El otro foco de información reciente es el de la sanidad catalana. Llevamos meses en que se van destapando chanchullos millonarios en diversos hospitales, casi todos gestionados por consorcios semiprivados característicos del “modelo sanitario catalán” impulsado por CiU —y que el anterior gobierno tripartito fue incapaz de transformar—. Las formas de saqueo del dinero público son diversas: sobrecostes en las inversiones, monopolios en la prestación de servicios auxiliares, pagos por servicios inexistentes, sobresueldos a directivos... En muchos casos, los beneficiarios son grupos económicos claramente relacionados con CiU, pero las corruptelas también salpican a alguna persona próxima al PSC. En todo caso resulta evidente que en la pérdida de control que supone una gestión por conciertos económicos y profusión de subcontratas se crean fugas financieras. Con tamaño saqueo, no sorprende que la sanidad tenga problemas de financiación.

Podemos temblar con la que nos espera tras la anunciada gestión de las políticas públicas de empleo por parte de las ETTs. Los partidarios de este modelo de cooperación o son simples saqueadores, o dogmáticos ideólogos incapaces de ver la distancia que media entre sus ideas y la realidad. O simplemente confunden la eficiencia con el lucro privado.

Gobiernos de cipayos

En una nota anterior ya me dediqué a comentar lo vergonzoso del proyecto de Eurovegas. Esta semana la indignación ha subido un peldaño más con la visita de un delegado de Sheldon Anderson a Barcelona y Madrid: se manda a un delegado a negociar con contrapartes de segundo orden, que es lo que son esos políticos que —con la complicidad de parte de sus fuerzas vivas, siempre agradecidas por las subvenciones o los negocios que les facilitan— se pliegan ante un proyecto que por sí solo fuerza a una regresión de regulaciones y derechos. Un proyecto que se enmarca en el mismo modelo de especulación urbana, turismo y ladrillo, que ha llevado a la economía española a una situación de difícil salida. Que, en el caso catalán, se carga una de las áreas agrícolas más fértiles, una economía que produce bienestar y apropiada para desarrollar un nuevo modelo de alimentación sana y ecológica. Pero lo peor de todo ello no es la irracionalidad del proyecto, sino el espectáculo de unos gobernantes que aceptan alegremente cambiar leyes cuando se lo pide un individuo con suficiente dinero. O ni eso, porque si lo hemos entendido bien —ya se sabe que cuando la negociación no es pública nunca se sabe de qué se está hablando realmente— a lo que han venido los de Nevada es a pedirnos financiación. O sea, que acabaremos corriendo con todos los costes y riesgos por cuenta ajena. Lo más terrible es constatar que en lugar de unos representantes políticos de una democracia desarrollada lo que tenemos son meros delegados de república (o reino) bananera(o).

29/6/2012

http://www.mientrastanto.org/boletin-104/notas/cuaderno-de-depresion-11

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