Una vez más, Grecia se va de Bruselas con las manos vacías. Al término de una reunión de ocho horas de duración, los miembros del Eurogrupo se han separado, en la noche del 22 al 23 de mayo, constatando su desacuerdo, con la única promesa de volver a reunirse el 15 de junio. “Todavía había un abismo entre lo que se podía hacer y lo que algunos de nosotros pensábamos que había que hacer”, ha explicado el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem. “Necesitamos más tiempo para ponernos de acuerdo sobre la manera de encontrar más visibilidad sobre las medidas relativas a la deuda. No debería estar fuera del alcance de la sabiduría humana llegar a un compromiso”, ha comentado el ministro de finanzas griego, Euclides Tsakalotos, en un intento de relativizar el fracaso.

Atenas sigue por tanto en suspenso, al albedrío de sus acreedores. El gobierno griego sigue esperando el desbloqueo de una línea de crédito de 7 500 millones de euros, prevista en el marco del tercer plan de rescate de 86 000 millones de euros, firmado en julio de 2015. Sin este dinero no podrá afrontar el pago de 7 000 millones que vence en julio para atender a sus acreedores, entre los que destacan el Banco Central Europeo (BCE) y el FMI. Tampoco puede refinanciarse directamente en los mercados: sin un acuerdo, las deudas de Grecia no son válidas a los ojos del BCE y por tanto no gozan de ninguna garantía.

Hace ya cerca de dos años que los europeos andan buscando la “santa trinidad”, como dice el ministro griego de finanzas. Alemania, apoyada por los países de Europa del norte, condiciona su participación financiera en el plan de salvamento a la presencia del FMI. Sin embargo, la institución internacional, que lamenta amargamente haberse implicado en la crisis del euro, exige como paso previo a su participación en el nuevo plan una reestructuración de la deuda griega, que considera insostenible: ya asciende al 179 % del PIB. Berlín se opone a esta reestructuración, considerada un regalo a los griegos.

A medida que pasa el tiempo, el ministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble, que dio su brazo a torcer en julio de 2015 –entonces abogaba por la salida de Grecia de la zona del euro–, parece endurecer su posición. Las circunstancias no le empujan precisamente a buscar un compromiso. En Alemania tendrán lugar las elecciones legislativas en septiembre, y el ministro de finanzas, y con él toda la dirección del principal partido gobernante, la CDU, no tiene ninguna intención de hacer la mínima concesión en el tema griego, convertido en un espantajo para la opinión pública alemana. Máxime cuando los liberales alemanes también blanden el tema de Europa de cara a la campaña de las legislativas. Compiten por ver quién carga más las tintas a la hora de denunciar a los gandules de Europa del sur, ese “Club Med” que cuesta cada vez más caro a los “virtuosos” alemanes, según ellos.

Antes incluso de comenzar la reunión del Eurogrupo, el ministro alemán, por cierto, ya anunció el resultado: no cabía esperar gran cosa, por no decir nada. Según él, no es posible cerrar un acuerdo hasta que no se sepan las conclusiones de un informe que permitan comprobar si el gobierno griego ha llevado a cabo todas las reformas que había aceptado. El presidente del Eurogrupo, Dijsselbloem, entonó la misma cantinela: “Hemos dicho siempre que la decisión concreta final sobre las medidas suplementarias para aligerar la deuda griega se adoptaría al final del programa. Es decir, el año que viene.” En otras palabras, en las calendas griegas.

Recibido con expectación en esta su primera reunión del Eurogrupo, el nuevo ministro francés de economía, Bruno Le Maire, apoyado por la Comisión Europea, no ha logrado influir en el curso de los acontecimientos. Antes de la reunión, sin embargo, el Elíseo había jugado fuerte, haciendo saber que Emmanuel Macron había reafirmado el lunes su apoyo al primer ministro griego Alexis Tsipras con ocasión de una entrevista telefónica. El presidente de la República le había asegurado que deseaba “llegar a un acuerdo próximamente para aligerar duraderamente el peso de la deuda griega”.

El jefe del Estado francés defiende esta posición desde hace tiempo. La reiteró en su entrevista con Médiapart. “Es inevitable reestructurar la deuda. ¿Por qué? Porque el sistema hoy es insostenible. Hay que poner los cerrojos, las garantías, cerrar un acuerdo colectivo, pero todos sabemos, en todo caso, que habrá que llegar allí”, explicó el 5 de mayo. “Esta es la hoja de ruta del ministro de economía Bruno Le Maire”, había insistido el entorno del jefe del Estado el lunes por la mañana. A la salida de la reunión de los ministros europeos, el ministro francés, pese a todo, se mostró optimista. Según él, es posible llegar a un acuerdo en junio.

Por mucho que se esfuerce por minimizar el fracaso de este Eurogrupo, señalando que solo se trata de un mero informe, el gobierno de Syriza se halla todavía más endeble. Para obtener la ayuda de los europeos y del FMI, Tspiras, después de resistirse durante algunas semanas, aceptó finalmente, en marzo, el nuevo programa de austeridad que le exigían los acreedores de Grecia. En el debate sobre las nuevas medidas, adoptadas por el parlamento el 18 de mayo, el primer ministro griego juró que serían las últimas. Como compensación por estos nuevos esfuerzos exigidos, prometió obtener una reestructuración de la deuda griega, que Atenas reclama desde hace más de tres años.

Así, después del tercer plan, que concluirá en 2018, se pondrá en marcha un nuevo plan. Este prevé 4 900 millones de euros de ahorro suplementarios de aquí a 2021. Las pensiones (por decimotercera vez desde 2010), los salarios y los servicios sociales sufrirán nuevos recortes. Se han previsto medidas automáticas de rigor si Atenas no cumple sus compromisos, empezando por el de un superávit presupuestario (antes del pago de la deuda) del 3,5 % del PIB cada año hasta por lo menos 2022.

Objetivos económicos y financieros irrealistas

Para muchos economistas, esta exigencia de un superávit presupuestario del 3,5 % durante varios años es lisa y llanamente imposible. Incluso el FMI se opone a la medida, considerando que alcanzar semejante excedente presupuestario amenaza con anular duraderamente cualquier perspectiva de recuperación económica, sobre todo en un país que sufre un desempleo récord. Conseguir un superávit presupuestario del 1 al 1,5 % durante varios años ya sería, según el FMI, todo un logro. Sin embargo, los europeos no sueltan prenda: el 3,5 % de superávit presupuestario es un mínimo, según ellos, para asegurarse del buen comportamiento financiero de Atenas y permitir su permanencia en la zona del euro. El objetivo, además, no es irrealista, sostienen, como demuestra el hecho de que el gobierno ha conseguido un excedente presupuestario del 3,9 % en 2016.

¿A qué precio? Para alcanzar este resultado, el gobierno griego ha aplicado los métodos propios de un saneamiento de empresa: ha recortado en todos los gastos, tanto de funcionamiento corriente como de inversión. Las pensiones de vejez han disminuido un 40 %. Se han ahorrado 5 600 millones de euros de gasto público. Hospitales, escuelas, transportes, ya medio desmantelados tras ocho años de crisis, han sido nuevamente objeto de importantes recortes. Al mismo tiempo, todos los impuestos directos e indirectos han aumentado. El IVA ha subido al 24 %, el impuesto sobre bienes inmuebles ha subido. Se han creado nuevos impuestos sobre los automóviles, las telecomunicaciones, las televisiones, la gasolina, el tabaco, el café y la cerveza.

Este disfraz contable no puede durar más que un tiempo. A partir del cuarto trimestre de 2016, la economía griega, que se había recuperado un poco a comienzos de año, ha vuelto a hundirse. Los números del primer trimestre confirman el retroceso: Grecia se halla de nuevo en recesión. Esto no impide que la Comisión Europea siga apostando por un crecimiento del 1,6 % para este año. ¿Cómo? Es un misterio. Mientras que las empresas supervivientes luchan por mantenerse a flote, los créditos impagados y los morosos vuelven a aumentar en los balances de los bancos griegos, que de por sí se hallan en estado lamentable. Las tensiones son tan grandes que los griegos, inquietos y avisados por la experiencia de 2015, han vuelto a retirar dinero de los bancos. Los depósitos bancarios han descendido a 111 000 millones de euros en marzo, por debajo del nivel alcanzado en el momento más agudo de la crisis bancaria de la primavera de 2015. En cuanto a los ingresos del Estado, por mucho que aumente la presión fiscal, corren el riesgo de disminuir, no en vano dependen del estado general del país.

Un hundimiento histórico

Los responsables europeos se guardan mucho de comentar estos resultados, que, sin embargo, son la consecuencia de las erróneas políticas ciegas de austeridad que se aplican sin solución de continuidad desde 2010. El PIB del país ha caído un 30 % en siete años, una cifra que no tiene parangón en los anales económicos. Hasta la caída de la economía estadounidense en el periodo de la Gran Depresión de la década de 1930 fue menor. La tasa de pobreza es superior al 30 % de la población. Más de un millón de jubilados viven con menos de 500 euros al mes. La tasa de natalidad ha descendido por debajo de 1,2 niños por mujer. “Análisis de la experiencia griega: la operación ha sido un éxito, el paciente ha muerto”, bromea la web griega keeptalkinggreece.

Grecia se encuentra atrapada en una trampa de la que no puede salir. Porque todo cuadra. El hundimiento de la demanda se traduce en un descenso del PIB y una degradación de las cuentas públicas, lo que comporta un agravamiento real y matemático (al descender el PIB) de la deuda. La tasa de endeudamiento ha pasado del 120 % al 179 % del PIB actual. Un porcentaje que muchos consideran insostenible, empezando por el FMI. Los dirigentes de la UE discrepan. Los arreglos concedidos a Grecia, la redefinición de los vencimientos de determinadas deudas y la rebaja de tipos, subrayan, hacen que Grecia tenga importantes ventajas de precio con respecto a los demás países de la zona del euro. En promedio, los intereses de la deuda representan el 3,2 % del PIB frente al 3,9 % en Italia y al 4,2 % en Portugal. Por tanto, no procede ningún reajuste.

De acuerdo con las previsiones elaboradas por los servicios del ministerio de finanzas alemán, reveladas por la agencia Bloomberg, si Grecia logra un crecimiento del 1,3 % a largo plazo y genera un excedente primario del 2,6 % del PIB en promedio, la tasa de endeudamiento del país descenderá por debajo del 60 % en 2060. Claro que existe otra previsión bastante más sombría. Si el crecimiento de Grecia a largo plazo es del 1 % y si el excedente primario es en promedio del 1,5 % anual, la tasa de endeudamiento de Grecia ascenderá al 226 % del PIB en 2060. En el primer caso, Grecia no precisará ninguna anulación de la deuda, mientras que en el segundo habrá que conceder, por el contrario, una quita sustancial a Atenas.

Ni que decir tiene que los responsables europeos prefieren más bien la primera hipótesis. Para ellos, hay que seguir imponiendo a Atenas una gestión rigurosa para que el país no se salga del camino recto, aunque tenga que esperar 40 años para reponerse. Sin embargo, todos los factores se conjugan para que sea más bien la segunda hipótesis la que acabe verificándose. Las restricciones presupuestarias, la ausencia de inversión pública y privada y la renuncia a toda modernización del aparato productivo amenazan con condenar a la economía a un estancamiento secular, impidiendo toda recuperación.

Desde hace siete años vienen multiplicándose las advertencias frente a estas opciones destructivas. Sin embargo, nada parece incitar a los responsables europeos a desviarse de la línea trazada. El 15 de junio, reanudarán sus eternas conversaciones. La situación, no obstante, puede escapárseles de las manos. Porque Grecia no podrá seguir estando condenada por mucho tiempo a semejante suplicio.

23/05/2017

https://www.mediapart.fr/journal/international/230517/les-europeens-continuent-de-mettre-la-grece-au-supplice

Traducción: viento sur

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