apareció, en el seno del partido, un núcleo muy activo partidario de la Revolución rusa, que muy pronto fue conocido como tercerista –partidario de la III Internacional o Internacional Comunista–. Este sector publicó Nuestra Palabra, cuyo primer número apareció el 6 de agosto de 1918, y durante los años 1918 y 1919 propagó la adhesión del PSOE a los ideales de la naciente República de los Soviets.

También entre la Juventud Socialista de Madrid aparecieron sectores muy impulsivos, partidarios de los bolcheviques. Hasta el punto de que en 1919 se creó el Grupo de Estudiantes Socialistas, que acabó convirtiéndose en la corriente internacionalista más activa. Cuando en diciembre de 1919 se celebró un congreso de la Federación Socialista, el Grupo desplazó a la antigua dirección, muy vinculada al sector reformista del partido, y su periódico Renovación acabó convirtiéndose en el portavoz más recalcitrante partidario de la III Internacional. 

Al mismo tiempo, el eco de la revolución se concretó en la aparición de publicaciones diversas, todas ellas partidarias de los bolcheviques. Así, por ejemplo, en Barcelona aparecía el 2 de noviembre de 1918 El Maximalista, publicado por anarcosindicalistas extremistas, y a principios de diciembre aparecían carteles anunciando la publicación de El Bolchevique, mientras que en Madrid en diciembre de 1918 aparecía El Soviet, en enero de 1919 La Chusma Encanallada, publicada por suboficiales que habían sido expulsados del ejército, y a partir de octubre de 1919 La Internacional, que algunos historiadores consideran que fue el órgano de prensa más importante partidario de la III Internacional. 

La fundación de los primeros partidos comunistas

En este contexto, cuando en marzo de 1919 se celebró en Moscú –a instancias de Lenin y Trotsky– el Congreso Internacional de los partidos obreros revolucionarios que llevó a la fundación de la Internacional Comunista, se agudizaron todas las contradicciones en el seno del Partido Socialista. Efectivamente, tanto los sectores adultos, partidarios de la Revolución rusa –entre quienes se hallaban miembros del Comité Ejecutivo del Partido como Daniel Anguiano, Núñez de Arenas y Virginia González–, como los miembros de las Juventudes, se manifestaron de forma inmediata partidarios de ingresar en la III Internacional. Sin embargo, cuando en diciembre de 1919 se celebró un congreso extraordinario del PSOE con el objetivo de decidir la posición frente a la Internacional, la mayoría –14.010 votos contra 12.497– se decantó por la permanencia en la II Internacional o Internacional Socialista. La opción era esperar a que esta acabase unificándose con la III Internacional. Y si en el congreso que debía celebrarse en Ginebra no se decidía la unificación entre las dos Internacionales, el PSOE pasaría a adherirse a la Internacional Comunista. 

Esta decisión no fue bien acogida por las Juventudes que, a diferencia de los adultos, creían que debían crear, de manera inmediata, la sección española de la III Internacional. De tal manera que, durante los primeros meses de 1920, las Juventudes Socialistas se plantearon la conversión de las Juventudes en Partido Comunista. La llegada a Madrid, en enero de 1920, de dos delegados de la Internacional, Roy y Borodin, con la propuesta de crear un partido comunista en España, acabó siendo determinante. Como escribió Juan Andrade, uno de los dirigentes de las Juventudes Socialistas, “la idea fue aceptada fácil e inmediatamente por el Comité Nacional de las JJSS, tanto más porque coincidía con su propósito, que solo retrasaba el temor de las dificultades económicas para mantener un órgano propio y la propaganda. Ante la promesa de una ayuda financiera, la decisión fue aceptada sin vacilación” (Andrade, 1979: 25). 

Efectivamente, en la medida en que la mayoría de los miembros del Comité Nacional de las Juventudes eran partidarios de la creación del nuevo partido, se decidió llevar a cabo lo que, para muchos, fue un auténtico golpe de Estado, en la medida en que el comité tomó la decisión, naturalmente con el consentimiento de la mayoría de militantes, de transformar la Federación de JJSS en Partido Comunista Español. El modus operandi fue a través de una carta cerrada que las distintas secciones debían abrir en una fecha determinada. El día señalado fue el 15 de abril de 1920 y cuando las distintas secciones abrieron la carta se vieron convertidas en Partido Comunista, mientras su órgano de prensa pasaba a denominarse El Comunista. 

Surgió el que se denominó el partido de los cien niños, por la edad de la mayoría de sus miembros

De esta manera surgió el que se denominó el partido de los cien niños, por la edad de la mayoría de sus miembros. Un partido, por otra parte, extraordinariamente radical e izquierdista, hasta el punto que incluso llegaron a ser críticos con el folleto que había publicado Lenin en junio de 1920, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo. Y, naturalmente, no solo se manifestaron abiertamente hostiles contra el PSOE, sino también contra los denominados terceristas. 

Efectivamente, estos no solo no se afiliaron al nuevo partido, sino que aún confiaban en un cambio en la política del PSOE; sobre todo porque Daniel Anguiano y Fernando de los Ríos habían regresado del II Congreso de la Internacional Comunista, que se había celebrado en Moscú en julio-agosto de 1920, con informes contrapuestos sobre la situación en la Unión Soviética y las condiciones que había impuesto la Internacional para ser admitidos en el seno del nuevo organismo. Naturalmente, el informe de Anguiano era favorable a la República de los Soviets y los terceristas aprovecharon los órganos de prensa de que disponían para intentar que la mayoría de militantes socialistas se inclinase hacia sus posiciones. Cuando en abril de 1921 se celebró el nuevo congreso del PSOE, el primer punto del orden del día fue, justamente, la cuestión de la Internacional. Pero enseguida se puso en evidencia que los terceristas no lo tenían fácil, ya que dirigentes de la talla de Pablo Iglesias, Besteiro o Largo Caballero se inclinaron a favor del informe de Fernando de los Ríos y, por tanto, en contra de la Internacional Comunista. La decisión final se acabó adoptando el día 13 de abril, cuando se llevó a cabo la votación final: 8.808 militantes se manifestaron a favor de la reconstrucción de la II Internacional, mientras 6.094 se manifestaron por la adhesión a la Internacional Comunista. 

Esta decisión llevó a los terceristas a romper de manera inmediata con el PSOE. Tras el recuento de votos, un militante tercerista, Oscar Pérez Solís, leyó una declaración de principios en la que manifestaba su separación del Partido Socialista. A continuación, los terceristas abandonaban también el congreso, se dirigieron al local de la Escuela Nueva y aquel mismo día constituyeron el Partido Comunista Obrero Español.

A partir de abril de 1921 existían, pues, en España dos partidos comunistas. 

La fundación del Partido Comunista de España 

Evidentemente, la existencia de dos partidos afiliados a la Internacional Comunista y, sobre el papel, con una ideología parecida, no parecía de rigor ante la situación que se estaba viviendo a nivel internacional. Y en la práctica, muy pronto se iniciaron las negociaciones para llevar a cabo la unificación de ambos partidos, a pesar de que los jóvenes del Partido Comunista habían sido muy críticos con los adultos y no habían visto con buenos ojos la dilación de un año en separarse del PSOE. Y aunque el PCE era el único partido formalmente reconocido por la Internacional, el PCOE poseía una base obrera mucho más amplia. La iniciativa de llevar a cabo un proceso de unificación partió, en realidad, de estos últimos y en mayo de 1921 se dieron ya los primeros pasos. Pero enseguida se vislumbraron los problemas existentes. Sobre todo, porque los dirigentes del PCE pusieron unas condiciones difícilmente asumibles por el PCOE, como eran la expulsión de algunos de sus dirigentes, la revisión de las listas de afiliados, el control de dos tercios del Comité Nacional, la redacción del periódico, etc. La celebración del III Congreso de la Internacional, en julio de 1921, y la participación de una delegación del PCOE en él, sirvió también para avivar la lucha abierta entre los dos partidos. 

El 14 de noviembre se firmó el acuerdo, según el cual los dos partidos se unificaban en uno solo

En la práctica, fue el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista el que obligó a las dos delegaciones que habían asistido al congreso a que reiniciasen de nuevo las negaciones a fin de unificarse. Y mandó a Madrid a un diputado comunista italiano, Antonio Graziadei, para que representase al Comité Ejecutivo de la Internacional en las negociaciones, que se iniciaron el 7 de noviembre de 1921. La situación, en esos momentos, era muy precaria para el PCE, puesto que la campaña que había desarrollado contra la guerra de Marruecos había comportado que el gobierno llevase a cabo una intensa represión contra él, encarcelando a prácticamente todo el Comité Ejecutivo y suspendiendo su órgano de prensa. Ello comportó que las negociaciones se desarrollasen de una manera prácticamente clandestina, y con un solo delegado por cada partido, que tendría plenos poderes. El PCE nombró a Gonzalo Sanz y el PCOE a Núñez de Arenas. Ambos iniciaron unas negociaciones que culminaron el 14 de noviembre, cuando se firmó el acuerdo, según el cual los dos partidos se unificaban en uno solo, el nuevo partido se denominaría Partido Comunista de España (sección española de la Internacional Comunista) y el Comité Nacional del partido estaría compuesto por quince miembros, correspondiendo nueve al PCE y seis al PCOE. El 23 de diciembre de 1921 se publicaron en La Antorcha, el nuevo órgano de prensa del PCE, las bases de fusión de los dos partidos y un artículo, “Apostillas a las bases”, en el cual Gonzalo Sanz y Núñez de Arenas relataban sus impresiones sobre las negociaciones y se mostraban muy optimistas sobre el futuro del nuevo partido. 

La evolución histórica del nuevo Partido Comunista de España 

La realidad, sin embargo, fue muy otra. En primer lugar, porque enseguida se reiniciaron las discrepancias en el PCE. Básicamente, cuando un sector procedente del partido de los jóvenes se alineó con los antiguos terceristas, y fue especialmente crítico con la política que había desarrollado el primer PCE. Cuando, poco después, el Comité Central decidió su participación en las elecciones municipales, cuatro miembros del ejecutivo –Eduardo Ugarte, Emeterio Chicharro, Ángel Pumarega y Juan Andrade– manifestaron su oposición y acabaron entrando en una clara contradicción con el Comité Central. En el mes de enero de 1922 publicaron un manifiesto, dirigido a los militantes del partido, en el que criticaban abiertamente la política del Comité Central, al que acusaban de estar maniatado a la tendencia centrista que procedía del PCOE y que llevaba a una inactividad total del partido. También acusaban a la dirección de mandarinismo y anunciaban la formación de un Grupo Comunista español, cuya función sería obligar al partido a seguir en la práctica las directrices de la Internacional Comunista. 

La reacción del Comité Central fue expulsarlos del Comité Ejecutivo del partido, y cuando se celebró el primer congreso del PCE, en marzo de 1922, se decidió apartarlos de los cargos que desempeñaban hasta que la Internacional Comunista no adoptase una decisión. La respuesta de los expulsados fue crear la denominada Unión de Cultura Proletaria, que en ningún caso pretendía crear una fracción, sino que, meramente, era una actitud de protesta frente a las decisiones adoptadas en el congreso. De nuevo fue un delegado de la Internacional, en este caso el suizo Jules Humbert-Droz, secretario de la Internacional para los países latinos, quien llegó a España para resolver el conflicto. Y si bien lo hizo con una cierta templanza, no pudo evitar que, finalmente, dos de los dimisionarios, Ugarte y Pumarega, acabaran abandonando el partido, mientras que Chicharro y Andrade reingresaron en él. Sobre el papel, la crisis parecía resuelta, aunque, evidentemente, la diversidad de tendencias que existían en su seno la mantendrían durante mucho tiempo. 

Uno de los episodios que tuvo lugar poco después, y que dejaría una profunda huella en el partido, fueron los incidentes que se produjeron durante el XV Congreso de la UGT, que se celebró en noviembre de 1922, y en el que resultó muerto el obrero socialista Manuel González Portillo. Según parece, la violencia que tuvo lugar en el congreso procedía de la agrupación comunista de Bilbao, que dirigía José Bullejos, secretario del Sindicato Minero de Vizcaya, y que en el País Vasco se había enfrentado en más de una ocasión con los socialistas. Ni que decir tiene que los socialistas acusaron a los comunistas de asesinos y expulsaron tanto a los delegados que participaban en el congreso como a los sindicatos controlados por ellos. 

Antes de la instauración de la dictadura de Primo de Rivera, en septiembre de 1923, se produjo también otro acontecimiento importante en la vida del PCE: en julio de 1923 se reunió el segundo congreso del partido, en un momento en que los problemas dentro del partido aún no se habían resuelto del todo. Por ello, Humbert-Droz volvió a intervenir a fin de intentar reconciliar las dos tendencias. En el informe que envió al Comité Ejecutivo de la Internacional, señalaba, efectivamente, que los factores de orden interno que afectaban al PCE eran, sobre todo, la utilización del terrorismo, la insuficiencia del trabajo político, la falta de estructura organizativa y el mantenimiento de la crisis interna. El congreso, finalmente, adoptó entre otras resoluciones la creación de un Comité Central de concentración, “para el que se nombra a los camaradas más capaces para dicho trabajo sin distinción de tendencias”. Un militante que participó en el congreso, como Juan Andrade, llegó a afirmar que fue “el verdadero congreso de fusión, y que restableció el sentido de la unidad y la responsabilidad en el partido”. 

La situación cambió a partir de septiembre de 1923, cuando el capitán general de Catalunya, Miguel Primo de Rivera, instauró una dictadura militar que si bien, al inicio, pareció muy tolerante con el Partido Comunista, muy pronto llevó a cabo una ardua represión. En diciembre del mismo año, y bajo el pretexto de un pretendido golpe de Estado revolucionario, fueron detenidos numerosos dirigentes del partido; una política que prosiguió a lo largo de los primeros meses de 1924. Los dirigentes que no fueron detenidos tuvieron en muchos casos que marchar al exilio. Las consecuencias de esta situación fueron las que cabía esperar: mientras unos militantes abandonaban el partido, otros llevaban a cabo una total inactividad. De hecho, una de las pocas actividades que desarrolló el PCE era la publicación de La Antorcha, su órgano de prensa, bajo censura previa. 

Ante esta situación de inactividad, en noviembre de 1924 acabó estallando la crisis abierta. Fue como consecuencia de la propuesta que un nuevo delegado de la Internacional en España, Jacques Doriot, llevó a cabo animando a que el Comité Central desarrollase una intensa campaña contra la guerra de Marruecos. La negativa de la dirección a esta propuesta comportó que los grupos opositores existentes en Bilbao y en Barcelona –aquí se había constituido a partir del otoño de 1924 la Federación Comunista Catalano-Balear, dirigida por Joaquim Maurín y cuyos militantes mayoritariamente procedían de la CNT– se adhiriesen a la propuesta de Doriot y en una conferencia nacional que se celebró en Madrid en noviembre de 1924, el Comité Central presentase su dimisión y se nombrase otro comité, al que pertenecieron, entre otros, Joaquim Maurín, Óscar Pérez Solís, Félix Fresno, González Canet (Martín Zalacaín), e Hilario Arlandis. 

Aunque el nuevo Comité Central pasó a residir en Barcelona, no solo no se llevaron a cabo los acuerdos de la conferencia, sino que en la práctica el nuevo Comité Central no llegó a actuar nunca. La intensa represión llevada a cabo por la dictadura –Maurín, por ejemplo, fue encarcelado en enero de 1925– comportó que muchos dirigentes fuesen detenidos, mientras otros acabaron en el exilio. París, y en menor medida Bruselas, se fue convirtiendo en la capital de los exiliados españoles. El exilio en París fue especialmente importante, en la medida en que los militantes españoles quedaron bajo la tutela del Partido Comunista francés en un momento en que se estaban produciendo importantes cambios a nivel internacional. 

La muerte de Lenin en enero de 1924 y la celebración del V Congreso de la Internacional (junio-julio de 1924), en la que –en un momento en que se iniciaba la lucha entre Stalin y Trotski– se aprobó la bolchevización de los partidos comunistas, tuvieron indudablemente repercusiones internacionales. En la práctica, esa decisión suponía la expulsión de todos aquellos miembros o dirigentes que no manifestasen una incondicional adhesión a las nuevas directrices de la Internacional Comunista. El Partido Comunista francés fue de los primeros partidos europeos que sufrieron este nuevo proceso, que muy pronto alcanzaría también al partido español. Bullejos, que en octubre de 1924 había marchado a Moscú, muy pronto tendría el aval de las nuevas autoridades soviéticas y a su regreso, en 1925, fue nombrado secretario general del PCE, organizando un secretariado en el cual todos los miembros eran afines a su figura. Esto comportó que, progresivamente, Bullejos se hiciese con el control total del partido, mientras eran sustituidos, o en su caso expulsados, todos aquellos militantes que mostraban sus diferencias con la dirección. De hecho, la política de bolchevización permitió el ascenso en el partido de militantes de segunda fila y creó una especie de mística según la cual los militantes existían únicamente en función del partido. Y en la práctica el partido pronto se identificó con su dirección. 

Entre principios de 1926 y 1927, la política de expulsiones que llevó a cabo Bullejos fue realmente importante, en un momento en que el partido también había sucumbido ante la represión de la dictadura. Esta práctica comportó que destacados miembros del partido, como Juan Andrade, manifestaran su oposición a Bullejos, hasta el punto que Andrade, que aún era el director de La Antorcha, se negó a publicar una lista de veinticuatro expulsiones de miembros de la sección de Madrid. Esta actitud le valió su destitución en la dirección del periódico. Por su parte, la regional catalana no era menos crítica con la política de expulsiones que llevaba a cabo la dirección. El año 1926 estaba acabando, pues, con la expulsión de numerosos afiliados del partido y el reforzamiento de un Comité Ejecutivo que, indudablemente, poseía el visto bueno de la Internacional. Era un momento en que, según parece, el número de militantes no llegaba a los 500. 

En 1927 se produjo un acontecimiento importante para el partido, como fue la incorporación en su seno de un numeroso grupo de militantes sevillanos de la CNT, entre quienes se encontraban, además de su dirigente Manuel Adame –que enseguida se incorporó a la secretaría del partido–, otros militantes como José Díaz, Manuel Roldán y Antonio Mije. A pesar de ello, la actitud de la dirección bullejista no se modificó y tuvo que soportar una nueva escalada represiva por parte de la dictadura, que en 1928 llevó al propio Bullejos a la cárcel, y la dirección volvió a trasladarse a París. 

Justamente en el verano de 1928 había tenido lugar en Moscú –en un momento en que Stalin ya era amo y señor de la situación en Rusia– el VI Congreso de la Internacional Comunista, que definió la teoría ultraizquierdista de clase contra clase, la tesis del socialfascismo y los frentes únicos por la base. Según la Internacional, el capitalismo estaba atravesando su tercer período de crisis general, de tal manera que la Internacional tenía que organizar la ofensiva final del proletariado para llevar a cabo la revolución mundial. 

En marzo de 1931, la Federación Comunista Catalano-Balear se convirtió en el Bloc Obrer i Camperol, mientras también surgía una corriente trotskista

Cuando en enero de 1930 cayó la dictadura de Primo de Rivera y se produjo el regreso de muchos exiliados y la salida de la cárcel de la mayoría de encarcelados, el PCE no modificó su situación. La crisis abierta –sobre todo entre la Federación Comunista Catalano-Balear y la dirección bullejista– prosiguió, en un momento en que el PCE siguió defendiendo la política ultraizquierdista emanada de la Internacional, una política que mantuvo incluso tras la proclamación de la República en abril de 1931. Y muy pronto tuvo lugar el fraccionalismo que se había evitado hasta entonces: en vísperas de la proclamación de la República, en marzo de 1931, la Federación Comunista Catalano-Balear, que había roto ya con el PCE y la Internacional en noviembre de 1930, se convirtió en el Bloc Obrer i Camperol, dirigido por Maurín, mientras también surgía una corriente trotskista, que se había formado en el exilio, y que a partir de 1932 pasó a denominarse Izquierda Comunista, dirigida por Andreu Nin.

Cuando en agosto de 1932 se produjo el intento de golpe de Estado por parte del general Sanjurjo en Sevilla, Bullejos, de manera unilateral, quiso cambiar la política que estaba llevando a cabo el PCE y se manifestó partidario de defender la República. De manera inmediata fue llamado a Moscú, siendo destituidos tanto él como su equipo, y en septiembre de 1932 fue nombrado secretario general José Díaz, que siguió desarrollando la misma política ultraizquierdista emanada desde Moscú. Hasta el extremo de que cuando, tras la victoria electoral de las derechas en noviembre de 1933, se crearon las Alianzas Obreras, el PCE se negó a entrar en ellas. Solo a partir de 1934 hubo un cierto cambio, a raíz de la nueva situación internacional, desde el momento en que en enero de 1933 Hitler había llegado al poder en Alemania y se estaba produciendo una involución antidemocrática en toda Europa. 

De nuevo fue la actitud de la Internacional Comunista la que en su VII Congreso celebrado en julio-agosto de 1935 cambió la política del PCE, cuando puso en funcionamiento la política de los Frentes Populares, que implicaba una alianza entre el Partido Comunista, el socialista y los republicanos de izquierda. La celebración de las elecciones del Frente Popular, en febrero de 1936, permitió que por primera vez dieciséis dirigentes del Partido Comunista de España llegasen a ser diputados, pero aún tuvo que esperarse al estallido de la guerra civil, en julio de 1936, para que el partido llegara a convertirse en una organización de masas, gracias a la ayuda de la URSS a la República. 

Sin embargo, el PCE siguió subordinado a la Unión Soviética incluso después de la muerte de Stalin en 1953. Y tuvo que producirse la Primavera de Praga en 1968 para que, tras la invasión soviética de Checoslovaquia, se produjesen las primeras críticas del PCE a la URSS. Eran los años del eurocomunismo, y cuando a partir de la muerte de Franco, en noviembre de 1975, se produjo la transición hacia la monarquía parlamentaria, el PCE –que había desarrollado una lucha importante contra el franquismo– se adaptó muy pronto a la reforma política que propugnaba Adolfo Suárez. Era la contrapartida a la legalización de este partido en abril de 1977, en un momento en que su secretario general, Santiago Carrillo, había pronunciado aquella famosa frase según la cual dictadura ni la del proletariado. 

Pelai Pagès es profesor de Historia contemporánea en la Universidad de Barcelona. Ha publicado recientemente La historia truncada del PCE: desde su fundación hasta la consolidación del estalinismo

Referencias

Andrade, Juan (1979) Apuntes para la historia del PCE. Barcelona: Fontamara.

Buenacasa, Manuel (1966) El movimiento obrero español 1886-1926 (Historia y crítica). Figuras ejemplares que conocí. París: Familia y amigos del autor (reeditada por Júcar, 1977).

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