Versió original: http://blogs.publico.es/jordi-borja/2017/06/19/catalunya-la-tranquilla-impaciencia/

Gran parte de los ciudadanos aprobaron un Estatut que no era el que quería el Parlament y que tampoco entusiasmaba a la mayoría de los catalanes. El Congreso de los Diputados y el Senado aprobaron un Estatut recortado, cepillado según dijo Alfonso Guerra. Este último reclama ahora aplicar el artículo 155 de la Constitución y suspender el Estatut. Pese a todo, suponía un pequeño avance y se aprobó en Catalunya mediante referéndum (2006). El Partido Popular (PP), en la oposición, lanzó una campaña en toda España “contra Catalunya” y presentó un recurso ante el Tribunal Constitucional (TC).

Una vez el PP en el gobierno, manipularon al TC y por un voto modificaron un tercio del Estatut aprobado por Catalunya y por el Estado español. Fue un golpe de Estado “legal” (2010). El TC no podía modificar el Estatut, que era fruto de un pacto, como establece la Constitución con el reconocimiento de la “nacionalidad”. Hoy no existe un marco jurídico de rango constitucional en las relaciones entre el Estado español y las instituciones y los ciudadanos catalanes.

Lo que vino después es conocido y es profecía. Muchos ciudadanos, nacidos en Catalunya o fuera, tengan como lengua propia la catalana o la castellana, se indignaron y consideraron que las instituciones del Estado español no les representan. No se nos reconocía en los términos en que entendíamos la Constitución y como miembros de la nación catalana. La indignación se manifestó en la calle pocas semanas después de conocida la sentencia; diversas organizaciones de carácter ciudadano, especialmente la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmniun Cultural, integraron colectivos y ciudadanos individuales; unos eran de diversos partidos políticos, sindicatos u organizaciones sociales, otros eran independientes. Muchos ayuntamientos colaboraron con las iniciativas de movilización que promovieron la ANC y Òmnium, especialmente en las diadas del 11 de septiembre a partir del año 2012. La movilización catalana no fue promovida ni dirigida por partidos políticos ni por la Generalitat. Ha sido y es una movilización ciudadana.

Desde el comienzo fue un movimiento irritado, enrabiado, de gente civilizada, pero que ya había dicho basta, que quería ser reconocida como país, como pueblo, capaz de autogobernarse. Las razones y los agravios se habían acumulado y se han ido sumando; las provocaciones de los Wert, Margallo y Montoro, sobre la lengua y la enseñanza, la financiación y las infraestructuras. No escuchan, no a todo. Desprecio y amenazas.

El proceso catalán recorrió el camino conocido. Siempre ha sido pacífico, tolerante con todo el mundo, con ilusiones, pensando que somos la mayoría, en busca de una esperanza. La esperanza fue exigir una consulta, un referéndum, que los catalanes podamos decir qué somos y qué queremos. Respuesta: ni hablar. No hay diálogo posible, solamente amenazas y represalias. La consulta del 9N demostró que había dos millones. La gran mayoría votaron pese a la presión de la fuerza del Estado. Ni entonces ni ahora ha aparecido alguna alternativa con representatividad y fuerza en Catalunya que no fuera la consulta y la independencia. El dilema está estancado. El gobierno del PP, inmovilista hasta la médula y con vocación represora. Y el proceso catalán en sus dos dimensiones, la consulta y la independencia.

Las organizaciones ciudadanas movilizan al pueblo catalán movilizado con iniciativas integradoras (consulta) y con ilusiones (independencia). Los partidos políticos han de proponer objetivos que se puedan conseguir, han de tener en cuenta los intereses sociales y las culturas políticas de los sectores de la sociedad que representan y han de evaluar las relaciones de fuerza y su posición competitiva con respecto a los demás. La Generalitat, el Parlament y el gobierno catalán no han conseguido una hegemonía y un liderazgo indiscutibles. Han tomado posición, referéndum unilateral y declaración de independencia si hay una mayoría, que seguramente no podrá llevar más que a un callejón sin salida. Es muy probable que el gobierno español tenga diversas maneras de evitar el referéndum. Utiliza el TC (Tribunal Constitucional) como brigada político-social y ordena a los jueces que hagan de represores. Amenazarán a los funcionarios y a los “activistas” al servicio de la Generalitat. Impedirán el acceso a los centros públicos y a las entidades que sean lugares de votación.

Pueden movilizar a las fuerzas policiales y, si hace falta, al ejército. Aun suponiendo que se pueda hacer más o menos la votación, es muy dudoso que acuda a votar más de la mitad del censo electoral. Si no es así, el gobierno español y los demás países considerarán que la independencia ha fracasado. Finalmente, si a pesar de todos los obstáculos hay una mayoría en el Parlament para declarar la independencia, ¿podrá esta ir más allá de un brindis al sol? ¿Puede llevar a cabo una desconexión unilateral? ¿Puede haber cierto reconocimiento internacional? ¿Será el gobierno español un observador pasivo y se quedará de brazos cruzados?

El pueblo catalán está legitimado para hacer un referéndum, pactado o no, vinculante o no. Tiene derechos históricos, existe una mayoría aplastante que lo desea (entre el 70 y el 80 %) y fueron el gobierno del PP y sus sicarios del TC los que rompieron el pacto constitucional. Sin embargo, aunque la legitimidad nos dé fuerza, hay otras relaciones de fuerza que es preciso tener en cuenta, principalmente el Estado español. Ni hay vocación insurreccional en Catalunya, ni nos hallamos frente a un Estado en proceso de disolución. Hay que decir que la fuerza de un pueblo como el catalán tiene una resistencia ilimitada, pero no suficiente para hacer que el Estado se tambalee. Y el gobierno español no puede gobernar el conjunto del país enfrentado a una mayoría catalana. Existe un bloqueo, un equilibrio de fuerzas.

El marco jurídico no puede resolverlo, el gobierno español no quiere abrir un diálogo político y la paciencia catalana vive de la ilusión independentista. Esta ilusión es movilizadora, pero no puede concretarse como un objetivo político en el presente inmediato. No obstante, sí que puede debilitar al gobierno español e incluso contribuir a un cambio de gobierno que abra la vía política. Es decir, encontrar aliados o comprensión entre las fuerzas políticas y también en sectores significativos de la sociedad española. Y conviene evitar un desbordamiento que conduzca a situaciones de violencia. Como dice la canción de Raimon, “tots perdriem” (todos perderíamos). Un desbordamiento que es muy improbable por parte catalana, pero no tanto por parte de los ultras españolistas o incluso de sectores del propio gobierno español.

La convocatoria del acto del 11 de junio pasado se llevó a cabo para promover el referéndum, para facilitar que se vea cuál es la voluntad mayoritaria del pueblo de Catalunya. Que se llame referéndum vinculante o no dependerá de la relación de fuerzas que se establezca en su momento. Ahora bien, sea cual sea, no puede tener efectos concretos que conduzcan a corto plazo a la independencia, en el caso de que una mayoría votara a favor. Lo sabemos todos y es profecía, lo recordamos de nuevo. La aceptación del Estado español y el reconocimiento internacional no es previsible. Pero sí que es previsible que, si hay una gran movilización y se consigue expresar una voluntad política de autogobierno, se puede dar un importante paso adelante.

Los partidos políticos que se declaran independentistas mantienen un vínculo umbilical con una parte importante del pueblo catalán que identifica independencia con la esperanza de vivir en una sociedad justa e igualitaria, pacífica y solidaria. Sin embargo, los partidos políticos tienen intereses y valores confrontados. A corto plazo, piensan en futuras elecciones y cabe pensar que se utiliza la perspectiva próxima de la independencia para ganar votos. No obstante, la profecía real puede ser esperanza, pero no un hecho real inmediato. ¿Quiere decir esto que las izquierdas catalanas que no forman parte del bloque independentista han de quedarse al margen o echar agua fría al entusiasmo popular? No. Tienen que estar allí, el 11 de septiembre y el 1 de octubre. Tienen que estar al lado del pueblo movilizado y de ninguna manera han de aparecer incluidas entre las fuerzas políticas que niegan tanto la consulta como la autodeterminación.

Las izquierdas catalanas que hoy por hoy parecen estar “acima do muro”, contemplando el proceso actual, proyectan una imagen borrosa. Unos están a todas, como pudo constatarse el pasado 11 de junio. Otros dudan. Los “Comunes” defienden el referéndum que tenga efectos políticos y legales y se muestran abiertos a la independencia o un estatus específico de Catalunya en un marco español. Sin embargo, son reticentes a integrarse y movilizarse en actos independentistas que pueden generar frustraciones. Y, sobre todo, no aceptan un referéndum unilateral que dé paso inmediatamente a una declaración de independencia.

Tienen razón, pero no hay que confundir el juego político de partidos con la movilización ciudadana, que expresa sus aspiraciones. Tenemos que estar en la diada del 11 de septiembre y también el 1 de octubre. Los socialistas revindican ahora la plurinacionalidad, dudan entre consulta o referéndum, pero en todo caso previa reforma constitucional, y hasta ahora han estado siempre al lado del bloque conservador (PP y C"s). Hasta ahora, los Comunes no hemos estado en este bloque y esperamos que los socialistas se separen pronto del mismo. Hay que tenerlo en cuenta y dialogar con ellos. El problema es España y el gobierno español del PP. Si no abrimos esta puerta, no saldremos del atolladero actual.

La defensa del referéndum o consulta nos une. Tal vez ahora es posible que no pueda realizarse, o que acabe para muchos como una frustración. Pero ganaremos si somos muchos el 1 de octubre. Conscientes de que no habrá independencia al día siguiente, no hace falta generar ni frustrar más ilusiones para movilizar al pueblo de Catalunya; la gran mayoría somos realistas y también resistentes. Precisamente porque formamos parte de las izquierdas, sabemos que aparentemente hay más derrotas que victorias, pero las derrotas en relación con las ilusiones son los fundamentos de las victorias. Recordad la historia de la Assemblea de Catalunya o de las CC.OO. Nos persiguieron, pero hicimos manifestaciones y huelgas; nos reprimieron, pero por cada detenido aparecían nuevos militantes. Prevemos que la jornada del 1 de octubre no será el comienzo de la independencia, pero puede ser un paso adelante para democratizar la limitada y pervertida democracia española y para obtener otras conquistas –las que aprueben los ciudadanos– de autogobierno en Catalunya. Lucharemos con tranquila impaciencia.

19/06/2017

http://blogs.publico.es/jordi-borja/2017/06/19/catalunya-la-tranquilla-impaciencia/

Traducción: viento sur

(Visited 77 times, 1 visits today)