“Era la peor y la mejor de las épocas, era el siglo de la razón y de la locura, la época de la fe y de la incredulidad, era un período de luz y tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación, lo teníamos todo ante nosotros y el horizonte se cerraba delante nuestro, se iba directamente al cielo y por el camino más corto al infierno; en resumen, aquella época era tan distinta a la nuestra que algunas de sus más respetables autoridades opinaban que sólo se debe de hablar de ella en grado superlativo, ya sea para bien o para mal)” (Charles Dickens, Historia de dos ciudades).

Existen cuanto menos tres puntos en los que la República es, por decirlo así, digna de idealización. El primero es que fue el paréntesis más grande y profunda de libertades de la historia de lo que se ha venido a llamar España, libertades que no solamente aparecían como “derechos”, sin oque fueron puestas en práctica por el pueblo trabajador. El segundo es porque dio lugar a una verdadera “revolución cultural” que tuvo como principal centro la escuelas, pero que también se tradujo en otros muchos ámbitos. Pero tercero y sobre todo, por el agudo contraste con lo que luego significó el franquismo.
Los que tratan apriorísticamente de establecer una diagonalentre la República y el franquismo, no tienen más remedio que, de un lado embellecer el franquismo hasta hacerlo ”razonable”, y de otro, desmesurar y descontextualizar las partes más oscuras del campo republicano (anticlericalismo, insurrección y violencia revolucionaria), y al tiempo subrayar al máximo los atributos “demócratas” de la CEDA. No es otra cosa lo que hace Bartolomé Bennassar, eso sí con el primor propio de un señor historiador profesional que como Sarkozy, piensa que nuestra derecha necesita que le echen una buena mano. Está formalmente muy lejos de los Pío Moa en la manera de escribir, pero como él mismo reconoce, no tan lejano en las premisas fundamentales. Esta coincidencia no es tan extraña, es similar a la que une en relación a la revolución rusa a Vizcaíno Casas con François Furet, y a Fraga con Jean François Revel, autores que aparecen en todas las bibliotecas del PP.

Se puede estar de acuerdo con generalidades éticas expresadas por Todorov, del tipo que en nuestra época ya no se pueden hacer distinciones maniqueas entre buenos y malos, así como que luchar contra un mal no garantiza que se luche por un bien. En el caso que nos ocupa, es evidente que el franquismo arrastró a mucha juventud conservadora “idealista”, y muestra de ellos que muchos de ellos cambiaron más tarde (Ridruejo, Toval, Laín Entralgo, Aranguren) y sino lo hicieron los hijos. De hecho, el auge del antifranquismo desde mitad de los cincuenta se nutrió ante todo de estos, y los ejemplos son abundantes. La explicación es dual, los hijos de los republicanos estaban destrozados, y como dice Javier Pradera, el abismo entre la realidad y la propaganda era tan abismal, que los más inquietos acababan en la resistencia, mayormente en el PCE. También arrastró mucha gente en contra de su voluntad, y envileció a todos, los obligó a mancharse o a retorcerse. Buena parte de la población, incluso de la que simpatizaba con la República creía que la vida o España eran así, que siempre había sido igual, estaban “cogidos” en un provincianismo y un patriarcalismo, y solo les faltó el miedo.

No menos evidente que en la República no era oro todo lo que relucía, faltaba más. Se pasaron en el anticlericalismo, confundieron la pobre gente beata con sus obispos, y en medio de la revolución se añadieron muchos ajustes de cuentas. En Barcelona por ejemplo, la libertad de todos los presos comunes comportó problemas muy serios, entre los revolucionarios había gente muy primaria, personas que habían sido maltratadas y por lo mismo embrutecidas, pero fueron responsables de excesos que pueden considerarse cosas de criaturas si se la compara con nombres como Badajoz, Málaga, Guernica, etcétera, etcétera. Hay una idealización antifascistas que, por citar un ejemplo, oculta que Julián Grimau fue un especialista en torturas “trotskistas” y que estos servicios se hacen constar en su “curriculum” de cara a los soviéticos. El estalinismo ha contribuido poderosamente con su historial y con su actuación, ha dislocar aquella diferencia que veía Gide, si no entre el Bien y el Mal, si lo más parecido posible. Me atrevería a afirmar que con mayor claridad que lo estuvo durante la II Guerra Mundial.

En realidad, esta discusión no tendría lugar si el franquismo hubiera sido derrotado. Entonces una historia de la guerra de España se habría titulado –como se ha hecho con la II Guerra Mundial- La guerra que había que ganar, y a nadie le habría llamado la atención. Sé como cualquiera que es muy duro convivir con un genocida que convierte a Nerón o a Atila en unos buenos muchachos, incluso cuando se sabe que tu vecino o incluso tu padre, actuó a sur servicio, como lo hicieron miles y miles de personas. Sin embargo, no vale decir argumenta que el maniqueísmo no es bueno porque esto no resuelve la verdad de los hechos. Lo único que diferencia al franquismo del nazismo es la cuestión de judeocidio, sin embargo en el punto de la represión interior, Hitler fue muchísimo más benévolo, incluso llegó a criticar los métodos exterministas de su aliado. Es la derrota lo que permitió que el nazismo fuese juzgado y maldecido por la historia, y es la victoria lo que hace que el franquismo sigue gozando de tan buenos abogados. Tan buenos como el señor Fraga Iribane puede justificarlo desde la A a la Z un lunes en el Corriere de la Sera, y el martes ser homenajeado en el Parlamento gallego con la presencia del PSG y ...del BNG.

Por todo lo antes dicho, y por otras muchas cosas, la República española fue un momento luminoso de la historia. Con la excepción de la revolución rusa de 1917, pocos han sido los acontecimientos históricos de nuestro siglo que hayan levantado tanta razón y tanta sinrazón, tantos sueños y tantas frustraciones, tantas resonancias políticas e intelectuales, como aquel período de nuestra historia que llamamos de la II República y que sobrevivió moralmente a la derrota y a la destrucción.
Fue un tiempo que conmovió hasta la raíz a todos los españoles y a millones de extranjeros. a todos los obligó a tomar partido y en todos dejó una huella indeleble. Sus hechos más conocidos, sus hombres más destacados. sus instituciones y sus formaciones políticas y sociales, tienen un espacio eterno en los anales históricos. Lo que estuvo en juego entonces fue todo: la civilización o la barbarie, la libertad o la dictadura, la vida y la inteligencia o la muerte y el fascismo. Es por esto que la influencia, el eco de la II República se proyecta todavía sobre nuestra realidad personal y colectiva.
A los setenta años de su nacimiento, muchas de las cuestiones que entonces se planteaban (libertades democráticas, reforma agraria, derecho de las nacionalidades, poderes fácticos, la emancipación obrera, etc.) siguen manteniendo una gran importancia. Nadie puede dudar, pues de la necesidad de estudiar y comprender la II República para sacar desde las perspectivas que nos da el tiempo, el inmenso esfuerzo llevado a cabo por historiadores e investigadores, testigos y actores para reconstruir la verdad, y de sectores de las nuevas generaciones que ya no aceptan los pactos de la Transición. Los mismo que entronizaban a los beatos del bando franquista a los altares y situaban las libertades y el socialismo como fuera de la ley.

Este esfuerzo se ha notado especialmente en los últimos tiempos sin necesidad de conmemorar ningún aniversario. Ha sido una ayuda considerable en un tarea que ha dado lugar a un movimiento que solamente acaba de comenzar: el de lucha por la recuperación de la memoria popular que nos quisieron arrebatar en la más larga postguerra que la historia tenga noticias, y que se nos escamoteó con la transición porque lo que había ocurrido era demasiado terrible, y porque algunas de las instituciones más culpables siguen ahí. El ejército que “ocupó” su propio país como lo había hecho con Marruecos, la Iglesia que lo bendijo, y los banqueros, industriales y terratenientes que se beneficiaron, siguen ahí, solo parcialmente reformadas, con una larga vida garantizada por la Monarquía, garante de que las libertades no atravesaran los límites constitucionales.
En aquel breve (en 5 años) pero intenso periodo, la evolución histórica del país concentró en un mismo marco problemas del pasado (tarea democráticas pendientes desde hacía siglos); del presente inmediato que bajo formas muy diferentes siguen presentes (actualidad del socialismo, ascenso de los fascismos, crisis de las Democracias parlamentarias) y del futuro (contradicciones entre la burocracia y la democracia social).

No es cierto, como se ha pretendido, que en España se viviera una situación predemocrática y nada más. El sistema socioeconómico imperante no era el feudal o el semifeudal, era el capitalista-burgués, que de una manera muy singular se había hecho predominante. Cierto es que este sistema coexistía con unas formas de propiedad agraria latifundistas que entorpecían el progreso del país, pero esto se debía a que la burguesía había optado por un “compromiso histórico” con las viejas castas, por un pacto que funcionó en contra de las movilizaciones sociales que intentaron instaurar la democracia una y otra vez, con la Primera República, o en ocasiones tan más próximas como la huelga general de agosto de 1917. La República se impuso en 1931 a pesar de nuestra clase dominante, se sostuvo contra ella y murió a manos de ella. la dictadura militar-fascista que la destruyó solo encontró una estrecha franja de liberales burgueses en la otra barricada.
Por el contrario (y sin ánimos de idealización ni maniqueísmo), podemos decir que fue el movimiento obrero español en su conjunto se situó como protagonista de la lucha por la libertad, trajo la República, la sostuvo a su manera y murió por ella confundiéndola con sus ideales sociales e igualitarios, porque como cuenta Chris Ealham en La lucha por Barcelona, el mismo día 14 de abril, mientras que los republicanos catalanistas lo celebraban con una lujosa cena, una trabajador murió literalmente de hambre en un barrio de la ciudad. Autores como Gerald Brenan entre otros, han ofrecido veraces testimonios de la situación de penuria que se encontraban los campesinos y los trabajadores, un detalle que muchos olvidan delante para centrarse en las leyes o en los grandes personajes.

En muy poco tiempo, sobre todo después de la derrota del proletariado alemán, nuestro proletariado militante se convirtió en la expresión más avanzada del movimiento obrero mundial; su nivel organizativo y cultural, la esperanza para todos los oprimidos que querían cambiar el mundo. Sus vínculos con el campesinado eran superiores a los que lograron los rusos en 1917, no en vano estaba organizado por sindicatos obreros como la CNT y la UGT, que se radicalizó en su expansión campesina. Sus aspiraciones desbordaban el cuadro de una clase política republicana que no pretendía cambiar a fondo las condiciones socioeconómicas, ni limpiar los establos de Augías (lo que ahora llamamos poderes fácticos); cuando la República obrera sustituyó a la República burguesa, los aparatos políticos reformistas lucharon para restaurar la segunda. Los socialistas, porque no veían más allá del parlamentarismo; los estalinistas, porque la política exterior soviética así lo exigía, la plana mayor cenetista porque no tenía alternativas que integrara por igual a anarquistas y a marxistas...

En 1931, el bloque social republicano tenía ante sí unas condiciones excepcionales para rectificar las condiciones que torturaban la nación. La dictadura se había desinflado, la monarquía estaba tan desprestigiada que sólo una minoría levantaba su bandera (la contrarrevolución tuvo después que crear otra), los pilares de la reacción se encontraban a la defensiva, divididos y desbordados por el torrente social que buscaba nuevas metas.
Así pues, no se puede hablar de la República como un fin en sí, y hablar de ella sin sus contradicciones. En su tiempo tenía el derecho y el deber de comenzar de una vez unas reformas seculares, además, para ello contaba con un apoyo absolutamente mayoritario y entusiasta de la población, con un clima moral y cultural profundo y dominante a su favor Sin embargo, sus equipos gobernantes frenaron más que impulsaron las reformas. Sobre todo –claro está- durante el Bienio Negro (1933-1936) cuyo espíritu quedaría definido por aquella reforma agraria que el ministro Jiménez Fernández intentó justificar delante de los señores de la tierra con citas de un Encíclica, a lo que le respondieron: “Si VD. nos quiere quitar la tierra con Encíclicas, nos haremos todos cismáticos”, pero no hizo falta: se hicieron fascistas sin necesidad de saber que significaba esta palabra.

Pero fuera por oportunismo o por moderación, la izquierda republica se opuso una y otra a la realización de la reforma agraria, lo mismo que a dar la Iibertad de autodeterminación a las nacionalidades. Cuando la Iglesia se le opuso con todos sus medios respetó básicamente sus poderes y sus privilegios. Cuando el general Sanjurjo, con el apoyo de Juan March y otros dio el golpe militar, la República los trató con muchos miramientos, mientras encarcelaba a los anarquistas y a los comunistas. Cuando se preparaba, desde la cúspide militar-fascista el Alzamiento, no tomó ninguna medida de autodefensa. Y no hizo ante todo, por si acaso necesitaban al ejército para utilizarlo contra las masas como en Asturias en 1934. Al iniciarse la guerra, muchos gobernadores republicanos se opusieron a la distribución de armas a los obreros, tratando hasta última hora de conciliar lo irreconciliable. En plena guerra su preocupación central estribó en contener la revolución.
Obviamente, sobre estas y otras cuestiones se dan opiniones para todos los gustos. Pero si algo está claro es que la derrota fue también producto de las deficiencias de la propia República o mejor de sus gobernantes.

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