[Entrevista realizada con motivo de la publicación de su nuevo libro “The New Cold War: The United States, Russia, and China from Kosovo to Ukraine” (“La Nueva Guerra Fría: Estados Unidos, Rusia y China, de Kosovo a Ucrania”), publicada el 14 de febrero por Westbourne Press en Grande-Bretagne, y que se publicará el 4 de abril en Haymarket en los EEUU.]

L´ Anticapitaliste: una primera pregunta se refiere a cómo  periodizas la situación internacional para lo que das una segunda vida a la expresión “guerra fría”. Se supone que esta terminó alrededor de 1990. Entonces, ¿dónde hay que colocar y cómo caracterizar este resurgimiento, en tu opinión?

Gilbert Achcar: El libro que publico este año retoma en parte, bajo el mismo título, el que publiqué en 1999. El subtítulo cambia, por supuesto, pero el título principal (“La Nueva Guerra Fría”) sigue siendo el mismo. El libro de 1999 tenía como subtítulo “El mundo después de Kosovo” y el que sale ahora tiene como subtítulo “Estados Unidos, Rusia y China, de Kosovo a Ucrania”. La respuesta a esta pregunta se sitúa en el intervalo entre estos dos libros, de alguna manera; hubo una transición a una nueva “guerra fría” en la década de 1990. La antigua terminó con el fin de la Unión Soviética. Había determinado un cierto tipo de relaciones internacionales y había conocido, en sus últimas décadas, una alianza China-Estados Unidos contra la URSS, desde el giro operado por Washington sobre la cuestión china bajo Nixon-Kissinger. El colapso de la URSS cambió muchas cosas con el surgimiento de una Rusia post-soviética muy debilitada y la posibilidad de una nueva relación entre Pekín y Moscú.

La década de 1990 fue un periodo de transición. Como cualquier gran punto de inflexión histórico, conoció varias posibilidades que, sin embargo, dependían de una decisión central, la del país que se vivía como si estuviera atravesando un “momento unipolar” según la expresión de la época. Muy buena fórmula por lo demás, porque señaló tanto la supremacía de Estados Unidos como un momento histórico transitorio (¡y no el “fin de la historia”!). Durante la década de 1990, fue la administración Clinton la que se vio confrontada a este mundo de la posguerra fría y las decisiones que tuvo que tomar no eran sencillas, con verdaderos debates y verdaderos desacuerdos dentro del establishment estadounidense sobre la actitud hacia Rusia y, en particular, sobre lo que se debía hacer con la OTAN, el principal punto de discordia en este contexto.

Esta administración acabó tomando las decisiones no sólo del mantenimiento de la OTAN, a pesar de la disolución de la Unión Soviética y del Pacto de Varsovia, sino también de una mutación de la Alianza en un sentido intervencionista (en los Balcanes, Afganistán, etc.), así como, sobre todo, de la ampliación de la OTAN al Este, invadiendo lo que era la esfera de dominación soviética, incluso repúblicas de la ex-URSS: los Estados bálticos, en primer lugar, con la perspectiva de Ucrania y Georgia. Estas decisiones envenenaron considerablemente las relaciones con Rusia, donde determinaron la tensión nacionalista que, combinada con la situación económica del tipo Alemania de Weimar que conoció Rusia en la década de 1990, produjo a Vladimir Putin. Después de ser cooptado por Yeltsin en 1999, Putin se convirtió en presidente en 2000. Representa el resultado de esta fase de transición durante la cual los Estados Unidos se enfrentaron con Rusia y, paralelamente, con China. Porque fue la misma administración Clinton la que se embarcó en una pelea con China, dando lugar a la tensión más fuerte con Pekín desde la década de 1950. Así es como estos dos países, Rusia y China, serán empujados naturalmente a colaborar, en particular con la venta masiva de armamento, incluido armamento sofisticado, de Rusia a China.

Así pues, se dieron los ingredientes que, con la guerra de Kosovo, liderada por la OTAN, eludiendo a la ONU, en contra de la opinión de Pekín y Moscú, han convertido la situación mundial en una nueva guerra fría.

Muchos hablan, en efecto, de una “guerra fría” más específicamente entre Estados Unidos y China en los últimos años. Pensamos en el reciente episodio de tensiones en torno a Taiwán, en la guerra comercial, un poco antes, durante el mandato de Trump y, antes de eso, en la política de Obama con su lema “pivote hacia Asia” y la visualización de un endurecimiento hacia las nuevas ambiciones chinas en toda la región de Asia del Sur y más allá. Más allá del punto de inflexión del que hablas, en la década de 1990 parece que hubo más inflexiones en la actitud de Estados Unidos hacia China, lo que se tradujo en una “guerra fría” propiamente americana-china. ¿Crees que es así? Y si es así, ¿cómo sitúas esta evolución en particular?

El caso de Taiwán volvió a un primer plano en la década de 1990. Cuando, bajo Nixon, Estados Unidos reconoció la China popular, confirmó su adhesión al principio de la “China única” (One China policy), también defendido por el gobierno de  Kuomintang en Taiwán. Así es como el reconocimiento de Pekín por parte de Washington se acompañó de la salida de Taiwán de las Naciones Unidas, con el asentimiento estadounidense. Por lo tanto, Estados Unidos mantuvo relaciones con Taiwán sin complicaciones importantes, mientras el Kuomintang  estaba al mando de la isla. Las cosas cambiaron con la llegada al poder de los independentistas taiwaneses, que coincide con el momento en que China emprendió su despegue económico en la década de 1990. Ya no era la China débil de la década de 1970 o incluso 1980. Estados Unidos comenzará a ver a China cada vez más como un principal rival potencial después de la desaparición de la Unión Soviética y el agotamiento de Rusia. Ven, o más bien quieren ver, en el ascenso económico de China el aumento de un peligro porque se trata de justificar el mantenimiento de las relaciones de tutela que tienen con sus aliados europeos y japoneses y otros aliados asiáticos, incluida Corea del Sur. Washington presenta a Rusia y China, en la década de 1990, como riesgos para el sistema occidental, empujando a estos dos países a colaborar entre sí. Así es como se crean las condiciones para una nueva “guerra fría”.

El momento clave aquí, un poco como en 1949 en el caso de la primera “guerra

fría”, es la guerra de Kosovo, que marca un cambio brusco. Hasta entonces, todavía estábamos en el discurso del “nuevo orden mundial” de Bush padre, un “nuevo orden mundial” que se basaría en las reglas del derecho internacional, según su promesa. Pero ahora Estados Unidos se lanza (con la OTAN esta vez, lo que empeora las cosas) a la guerra de Kosovo ignorando al Consejo de Seguridad, lo que tiene el efecto de irritar y preocupar considerablemente tanto a los rusos como a los chinos.

Por lo tanto, este brusco cambio inaugura una situación de “guerra fría” en el sentido de que, por parte de Estados Unidos,  se constata muy claramente el mantenimiento de un nivel muy alto de gasto militar (conforme a la principal característica de la “guerra fría”, que era el alto nivel de gasto militar de Estados Unidos, contrastando enormemente con lo que había sido la norma para el período anterior a la segunda guerra mundial). Ante esto, Rusia decide hacer valer su tecnología militar, el único sector industrial legado por la Unión Soviética que aún se mantiene en condiciones de eficacia. China, por otro lado, se embarcará en un programa de armamento gradualmente expansivo. Ella sabe que primero necesita construirse económicamente. Por lo tanto, adoptará durante muchos años una actitud bastante conciliadora, firme pero no agresiva, en nombre de lo que se ha llamado en Pekín el “desarrollo pacífico”. China necesitaba recurrir a las inversiones estadounidenses y occidentales, mientras construía su fuerza militar sin ostentación. En cuanto a Rusia, gracias a la subida de los precios del petróleo, podrá invertir masivamente en su sector militar, que también constituye su principal industria de exportación de productos manufacturados sofisticados.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, ante la ofensiva vengativa llevada a cabo por Estados Unidos y respaldada por una opinión pública radicalizada, los dos países, China y Rusia, se retiran frente a Washington. Dejan pasar la tormenta. Pero las cosas cambian pronto con la ocupación de Irak en 2003, el segundo momento clave del deterioro de las relaciones internacionales. Es la segunda empresa militar dirigida por Estados Unidos violando la legalidad internacional y eludiendo el Consejo de Seguridad, ya que se hace en contra de la voluntad de Moscú y Pekín, pero también, en este caso, de París y Berlín.

Rusia se traga a regañadientes la píldora amarga de la adhesión de los Estados bálticos a la OTAN en 2004, pero designa a Georgia y Ucrania como una línea roja. A partir del momento en que la administración Bush hijo muestra su determinación de integrar Georgia y Ucrania las cosas se envenenarán por completo. Las incursiones militares rusas en Georgia en 2008, luego en Ucrania en 2014, están en línea con lo que nos lleva a la situación actual.

Estas explicaciones son una buena oportunidad para que nos des tu opinión sobre una cuestión recurrente hoy: ahora hay un debate bastante palpitante sobre la caracterización de China que, según algunos, también se habría convertido en una potencia imperialista de pleno derecho. ¿Qué opinas?

Me parece bastante claro que la caracterización del sistema chino como capitalismo burocrático tiene sentido. Por otro lado, soy más cauteloso con la caracterización de China como “imperialista”. Creo que esta es una cuestión mucho más compleja que supondría un análisis fino de la naturaleza de las inversiones de China en el extranjero y su finalidad. Porque está lejos de estar claro que China obtenga grandes beneficios de lo que está haciendo a este nivel, en particular con el programa de “nuevas rutas de la seda”. Este programa en concreto le ha costado a China mucho más de lo que le ha dado. Por lo tanto, soy más reservado sobre la caracterización de China como “imperialista”, que también supondría que se trataran sus relaciones económicas con África, por ejemplo, como lo haríamos con las relaciones económicas de Francia o Estados Unidos. No estoy seguro de que esto sea correcto y que si un gobierno revolucionario viera la luz en África, debería adoptar la misma actitud hacia todas estas potencias.

Así que en esto, por el momento, soy reservado. Hay una cierta diferencia entre caracterizar a un país como capitalista y caracterizarlo como imperialista, que supondría, según la definición clásica, que el Estado chino está dominado por el gran capital y se embarca en la batalla mundial por la apropiación del mundo. Sin embargo, me parece que el capitalismo burocrático chino no corresponde a tal descripción. Hay una situación específica con una burocracia de tipo estalinista en el origen, que domina el estado y la economía. El principal resorte del poder se encuentra en este singular ensamblaje burocrático. Además, China es un estado que emerge del sur global y que, desde el punto de vista del PIB per cápita, se queda muy por detrás de los países occidentales. Por estas diversas razones, ponerlo en la categoría de países imperialistas me parece mucho más cuestionable.

En el caso de Rusia, por otro lado, no dudo con el calificativo de imperialista. El régimen de Putin ha evolucionado en un camino que incluso se puede llamar neofascista, en el sentido de que encontramos ciertos rasgos ideológicos y políticos del fascismo, combinados con una apariencia de democracia y sanción periódica por el sufragio universal, lo que es característico del neofascismo hoy en día. El estado ruso está dominado por grandes grupos monopolísticos como Gazprom, en los que el límite entre privado y público es muy poroso, y cuya relación con el resto del mundo es claramente imperialista, una relación de explotación y dominación. Esta porosidad público-privado es característica del capitalismo ruso actual; incluso se la ve funcionando a nivel militar con el ejército paraestatal  llamado Grupo Wagner.

Después de un año de invasión rusa y carnicería en Ucrania, ¿cómo ves evolucionar (o no) la comprensión del conflicto en varios sectores de la izquierda, teniendo en cuenta los profundos desacuerdos y las importantes diferencias de apreciación que surgieron en los primeros tiempos de la guerra?

En cuanto al debate en la izquierda, ha sido parte de una serie de debates desde el cambio de siglo, desde un primer caso, la invasión de Irak, donde las cosas eran relativamente más simples. Luego hay una serie de guerras como la intervención en Libia, o las intervenciones en Siria, en las que los “buenos” y los “malos” ya no eran necesariamente tan obvios como antes. La invasión de Irak todavía se trataba de los “villanos” de la “guerra fría” (Estados Unidos y Gran Bretaña, en particular), pero ya teníamos un poder tiránico y criminal, el de Saddam Hussein. Los casos se complicaron después. Esto perturbó a quienes solían reaccionar como por reflejo condicionado en el sentido anti-occidental y especialmente anti-americano. De ahí una cierta confusión en la izquierda radical. Pero sigue siendo muy difícil para alguien de izquierda defender la invasión rusa de Ucrania. Ciertamente hay personas que lo hacen o incluso apoyan a Putin, mientras dicen ser de izquierda, pero estas son caricaturas siniestras que ya ni siquiera tienen la excusa de defender una tiranía anticapitalista ya que la Rusia de Putin, a diferencia de la de Stalin, está dominada por un capitalismo más salvaje y regresivo que la de los países occidentales. La cuestión que, sobre todo, ha constituido debate es la de determinar si había que oponerse al armamento de Ucrania.  Sobre esta cuestión, está la absoluta incoherencia de quienes dicen que la invasión de Ucrania es reprobable y la condenan exigiendo la retirada de las tropas rusas, ¡al tiempo que se declaran en contra del armamento de Ucrania! Si pensamos que Ucrania ha sido agredida por un vecino que, además, es un estado imperialista mucho más fuerte que ella, esto significa que está en la situación del oprimido que tiene derecho a defenderse y al que debemos nuestro apoyo. Si este oprimido tiene derecho a la autodefensa, esto implica que tiene derecho a armarse y a armarse donde pueda encontrar armas. Es una cuestión de coherencia elemental.

Sin embargo, no debemos caer en el discurso que presenta la guerra en curso como la de las “democracias” contra los países “autoritarios”. Acabo de caracterizar al régimen de Putin como neofascista, pero esto no es razón para apoyar, contra Rusia, a las potencias imperialistas rivales que son Estados Unidos y la OTAN que utilizan la situación creada por Putin para sus propios intereses que no tienen absolutamente nada que ver con la “defensa de la democracia”. Es una gran hipocresía. Es fácil reconocer los gobiernos antidemocráticos con los que Washington, Londres, París o Berlín se llevan muy bien.

Finalmente, por lo tanto, hay una coyuntura de nueva “guerra fría”, inversiones y estrategias militares que justifican el uso de esta expresión. Pero, ¿qué pasa con los discursos y justificaciones ideológicas, en el sentido bastante banalmente instrumental y propagandístico de la cosa? Pensamos desde el principio en los usos de la “lucha contra el terrorismo” (sin, por supuesto, cuestionar que el terrorismo puede existir), en la cuestión de la islamofobia, pero también en un cierto discurso sobre China con recientemente una ecuación por lo menos débil entre Rusia-Ucrania y China continental-Taiwán, como si todos estos “orientales” estuvieran condenados a actuar de la misma forma, cuando las diferencias de historias, de situaciones y de planteamientos son considerables. Incluso si se produjera un conflicto en China y Taiwán, no podría ser una simple repetición del escenario de la invasión rusa de Ucrania…

Esta es otra razón para tener reservas sobre la caracterización de China como imperialista que induce una serie de paralelos de este tipo que pueden ser confusos. El contexto histórico y legal de las relaciones de China con Taiwán es muy diferente al de las relaciones de Rusia con Ucrania. Esto no significa que China tenga derecho a invadir la isla, por supuesto, sino que esta cuestión debería ser tratada con mucha más precaución y tacto por Estados Unidos, cuya actitud es cada vez más provocativa, más de pirómanos que de bomberos. Desafortunadamente, el rebaño de borregos socios de Washington en la OTAN y otras alianzas militares se está dejando llevar por este enfrentamiento. Europa, en particular, muestra seguidismo y falta de soberanía real frente a Estados Unidos de manera agravada desde la invasión rusa de Ucrania. Para Washington, en el fondo, como se podría decir de Saddam Hussein y Osama Bin Laden, si Vladimir Putin no existiera, habrían tenido que inventarlo. Es uno de los enemigos útiles de Washington, de los que le sirven para su estrategia de dominación mundial.

Estamos pues en un momento en que muchas democracias liberales derivan hacia lo que se llama “liberalismo autoritario”, o hacia la extrema derecha o la derecha extrema, y evolucionan en un clima recientemente marcado por brotes propagandistas sobre el “wokismo”, el feminismo, el antirracismo, etc., que en realidad apuntan de forma extremadamente agresiva a lo que representa una buena parte de la izquierda actual. Entonces me pregunto sobre qué identificarías como discursos y estrategias retóricas de la “Nueva Guerra Fría”. “Antiterrorismo”, “peligro chino”, pánico islamófobo, es algo que sabemos. Pero, ¿harías entrar la lucha contra el “wokismo”, que es auténticamente epidémica ahora, en el marco del discurso de la nueva “guerra fría”, al igual que, por ejemplo, los discursos de demonización del comunismo o del socialismo durante la primera “guerra fría”? ¿O es otra cosa?

Más bien creo que esta cuestión del “wokismo” es un malestar dentro del propio capitalismo, en el seno mismo de la dominación burguesa. No necesitas pertenecer a la izquierda radical para defender a las personas transgénero, para ser feminista o antirracista. Entre Hillary Clinton y Donald Trump, por ejemplo, hay una gran distancia ideológica. Más bien, asistimos al desarrollo de un discurso que forma parte del auge de la extrema derecha que vemos a nivel mundial, un auge que se ha amplificado y acelerado desde la Gran Recesión de 2007-2009.

El origen de esto se remonta al giro neoliberal, que provocó una desestabilización de las relaciones sociales a escala mundial que se tradujo, al principio, en un aumento de los fundamentalismos en todas las religiones, y ciertamente no solo en el Islam, un ascenso de los repliegues identitarios, del racismo, la xenofobia y la extrema derecha. Todo esto acompañó a la mutación neoliberal. Y luego hubo un fuerte detonante con la crisis de 2008 que precipitó las cosas y empujó estos deslizamientos muy a la derecha en todo el mundo. En este contexto de desintegración de las ideologías progresistas, de tensiones identitarias provocadas por la desestabilización social neoliberal, se ha creado un terreno que ha permitido a las fuerzas de extrema derecha subir y son sobre todo ellas las que propagan este tipo de discursos xenófobos, racistas, misóginos, anti-LGBTQ, etc. Como de costumbre, o como algo que se ha convertido en una costumbre, la derecha llamada “centrista” retoma en parte este discurso reaccionario, creyendo así frenar su declive frente a la radicalización social. Por eso creo que se trata de una crisis ideológica dentro de la propia dominación capitalista.

No es principalmente un arma contra la izquierda del tipo del discurso de la Guerra Fría de antaño. Esto se debe en primer lugar a que la izquierda, lamentablemente, es demasiado débil a nivel mundial como para ser el principal peligro al que se enfrenta el capitalismo. Cuando se produjo el auge del fascismo en la década de 1930, fue en el contexto de la existencia de la Unión Soviética y de un movimiento comunista mucho más fuerte que la izquierda radical de hoy. Asimismo, la existencia de una URSS que hacía de contrapeso a los Estados Unidos y en sintonía con un poderoso movimiento comunista, así como con un auge de los movimientos anticoloniales de izquierda en las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial creaba una situación muy diferente a la que existe hoy. El auge actual de la extrema derecha no viene por tanto a cerrar el camino al comunismo (o a algo que podría parecerse a él) como en la década de 1930 y el capital no está buscando un discurso antiizquierda que pueda reemplazar al de la “guerra fría”. Es más bien, en primer lugar, una disputa dentro del propio capitalismo en un contexto de crisis. Obviamente, estamos preocupados como personas de izquierda, porque son enemigos mortales para nosotros. Pero nos encontramos en otra configuración histórica. Dicho esto, podemos observar que la llamada derecha “centrista” adopta partes enteras del discurso de la extrema derecha, tanto más en la medida que la izquierda es más fuerte en su país, como es el caso en Francia en particular.

Thierry Labica

https://lanticapitaliste.org/opinions/international/la-situation-mondiale-est-celle-dune-nouvelle-guerre-froide

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

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