Statues that Walked: Unraveling the Mystery of Easter Island. Terry Hunt, Carl Lipo.

El 5 de abril de 1722, un navegador holandés fondeó en una isla minúscula perdida en medio del inmenso Océano Pacífico. Era el domingo de Pascua y, sin ninguna originalidad, la isla fue bautizada como “Isla de Pascua”. La gente polinesia que la habitaba la llamaba Rapa Nui pero ese nombre estuvo a punto de desaparecer, pues la historia es siempre escrita por los vencedores. Ahora bien, a lo largo de los siglos, el pueblo rapanui no solo fue despreciado, expoliado, maltratado y masacrado por los colonizadores blancos; no solo fue desposeído de su tierra, de su historia y de su cultura; fue además acusado de haber provocado su propia caída sacrificando un ecosistema frágil para satisfacer a sus jefes en su manía insostenible de erigir estatuas gigantescas.

Los numerosos misterios que rodean la isla y, más recientemente, la angustia frente a la crisis ecológica global, han favorecido la difusión de este relato. Especialistas de las sociedades polinesias, los arqueólogos Terry Hunt y Carl Lipo comenzaron aceptándolo. Pero hace varios años que lo combaten punto por punto, rigurosamente, sobre la base de datos recogidos a lo largo de campañas de metódicas excavaciones. Su obra “The Statues that Walked” constituye una verdadera rehabilitación del pueblo rapanui. La imagen que surge de ella, en efecto, está en las antípodas de la que el exitoso autor Jared Diamond difundió en su bestseller “Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen”. Rapa Nui no es el símbolo de la destrucción medioambiental causada por una combinación de crecimiento demográfico incontrolado y de delirios de grandeza. El pueblo rapanui nos da, al contrario, un ejemplo notable de adaptación a condiciones difíciles, e incluso un modelo de construcción de resiliencia en los límites ecológicos insoslayables de un entorno degradado.

Especie invasiva

Hunt y Lipo destruyen metódicamente todas las hipótesis míticas de Diamond. La desaparición de los grandes palmerales que cubrían la isla es debida a la proliferación de la variedad de ratas que la gente polinesia llevaba (para comerlas) en sus expediciones. En Rapa Nui, estos roedores no tenían ningún depredador. Las excavaciones muestran que se multiplicaron muy rápidamente gracias a la abundancia de frutos de las palmeras, que les encantan. Al no dar esos árboles frutos más que después de sesenta años de crecimiento, la hipótesis de su destrucción por los roedores es muy sostenible. Los hechos observados en otras regiones del Pacífico muestran por otra parte una correlación fuerte entre la importación de las ratas y la desaparición de las palmeras.

En Rapa Nui, la selva despareció muy rápidamente, en un poco más de un siglo. La isla constituye así un ejemplo espectacular de los destrozos causados por una especie invasiva. Hay por tanto un factor humano en la deforestación de Rapa Nui, pero es involuntario y no tiene nada que ver con la especie de productivismo avant la lettre imaginado por Diamond. Los y las polinesias no tuvieron la estupidez de provocar una catástrofe ecológica cortando hasta la última de las palmeras gigantes para transportar sus estatuas…

El ecocidio imaginario

La catástrofe ecológica -“el ecocidio” descrito por Diamond con muchos detalles no tuvo lugar jamás. Hunt y Lipo son tajantes. Confrontado a la desaparición de la selva , el pueblo rapanui se organizó para gestionar los recursos con mucha inteligencia y creatividad. La isla es pequeña, poco fértil y batida por los vientos. La desaparición de la selva eliminaba toda posibilidad de seguir construyendo grandes piraguas para emigrar, y aumentaba los riesgos de erosión. Ya no era posible, evidentemente, seguir practicando una agricultura sobre tierras conseguidas a base de tala y quema. Los y las habitantes desplazaron toneladas de grava para practicar un “mulching lithique” (técnica que consiste en añadir grava a la capa superficial de la tierra cultivada ndt). Esta ingeniosa técnica les permitió a la vez combatir la maleza, limitar la evaporación, proteger los suelos e incluso fertilizarlos. Fueron construidos un gran número de cercados de piedra (manavai) para proteger los cultivos y aumentar su productividad. Como anexo de su obra, los autores publican los resultados de análisis de la composición química de los suelos: se ve muy claramente el impacto positivo de los manavai y del mulching lithique sobre las características de la tierra en cuanto a elementos minerales.

Según Diamond, los y las rapanui se multiplicaron hasta alcanzar la cifra de quince mil, incluso treinta mil almas. La población estaba sometida a la tiranía de un poder central fuerte. Éste impuso la construcción de grandes estatuas (moai) cuyo transporte necesitaba cada vez más brazos y madera, de donde se derivó la destrucción del bosque. La deforestación provocó el ecocidio, y el ecocidio provocó una espantosa hambruna, guerras intestinas, la caída de la civilización y la aparición del canibalismo. La población se hundió, dividida por cinco o por diez…

Una historia completamente diferente

Hunt y Lipo pulverizan estas hipótesis. La población nunca superó las tres mil o tres mil quinientas personas. No había poder central, ni pueblos, sino familias dispersas por el territorio. Se reunían ocasionalmente en clanes para la erección de las estatuas y otras actividades culturales. Las numerosas excavaciones arqueológicas no aportan ninguna confirmación de las guerra imaginadas por Diamond. El canibalismo es una leyenda creada más tarde y completamente por los misioneros católicos, para justificar su acción. Las excavaciones muestran por otra parte que la violencia interpersonal era muy rara, mucho menos frecuente en Rapa Nui que en otras islas del Pacífico. Hunt y Lipo plantean una interesante hipótesis para explicar este pacifismo: debido a su particular formación social -condicionada por un medio difícil- los y las rapanuis consideraban la cooperación entre grupos como más ventajosa para todas y todos que la competición.

La clave de bóveda de esta cooperación era la erección de las grandes estatuas. Hunt y Lipo no consideran este gigantescos trabajo como un acaparamiento de fuerza productiva por tiranos megalómanos. En su opinión, el hecho de superarse en la construcción de los moai permitió a la sociedad rapanui mantener el equilibrio indispensable entre producción agraria y demografía, entre dispersión y reagrupamiento. En cuanto al transporte de los gigantes de piedra, parece que los y las habitantes dieron pruebas aquí también de un gran ingenio. Los autores piensan que el desplazamiento de los moai no necesitaba ni masas sociales sometidas, ni troncos, ni palanca, ni trineos de madera. Las estatuas eran talladas verticalmente en el acantilado. Una vez desprendidas de éste, su centro de gravedad relativamente elevado en relación al suelo y la forma de su base permitía hacerlas avanzar imprimiéndoles un ligero balanceo. La operación no necesitaba otras herramientas que las cuerdas. Diversas recreaciones han mostrado que una veintena de personas bastaba para desplazar moais de gran tamaño.

statues

Esta explicación coincide con los testimonios que algunos antropólogos recogieron más tarde entre algunas personas supervivientes: “Las estatuas caminaban”. Pero la maniobra era delicada. Una estatua caída en el camino hacia la plataforma (ahu) donde debía tomar plaza al borde de la mar era demasiado pesada para ser levantada (las mayores pesan entre sesenta y ochenta toneladas). Es la razón por la que numerosos moais yacen en las laderas de la isla, a lo largo de las “carreteras” que servían para trasladarlas, y cuyo trazado es aún visible.

El colapso, el verdadero

El último capítulo del libro trata sobre el colapso de esta civilización extraordinaria. Es indiscutible: en 1882, apenas quedaban 155 individuos en la isla. Por otra parte, la talla y la erección de las grandes estatuas cesó probablemente muy poco de tiempo después del “descubrimiento” de Rapa Nui por los europeos. Como hemos visto, el ecocidio no está implicado en ello. Entonces, ¿qué ocurrió?

La primera parte de la respuesta nunca será jamás conocida con certeza. La historia se desarrolló a puerta cerrada: los navegantes holandeses de 1722 solo permanecieron un día en “Pascua” y pasaron cuarenta y ocho años antes de que otros europeos volvieran a Rapa Nui. No obstante, hay una certeza: los y las polinesias no tenían ninguna inmunidad frente a los gérmenes infecciosos traídos por los marinos. Es por tanto seguro que enfermedades hicieron estragos. Hunt y Lipo: “Si hacia 1725 solo quedaban algunos centenares de supervivientes en Rapa Nui, formaron efectivamente una nueva población fundadora -una población de supervivientes. Estuvieron aislados de nuevo durante cuarenta y ocho años del mundo exterior y de sus enfermedades, y ese grupo limitado podría haberse recuperado lo bastante rápidamente como para acercarse a la población original, probablemente en tres o cuatro generaciones. Pero en 1770, la masacre volvió a empezar”.

Volvió a empezar, en efecto, a una escala probablemente más grande pues los visitantes permanecieron esta vez varios días y tuvieron numerosas relaciones sexuales con mujeres rapanui. La hipótesis es que la población se hundió y luego se reconstituyó en dos ocasiones al menos. Estas epidemias bastarían para explicar la desaparición de la civilización “pascuana”. Pero otros factores deben sin duda ser tenidos en cuenta: sobre la base de los testimonios de sucesivos visitantes, es probable que el contacto con los europeos, incluso muy breve, desestabilizó profundamente a los rapanui que vivían desde hacía tanto tiempo en un aislamiento completo. Los barcos y… los sombreros de los extranjeros les fascinaban muy en particular. Una crisis cultural se habría combinado a la crisis sanitaria. Hunt y Lipo casi no tienen dudas: “Con la llegada de los europeos, las razones para participar en la construcción y el desplazamiento de los moai habían sido minadas; la actividad había perdido su valor”.

Un saqueo deliberado y cruel

La segunda parte de la historia del colapso de Rapa Nui está bien establecida, pero no es suficientemente conocida por el gran público. El aislamiento de la isla favoreció en efecto los crímenes más horribles: redadas esclavistas, deportación forzosa de “trabajadores inmigrados” hacia Perú, anexión del territorio a Chile y transformación de la isla en rancho de ovejas. A la transmisión accidental de enfermedades sucedió así el saqueo deliberado y cruel del territorio y de sus habitantes. Las consecuencias fueron terribles, tanto en el plano social como en el plano ecológico. Los científicos consideran hoy que el pastoreo extensivo provocó la destrucción medioambiental más grave desde la primera colonización de la isla por los y las polinesias, hacia 1200. Expulsada de sus tierras por el explotador privado del rancho, la escasa población rapanui superviviente fue encerrada en un territorio exiguo alrededor del cual fue obligada a construir un muro de tres metros de altura. Solo podían salir de esta prisión para ponerse al servicio del “propietario”… y comprarle los productos de primera necesidad.

Los y las supervivientes se revelaron en varias ocasiones. El francés Dutrou-Borgnier, que se había proclamado “rey” y había iniciado la ganadería extensiva en el 80% del territorio (antes de la anexión chilena), fue muerto en una emboscada. Pero otros saqueadores le sucedieron. Solo en 1953 el gobierno chileno se negó a renovar el permiso de explotar el rancho. La isla y sus habitantes, hombres y mujeres, fueron entonces colocados bajo administración militar. En 1965, una insurreccion forzó a las autoridades chilenas a restituir su tierra a los y las rapanui. Éstos gozan desde entonces de una relativa autonomía. Un boom turístico ha llevado la prosperidad, creando nuevos problemas sociales… y amenazas ecológicas sin precedentes.

Colapso y valor de cambio

El antropólogo belga Alfred Métraux escribía ya en los años cincuenta: “La isla fue bautizada con la sangre de sus hijos (…) a mediados del siglo pasado (el XIX, nda) fue teatro de algunas de las peores atrocidades jamás cometidas por el hombre blanco en los mares del Sur”. Métraux era un especialista en la isla de Pascua, pero su palabra permaneció inaudible para el gran público. Fue suplantada por los prejuicios racistas de Thor Heyerdahl , y luego por el patrón de interpretación “ecolo-maltusiano” de Jared Diamond, que tuvo un impacto enorme. El libro de Hunt y Lipo hace más que restablecer la verdad histórica: rehabilita al pueblo rapanui, mártir del colonialismo.

“The Statues that Walked” es un libro que hay que leer, en particular por quienes se inquietan -con razón- por la amenaza de un colapso ecológico. Para ser capaz de impedirlo o solo de atenuarlo en una cierta medida (incluso en absoluto…) es esencial para el porvenir no equivocarse de análisis: no es la “naturaleza humana” quien ha creado la amenaza, sino la naturaleza del capitalismo. Es por consiguiente imperativo romper con este modo de producción, sinónimo de crecimiento ilimitado, y por tanto, de destrucción. Sin esta ruptura, la destrucción no puede sino proseguir y reproducirse. La razón fundamental por la cual la verdadera historia del pueblo rapanui nos da un ejemplo de resiliencia es que esta sociedad producía valores de uso para sus necesidades, no valores de cambio para el beneficio.

2/05/2018

https://www.gaucheanticapitaliste.org/la-rehabilitation-du-peuple-rapanui-martyr-du-colonialisme/

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

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