Mujeres de Chiapas, saludamos con la palabra de nuestros corazones y la rebeldía de nuestras acciones este festival mundial de la Digna Rabia con el que estamos celebrando los 15 y 25 años de preparación, organización y luchas del EZLN.

I.- INTRODUCCIÓN.

Los puntos de vista y las propuestas que hacemos aquí, proceden más que de una teoría previa, de la experiencia construida por mujeres adherentes a la Otra en Chiapas, que en mayo y junio de 2006, nos reunimos para elaborar una agenda política e iniciar nuestros esfuerzos conjuntos para aplicarla. En ese espacio participamos mujeres feministas y no feministas, de distintas culturas, de diversos sectores, organizadas y no organizadas, pero todas con el común de haber suscrito la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, asumiendo la lucha anticapitalista y el compromiso de construir Otra Forma de Hacer Política y de elaborar un Plan Nacional de Lucha que nos lleven a un Nuevo Constituyente y una Nueva Constitución, es decir a construir Otra Nación, digna, rebelde, libre, democrática, solidaria y justa que, para nosotras, debe ser sin desigualdades de género, clase y etnia. Hay que aclarar que en nuestras reuniones no contamos con la presencia de compañeras del EZLN; sin embargo, reconocemos que tenemos demandas compartidas y aprendizajes que hemos obtenido de sus experiencias de trabajo y de sus luchas cotidianas.
Nuestro espacio de mujeres funciona más como un movimiento que como organización, hay momentos concretos en los que sumamos esfuerzos para oírnos, manifestarnos, y compartir experiencias y hay otros momentos en los que nuestras luchas se localizan y dispersan. Hemos aprendido a respetar nuestras diferencias (tanto de formas de lucha como de estrategias de cambio) enmarcadas en el objetivo de ir construyendo a través de nuestro andar de hormigas y desde ahora, Otro Mundo; pero aún tenemos como reto principal pasar del intercambio de experiencias, historias y planes al apoyo mutuo y acciones concertadas, más allá de nuestras necesidades y luchas particulares.
Estamos en La Otra Campaña, porque como mujeres queremos dejar de ser explotadas, despojadas, reprimidas y despreciadas por el sistema social que, construido sobre parámetros masculinos y misóginos, nos subordina en todos los ámbitos de nuestra participación: íntimo, privado y público, por el sólo hecho de ser mujeres.
Las motivaciones que nos llevaron a las diferentes organizaciones y personas a suscribir la Sexta Declaración son diversas, pero hay coincidencia en definir nuestras luchas como anticapitalistas y de izquierda y en haber encontrado y construido lugar y espacio para nuestras voces y participación, partiendo del compromiso explícito de la Sexta de respetar las autonomías de las organizaciones, movimientos, colectivos y personas; compromiso que hicimos nuestro por la posibilidad que nos abre de oírnos y caminar hacia el mismo rumbo, sin ser orgánicamente integrantes del EZLN .
Sabemos bien que nuestra visión no es compartida por otras corrientes feministas; aún en Chiapas hay quienes conciben la liberación de género sólo desde el marco del empoderamiento individual y la realización personal de las mujeres, sin relacionar, ni en sus planteamientos ni en su práctica, que las desigualdades, discriminaciones y exclusiones de género son relaciones de poder construidas socialmente en base a las diferencias sexuales y que por lo tanto, su transformación incumbe necesariamente a ambos sexos. Hay organizaciones que se sobre especializan en la salud reproductiva, la educación o en la defensa de los derechos. También hay posiciones que desde el posmodernismo se plantean como estrategia prioritaria fortalecer la autoestima, recuperar la complementariedad y el respeto a las diferencias de género, por lo que, concentradas en la revaloración de lo femenino, olvidan las articulaciones de la dominación de clase ocultas en las diferencias y relaciones de género y de etnia, dejando para después o para nunca la lucha contra la indignante depredación y explotación y alienación del capitalismo.
Nuestro feminismo en construcción es muy otro porque integra la lucha de género a la lucha contra todas las desigualdades de poder del sistema social que padecemos, desigualdades entre hombres y mujeres y entre personas del mismo sexo, que también son violencias estructurales y sistémicas.
Así pues, aunque sabemos que el tiempo histórico de la subordinación de género es muy anterior al capitalismo, consideramos que las desigualdades de género – que van desde la enajenación de nuestros cuerpos y sexualidad, hasta nuestra exclusión del poder institucional y la violencia feminicida- además de estar profundamente articuladas, son funcionales al desarrollo y reproducción del sistema, como lo son todas las formas de desprecio, jerarquización, explotación, despojo, violencia y represión a los pueblos. Por ello, al ir construyendo ese otro mundo que queremos, es imprescindible encontrar el camino para terminar con ellas, empezando por nosotras y nosotros mismos, descolonizando nuestro pensamiento y relacionándonos en nuestra práctica cotidiana, hombres y mujeres en un plano de solidaridad e igualdad como el propuesto en el mandar obedeciendo de los y las zapatistas.
En Chiapas, como en otras partes de México y del mundo, mujeres y hombres sufrimos el desprecio por nuestro color, nuestra cultura, por ser pobres, por la edad, por nuestra preferencia sexual, por como nos vestimos o nos peinamos, por ser diferentes a lo que quieren que seamos, pero las mujeres padecemos y vivimos estos desprecios y exclusiones histórica y culturalmente injustas, desde posiciones muy vulnerables y controladas, a través del rol de reproductoras y de los estereotipos de género asignados históricamente y que simbólicamente se han asumido como única posibilidad ser mujeres.
Esa especialización como reproductoras y cuidadoras de los hijos, no se valora, se considera algo natural, tanto que entre algunos grupos indígenas la rígida división sexual del trabajo, así como las injusticias y desigualdades que genera, se asumen como complementaridad entre hombres y mujeres y parte integrante de su cultura étnica, es decir como parte de sus usos y costumbres. Nuestra exclusión de los espacios públicos y del poder público, también ha originado que, en mayor o menor grado, nos desvaloremos nosotras mismas, nos construyamos una identidad vital dependiente y servil y que, aunque no sea cierto, simbolicemos a los hombres como fuertes, poderosos, jefes de familia a cuya sombra nos consideremos impotentes y aceptemos sus violencias, abandonos, despojos, desprecios, malos tratos, imposiciones y limitaciones a nuestra libertad. La exclusión, y discriminación de género se ha sumado, y a veces multiplicado, con la explotación y las discriminaciones étnicas que fueron impuestas desde la conquista europea y que se han desarrollado otorgando al sistema capitalista su carácter patriarcal, haciendo más complicadas luchas de hombres y mujeres contra la dominación.
Las compañeras indígenas claramente padecen la triple subordinación de género-clase-etnia Por eso sus luchas y nuestras luchas como mujeres de la Otra, son contra del sistema global, desde abajo y a la izquierda pero también desde adentro, pues las injusticias y desprecios que padecemos todas y todos, no caminan por senderos perdidos, sino existen como parte de la dinámica social global; no sólo existen en las instituciones y políticas del Estado, sino han penetrado en todos los rincones de la existencia; hombres y mujeres los tenemos encarnados en nuestros cuerpos, en nuestras subjetividades, en forma de valores, en nuestra forma de ser, pensar, ver, sentir y actuar desde donde, se retroalimentan a la vez que fortalecen al sistema capitalista neoliberal del que formamos parte.

II. NUESTRAS LUCHAS DE MUJERES.

El movimiento de mujeres de Chiapas empezó a generarse en el 92-93, cuando Salinas decretó por un lado la contrareforma agraria y, por el otro, el reconocimiento constitucional de la pluralidad étnica del país. Analizamos junto con mujeres campesinas e indígenas cómo la privatización aumenta la pobreza del pueblo, polariza las desigualdades y profundiza nuestras exclusiones, al contrario del desarrollo y el bienestar prometidos por el gobierno. Las mujeres consideramos positivo el reconocimiento de la pluralidad de costumbres y tradiciones, pero sobre todo las indígenas plantearon la necesidad de cambios en ellas: “queremos una costumbre que no nos haga daño” por ejemplo “queremos que no nos peguen los maridos cuando se embolan” “queremos que no se embolen porque se gastan lo poco que tenemos” “queremos decidir con quién y cuándo casarnos y que no se pague por nosotras para casarnos porque no somos animales” Desde entonces las compañeras indígenas plantearon la necesidad de construir otras costumbres que no nos subordinen, que no nos discrimen; es decir terminar con el desprecio a las mujeres, construir culturas de derecho.
Posteriormente, en respuesta a la primera convocatoria del EZLN a la sociedad civil, las mujeres del movimiento organizamos la Convención Chiapaneca de las Mujeres y llevamos nuestras propuestas de género al evento, pero por angas o por mangas no tuvimos audiencia en esa ocasión. Desde su aparición pública el EZLN y sus propuestas han generado en entornos amplios motivación y entusiasmo para la movilización y no abdicar en la lucha. Al principio no se planteó o no conocimos públicamente un trabajo específico de género hacia los hombres y las mujeres zapatistas de base; sin embargo, reconocemos que la sola presencia de muchas combatientes en sus filas, legitimó la participación política de las mujeres indígenas y estimuló nuestro trabajo en las comunidades.
De ahí que en el 2003 vivimos con gusto el que, además de reconocer los derechos de igualdad de las mujeres que forman parte de las Leyes revolucionarias desde 1993, la Comandancia Indígena Revolucionaria reconociera la necesidad de plantear líneas de trabajo específicas para lograr que todas las mujeres bases del EZLN se decidieran a participar y aportaran sus sabidurías en sus estructuras de gobierno y en las diferentes comisiones de los municipios autónomos y de los Caracoles en equidad a los hombres. El año pasado en la Garrucha las mujeres zapatistas de los diferentes Caracoles, estructuras y niveles nos informaron a las mujeres del mundo sobre los sorprendentes resultados de equidad e igualdad que ha alcanzado su participación en los últimos años.
Con ese nuevo ejemplo, las chiapanecas del movimiento nos sentimos más cerca de las compañeras del EZLN, luchando desde nuestros respectivos frentes y de diferentes formas, contra la injusticia social y por hacer realidad nuestro derecho a vivir una vida digna y sin violencias.
Pero para entender el carácter de nuestras luchas de género es necesario mencionar al menos tres características importantes de Chiapas que seguramente compartimos con otros lugares, pero que dan un dan un carácter especial a nuestras reivindicaciones como mujeres:
1) La pobreza profunda y galopante que se ha agudizado a partir de los 80s y que ha afectado la vida de los y las campesinas que constituyen la mayoría de la población de Chiapas. A partir del 2000 la pobreza se agudizó aún más por la desestructuración neoliberal de nuestros sistemas productivos campesinos, el TLCAN ha puesto a competir nuestro maíz criollo con el maíz trasgénico importado y subsidiado por el gobierno de EU. En una investigación que realizamos sobre nuestra exclusión como mujeres de la propiedad, encontramos que el ingreso promedio por persona en las comunidades campesinas es apenas de $7.35 diarios, mientras que un kilo de tortillas cuesta alrededor de $9.00 La extrema pobreza, la falta de trabajo y de alternativas han aumentado la marginación de nuestros pueblos y han convertido a la migración hacia las ciudades, los centros turísticos y sobre todo a Estados Unidos en la única alternativa de sobrevivencia. En las comunidades van quedando los hombres viejos y las familias más pobres que ni siquiera pueden endeudarse para viajar. También se han quedado muchas mujeres solas con un aumento considerable de trabajo, con la responsabilidad de mantener a la familia y cumplir con las obligaciones comunitarias.
Pero además de esta violencia estructural que exprime nuestra existencia cotidiana y nos fija en el rol de reproductoras de fuerza de trabajo barata y servil necesaria a las empresas transnacionales, tenemos que soportar la violencia sexual, familiar y social que acarrean la marginación y la crisis. La desintegración familiar, el alcoholismo, la drogadicción, el acoso sexual y las violaciones y los suicidios de jóvenes hombres y mujeres, nos agobian.
2) Unido a lo anterior, las políticas públicas neoliberales del Estado mexicano, han ayudado mucho a que seamos uno de los estados con mayor marginación en los ingresos, la salud, la educación, transportes, comunicación y disponibilidad de agua y energía eléctrica. Actualmente, los apoyos focalizados de los programas desarrollistas del gobierno han aumentado la diferenciación social excluyendo a los más pobres de los pobres de la región (3ª parte de los campesinos no tienen tierra en Chiapas y no reciben ayudas del gobierno) y resignificando el control hacia la población, la corrupción de los dirigentes y como mujeres nuestra subordinación y dependencia al sistema. Por hambre muchas mujeres han tenido que aceptar todas las condiciones que les impone el desarrollismo, algunas mujeres han expresado que con el “Oportunidades” sienten que han vendido su cuerpo y su existencia al gobierno para poder mantener a sus hijos.
3) El tercer elemento que caracteriza nuestra situación es que junto al terror que implantan los narcotraficantes en nuestras regiones, tenemos que soportar la presencia y accionar contrainsurgente de militares y paramilitares que disputan las tierras ocupadas por los zapatistas. En Chiapas no hay paz; vivimos la guerra callada del capitalismo voraz, de las políticas neoliberales, de la contrainsurgencia, de la violencia social, el terror. Es una guerra que nos oprime y que como mujeres ha multiplicado y engrandecido nuestras subordinaciones incluyendo la de género. Esa es la realidad contra la que estamos luchando, mujeres indígenas y mestizas, rurales y urbanas en Chiapas, por eso nuestras reivindicaciones de género tienen una forma especial, no se parecen a los feminismos urbanos de las mujeres mestizas de otras clases sociales, que algunas compañeras llaman feminismos hegemónicos. Nosotras tenemos, como mujeres, que luchar para nuestra sobrevivencia y la de nuestros hijos. Como mujeres y como pobres padecemos en carne viva y en forma especial las injusticias, arbitrariedades y crisis del sistema. Quizás por esto mismo, tenemos muy claro que no podemos cambiar nuestras desigualdades de género si no cambiamos el sistema en su conjunto y construimos otro mundo, como plantean los compañeros y compañeras zapatistas.
Queremos dejar claro que nuestra expectativa es construir desde abajo y a la izquierda y en una práctica política de respeto a las diferencias, que nos debe implicar a todos, hombres y mujeres, un feminismo que, aunque no lo llamemos feminismo, combine el eje político de justicia social para todos y todas, con la ética de la igualdad de poder, de posiciones y relaciones entre hombres y mujeres, ejes que si somos consecuentes no pueden existir separados, ni uno primero y otro después.

III.- NUESTRAS REIVINDICACIONES

Las demandas que hemos expresado en los encuentros de las mujeres chiapanecas de la Otra, reflejan que vamos avanzando con la visión y posición de género que hemos descrito. Nuestras reivindicaciones atraviesan todos los espacios en los que transcurren nuestras vidas; además de venir de abajo y a la izquierda, vienen desde dentro de nosotras, desde nuestras subjetividades y aspiran a concretarse en las relaciones e instituciones del mundo que lentamente iremos construyendo hombro a hombro, ustedes, nosotras y otros muchos y muchas hombres y mujeres.
Esto no es ni ha sido fácil, nuestra lucha ha resistido la cooptación gubernamental, nos hemos equivocado en nuestras estrategias, hemos tenido desprendimientos; por momentos se han adelgazado nuestras reivindicaciones y autonomía orgánica al dar prioridad a propuestas ajenas o al participar en movimientos mixtos y amplios; con cierta frecuencia, sin proponérnoslo hemos reproducido el verticalismo y hegemonismo mestizo sobre las indígenas o sobre las jóvenes. Sin embargo, hemos ido aprendiendo la humildad de aceptar y corregir, con ello hemos crecido en experiencia y hemos construido posibilidades de conocernos más, de aprender a respetarnos, apoyarnos solidariamente, de aprender a negociar cuando es posible y conveniente, y a resistir y luchar hasta el final para evitar, despojos, abusos, indiferencias y violencias.
Luchamos por un mundo sin explotaciones, sin discriminaciones, sin desprecios, luchamos por la igualdad de posiciones, participación y poder entre mujeres y hombres; luchamos día a día porque en la práctica se reconozcan nuestros derechos en todas las relaciones desde las personales hasta las públicas, con pleno respeto a las diferencias culturales, físicas, de edad, de conocimientos, de preferencias sexuales…
Luchamos por nuestra autodeterminación personal a fin de que la tutela y la mediación de los hombres en nuestro ejercicio ciudadano y comunitario se terminen. Luchamos porque todos y todas tengamos posibilidad de trabajar y recibir salarios justos, ser propietarias plenas de la tierra y poder acceder a los recursos que nos pertenecen.
Seguimos un proceso de revaloración de nuestra sexualidad para cuidar y controlar nosotras mismas nuestros cuerpos, decidir con quien casarnos, decidir cuándo y cuántos hijos tener, así como aprender a protegernos de las enfermedades de transmisión sexual. Trabajamos en la construcción de espacios propios, para aprender a negociar, compartir experiencias y tomar decisiones conjuntas sobre nosotras, sobre nuestras vidas, sobre nuestras familias, comunidades y organizaciones, pero también para trazar estrategias a fin de que la igualdad de género llegue a ser un eje transversal en todas las luchas anticapitalistas. Luchamos para participar libre pero comprometidamente en ese nuevo país y nuevo mundo con vida digna para todas y todos.
Luchamos por nuestro derecho a vivir en paz, a construir una vida sin violencia tanto en lo personal como lo estructural, una vida sin violaciones a nuestros derechos, sin golpes, imposiciones, manipulaciones, corrupciones, sin persecuciones, ni privaciones injustas de la libertad, sin torturas, sin violencia, sin asesinatos, sin abusos de poder. Sin guerras abiertas ni ocultas en contra de quienes luchan por la justicia, sin militarización ni paramilitarización, sin las trampas y divisiones promovidas desde las políticas gubernamentales- Sin el control de nuestra salud, sexualidad, tiempos y decisiones a través de programas diseñados desde arriba para mantenernos subordinadas, explotadas, despojarnos y reprimirnos junto a nuestras familias y nuestros pueblos.
Luchamos por la preservación de nuestros recursos naturales por la reestructuración de la economía campesina, por la derogación del TLC y todos los programas de desarrollismo contrainsurgente que han dividido a nuestras comunidades; luchamos para que no haya necesidad de migrar para sobrevivir, luchamos contra el consumismo y el endeudamiento. Queremos una relación justa entre trabajo y salario, promoviendo el trabajo y la propiedad en colectivo, así como el comercio justo, la soberanía alimentaria y la solidaridad como principio ético fundamental en vez de las competencias y el individualismo Pero también queremos que se reconozca el valor y aporte real del trabajo productivo y reproductivo que realizamos las mujeres.
Necesitamos construir culturas de derecho, en ese camino promovemos el reconocimiento de nuestros derechos y de su integralidad, un marco de justicia que nos reconozca a las mujeres como personas y no como objetos, que valore nuestras características, que reconozca todos los aportes de nuestro trabajo productivo y reproductivo a las sociedad, que se oriente hacia la vida sin desigualdades de ningún tipo. Un marco de justicia que al mismo tiempo de reconocer y respetar los diferentes sistemas jurídicos que existen en nuestros pueblos, elimine las costumbres que violan nuestros derechos, practique y recupere las que nos fortalecen.

IV. NUESTRAS PROPUESTAS DE DIGNAS RABIOSAS.

Al asumir la estrategia de Construir Otra Forma de Hacer Política, asumimos que debe ser anticapitalista y de izquierda desde las voces, necesidades y propuestas que vienen de abajo; una política no autoritaria, no arribista, ni oportunista, que no busque homogeneidad, que no imponga ni anteponga intereses particulares o de cúpulas, ni reproduzca las desigualdades de género, clase y etnia. En ese proceso proponemos a las organizaciones populares de La Otra que analicen la posibilidad de abrir un espacio y de trazar estrategias adecuadas para que las mujeres que por su posición subordinada de género aún no han hecho oír sus voces o viven el papel de género desde la victimización, sin lograr su autodeterminación personal y su participación en igualdad puedan hacerlo en el proceso de construcción de un mundo nuevo y diferente.
Así mismo proponemos como absolutamente necesaria una estrategia especial para que los hombres de las organizaciones adherentes a La Otra trabajen en la transformación su masculinidades dominantes, sus verticalismos, sus desprecios, sus violencias hacia las mujeres y otros vicios machistas que es posible que aún estén arraigados profundamente en las identidades de muchos revolucionarios de izquierda.
Al hablar de una política desde abajo y a la izquierda, las mujeres entendemos que también es desde adentro de nosotros y nosotras mismas porque tenemos que decolonizar nuestros pensamientos, nuestras auto representaciones, ideas y valores incluyendo la relación subordinación / dominación de género que históricamente hemos heredado, asumido y recreado. No podemos olvidar que la construcción de ese Otro Mundo es también para y de las mujeres, es necesario que nuestra participación en igualdad sea activa ya que la exclusión, represión y discriminación de género no sólo viene de los de arriba, sino con frecuencia también la realizan los hombres y mujeres de abajo e incluso los de la izquierda y hasta las mujeres que tienen cargos o algún poder.
Desde nuestro movimiento de mujeres y nuestras autonomías, hasta donde ha sido posible superar nuestras limitaciones participamos y apoyamos las luchas de otras organizaciones, pueblos, países en un esfuerzo de unir fuerzas. No obstante, por ahora consideramos que nuestro principal y pequeño aporte a La Otra ha sido nuestro trabajo mismo de análisis y resistencia. Pero lo que nos parece más significativo en ello es nuestra terca y rebelde insistencia para que las personas y organizaciones que aún no han integrado en sus principios revolucionarios la lucha contra la desigualdad, el desprecio y la discriminación hacia las mujeres, es decir la lucha contra el carácter patriarcal del sistema, la asuman en todo lo que significa personal y socialmente, pues si queremos realmente construir una nueva sociedad no podemos olvidar que sin la igualdad de género y sin la participación de las mujeres no habrá cambio posible.

Mercedes Olivera y Concepción Suárez son adherentes a la Otra Campaña.

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