Rechazando la política de su gobierno y el sionismo, los judíos ortodoxos viven en los márgenes de la sociedad israelí. Se niegan a servir en el ejército israelí y hasta ahora estaban exentos de ello. Instrumentalizando la cuestión, una parte de la clase política intenta imponérselo. No contaban con su movilización en Israel y otras partes del mundo; mientras, el poder intenta ahogar las protestas.

Desde hace más de medio siglo, el objetivo de los dirigentes sionistas ha sido doble: por una parte, evidentemente, la puesta en pie de un Estado judío en Palestina, pero también la creación de un “judío nuevo”, liberado de una vez por todas de los rasgos de la diáspora que aborrecían: intelectualidad, debilidad física, sumisión. El ejército era percibido como una de las herramientas más importantes para realizar ese objetivo; era también un valor en si mismo, última expresión de la soberanía judía y de la entrada del Judío nuevo en la modernidad.

Dos grupos de ciudadanos estaban excluidos de esta construcción: la minoría árabe, considerada como un error de recorrido en la construcción del Estado judío, y los judíos ortodoxos, refractarios al proyecto de integración en la nueva identidad en formación. Estos dos grupos estaban exentos del servicio militar y, por tanto, también del colectivo nacional. Por otra parte, ni uno ni otro querían formar parte de él.

Los años 1980 marcaron un giro importante: la identidad nacional se debilita en detrimento de las pertenencias comunitarias. Se ve en ello la influencia de las concepciones multiculturales anglosajonas pero también, y sobre todo, de la ofensiva neoliberal que concede un lugar mucho más grande al individuo. Fue en ese momento en el que el “yo” reemplazó al “nosotros”. Parte integral de ese cambio, una cierta desmilitarización de las mentalidades y una desacralización del ejército. A partir de ahí, no hacer el servicio militar dejó de ser un tabú y fueron numerosos los jóvenes que encontraron -bastante fácilmente, por otra parte- los trucos para escapar de él: la mayoría de las jóvenes y cerca de un tercio de los muchachos.

¿Quiénes son los “haredim”?

Si un cuarto de la población judía es practicante, aquellos a quienes se llama a menudo judíos ortodoxos (haredim en hebreo) y que representan menos del 10% se niegan a hacer su servicio militar. Para ellos, esta negativa no es más que un aspecto, entre otros, del rechazo del Estado que en su opinión no es otra cosa que una estructura administrativa que no posee ningún valor en sí mismo y, en el mejor de los casos, no es diferente de cualquier otro Estado del planeta. Su “antisionismo” expresa una rechazo a sacralizar el Estado de Israel y a legitimar cualquier lazo entre éste y el destino del pueblo judío. Israel no será un “Estado judío” más que cuando el Mesías venga y su gobierno esté regido por las leyes de la Torah. La pretensión sionista y constitucional de ser un estado judío es, para los ortodoxos, una forma de blasfemia.

La lealtad de los judíos ortodoxos hacia el Estado y sus leyes permanece subordinada a las decisiones de sus rabinos. Ciertamente, solo una minoría marginal rechaza someterse a las leyes del Estado y vive al margen de la sociedad. Si existe una especie de modus vivendi entre el Estado y las comunidades ortodoxas, es porque el fundador de Israel, David Ben Gurion, tomó la decisión de negociar con las autoridades ortodoxas lo que, hasta hoy, se ha llamado el statu quo que rige las relaciones entre el Estado, la religión y los religiosos, que implica, entre otras cosas, el shabat y las fiestas judías como días festivos, la financiación del rabinato y de las instituciones religiosas, así como el reconocimiento y la financiación, en el sistema educativo, de corrientes religiosas y ortodoxas.

La dispensa del servicio militar para quienes, por razones religiosas, no quieren hacerlo constituye un elemento importante del statu quo. Por otra parte, el Estado Mayor del Ejército ha visto siempre con buenos ojos esta dispensa colectiva, juzgando que el aislamiento de los judíos ortodoxos en sus tradiciones y modos de vida implicaría, en el caso de que tuvieran que llevar el uniforme, un esfuerzo exorbitante por parte del aparato militar.

La provocación de Yair Lapid

Yair Lapid es una estrella de la televisión. Hace un año y medio, decidió lanzarse a la política, surfeando sobre las gigantescas movilizaciones del verano de 2011 /1. Su programa electoral se limitaba a un eslogan: “reparto equitativo de las cargas”. Las “cargas” en cuestión comprendían el servicio militar. De hecho, el llamamiento a que todo el mundo hiciera su servicio militar solo se utilizaba para atraer a las clases medias y no religiosas de Tel-Aviv. La verdadera carga evocada por Lapid era de orden financiero, es decir, los servicios públicos y las ayudas sociales a los más pobres. Entre ellos, en particular, los ortodoxos que viven mayoritariamente por debajo del umbral de pobreza. “¡Todos esos parásitos, esos religiosos, con sus docenas de críos y que ni siquiera trabajan!” tal es el mensaje que quería oír esa clase media, que, consiguientemente, plebiscitó a Yair Lapid y envió 19 candidatos de su partido Yesh Atid a la Knesset (parlamento israelí), haciendo de él la segunda fuerza política en el parlamento israelí.

Una vez elegido y nombrado a la cabeza del ministerio de finanzas, Lapid se ha visto confrontado a gigantescas manifestaciones contra el servicio militar. Ante esta oposición masiva y combativa del mundo ortodoxo y de sus rabinos a la idea de que se les imponga el servicio militar, la respuesta del gobierno (contra la voluntad de una parte de los ministros) ha sido utilizar la fuerza y castigar con el encarcelamiento a algunos refractarios llamados a filas.

Evidentemente, por parte de Lapid eso significa no comprender al adversario. Esos jóvenes sancionados se han convertido en mártires que refuerzan aún más las movilizaciones y, accesoriamente, ponen a Benyamin Netanyahu y al Likud en una situación delicada en el futuro, al haber jurado ciertos rabinos, cuya palabra tiene mucha influencia, que nunca jamás apoyarían al partido contra sus adversarios de izquierda.

Diálogo de sordos

Así que, gracias a Yair Lapid, hemos vuelto al comienzo de los años 1950 cuando, frente al discurso falsamente laico de Ben Gurion y de la izquierda sionista, una parte importante del mundo religioso se sentía amenazada en su existencia misma, y se declaraba dispuesta a resistir contra lo que calificaba de shamad, por alusión a las conversiones forzosas sufridas por algunas comunidades judías a lo largo de la historia.

El antiguo primer ministro Levi Eshkol, en los años 1960, logró calmar el asunto y convencer de que la política de shamad realizada por Ben Gurion estaba enterrada y que los ortodoxos podrían vivir en el respeto de sus tradiciones y de acuerdo con los mandamientos de sus rabinos. Y si hubo momentos de tensión (sobre de la cuestión de las autopsias y de la apertura de cines los sábados en Jerusalén), pudieron ser rápidamente limitados.

Cerca de medio siglo más tarde, con el servicio militar, se ha abierto una nueva fase de la guerra de culturas. Con una incomprensión total del adversario, que evoca la incapacidad del colonialista para comprender al colonizado, y rechazando intentar siquiera escucharle. Yair Lapid y sus colegas de la burbuja occidental que es Tel Aviv están persuadidos de que, a medio plazo, el servicio militar podrá ser impuesto a los ortodoxos, bien sea mediante el diálogo o por la utilización de la fuerza. ¡Grave error! El diálogo es imposible porque los presupuestos y los sistemas de valores no son los mismos. El llamamiento al patriotismo, al respeto a la ley y los valores democráticos, a la decisión de la mayoría, todo eso no tiene ningún sentido en los barrios de Mea Shearim o de Bnei Brak. Solo cuentan la ley de la Torah y las decisiones de los rabinos.

En cuanto a las amenazas de usar la fuerza, éstas provocan un brillo de desafío en los ojos de los afectados, que se ven ya en los circos de la Roma ocupante o en las hogueras de la España de la Reconquista cristiana. Si Yair Lapid no fuera tan ignorante de la historia judía y de la cultura de sus tatarabuelos, si Tel-Aviv saliera de su arrogancia colonial y occidental, comprenderían quizá que a ojos de centenares de miles de judíos ortodoxos no son más que un episodio efímero en lo que consideran como el destino eterno del pueblo judío. Como me decía un viejo tío, con una confianza que despierta admiración, “hemos superado los romanos, la Inquisición, e incluso a Hitler. No va a ser ciertamente el pequeño Lapid, cuyo nombre habrá olvidado todo el mundo tras las próximas elecciones, quien nos forzará al Shamad”.

14/04/2014

http://orientxxi.info/magazine/les-juifs-orthodoxes-s-opposent-a,0564

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

Notas

1/ NDLR. Formada el 14 de julio de 2011, una amplia movilización contra la vida cara y por más justicia social reunión durante varios meses a una parte de la población israelí, en particular su juventud. Fueron instaladas tiendas de campaña en un primer momento en el bulevar Rothschild de Tel Avir -de ahí el nombre de “revuelta de las tiendas”-, antes de que el movimiento se extendiera a varias otras ciudades.

- Para ver la información que sobre el tema dieron los dos periódicos de mayor tirada en el estado español, ver http://www.elmundo.es/internacional/2014/03/02/5313649f22601d872a8b4572.html y

http://internacional.elpais.com/internacional/2014/03/02/actualidad/1393784991_176074.html (ndt).

(Visited 3.311 times, 1 visits today)