A todas luces se podría reconocer el pasado miércoles 7 que el pequeño grupo de señoras y señores que se concentraron en el centro de la Plaza Roja de Vallekas era la primera vez que decidían bajar de sus selectos barrios al sur. En frente, ocupando el resto de la plaza, más de mil activistas y militantes se venían organizando para evitar que la extrema derecha difundiera libremente su odio por nuestro barrio. Entre ambas partes un cordón policial protagonizado por la UIP (Unidad de Intervención Policial), una fiel representación del monopolio de la violencia con la que cuenta el Estado, gestionada directamente por la Delegación del Gobierno en Madrid en manos del PSOE. Agente decisivo en la situación de violencia que allí vivimos cuando Abascal decidió vamos a ir para allá y se encaró, junto con sus guardaespaldas y agentes de la UIP, contra el antifascismo vallecano.

De esta fotografía podemos extraer varias reflexiones que nos permitan analizar qué fuerzas se están moviendo en el suelo madrileño, que nos puedan resultar útiles para lo que está por venir más allá de las elecciones del 4 de mayo:

  1. La metáfora que nos ofrece la imagen de Vallekas este miércoles refleja la situación social en la que nos movemos. Más allá de los aspavientos de politólogos de plató, opinólogos y encuestas, la polarización social avanza no por la mayor o menor verborrea de los políticos, sino por un progresivo proceso de descomposición de un sistema social y económico que difumina los estratos intermedios. Una proletarización constante de una clase media que venía articulando la política de consenso que inaugura el Régimen del 78 y un sector de la pequeña burguesía que se lanza a los brazos de la extrema derecha en busca de la seguridad que niega un capitalismo en permanente crisis. Por un lado, la izquierda parlamentaria intenta seguir estirando un modelo que se mantiene en pie gracias a seguir cargando la crisis sobre las clases trabajadoras y una deuda pública rampante sostenida por la Unión Europea que ya reclama su contraparte de recortes; por otro lado, la profunda crisis del proyecto de la derecha española, en tensión entre un giro centrista y la extrema derecha neoliberal.
  2. Vallekas es solo una muestra de cómo la crisis social y económica recae una vez más sobre las clases populares. Ayuso representa así la expresión más acabada del neoliberalismo, una red de poderes económicos y sociales capaces de armar un entramado político e ideológico que ha sostenido el sálvese quien pueda en plena crisis pandémica. Un Estado del bienestar al que el mercado arrebata cada día un poco más de las tareas socialmente encomendadas. A pesar de ello, en el caso del Estado español la extrema derecha no cuenta con una fuerte presencia en los barrios populares. Por un lado, es evidente que la composición social sobre la que se sostiene Vox está sumamente alejada de la que principalmente compone los barrios populares; por otro lado son los paladines de un programa político para quienes somos meros cuerpos explotables. Lejos de tranquilizarnos esta realidad, la otra cara de la moneda tampoco es especialmente gratificante. El llamado escudo social puesto en marcha por el Gobierno de coalición está aún muy lejos de suponer al menos una tirita en la herida por la que desangran las vidas de millones de trabajadoras y trabajadores. En Vallekas y en el resto de los barrios y municipios del sur de la Comunidad de Madrid sigue habiendo desahucios y los precios del alquiler no dejan de parasitar nuestra cartera, el ingreso mínimo vital apenas tiene impacto alguno y la reforma laboral sigue siendo dando carta blanca para la explotación.
  3. Uno de los efectos más evidentes de este abandono lo protagoniza un elemento de toda convocatoria electoral, que no es otro que la abstención que convive en los barrios populares. Con ella viene la ya clásica campaña moralista en la que se enfunda la izquierda electoralista en plena campaña electoral en la Comunidad de Madrid. Los mismos que hoy agitan contra la abstención electoral son los mismos que horas antes del acto de Vox en Vallekas reclamaban a las vecinas y vecinos del barrio no movilizarse ante la llegada de la extrema derecha al barrio. Una posición tomada por el PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos que comparte de fondo la misma estrategia y visión utilitarista de la población: asustar ante la llegada de la ultraderecha, señalar a los barrios populares por la abstención y olvidarse de ellos la misma noche que se conocen los resultados electorales. La receta es la misma: la política es cosa de los políticos profesionales y su desarrollo debe ejercerse en las instituciones, no sabéis lo que hacéis, votadnos y callad. En el fondo, no hacen más que sacar a la luz una vez más la política protagonizada por el conjunto de la izquierda parlamentaria desde la Transición: ignorar el conflicto como parte consustancial de nuestras sociedades con el fin de domesticarlo y reorientarlo al juego parlamentario. El Gobierno de coalición nos da así más señales sobre elementos centrales para el futuro del conjunto de las clases trabajadoras, ¿no pretende asumir el necesario conflicto que exige derogar la reforma laboral?
  4. La abstención es pues una expresión del evidente abandono de millones a quienes la política ignora. Sin asumir esto no podemos entender uno de los retos centrales que debe afrontar cualquiera que esté dispuesto a desbancar a la derecha madrileña. Esto es, reconstruir un sujeto político de clase que sea capaz de articular la composición heterogénea que convive en las Vallekas de todo el Estado. Si la Transición española abrió el proceso de desclasamiento que se reproducía en todo Occidente, las sucesivas crisis en las que vivimos inmersos y los conflictos que la acompañan vienen abriendo un camino por el que identificar los contornos de una nueva clase trabajadora para el siglo XXI. Muchas de las mujeres, migrantes una parte importante de ellas, que mantienen limpias las casas y cuidan a los mayores de las señoras de Vox que vinieron a Vallekas viven en torno a la Plaza Roja. Pasar a la ofensiva requiere de ellas. Experiencias, luchas y organización que condensen alianzas estables en este proceso de reconstrucción permanente en el que se encuentran las clases.
  5. Lo sucedido esta semana en Vallekas debe animarnos a debatir públicamente uno de los axiomas que estos días se repiten en las tertulias televisivas como pilar de las democracias liberales: “Vox, como todos los partidos, tiene derecho a ir donde quiera a presentar su proyecto”. ¿Debemos pues aceptar y quedarnos mirando cuando una organización política que defiende abiertamente los intereses frontalmente opuestos de las vecinas y vecinos de Vallekas y que viene a insultar y atacar a la cara de las mujeres, personas migrantes, gitanas y lgtbi? Muchos y muchas creemos que no y así lo dejamos claro el pasado miércoles. En esa línea, desde el tejido militante de la izquierda vallecana y el movimiento vecinal del barrio decidimos conscientemente desoír a la izquierda reformista en su ánimo a que el vecindario se quedara en casa. Y buscamos cómo combinar la necesaria respuesta política a la provocación lanzada por la extrema derecha y la articulación de una movilización pacífica y popular que evidenciara uno de los componentes centrales de nuestro barrio: somos un barrio obrero orgulloso de su diversidad. Y es que la solidaridad no es un lema, ni un rasgo moral, sino poner el cuerpo y tomar partido con quienes, aún reconociéndonos diferentes, compartimos los mismos intereses inmediatos y futuros.
  6. Por tanto, pasar a la ofensiva no es una cuestión de voluntarismo, sino de reconocer en el momento actual aquellos campos de lucha a partir de los cuales poder articular conflictos que en el camino pueden ampliar nuestro radio de acción. Y es que una de las evidencias que nos dejó la movilización contra Vox, es la urgencia de ampliar a aquellos sectores que son hoy protagonistas en el conflicto contra el capital. En el caso de una gran urbe metropolitana como Madrid podemos señalar varios como: enfrentar al poder inmobiliario-financiero en la lucha por la vivienda, el campo que abre el empleo precario que sostiene la generación de riqueza en una de las comunidades más desiguales de Europa y una ofensiva clara contra la presencia policial en los barrios.

Víctor de la Fuente es militante de Anticapitalistas y vecino de Vallecas

 

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