Seis años después de su desencadenamiento, y dos meses después de la caída de Alepo este, ¿sigue viva la revolución siria?

Ciertamente, la revolución siria ha sufrido varios reveses, tanto políticos como militares, en los últimos meses. Se encuentra hoy más aislada y traicionada que nunca pero, sin embargo, sigue viva.

Está viva a través de las diferentes formas de resistencia que expresa la sociedad en las zonas liberadas del régimen, en los campos de refugiados, en el terreno de la producción cultural. Podemos evocar el trabajo de consejos locales que siguen intentando proporcionar servicios en los pueblos y ciudades bombardeadas cotidianamente. Podemos evocar también el trabajo que hacen enseñantes, socorristas y médicos que salvan vidas en condiciones inhumanas, mujeres que luchan diariamente por defender sus derechos y alimentar a sus hijos, jóvenes periodistas-ciudadanos, y numerosos activistas pacíficos que continúan documentando los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad. Podemos en fin hablar de la naciente sociedad civil siria, que se organiza en los campos de refugiados y entre los sirios de la diáspora expresado una solidaridad y una determinación que raramente Siria ha conocido en su historia antes de 2011. A esto se añade la liberación de la palabra, la publicación de cuentos, novelas y de ensayos políticos, y la explosión artística que intentan mantener en vida la resistencia cultural frente al régimen, pero también frente a la guerra y la muerte.

Así pues, la revolución sigue estando viva a través de todo esto, y a través de ciertas fuerzas combatientes sobre el terreno que siguen enarbolando la bandera revolucionaria y las consignas de la libertad, la dignidad y la justicia.

¿Por qué la has definido como una “revolución huérfana”? Con consideraciones opuestas, mucha gente piensa que Estados Unidos y Francia la han apoyado…

La he calificado de huérfana porque desde su comienzo en marzo de 2011, y a pesar de un balance humanitario durísimo, a pesar de la destrucción de ciudades y pueblos por los bombardeos aéreos, balísticos y a golpe de barril explosivo, a pesar de millones de imágenes, videos y testimonios que documentan la tragedia siria, a pesar de la utilización por el régimen de Assad de armas químicas contra civiles en más de una región, las instituciones de la “Comunidad Internacional”- políticas, jurídicas o humanitarias- han faltado a su deber respecto al pueblo sirio. Han persistido a menudo en proporcionar justificaciones y excusas para no hacer nada que pudiera ayudar a los sirios a pasar la página de la tiranía que sufren desde el golpe de Estado de 1970 que llevó a Assad padre al poder.

Peor aún, algunos intelectuales, corrientes políticas y medios, apoyan abiertamente al régimen con el pretexto de un “complot imperialista” urdido contra él o de su “laicismo y su protección de las minorías”, cuando otras se abstienen de tomar posición, alegando que todas las partes “son parecidas en términos de violencia y de barbarie” y que estos acontecimientos se desarrollan en un “Medio Oriente complicado”.

En cuanto a Estados Unidos y Francia, su apoyo a la oposición ha sido diplomático. No lo han traducido en actos firmes, lo que ha animado a los iraníes y sobre todo a los rusos a intervenir sin temer las consecuencias. La negativa categórica de la administración Obama a proporcionar misiles tierra-aire a la oposición o de imponer una zona de exclusión aérea desde 2012, mucho antes de la creación de la organización del Estado Islámico (EI), permitió al régimen bombardear todas las zonas que se liberaban de su ejército, y ha hecho imposible la emergencia de gobernanza y de alternativas políticas en esas zonas. La inacción americana, que paralizó al gobierno francés el verano de 2013 tras la masacre química cometida por Assad en el Guta de Damasco, cuando fue franqueada la única línea roja que había planteado Obama, mostró al régimen y sus aliados que los occidentales no iban a molestarles. Las consecuencias han sido terribles.

¿Qué respondes a quienes consideran que la política de Rusia en Siria es un “mal menor” frente a los yihadistas? ¿Pueden tener éxito las negociaciones actuales?

La Rusia de Putin ha deseado mediante su intervención militar directa en Siria hacer la demostración de un “momento de gloria” similar al de los americanos durante la operación “Tempestad del desierto” en 1991 contra Irak, y esto con la bendición de la iglesia rusa que ha llegado a calificar la intervención de “guerra santa”. Las operaciones militares de Moscú intentaban realizar dos objetivos sobre el terreno.

El primero, debilitar a la oposición siria, incluso aniquilarla en las regiones limítrofes de la costa mediterránea, en el centro del país y alrededor de Damasco y Alepo, con el objetivo de permitir a las fuerzas del régimen (y sus aliados) recuperar territorio. Así, una nueva configuración del conflicto permitiría a Moscú no evocar más que dos fuerzas principales sobre el terreno: el régimen y los yihadistas. Ha sido con esta misma lógica con la que los rusos han negado, desde el comienzo de sus operaciones, la existencia del Ejército Sirio Libre y de grupos armados “moderados”, y que han anunciado más tarde que bombardeaban sin distinción a todos los grupos terroristas en Siria. El mapa de los ataques muestra que no menos del 86 % de los ataques rusos han sido contra la oposición siria, y solo el 14 % han tenido por objetivo al EI.

El segundo objetivo consistía en afirmar que Moscú no se contentaba ya con un papel de patrocinador político del régimen, sino que se convertía en el actor más influyente en Siria, no solo a corto sino incluso a largo plazo. Rusia ha preservado así su dominación (¡imperialista!) de la Siria de mañana.

Además, el gran “éxito” militar ruso, es decir, la invasión de los barrios Este de Alepo (tras la destrucción sistemática de los hospitales y de las panaderías en esos barrios y tras la deportación de los civiles que supervivientes hacia otras regiones), este “éxito” se ha hecho contra las fuerzas de oposición que habían expulsado al EI de Alepo en enero de 2014.

Por otra parte, desde enero de 2017, los rusos han invitado a las negociaciones a los mismos grupos que bombardeaban y calificaban de “yihadistas” y de “terroristas”. Esas negociaciones se parecen a las negociaciones entre israelíes y palestinos. El principio que las dirige parece ser “negociar para negociar”, pues las cuestiones fundamentales no son tratadas de forma seria: la transición política y la salida de Assad, el levantamiento de los asedios sobre centenares de miles de sirios, la liberación de los detenidos y prisioneros, la retirada de las fuerzas extranjeras del país, etc. Incluso la lucha contra el EI no puede ser justa y eficaz a largo plazo más que si se efectúa un cambio político en Damasco y se permite la construcción de una nueva mayoría política siria.

¿Cuál puede ser el papel de quienes quisieran ser solidarios con el pueblo sirio, pero que se encuentran indefensos ante las máquinas militares, diplomáticas y humanitarias de los Estados?

Pienso que nuestra responsabilidad en tanto que ciudadanos comienza por el rechazo de la banalización del mal, por el rechazo a la impunidad concedida a los criminales de guerra, y por la oposición firme a toda tentativa de normalización con el régimen de Assad. Después, hay todo el trabajo que podemos hacer para informar, movilizar a la opinión pública, apoyar a los refugiados, apoyar los proyectos en el interior de Siria como las escuelas, dispensarios, cascos blancos, etc.), mostrar a los sirios que los valores universales, el internacionalismo y la solidaridad, siguen existiendo.

Ziad Majed, profesor de ciencias políticas franco libanés, milita desde hace mucho por la democratización de Líbano, y desde hace seis años en solidaridad con la revolución siria. Publica un blog, “Vendredis árabes”, y ha publicado en 2014 el libro “Syrie, la révolution orpheline”.

Hebdo L´Anticapitaliste -375 (16/03/2017)

https://npa2009.org/idees/international/la-revolution-syrienne-subi-plusieurs-revers-mais-elle-reste-vivante

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

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