Original en català: La Primera República, l'Espanya federal que no va poder ser

“De la lobreguez de las más densas nubes,
De las ruinas feudales y de los esqueletos hacinados de los reyes,
De todos aquellos viejos escombros de Europa, de las mojigangas destrozadas,
De las catedrales ruinosas, de los palacios destruidos, de las tumbas de los sacerdotes,
He aquí que asoman las facciones lozanas y claras de la Libertad -asoma el mismo rostro inmortal
(Visión fugaz, cuando el rostro de tu Madre, América,
Destello significativo como el de una espada,
Lanza sus rayos hacia ti).
No creas que te olvidamos, madre nuestra;
¿Te has rezagado tanto tiempo? ¿Se cerrarán otra vez las nubes sobre ti?
¡Ah! Pero acabas de aparecerte a nosotros en persona -te conocemos,
Nos has dado una prueba segura, la visión fugaz de ti misma,
Tú esperas allá, como en todas partes, tu hora.”

Walt Whitman, “España, 1873-1874”

Así saludaba el gran poeta estadounidense el periodo que había comenzado con la proclamación de la Primera República el 11 de febrero de 1873, transformada luego en federal el 8 de junio y más tarde víctima del golpe de Estado del capitán general Pavía el 3 de enero de 1874 cuando se estaba procediendo a elegir a un nuevo Presidente en las Cortes. Nueve días después, se rendía el cantón de Cartagena tras la brutal represión que con el apoyo clave de la Armada británica se desató contra ese movimiento. Se cerraba así definitivamente el último capítulo de una revolución que, a pesar de la beligerancia constante de la reacción, aspiraba a construir una España republicana, laica, federal, municipalista y anti-oligárquica. Un proyecto que, pese al tiempo transcurrido, sigue siendo la pesadilla de las derechas españolas, como vino a recordárnoslo recientemente la presidenta de la Comunidad de Madrid, la trumpista Ayuso, animando a “no dormirse” ante el intento de instaurar una “República federal y laica”.

Con el golpe de Pavía y luego del ya definitivo de Martínez Campos llegaba el final de un proceso que se había iniciado en septiembre de 1868 y que, después de la renuncia del rey Amadeo de Saboya, abrió paso a una República Federal. Un periodo que marcó un punto de inflexión en nuestra historia común y que dio lugar a una “revolución popular federalista” (Miguel, 2007), en medio de una creciente confrontación no sólo contra la oligarquía dominante, sino también entre las diferentes corrientes republicanas.

En el marco de una crisis estructural del capitalismo español y de su creciente decadencia imperial, cuatro líneas de fractura se irían profundizando a lo largo de esos años y perdurarían bajo el nuevo régimen de la Restauración borbónica: la de monarquía frente a república; la de centralismo estatal frente a distintas variantes de federalismo; la del creciente antagonismo entre, por un lado, una burguesía que acabaría aliándose con la vieja oligarquía y, por otro, una pequeña burguesía y un movimiento obrero bajo el predominio anarquista: finalmente, la de colonialismo frente a independencia. Esta última es la que acabaría culminando en 1898 con la emancipación de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, apoyadas por la nueva gran potencia emergente estadounidense, con la consiguiente crisis que se abre en el proceso de construcción del Estado-nación español. A partir de entonces, como escribió Pierre Vilar, “porque la potencia exterior fue puesta en cuestión, la coincidencia Estado-nación fue puesta en entredicho. España se convirtió en problema” (1984: 35).

El Sexenio revolucionario

Recordemos que todo empezó con la caída de Isabel II en septiembre de 1868, el golpe del general Prim y la extensión de juntas revolucionarias y milicias e insurrecciones republicanas en diferentes ciudades, entre ellas Cádiz, Málaga y Barcelona. Un proceso que se da en el trasfondo de una crisis económica y social profunda y mientras prosiguen la guerra emprendida por el carlismo en el interior y estalla la insurrección independentista en Cuba, iniciada el mismo mes de septiembre de 1868, lo cual no haría más que estimular los motines populares contra las quintas, expresión del rechazo a la conscripción militar para una guerra colonial.

La conquista por primera vez del sufragio universal masculino, antes que Gran Bretaña, se producía paralelamente al crecimiento del Partido Republicano Democrático Federal (PRDF), pronto dividido entre benévolos e intransigentes; a la creación de la Federación Regional Española de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) y a la extensión de los clubes y distintas formas de asociacionismo que reflejaban el acelerado proceso de socialización política de las clases populares.

En diciembre de 1868 se celebraba el primer Congreso Obrero en Barcelona, demostración práctica del progresivo proceso de formación de un movimiento obrero en Catalunya, principal zona de industrialización entonces, que iría luego extendiéndose a escala estatal. Una dinámica ascendente que se da en creciente confrontación con el republicanismo demoliberal, representado principalmente por Castelar y Salmerón.

Frente a la aprobación parlamentaria de una Constitución monárquica y al gobierno presidido por Sagasta, el republicanismo federalista tuvo entonces en Valentí Almirall, discípulo de Francesc Pi i Margall, uno de sus principales promotores. Así, al Pacto de Tortosa (que reunía a los antiguos territorios de la Corona de Aragón) en mayo de 1869 le siguieron los de Córdoba (Andalucía, Extremadura y Murcia), Valladolid (Castilla la Vieja y Castilla la Nueva), A Coruña (Galicia y Asturias) y Eibar (País Vasco y Navarra) (Domènech, 2020: 79). Confluirían todos ellos en un pacto general en Madrid a finales de junio, en el que se creaba un “Consejo nacional” que, sin embargo, se precisaba que “no podrá nunca, por lo mismo, perturbar la vida de las federaciones ni menoscabar la autonomía de las juntas provinciales o locales. En las confederaciones, al revés de lo que sucede en la repúblicas unitarias, el poder se desenvuelve y se organiza de abajo arriba” (cit. Nieto, 2021: 11).

Este proceso se daba en una coyuntura internacional en la que Francia adquiría un papel central. La proclamación de la República en ese país en septiembre de 1870 y, luego, la irrupción de la Comuna de París el 18 de marzo de 1871 tuvieron un enorme impacto en la situación que se estaba viviendo en España. Buena prueba de ello fueron los debates parlamentarios que suscitaron (por ejemplo, entre Sagasta, por un lado, y Pi i Margall y Baldomer Lostau, por otro) y, sobre todo, la represión que se desencadenó contra la AIT y la crisis interna que se produjo en el PRDF hasta el punto de provocar una ruptura en su seno. También entonces, como ya estaba ocurriendo en Francia desde 1848, empezaría a difundirse aquí la bandera roja como símbolo de la irrupción de un movimiento obrero independiente de la burguesía progresista.

Por eso, pese a que finalmente Prim consiguió que Amadeo de Saboya fuera proclamado rey de España, el clima de inestabilidad política y social permanente le llevó a dimitir el 9 de febrero de 1873 (“el primer rey en huelga”, reconocerán Karl Marx y Friedrich Engels). Esto hizo ya inevitable la proclamación de la República dos días después, la cual inició su andadura aprobando de una ley de amnistía y reconstituyendo una milicia armada, los Voluntarios de la República.

¿Qué República, qué federalismo?

Con todo, la República no había llegado directamente de abajo y no respondía, por tanto, a las previsiones que el mismo Francesc Pi i Margall había hecho y defendido. Por eso mismo, muy pronto se generó un proceso de diferenciación creciente en el seno del republicanismo federal, con el líder e intelectual catalán a la búsqueda de un equilibrio cada vez más difícil de mantener entre ambos (Maurín, (1977 [1931]). Mientras tanto, las demandas de medidas como la eliminación del impuesto de consumo, el reparto de tierras, el fin de las guerras coloniales y la abolición de la esclavitud conseguían un creciente apoyo popular (Moisand, 2021: 220).

Se iniciaba así una nueva fase en la que se fue abriendo el debate en torno a las distintas ideas de república y de federalismo, no sólo en el parlamento sino también entre las capas pequeñoburguesas y populares. Así cabe entender cómo a partir de julio se desencadena en Alcoy, Cartagena Cádiz y otros lugares el que luego se denominaría “movimiento cantonalista”, En realidad, éste era la expresión de la desconfianza que se había ido extendiendo ante la lentitud y la resistencia que se oponía desde el Congreso (como reconoció el mismo Pi i Margall (Miguel, 2007: 380-381) a la deliberación y aprobación de un proyecto constitucional que diera respuesta a sus aspiraciones. Éstas fueron acusadas inmediatamente de “separatistas”, como hizo el dirigente de la derecha demoliberal, Castelar, empleando un lenguaje que nos sigue sonando todavía frecuente hoy pese a los 150 años transcurridos:

“Y tenedlo entendido de ahora para siempre; yo amo con exaltación a mi Patria y antes que a la libertad, antes que a la República, antes que a la Federación, antes que a la democracia, pertenezco a mi idolatrada España” (cit. Miguel, 2007: 453).

Un discurso que acompañó a la brutal represión del Ejército contra ese movimiento y al que respondió con contundencia el diputado Ramón de Cala acusando al gobierno y a la mayoría parlamentaria de “dilapidar el capital democrático adquirido por parte de las clases populares, así como del desenlace sangriento que tuvo la Revolución popular federalista” (Miguel, 2007: 456).

El mismo Pi i Margall, que había sido elegido Presidente de la República tras el golpe frustrado del 23 de abril, impotente ante la vía represiva que había comenzado ya bajo su mandato, había dimitido ya de su cargo el 18 de julio. Superado ese obstáculo, el camino hacia la Restauración de la monarquía borbónica quedaba definitivamente libre, como así ocurrió con los dos sucesivos golpes de Estado que precedieron a la proclamación de Alfonso XII.

En realidad, lo que temía el bloque de poder dominante, y también las grandes potencias europeas (como lo demostraron interviniendo militarmente contra el cantón de Cartagena), no era sólo el carácter federal que iba a tener la República, sino también el desbordamiento de ese proceso por un movimiento popular con fuerte contenido social. Porque, pese a la derrota que había sufrido la Comuna de París en 1871, su espíritu federalista y comunal había llegado también a muchos hombres y mujeres que participaron en los cantones, como ocurrió en el de Cartagena incluso a través algunos de sus protagonistas que habían participado en la epopeya parisina, como nos recordado, entre otras Jeanne Moisand (2021 y 2023).

Joaquim Maurín, rememorando aquel periodo pocos meses antes de la llegada de la II República, extraía una lección que creemos sigue vigente todavía: “La República, entonces como hoy, en un país como España, no puede asegurarse sin el triunfo de una revolución social de gran envergadura”. Lo mismo podríamos decir hoy de la aspiración a construir un proyecto que sea republicano, pero también (con)federal, plurinacional –y, por tanto, basado en el derecho a decidir de los distintos pueblos, incluida la independencia-, anti-oligárquico y dispuesto a seguir luchando por superar todas las formas de dominación, explotación, saqueo o destrucción. Ese proyecto se ha demostrado incompatible con el régimen borbónico actual y, por tanto, habrá que redoblar los esfuerzos por ir forjando una nueva alianza confederal, basada en el protagonismo popular y en la voluntad colectiva de compartir un horizonte común de ruptura constituyente.

Jaime Pastor es politólogo y editor de viento sur

Referencias

Domènech, Xavier (2020) Un haz de naciones. Barcelona: Península.

Maurín, Joaquín (1977 [1931]) “La República de 1873”, en J. Maurín, Los hombres de la dictadura, Barcelona, Anagrama, pp. 214-226.

Miguel González, Román (2007) La pasión revolucionaria. Culturas políticas republicanas y movilización popular en la España del siglo XIX. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

Moisand, Jeanne (2021) “Los ecos españoles de la Comuna. La República federal y social entre Francia y España alrededor de 1871”, en Miguel Urbán y Jaime Pastor (coord.), ¡Viva la Comuna!, Barcelona, Bellaterra, pp. 211-227.

(2023) Federación o muerte. Los mundos posibles del Cantón de Cartagena (1873). Madrid: Catarata (en prensa).

Nieto, Alejandro (2021) La Primera República. Granada: Comares.

Vilar, Pierre (1984) “Estado, nación y patria en España y Francia, 1870-1914”, Estudios de Historia Social, 28-29, pp. 7-41.

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