Hay una parte muy ruidosa del independentismo que, desde siempre, ha mostrado una fuerte hostilidad hacia el mundo de los Comunes. Para muchos se mezclan consideraciones de tipo ideológico con la cuestión nacional. En general, no tienen animadversión a los Comunes porque no sean independentistas, sino fundamentalmente porque son de izquierdas. Crean perfiles anónimos en las redes, insultan y contribuyen, a menudo, a un ambiente irrespirable. Es un fenómeno muy circunscrito a la galaxia de las redes sociales y hay que evitar magnificarlo. Pero tiene su importancia, porque acaba condicionando el ambiente político y contribuye a la polarización. Es una asignatura pendiente del independentismo.

En cambio, hay otro segmento de independentistas, de izquierdas, que han mirado con simpatía y complicidad a este espacio. En algunos lugares confluyeron en candidaturas o gobiernos municipales. Badalona, Sabadell, Cerdanyola o Ripollet son, probablemente, los más emblemáticos. En otras ocasiones los puntos de encuentro se han dado por abajo: en la sociedad civil organizada o en las urnas. Muchos votantes independentistas optaron por las papeletas de los Comunes, tanto en las elecciones municipales como en las generales. La afinidad ideológica, en este caso, ha favorecido la permeabilidad, el intercambio y los espacios compartidos.

Hay también, me atrevería a decir, un tercer grupo de independentistas que, sin tener demasiada afinidad ideológica, hace acercamientos al mundo de los Comunes porque entiende que este espacio sociopolítico representa un segmento estratégico del electorado catalán. Estratégico cuantitativamente, pues contiene al votante mediano en la cuestión de la independencia y cualitativamente, porque posiblemente contiene la clave para preservar aquello que antes llamábamos la unidad civil del pueblo catalán.

Todo ello, no obstante, ha configurado unas relaciones complejas entre el mundo independentista y el mundo de los Comunes. La competencia electoral entre espacios contiguos no ayuda, precisamente, al buen clima. La presión del independentismo más ruidoso (“hiperventilado”, lo llaman algunos) contra quienes, dentro del espacio independentista, apostaban por un entendimiento con este espacio, ha sido fuerte. Y el pacto de ERC con CDC, como el de los Comunes con el PSC-PSOE, han contribuido a distanciar los dos espacios.

Pero más allá de la histeria polarizadora de las redes sociales de internet, la realidad sociológica y electoral es que el independentismo de izquierdas y los Comunes son dos espacios permeables, con puntos de contacto transitables, y transitados por segmentos no despreciables del electorado. Los propios Comunes, cuando plantearon su propuesta política, se reivindicaban como un espacio de encuentro entre independentistas y federalistas en torno a la voluntad de transformación social y del derecho a decidir. Con los datos en la mano podemos decir que mucha gente confió en esta promesa y una parte sustancial del voto de En Comú Podem ha provenido de electores que se declaran independentistas. Es una nueva versión del tradicional voto dual.

El conflicto

Ahora, sin embargo, los puntos de encuentro son cada vez más reducidos. El independentismo no ha gestionado bien el post-27S. No entendió, o no quiso reconocer las dificultades que comportaba haber quedado por debajo del 50% en el ‘plebiscito" de septiembre. Ahora bien, poco a poco, en el mundo independentista se ha ido imponiendo la idea de que la independencia, en todo caso, hay que decidirla colectivamente, en una votación clara y con una mayoría absoluta de votos. Hacer un referéndum, en definitiva, como piden los firmantes del manifiesto Por un referéndum oficial y vinculante sobre la independencia el 2017.

Sin embargo, esta evolución dentro del independentismo, que podría ayudar a buscar un espacio de entendimiento procedimental para superar el actual bloqueo, no ha servido de nada. De hecho, se ha topado con un repliegue de los Comunes hacia posiciones cada vez más alejadas de ese espacio transversal que, decían, querían ser. El pacto con el PSOE como horizonte político y un anti-independentismo muy intenso e insistente han acabado por predominar en la práctica y en el discurso político de este espacio. La que al comienzo fue la posición de un sector de Catalunya Sí Que Es Pot –el grupo parlamentario de ICV, EUiA y Podemos en el Parlamento– representado, quizás simbólicamente, por Joan Coscubiela, se ha convertido en la voz dominante entre los Comunes, y casi la única que se escucha. Porque la disidencia, que la hay, está callada (o silenciada, no lo sabemos). En definitiva, esto tiene un aire extraño, de victoria ideológica de un determinado sector, intensamente anti-independentista, sobre un espacio que, en principio, tenía una aproximación mucho más plural y matizada en la cuestión.

Esta retirada es visible en todo tipo de gestos y posicionamientos. Cuando en otoño algunas voces independentistas hablaban de recuperar el referéndum como punto de encuentro, actores importantes de este espacio reaccionaban con simpatía e interés. Ahora que, unos meses después, dentro del independentismo parece que esta apuesta es, por fin, mayoritaria, la respuesta del entorno de los Comunes es radicalmente diferente. La cerrazón es absoluta y el discurso que hacen ahora es, más bien, el que hacía el PSC en el 2012, el de la famosa consulta ‘legal y acordada". Igual pasa con el proceso constituyente no subordinado, que al final ha demostrado ser poco más que un artefacto retórico difícil de descifrar. Quedan muy lejos la complicidad con el 9N e, incluso, el ‘sí-sí" circunstancial de Ada Colau. Queda muy lejos la idea de avanzar hacia una República Catalana del 99%.

¿Por qué los Comunes no lo ven claro?

Las causas de este repliegue son múltiples. El independentismo, como decíamos, no ha ayudado mucho. Si la actitud de ERC y la CUP en el pleno del Ayuntamiento de Barcelona hubiera sido otra desde el primer minuto, habrían hecho más difíciles algunos movimientos. Pero sería ingenuo pensar que este es el principal factor explicativo. Cada cual es responsable de sus decisiones, y cuando los Comunes eligen al PSC como socio, y se cierran en banda al diálogo sobre cómo superar el bloqueo constitucional al derecho a decidir, lo hacen conscientemente. Quizás ha habido un debate interno, discreto, que han ganado los sectores más anti-independentistas. O quizás es fruto de un cálculo electoral un tanto chapucero, sobre cuáles son sus espacios de crecimiento potenciales. Está claro, que esta retirada también podría ser fruto de las ambiciones políticas estatales de alguno o alguna de sus dirigentes. O, más sencillamente, del descubrimiento que, al fin y al cabo, el statu quo no está tan mal cuando gobiernas tú,.

Sin embargo, el hecho es que con la respuesta que dan al escenario posterior al 26J y a los movimientos hacia el referéndum del independentismo, se hace difícil pensar que pueda haber espacios de entendimiento y de encuentro. Al menos, a corto plazo. Más bien vamos hacia el escenario contrario, con episodios de confrontación como la operación mediática en torno a la elección de la mesa del congreso, que tuvo su zenit con un diputado de En Común Podem (el miembro de Podemos, Raimundo Viejo) responsabilizando a ERC de ofender a la memoria de las víctimas del accidente de tren en Galicia después de las votaciones a la Mesa del Congreso. En cualquier caso, ahora la estrategia es muy transparente: no hacer nada que pueda alimentar un proceso que les resulta incómodo, dejarlo morir por inanición y, mientras tanto, seguir esperando al 2020 para asaltar, ahora sí, los cielos. Para justificarla, eso sí, es imprescindible sobredimensionar las expresiones más grotescas del independentismo y despreciar el giro a la izquierda y el progresivo pero ya imparable cambio de hegemonía que se da en el espacio del soberanismo.

Es una estrategia tan comprensible como legítima. Ahora bien, hay que ser conscientes que, a corto plazo, implica un obstáculo importante para la resolución del conflicto democrático que plantea la existencia de una gran demanda independentista en Catalunya que no encaja con el actual ordenamiento jurídico. Sin un entendimiento entre ambos espacios, difícilmente habrá una solución democrática en un plazo razonable. Y esto alargará el actual ‘proceso" (y también el procesismo) más allá de lo que sería recomendable. Y, sobre todo, blinda el statu quo constitucional del régimen del 78 que, ciertamente, respira aligerado.

Además este alejamiento también tiene otra implicación, que no es menor. Puede hacer imposible la articulación de un bloque histórico por el cambio social en el gobierno de Catalunya. Si leemos con un poquito de atención las correlaciones de fuerzas, es evidente que esto sólo sería viable a partir de un acuerdo entre las izquierdas independentistas y las no-independentistas. Un acuerdo que, obviamente, en el punto en el que estamos, sólo puede pasar por el ejercicio efectivo del derecho a decidir.

Sin eso, a lo sumo, podemos aspirar al dilatamiento extenuante del proceso y a una versión renovada, y más compleja, de la vieja dualidad entre el pujolismo y el PSC de los años ochenta. Diferentes versiones del acuerdo ERC-CDC gobernando la Generalitat, y diferentes versiones del pacto Comunes-PSC mandando en los ayuntamientos metropolitanos y en la Diputación de Barcelona. Excepto, claro está, que la audacia del independentismo consiguiera crear un terremoto político de suficiente intensidad como para obligar a todos los actores a moverse.

2/08/2016

http://www.elcritic.cat/blogs/sentitcritic/2016/08/02/els-comuns-i-lindependentisme-punt-i-seguit/

Jordi Muñoz es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Barcelona

Traducción: Àngels Varó

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