Se cumplen estos días 50 años del golpe de Estado con el que los militares chilenos derribaron al gobierno de la Unidad Popular (UP) y acabaron con la vida de Salvador Allende. Un acontecimiento que marcó la memoria de quienes entonces se habían incorporado al activismo político o de otros, como es el caso de quien firma este artículo, que vivieron con intensidad el momento como simples adolescentes, pero que resultó poco después como un revulsivo para emprender los caminos de la militancia política.

Cincuenta años que nos ofrecen hoy un mundo irreconocible con respecto al que entonces existía. De aquella, la Guerra Fría estaba en su apogeo y la intervención imperialista se hacía sentir en cada proceso político que se atreviera a cuestionar la pertenencia, impuesta, a uno u otro bloque. La agresividad occidental era palpable: Irán, 1953; Guatemala, 1954; República Dominicana, 1965; Cuba, 1962 y Vietnam, sobre todo Vietnam que estaba sufriendo las consecuencias de una terrible intervención imperialista (francesa, japonesa y norteamericana)

En Europa Occidental hacía pocos años se habían producido importantes movilizaciones protagonizadas por la juventud estudiantil y obrera. Sus efectos fueron inmediatos y se propagaron a sectores de la clase obrera y emprendió el camino de la Huelga General, con Mayo del 68 en Francia como hito fundamental. El efecto contagioso llegó a todos los rincones del planeta (Francia, Alemania, Italia, Estados Unidos, México… ). Se creía estar a las puertas de una movilización revolucionaria de profundo calado que, por fin, pondría a cada fuerza política en su sitio y los sectores reformistas serían finalmente desbordados por una fuerte movilización popular. Pronto, acontecimientos como la contención del proceso revolucionario portugués o la imposición de una salida pactada a la moribunda dictadura franquista pusieron límite a las expectativas revolucionarias.

En América Latina se vivía un tiempo doloroso de derrotas. El foquismo había llevado a miles de jóvenes, con disposición de emular a la revolución cubana, a unas guerrillas que a pesar de su combate heroico fueron derrotadas, empezando por el propio Che Guevara en Bolivia, pero también en Guatemala, Venezuela, Perú o Colombia. En la primavera de ese mismo año, en Uruguay se asistió a un golpe de Estado que acabó con la llamada Suiza americana y se llevó por delante un importante movimiento revolucionario: la guerrilla urbana impulsada por el MLN Tupamaros y la resistencia anarcosindicalista de la ROE (Resistencia Obrero Estudiantil). El golpe del 11 de septiembre fue un auténtico mazazo porque liquidó un proceso en marcha en el que participaron millones de personas y que iba desbordando los cauces legalistas impuestos por la dirección de la Unidad Popular.

La mayor movilización social conocida en América Latina hasta ese momento (solo lo ocurrido en El Salvador en 1980 podría acercarse al mismo nivel) era seguida con avidez por todas las corrientes políticas de izquierda, tanto reformista como revolucionaria, y tenía su reflejo en las múltiples organizaciones obligadas a actuar en la clandestinidad por la dictadura franquista.

La respuesta al golpe de Pinochet entre la militancia antifranquista
La recepción de la noticia del golpe militar en Chile causó consternación en las filas del antifranquismo. A pesar de las limitaciones impuestas por la dictadura, hubo capacidad para transmitir una respuesta de condena, por limitada que pueda parecer. Prácticamente todas las organizaciones clandestinas y revolucionarias antifranquistas mostraron su condena ante las noticias transmitidas por unos medios de comunicación que carecían de libertad para poder hacerlo sin cortapisas. Pero las redes clandestinas se movilizaron desde el mismo 11 de septiembre para hacer público el rechazo. En los diversos despachos publicados por la Agencia Popular Informativa (API) se pueden seguir las primeras actividades de condena y solidaridad Ahí quedaron reseñadas las diversas movilizaciones como la manifestación del día 14 por las calles de Barcelona, disuelta antes de que llegara la policía, los primeros comunicados de condena de la Comisión Obrera Nacional de Catalunya (CONC), el PSUC, AC, PCE, PSAN, LC, OCE (Bandera Roja), PCE(i), MCE, OPI. También se vieron algunas cartas en prensa, recogida de firmas para enviar a Kurt Walheim, Secretario General de la ONU, funerales por Salvador Allende convertidos en manifestación al finalizar. Hubo otro intento de organizar un funeral en Barcelona, en la parroquia de S. José Oriol, el 25 de septiembre, pero no se pudo llevar a cabo al no abrir el párroco la iglesia. En cambio, sí que hubo funeral en Canarias, en la iglesia de El Pilar de S. Cruz de Tenerife, donde la policía tomó nota de la asistencia señalando que eran “todos ellos de clara postura anti-régimen”

En Madrid, el 12 de septiembre, se hizo público un comunicado firmado por 165 personalidades demócratas condenando los hechos. Aparecen en el listado escritores, cineastas, cantantes, políticos, o abogados. El día 15, el gobierno franquista se apresuró a reconocer a la Junta Militar, anunciando que no aplicaría el derecho de asilo a ninguna persona vinculada a partidos políticos de izquierda. No cabía la posibilidad de denunciar el golpe militar sin enfrentarse con la propia dictadura. Así, el 15 de septiembre se produjo el secuestro de la revista Esfuerzo Común, editada en Zaragoza, cuyo número se dedicaba a Chile. El 7 de octubre se prohibía en Madrid una mesa redonda para abordar el tema chileno, organizado por el Club de Amigos de la UNESCO de Madrid (CAUM). Aun así, no se pudo evitar la aparición de una esquela dedicada a las víctimas, a cuatro columnas, en las páginas de El Heraldo de Aragón, con fecha 19 de septiembre, a nombre de la Agrupación de Abogados Jóvenes de la ciudad “en recuerdo de su vida y su muerte”.

Todas las organizaciones antifranquistas y revolucionarias quedaron impactadas por un acontecimiento que las obligó a repensar sus actuaciones y estrategias. Así, para el PCE, en plena evolución hacia lo que poco después se denominaría eurocomunismo, lo ocurrido en Chile ponía a prueba su estrategia de Pacto por la Libertad que buscaba afanosamente alcanzar acuerdos con sectores de oposición burguesa e incluso con evolucionistas surgidos del propio régimen franquista. A la luz de los acontecimientos chilenos, en el camino de la transformación social, aquella opción mostraba que su recorrido sería muy limitado. En Italia, el PCI, que aparecía en Occidente como la opción más avanzada para llegar al Socialismo en libertad, optó por impulsar la línea del llamado compromiso histórico con la Democracia Cristiana, que se concretó en un callejón sin salida. Otras organizaciones como OCE (Bandera Roja) abrieron un proceso de reflexión que les llevó a tomar la senda de la vuelta a casa (los famosos Bandera blanca de Jordi Solé Tura, reintegrados al PSUC). Otros grupos maoístas comenzaron a ver el alcance de la política oficial china, recién iniciada la diplomacia del ping pong puesta en marcha por los USA. Los discursos antiimperialistas dieron paso a una línea de reconciliación “ante la creciente agresividad del socialimperialismo soviético”. De este modo, más allá de las condenas formales, la diplomacia china nunca apostó por impulsar la resistencia chilena con criterios internacionalistas.

La respuesta de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) y la Cuarta Internacional
La evolución de los acontecimientos era seguida con interés por parte de la Cuarta Internacional, siempre atenta a la posibilidad abrir espacios de movilización y propuestas de transformación del sistema capitalista no reversibles. Para ello, alcanzar el gobierno por parte la izquierda no es garantía de nada mientras no se base en una movilización popular potente y un partido organizado dispuesto a emprender esa tarea, con un programa radical y decidido a no ceder a las presiones que conducen hacia los pactos interclasistas. En este sentido, el gobierno de la UP de Salvador Allende ofrecía perspectivas limitadas: culminación de la Reforma Agraria iniciada durante el mandato de Frei, nacionalizaciones en algunos sectores económicos, pero sin cuestionar los fundamentos del sistema. Lo más importante, se cuestionaba desde la Cuarta Internacional, era el destino de un gobierno dispuesto a hacer transformaciones sin hacer frente a la contraofensiva que iba a darse desde el Estado capitalista, en especial, de las fuerzas armadas. Este asunto se consideraba esencial. Si la UP aspiraba a emprender reformas profundas, no podía obviar que sería necesario medir fuerzas con el Ejército, garante de un aparato de Estado hecho al servicio de la burguesía.

El desarrollo del gobierno de Salvador Allende fue cuestionado desde el inicio por parte de las fuerzas reaccionarias chilenas. Las amenazas de golpe por parte de la derecha, las movilizaciones de la burguesía y la patronal del transporte eran temas que generaban preocupación, del mismo modo que la aparición de los Cordones industriales fue vista como el inicio de un proceso de desbordamiento de los estrechos límites impuestos por la legalidad burguesa.

En una edición de Quatrième International (n. 2, nueva serie, abril 1972) se ofrecía un dossier referido a la evolución de los acontecimientos en Chile que incluía una resolución del entonces denominado Secretariado Unificado en enero de 1972. Se hablaba de un enfrentamiento inevitable y se llamaba a defender los logros movilizando a las masas y abordar el tema del Ejército. Consideraba la CI que faltaba en Chile un partido revolucionario capaz de dirigir el proceso en curso. Aunque sus propuestas se acercaban a las posiciones del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), estaba fresca todavía la división del mismo en 1969, que culminó con salida/expulsión de los sectores críticos con la orientación impuesta a la organización por la dirección que encabezaba el sector castrista-estudiantil dirigido por Miguel Enríquez.

La división del año 1969 no fue una escisión al uso, con graves acusaciones por ambas partes. Simplemente el sector castrista dirigido por Miguel Enríquez, que se había impuesto en el III Congreso de 1967, planteó la necesidad de proceder a una separación para evitar tensiones. Aunque todavía no existía una fractura ideológica profunda, se habían detectado diferencias en aspectos importantes: las acciones armadas, el modelo organización interna del partido, la cuestión electoral y la candidatura de Allende entre otros. El sector que marchó, al que se vincula con el trotskismo pese a que era más amplio, arrastró en torno a un 30% de la organización. En adelante utilizará el nombre de MIR Frente Revolucionario y se integrará en las estructuras de base de la UP, impulsando la candidatura de Salvador Allende. Más adelante se situarán en el ala combativa de la UP, partidaria de impulsar la organización por la base de estructuras de contrapoder y se convertiría en Partido Socialista Revolucionario (PSR). Ya instaurada la dictadura, se reconvertirá en Liga Comunista de Chile.

En Quatrième Internationale (n. 9-10 nueva serie de sept- octubre 1973) se defenderá la necesidad de hacer frente a la contrarrevolución, la potenciación del poder popular a través de los Cordones Industriales y Comandos Comunales y por la construcción de la Unidad Revolucionaria con el MIR, MAPU Garretón y sectores avanzados del PS.

El golpe de Estado llevará a la edición de un número especial de la revista de la LCR Comunismo (n. 6, septiembre 1973) con 34 páginas. En el mismo se hace un análisis del proceso chileno en curso. Así, se explica la situación del país antes de 1970 con el triunfo de la UP; el impacto de las nacionalizaciones en la economía y se analiza el proceso de radicalización de las masas y la actitud de la UP y la izquierda revolucionaria. La conclusión es clara: Chile se dirige hacia la guerra civil, dato que nos indica que la elaboración del escrito es previa al 11 de septiembre. En los anexos se aborda la cuestión del Ejército y la injerencia del imperialismo a través de multinacionales como la ITT.

Precisamente, focalizar en la injerencia de las multinacionales imperialistas llevará a la LCR a organizar unas acciones de comando para denunciar el golpe militar poco después del 11. Así, militantes de la LCR formaron comandos de unas treinta personas que tomaron por asalto las oficinas de la multinacional ITT en Barcelona y la sede de LAN Chile en Madrid, lanzando artefactos incendiarios que obligaron a la intervención de los bomberos y dejando banderas chilenas, según informaciones policiales.

Combate, periódico de la LCR, nº 18-19 (agosto, septiembre, octubre 1973) dedica su portada a la solidaridad con los trabajadores chilenos (y a los preparativos para el proceso 1001 en Madrid). Contiene una declaración del Buró Político de la LCR fechado el mismo día 11 de septiembre, en solidaridad con el pueblo chileno, contra la reacción y el imperialismo. En el mismo se lamenta la confianza de Allende en los militares leales como elemento que lleva a la derrota y se habla de la existencia de ciertos paralelismos entre lo ocurrido en Chile con los acontecimientos de 1936 en nuestro país.

En adelante, las diferentes ediciones de Combate simultanearán las informaciones sobre la evolución de los acontecimientos en Chile con las relacionadas con el auge de las movilizaciones y acontecimientos del final del franquismo: el atentado de Carrero Blanco, la fusión con ETA VI Asamblea, la ejecución de Puig Antich, la revolución de abril de 1974 en Portugal, la represión del verano de 1975… La preocupación de la LCR será promover una campaña de solidaridad militante con el proletariado y el pueblo chileno, tal como se recoge en el siguiente Combate (n. 20, octubre 1973). Las primeras informaciones referidas a un movimiento de solidaridad aparecen en Combate n.º 21 (diciembre 1973) al hablar de movilizaciones populares en París, con cuarenta mil asistentes a una manifestación convocada por organizaciones revolucionarias de toda Europa, entre ellas la propia LCR y otras secciones de la IV Internacional. En este número aparece un artículo dedicado a las enseñanzas que se deben sacar de la trágica experiencia chilena.

Para la LCR las tareas de solidaridad cubren un espectro amplio que va desde las acciones de denuncia como los comandos antes señalados o la distribución panfletos y otros materiales de condena, la distribución de informaciones sobre la evolución de los acontecimientos en el interior de Chile, la edición de materiales de análisis político que permitan debatir ideológicamente sobre las estrategias y las vías utilizadas para construir el partido revolucionario, todo ello dirigido a levantar un potente movimiento de solidaridad unitario.

Las primeras informaciones sobre la articulación del movimiento de solidaridad llegan desde el exterior a través de las páginas de Combate Suecia, un periódico editado por la sección sueca de la IV Internacional y un grupo de exiliados chilenos, uruguayos y argentinos. Ya en el n. 1 de 1974 se señala la existencia de debates y divergencias en el seno del movimiento de solidaridad en construcción por el hecho de que “los partidos comunistas se niegan a apoyar a otras fuerzas de resistencia que la UP. Los frentes únicos conducidos por los PC están basados en una solidaridad limitada, solidaridad con la UP, pero no con la lucha de resistencia organizada por el MIR o la izquierda revolucionaria en su conjunto. Una solidaridad con el dirigente comunista Corbalán, pero no con el dirigente trosquista Luis Vitale”.

El debate en el exilio, con la idea de evaluar los hechos ocurridos en Chile, pero también en Uruguay o Brasil son temas que se abordan en el editorial de Combate Suecia (n. 4, 1974). Entre las primeras acciones exitosas del movimiento de solidaridad se señala la aprobación de un boicot al desembarco de cobre chileno lanzado por los sindicatos de estibadores. Esa misma edición reproduce la declaración de la sección sueca de la IV Internacional, fechada el 16 de septiembre llamando a la solidaridad con los trabajadores y pueblo chileno así como la convocatoria de una manifestación para celebrar el primer aniversario del golpe en septiembre de 1974.

Esa línea de debate político sobre acontecimientos, declaraciones o actuaciones de partidos chilenos, tanto durante el periodo de la UP como en los meses posteriores al golpe militar es el objetivo de las enseñanzas abordadas en Combate, n.º 21, reproduciendo declaraciones de dirigentes comunistas como Luis Corbalán del PCCh o de Santiago Carrillo, del PCE, referidas al respeto a la institución militar o a la profesionalidad del Ejército. La idea es aprender de los hechos y contrastar las contradicciones de un PCE que antes del golpe hablaba de que “aquí haremos como en Chile” para después insistir hasta la saciedad de que “Chile y España son casos diferentes”.

Cuando se cumplió el primer aniversario del golpe militar, Combate publicó un suplemento dedicado a Chile (n. 26, septiembre 1974) de 41 páginas con interesante información con testimonios sobre la represión; la evolución de las condiciones de vida y, en el apartado político, una larga entrevista a Miguel Enríquez, máximo dirigente del MIR que permaneció en la clandestinidad, así como la documentación política del I Congreso de la Liga Comunista de Chile.

En la línea de ofrecer datos y materiales para el debate político y el análisis, la editorial Fontamara publicó un libro en 1975, Crítica de la UP 1970-1973 de Felipe Rodríguez, una de las múltiples víctimas de la dictadura. En el mismo se ofrece una amplia exposición de datos que abordan aspectos políticos, económicos, sociológicos, con la idea de cuestionar la vía propuesta por Allende basada en el respeto a la institucionalidad.

En todo caso, el objetivo de organizar un movimiento de solidaridad militante tropezó con las dificultades impuestas por un marco político carente de libertades básicas. Habrá que esperar a los primeros meses de 1977 para asistir a la creación en Barcelona de un Comité de Solidaridad con la Resistencia chilena, de clara inspiración mirista. Mientras ocurría eso, cada fuerza política emergente desarrollaba sus propias propuestas, en línea con la contraparte chilena a la que se asociaban. De este modo, el PCE y el PSUC impulsarán un trabajo solidario estrechamente vinculado al PCCh aunque, en poco tiempo, las relaciones políticas se fueron enfriando conforme se imponía la visión eurocomunista con la que los comunistas chilenos no se identificaban en absoluto. Ya en los años ochenta, éstos se sintieron ideológicamente más cercanos con la escisión, identificada como prosoviética, del PSUC V Congrés/ PCC. Por su parte, el mundo socialista, en plena reconstrucción desde 1976, buscó afirmar su espacio político vinculándose con el Partido Socialista chileno. En el XXVII congreso, celebrado en 1976, por primera vez en el interior desde el final de la guerra civil, los socialistas pasearon a Carlos Altamirano ante la prensa y los medios progresistas madrileños. En el espacio del maoísmo, el FRAP distribuyó las publicaciones de ANCHA (Agencia Noticiosa Chilena Antifascista) vinculada al PCR surgido en los años sesenta y que tuvo una presencia activa en la formación de los Cordones industriales durante el periodo de la UP. Al mismo tiempo, el MIR mantuvo una posición oscilante, buscando unas relaciones poliamorosas, tanto con la incipiente sociedad civil que surgirá con la Transición (IEPALA en Madrid, Agermanament en Barcelona) como con fuerzas políticas como el MC o la LCR. Las acusaciones policiales de colaboración con ETA complicaron su trabajo para levantar un movimiento solidario con la resistencia chilena.

En ese espacio de la izquierda revolucionaria hubo actividades propias. Así, en el mes de octubre de 1977 se realizó un significativo acto destinado a conmemorar los aniversarios de la muerte de Miguel Enríquez y Ernesto Che Guevara. Organizado por la LCR, MC y el MIR en el cine Royal de Madrid, contó con la asistencia de 3.000 personas. En el mismo se desbrozaron una serie de peticiones: publicación del listado de personas desaparecidas, reducción de la representación diplomática chilena para evitar la presencia de agentes encubiertos o facilitar la llegada de exiliados y exiliadas. También participaron otras organizaciones revolucionarias del Cono Sur como el PRT argentino y el MLN uruguayo, contando con una intervención de Roberto Guevara[1]

Poco después, la LCR hizo un llamamiento insistiendo en la necesidad de articular un movimiento militante de solidaridad con los pueblos de Chile, Uruguay y Argentina (11-2-1978) al tiempo que editaba un Boletín Latinoamericano destinado tanto al trabajo con la solidaridad como hacia el exilio. Estaban llegando las nuevas libertades democráticas y con ellas se abrían nuevos espacios para construir un movimiento solidario que en los años siguientes impulsaría movilizaciones de carácter masivo.

Tino Brugos es miembro de la redacción de viento sur y autor del trabajo “Una historia política de la solidaridad con el pueblo chileno en el Estado Español. 1973-1990… y más”, de próxima publicación en Chile 1973-2023. Contrarrevolución y resistencia, editado por Verso.

 

[1]      Crónicas del acto en los periódicos Combate (n. 82, 19-10-1979) de la LCR y Servir al Pueblo (n. 84, 2ª quincena de octubre 1977) del MC.

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