Estos días me ha venido a la cabeza un recuerdo de octubre de 2014, en las puertas de la antigua plaza de toros de Vistalegre, durante lo que fue la primera Asamblea Ciudadana de Podemos. Me encontré con dos personas que pocos meses después serían destacados diputados de Podemos en la Asamblea de Madrid, afines al errejonismo. Hablando de todo un poco, de lo que ya por entonces, para muchos de quienes participamos en la fundación de Podemos, era un camino del incipiente partido hacia el abismo, les dije algo así como “aquí dentro de poco tiempo solo van a quedar los trepas y los psicópatas” (sin entrar en mayores profundidades filosófico-psicológicas, me remito al diccionario de la RAE). Mis interlocutores me miraron entre sorprendidos y condescendientes.

Creo que el tiempo me ha dado la razón. Si bien no podemos considerar la frase como una taxonomía exhaustiva (hay especímenes mixtos, además de otros frikis inclasificables e incluso algunos estoicos resistentes que tratan de mantener el espíritu impugnador inicial), llegada la “crisis del quinto aniversario”, podemos decir que unos siguen anclados al aparato pablista (y ahí seguirán mientras quede algo que rascar) y otros se van, siguiendo a Errejón —flautista de Hamelin— en su huida hacia delante de tipo macronista-carmenista.

Errejón debería mirar un poco más allá de los Pirineos, para ver el futuro que le puede esperar a su operación de marketing antipartidos. Si Macron era hace solo unos meses la gran esperanza blanca del sistema en Europa, niño mimado de los bancos y los medios de comunicación, alabado por los flancos izquierdo y derecho del extremo centro, hoy sin embargo aparece desorientado y ha caído en desgracia, al menos para la gran mayoría de la población francesa, en un desplome antológico de su popularidad, nunca visto.

De la amistad y la política

Decía García Márquez que él escribía para que le quisieran más sus amigos. Quizá alguna gente se mete en política para que le quieran más (sus amigos y quienes todavía no son sus amigos), y eso es una terrible idea. Quizá algunos de nuestros líderes soñaron, como el cantante Roberto Carlos, con tener un millón de amigos, pero eso es imposible. Por eso es necesario que la gente que se meta en política ya venga querida de casa, para que no nos pida a cada rato que le digamos cuánto le queremos y que si no se lo decimos se marcha y nos deja huérfanos. Para que no tengamos que asistir a sainetes como los que estamos viviendo estas semanas, ni al del plebiscito del chalet, ni a tantos otros que hemos vivido.

Es natural que uno se haga amigo de aquellos con los que comparte una visión del mundo, una vida de luchas, a veces de sacrificios... pero esa amistad es fruto de la militancia conjunta, no al revés. Cuando un partido, como Podemos, se construye con base en camarillas de amigos de toda la vida, compañeros de colegio y facultad, parejas, hijos, madres y padres, hermanos de... el fracaso y la tragedia (al estilo de la tragedia griega clásica, o al estilo de una ópera) están asegurados.

Hace pocos días publicaba un artículo dedicado al ciclo operístico El anillo del nibelungo de Richard Wagner. Esta obra muestra la decadencia de todo un orden del mundo que sucumbe ante las ansias de poder, simbolizadas por un anillo dorado que otorga grandes poderes y riquezas a quien lo posee. A diferencia de lo que podría ocurrir en una fábula tradicional, el anillo no da ningún poder real. Tan solo da una ilusión de poder. Es un falo investido en el sentido psicoanalítico, que hace que tú mismo y los demás piensen que tienes un poder. Por eso esta ópera no es una fantasía cualquiera y dice tanto del mundo real porque así es como funciona también la política, al menos en sociedades más o menos democráticas. Además, lo más importante, aquel que quiera forjar el anillo con el oro del Rin debe necesariamente renunciar al amor, y por tanto cometer todo tipo de tropelías y traiciones, contra los de una clase diferente a la suya pero también contra los suyos, también contra sus hijos, padres, parejas, hermanos... Es, naturalmente, una alegoría perfecta de la política y la economía en general, del capitalismo en particular… y de Podemos.

La renuncia al amor y a la amistad es un sacrificio que no se puede pedir mucho tiempo a nadie en su sano juicio (a alguien que no sea un trepa o un psicópata). Por eso muchos consideramos que la política debe ser un desempeño provisional, temporal, limitado. Lo normal sería que uno mismo lo limitase, pero como a veces uno se embriaga de tener el poder del anillo, es necesario establecer mecanismos ajenos al poderoso para obligarle a volver a su vida normal. Por su propia salud. Por la de sus familiares y amigos, que seguro que lo agradecen.

Los actuales dirigentes del bloque del cambio han fracasado. Todas las tendencias que hay dentro de este bloque del cambio han cometido errores, pero no todas son culpables. Cometer errores no es lo mismo que cometer traiciones y tropelías, purgas, dedazos, bandazos ideológicos, alianzas inconfesables.

En Vistalegre I, los estrategas de Claro que Podemos (CQP, la alianza pablista-errejonista que ha dirigido el partido hasta hoy) hicieron bandera del eslogan los que nos han traído hasta aquí para entronar a aquel tándem supuestamente ganador que formaban los cinco autoproclamados fundadores de Podemos. Pues bien, esos son los que nos han traído hasta aquí, hasta ser el partido con el auge y la decadencia más rápido de la historia de la Europa moderna (más rápido incluso que UPyD), un partido en serio riesgo de implosión total. Ellos (Pablo, Errejón y otros chicos y chicas del montón) habrán de asumir la responsabilidad.

Algunos de ellos ya se han retirado aunque amenazan con volver cual zombies, pero podría decir un buen número de personas que ahí siguen y que son tóxicas en el momento actual para cualquier posibilidad de recomposición del bloque del cambio, pero se me podría acusar de parcialidad y abriría una serie de discusiones poco productivas. Por eso la solución salomónica es que todos los que han tenido algún cargo de representación, sean de la familia que sean, abandonen la primera línea política y toda aspiración de ser elegidos en un cargo en la nueva legislatura. “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”, que se gritaba en la Argentina rebelde del 2001. ¿Estaríamos dispuestos a un envite purificador de esas dimensiones?

Muchos de ellos se resistirán, pero otros lo agradecerán, y no digamos sus familias (parejas, hijos, padres, madres, hermanos y amigos que han visto cómo sus seres queridos se les esfumaban estos 5 años, se convertían en zombies de la política institucional). Pero es que los que no lo agradezcan son los más peligrosos, son esos trepas y psicópatas de los que hablaba, los que nos han metido en esta versión cañí de Juego de tronos.

Por eso no es tan mala idea, al menos de manera parcial, la idea del sorteísmo, la demarquía, la estococracia o la insaculación, como la queramos llamar, la idea de que la mejor forma de gobierno es aquella en la que el sufragio no se produce por elección, sino por sorteo entre todos los ciudadanos libres e iguales, como se ha hecho en muchos momentos y lugares de la historia, desde la democracia ateniense. La democracia tal y como la conocemos (la del voto cada cuatro años) no deja de ser una versión corregida de la aristocracia, en la que supuestamente tratamos de elegir a “los mejores” gobernantes, sin conseguirlo nunca. Esta confusión es la que hace que personas como Manuela Carmena estén profundamente equivocadas en lo que respecta a cómo podría construirse una verdadera democracia, una que incluya la participación activa y decisoria de todos y todas, y no solo de “los mejores”.

En el primer Vistalegre hubo incluso una pequeña tendencia de Podemos que hizo del tema del sorteísmo su caballo de batalla. Se acabaron integrando en la corriente amplia que en aquel entonces encabezaron Teresa Rodríguez y (sic) Pablo Echenique (quién te ha visto y quién te ve), que pretendía establecer una reglas del juego limpias (pluralismo, poderes colegiados y con contrapesos, limitación en la acumulación de cargos y en el tiempo de permanencia en estos, etc.) que evitaran justamente todo lo que nos ha traído hasta aquí: un historial de golpes de mano antidemocráticos que también se estudiará, espero, en las facultades de ciencias políticas.

Aplicar este sistema para elegir una dirección colegiada (lejos de presidencialismos bonapartistas) en el interior del bloque del cambio (dejemos de lado la discusión sobre si es conveniente para el gobierno de la nación) daría como resultado, por probabilidad, la elección de simpatizantes de todas las corrientes del interior de Podemos. De esa manera, estoy convencido de que muchos de quienes están o estaban en una segunda o tercera línea de las diferentes tendencias podrían ponerse de acuerdo en un mínimo común denominador que nos saque de este atolladero. Un mínimo común que, en el frente electoral, habría de estar encabezado por personas de reconocido prestigio procedentes no de los partidos sino de los movimientos sociales que marcan el día a día de la agenda política transformadora en Madrid. Personas independientes, pero con raíces de verdad en la sociedad civil organizada, no notables que no se deben a nada ni a nadie del estilo de Carmena, que hay que ver si les ha salido el tiro por la culata... A muchas de esas personas se lo llevamos pidiendo años, y siempre han dicho que no, pero un momento de excepcionalidad como este se lo debería hacer replantear, y estoy convencido de que casi todas ellas serían mujeres.

Sí, vale, ya sé que esto no va a ocurrir

Entonces, si ese deus ex machina de generosidad colectiva no va a ocurrir porque ya nos conocemos, entonces ¿qué hacemos ante las próximas elecciones para mantener algunas opciones de cambio desde la izquierda y para detener el crecimiento de la extrema derecha?

¿Qué vamos a hacer en Madrid, capital del Estado y capital (para bien y para mal) de Podemos? La política madrileña siempre ha sido especialmente compleja porque su centralidad la contamina de maneras insospechadas. Si el espacio del cambio muere en Madrid influirá en el resto del Estado, sin duda alguna. Si llega el fin de Podemos, en la lápida de defunción se deberá consignar: “nació en Madrid y murió en Madrid a la tierna edad de cinco años”. El tiempo en política no es como el tiempo corriente. Cuando los tiempos se aceleran se multiplican. Podemos con cinco años puede que sea ya viejo.

Y a veces es necesario que lo viejo muera para que lo nuevo termine de nacer. Por eso creo que es imprescindible construir candidaturas ajenas a estas lógicas tóxicas a las que nos ha tenido acostumbrados la dirección de Podemos, a esta cultura política de guerra como se la ha llamado recientemente. Creo que es un deber moral y político y creo que además es posible y viable.

La leyes electorales marcan en el caso de las elecciones locales y autonómicas (en Madrid) un umbral del 5% para poder acceder al reparto de escaños. Más allá de que esto nos parezca mal desde un punto de vista de proporcionalidad y pluralismo democrático, son las reglas con las que tenemos que jugar por el momento.

En el caso de las municipales en la ciudad de Madrid, esto equivale a unos 83.000 votos, teniendo en cuenta la participación que hubo en 2015. Las últimas encuestas le dan a Carmena una pérdida de unos 86.000 votos (5,4 puntos porcentuales de pérdida, del 31,9% de 2015 al 26,5% que vaticinan ahora). Estos votos perdidos son claramente por la izquierda, no por la derecha inmediata, puesto que el partido socialista baja 3,3 puntos porcentuales). Sabemos que hay muchos miles de personas, organizadas en movimientos sociales o no, que han sentido una profunda decepción con algunas de las políticas de Manuela Carmena, con su cobardía para enfrentar a la derecha y a las élites económicas, pero sobre todo con su mano de hierro y con la ausencia de democracia interna, con su desprecio hacia el programa y las bases de Ahora Madrid, a las que nunca ha reconocido como interlocutores. Estos 86.000 votos equivaldrían probablemente a tener 3 concejales, y de ahí en adelante... Este sería un objetivo que se conseguiría con creces en caso de que fuéramos capaces de sumar en una única candidatura, alternativa a la de Carmena, a los sectores de Anticapitalistas y La Bancada, además de Izquierda Unida, es decir, a quienes han permanecido fieles al espíritu de Ahora Madrid y Ganemos Madrid. Y ojalá que se sumen algunos sectores de Podemos, ahora desengañados de la máquina de guerra electoral ideada por Errejón e Iglesias, que resultó fallida y está en el taller de reparación, o a las puertas del desguace.

En las elecciones autonómicas a la Asamblea de Madrid pasa lo mismo. En 2015 la vieja IU-CM (cuyos restos ahora se alían a la aventura de Baltasar Garzón y Gaspar Llamazares) y que poco tiene que ver con la actual IU Madrid, sacó 130.000 votos pero se quedó a unos 25.000 de poder conseguir escaños y de haber sido decisivos para, junto con Podemos, facilitar el fin de los gobiernos del PP. En aquel momento la división penalizó pero, tal y como hemos visto en Andalucía en 2018, la aritmética electoral es muy caprichosa, y en un contexto como el actual, de fragmentación en todos los polos, no necesariamente tiene que ser mala.

Más Madrid, el proyecto personalista y gestionario de Carmena y Errejón, tendrá que hacer su experiencia, tras la división que han creado en el bloque del cambio. Pero no hay mal que por bien no venga, esa división ayuda a clarificar posiciones. Veremos quiénes están con la Operación Chamartín del BBVA que esquilma el patrimonio público y quiénes estamos en contra. Y así con tantos otros temas. Quienes nos creímos y nos creemos que es imprescindible unir las fuerzas de la izquierda transformadora para dar un giro a la política madrileña, debemos estar en otro lado. Y desde luego, después de las elecciones tendremos que buscar acuerdos para permitir cambios reales en las instituciones, pero no antes tragando ruedas de molino que ya no ilusionan (engañan) a nadie.

Toni García es miembro de la redacción de viento sur

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