El Juicio de Burgos significó, en el contexto de las seis claves para una interpretación global del mismo analizado ya en viento sur, la consolidación de la izquierda abertzale como movimiento político y social identificado con el nacionalismo independentista como ideario y con ETA como referencia política dirigente, ambos como fundamentos constituyentes, con el socialismo como horizonte y con la radicalidad en el enfrentamiento a la represión como forma de acción. Ese movimiento político y social venía forjándose desde un tiempo anterior y tuvo ya una notable eclosión en las movilizaciones convocadas por ETA, en octubre de 1967, como Batasun Eguna (Día de la Unidad) en defensa de la constitución de un Frente Nacional y, sobre todo, en las amplias movilizaciones populares en protesta por la primera muerte de un militante de la organización, Txabi Etxebarrieta, en enfrentamiento con la guardia civil en junio de 1968.

En cierto sentido en paralelo y en cierto sentido como parte del mismo, el Proceso de Burgos dinamizó corrientes de izquierda anticapitalista (aunque su expresión más organizada tardara un par de años en manifestarse con mucha fuerza dentro del movimiento obrero vasco) comprometidas con los derechos nacionales de Euskal Herria (aunque no con la independencia como perspectiva final única), enfrentadas también radicalmente a la represión y a la dictadura franquista, con el anticapitalismo, en este caso, como fundamento constituyente y sin esa referencia política dirigente de la lucha armada de ETA.

Las relaciones entre ambas dinámicas vivieron situaciones de tensión y situaciones de convivencia tanto bajo la dictadura franquista como después. En la organización de las masivas huelgas generales políticas que se produjeron en Euskal Herria entre 1973 y 1977, la izquierda anticapitalista fue, dentro del movimiento obrero, la corriente organizada fundamental. Pero la línea política y sindical (amnistía, autodeterminación, ruptura con el franquismo) de la izquierda anticapitalista vasca de CC OO1/, la más activa en el movimiento sindical organizado, necesita explicarse, también, por la referencia de la izquierda abertzale aunque esta careciera, entonces, de organización sindical propia.

En todo caso, desde 1970 en adelante la hegemonía política de la izquierda abertzale dentro de las referencias de las izquierdas vascas ha sido (con todas sus contradicciones) indudable. Y fue el movimiento generado en torno al Proceso de Burgos la que lo consolidó. Pero en aquel diciembre de 1970 las fuerzas organizadas en ETA fuera de las cárceles se encontraban en plena crisis existencial.

El momento de ETA en el Juicio y su estado fraccionado en el exterior

“Al CC de ETA” documento manuscrito y firmado en la prisión central de Burgos por los militantes juzgados y condenados durante el tiempo de espera de la comunicación de la sentencia (transcrito).

El documento tiene como punto de partida la descalificación de cinco dirigentes históricos de ETA y miembros elegidos de su dirección en la Vª Asamblea de la organización (1966-1967) que encabezaron la ruptura con la ETA reunida el verano de 1970 en su VIª Asamblea Nacional, acusándola de “españolismo” y negándole toda representatividad, mediante un “Manifiesto” escrito en euskera y una “Carta abierta a todos los militantes de ETA”, de su figura principal, Juanjo Etxabe, dirigente del frente militar de la organización2/.

Su descalificación fue muy fuerte y añadieron: “Por otra parte, y para que no queden dudas de ningún tipo, reconocemos que se ha celebrado la VIª Asamblea Nacional de ETA, de la que han salido los órganos de dirección que asumen con absoluta legalidad toda la representatividad de ETA”.

En la diana de toda esa descalificación de quienes negaban legitimidad a la VIª Asamblea estaba, además, el grupo del frente militar liderado por Juanjo Etxabe que el 1 de diciembre había secuestrado en Donostia al cónsul honorario de la República Federal de Alemania, Eugen Beihl, poniendo como condición a su liberación que se retiraran las amenazas de penas capitales de los juzgados y, finalmente, lo había liberado el día 25 como gesto de presión tres días antes de que se hiciesen públicas las sentencias. Eso no impidió la descalificación firmada por los juzgados.

El documento de los presos de Burgos polemiza muy duramente con sus posiciones que “plantean nuestra lucha como el enfrentamiento entre Euskadi por un lado y España y Francia por otro” y eso “es una monstruosidad teórica que sólo puede traer consigo en la práctica monstruosas consecuencias”.

Los otros dos temas centrales de esa polémica se refieren a la perspectiva de la “independencia nacional vasca” y a la estrategia de un “frente nacional” interclasista (hegemonizado por la clase obrera) para lograrlo. Ambos constituyen la espina dorsal del “nacionalismo revolucionario”, ideario afirmado en la Vª Asamblea de ETA, que en el documento de los presos de Burgos se actualiza y desarrolla.

“(…) la lucha por la ‘liberación nacional’ (debe definirse como) clases vascas explotadas en diferente grado y  oprimidas culturalmente contra oligarquía, o , dicho de otra forma, ‘pueblo vasco contra oligarquía’; planteada así la lucha su primer objetivo debe ser el de conseguir un Estado vasco independiente con el que se destruya completamente el poder económico, político y cultural de la oligarquía (no sólo, por tanto, independiente) y a partir del cual la clase obrera vasca vaya construyendo el socialismo en un segundo proceso”.

La clase obrera se halla –añaden- “oprimida nacionalmente como parte del pueblo vasco. Esto hace que su lucha por el socialismo tome, en una primera fase, la forma de lucha de liberación nacional; por ello, tiene que unirse a las demás clases populares vascas con el objetivo de destruir totalmente el poder político, económico y cultural de la oligarquía (…). Es decir, la clase obrera y la burguesía nacional vasca, unidas en un Frente Nacional de Liberación, realizan la Revolución Popular que coloque las bases para iniciar la construcción del socialismo”.

Pero el ideario de la VIª Asamblea de ETA3/, cuya legalidad quedaba reconocida y apoyada desde la prisión de Burgos, no estaba ya, en diciembre de 1970, en el “nacionalismo revolucionario”. De hecho nuestros fundamentos y perspectivas políticas estaban en plena crisis. Una crisis que había estallado, precisamente, en la celebración de aquella VIª Asamblea.

Toda la dirección de ETA, de la que los encausados eran parte mayoritaria, había sido detenida o se había exiliado en 1969. La reorganización la tomamos un grupo de militantes de segunda fila con escasa experiencia (de hecho ninguno habíamos participado, siquiera, en la Vª Asamblea). Inicialmente la orientación política no varió; bautizamos 1970 como el “Año del Frente Nacional” y pusimos en marcha una campaña de movilizaciones en su apoyo; todo ello se explicó en el documento conocido como “Carta a los makos”. Pero los debates preparatorios de aquella VIª Asamblea abrieron, casi inmediatamente después de la publicación de ese documento, una acelerada crisis del ideario del “nacionalismo revolucionario”, al tiempo que se ponía el foco en la definitiva reconversión de ETA en partido político anticapitalista centrado en la organización del movimiento obrero y otros movimientos sociales.

Pero nada de todo ello estaba definido ni tenía bases y propuestas claras. Sin tiempo para organizar un debate más templado4/, presentamos unas “Proposiciones generales” como puente para una transición hacia una nueva definición política y organizativa de ETA. Pese a su limitación, los conceptos citados en el mismo proyectan ya el abandono del ideario anterior: derecho a la autodeterminación como criterio democrático (aunque integra el derecho a la separación como Estado vasco), necesidad de organización (partido) común en el Estado para enfrentarse a éste y un largo etcétera…

Pero en la VIª Asamblea ni se discutió ni se aprobó política alguna. En el mundo de exiliados de ETA existía una confrontación brutal entre lo que representaba el frente militar liderado por Juanjo Etxabe y otro sector en el que había varios dirigentes históricos, entre ellos Jose Mª. Eskubi, reconocido como principal líder de la organización a partir de su Vª Asamblea. Este sector jugó un papel determinante en la expulsión de la organización de los exdirigentes contra los que arremetería, después, el citado documento de los presos de Burgos. Pero, al mismo tiempo, reventó el desarrollo de la VIª Asamblea (en la que participaba como delegación) con una furiosas diatribas contra la dirección de la organización, acusándonos -sin ni siquiera hacer caso alguno de los debates y de su evolución- de derechista dependencia de la estrategia de “Frente Nacional” y del activismo armado, proponiendo la disolución de ETA y, finalmente, abandonando la organización en aquella misma asamblea. Así, no se discutió ni aprobó resolución alguna. Quedamos en plena crisis política y organizativa. Y en esa situación se produjo el Proceso de Burgos.

Después de Burgos, una historia polarizada por la actividad armada

Tras la VIª Asamblea, nuestra organización (conocida durante un tiempo como ETA VIª) vivió un proceso –que ya hemos analizado en otros documentos- de alejamiento del nacionalismo y de la lucha armada, iniciando el camino que le llevaría a confluir con la LCR en 1973. Pero ya desde 1971 se fue reorganizando lo que terminaría constituyéndose como la ETA que existió hasta su autodisolución el 4 de mayo de 2018, la ETA que aglutinó y polarizó durante todos esos años el amplio movimiento sociopolítico de la izquierda abertzale sobre el reconocimiento de la lucha armada como referente principal de la confrontación con el Estado y sobre la afirmación del nacionalismo independentista como ideario político.

La vinculación entre las movilizaciones de diciembre de 1970 contra el franquismo y la actividad armada de ETA que se juzgaba en el Proceso de Burgos, había creado un escenario muy favorable para un nuevo crecimiento de la izquierda abertzale en esas claves en que se había manifestado la organización surgida en 1968 de la Vª Asamblea (de hecho, como contraposición a la ETA de la VIª Asamblea, se conoció durante un tiempo a esta como ETA Vª). Ese crecimiento fue exponencial en los años 70 y llevó aparejada, además, una política represiva brutal por parte del Estado (con los cinco fusilamientos del 27 de septiembre de 1975 como culmen de esa brutalidad) que en gran parte se presentaba, precisamente, como réplica a la actividad de ETA.   Así la actividad armada (con acciones de tanta importancia como la ejecución de Carrero Blanco) se convirtió en esos años (incluso en la década de confrontación entre ETA político-militar y ETA militar a partir de 1974-75) en una referencia política central en la lucha contra la dictadura, que convivía con la otra gran referencia política, las movilizaciones obreras5/.

Y así se llegó a las primeras elecciones generales del 15 de junio de 1977 que ponían punto final a la dictadura y daban paso a un régimen democrático (pese a la escasa calidad democrática del mismo). La actividad armada se multiplicó en ese periodo. Las muertes en atentados entre 1978 y 1988 fueron 513, frente a las 75 de la década anterior. Pero en aquel periodo esa actividad armada de ETA galvanizaba resistencias y procesos hacia la izquierda nacionalista y ETA aparecía, además, como un freno a la clausura con pedigrí democrático de la transición de la reforma del franquismo. Además, el Estado promovió la guerra sucia de grupos paramilitares contra la izquierda nacionalista lo que unido a la represión policial directa provocó que, en ese mismo periodo, los miembros muertos de ETA fueran 63 y de las cárceles vacías al terminar 1977 se llegara a 504 presas y presos en 1987.

Mientras que Euskadiko Ezkerra, la organización política creada en 1977 bajo la influencia de ETA político-militar iniciaba el largo camino que culminaría en 1993 en su fusión con el Partido Socialista,  el año 1978 se constituyó Herri Batasuna (HB) como coalición electoral representativa de la izquierda abertzale y con una clara referencia en ETA militar. Pese a su divergencia con la lucha armada de ETA, tanto EMK como LKI (convergencia ETA VIª y LCR), las dos organizaciones de izquierda revolucionaria surgidas de ETA a finales de los años 1960, sostuvieron electoralmente a HB, que en las elecciones europeas del 10 de junio de 1987 –y pese a que España es, en tales elecciones, circunscripción única- obtuvo un diputado y en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV) fue la candidatura más votada. Nueve días después de ese éxito de HB, el 19 de junio de 1987, una bomba de ETA en un popular centro comercial en Barcelona, causó la muerte de 21 personas e hirió a 45. En Cataluña HB había obtenido 39.692 votos. La solidaridad con la izquierda nacionalista en el resto de España, en particular la que reivindicaba amnistía para los presos y cese de las detenciones y las torturas, cayó en picado. Tanto el gobierno del Estado como el de la CAV y el conjunto de los partidos políticos firmaron pactos antiterroristas y la represión se recrudeció. Pero, además, nació y fue creciendo la movilización social contra ETA dentro del propio País Vasco.

La respuesta de ETA fue involutiva y arrastró a toda la izquierda nacionalista organizada a un proceso en el que la defensa de la organización armada se convirtió en el eje de casi toda su actividad y en el que se construyeron prácticas y discursos cercanos a la confrontación social (lo que se dio en llamar estrategia de “socialización del dolor”). El verano de 1997 ese proceso involutivo tocó fondo. El 10 de julio ETA secuestró a un concejal del Partido Popular, Miguel Angel Blanco, dando un plazo de dos días para que se tomaran medidas de liberación de presos. El secuestro originó importantes manifestaciones de rechazo y en la sociedad vasca se generó una enorme tensión. Dos días después ETA lo mató de un tiro. La reacción fue enorme e incluyó ataques contra sedes y personas de HB, al tiempo que se abría paso a la ilegalización de la izquierda abertzale.

Los años posteriores se dieron situaciones en las que parecía que podría haber un cierre del ciclo de la lucha armada y encauzarse democráticamente procesos de solución del conflicto nacional vasco. El    Pacto de Lizarra-Garazi en septiembre de 1998 fue el primero, pero en noviembre del siguiente año ETA reanudó la actividad armada. En mayo de 2005 el Congreso de los Diputados autorizó al Gobierno a abrir negociaciones para poner fin a la actividad armada, en marzo de 2006 ETA declaró una tregua indefinida y en octubre de ese año delegaciones del PSOE, PNV y Batasuna (la izquierda abertzale) reunidas en Loyola se levantaron de la mesa con un borrador de acuerdo político; pero cuando volvieron a reunirse la delegación de la izquierda abertzale –con toda evidencia bajo presión de ETA- planteó modificaciones que imposibilitaban el acuerdo (ver viento sur nº 97, mayo 2008). Y el 30 de diciembre ETA volvió al activismo armado.

La represión contra ETA y la izquierda abertzale fue inmediata y enorme. Quedaba demostrado que no había posibilidad alguna de que la lucha armada impusiese una negociación política al Estado; en ese nivel el Estado derrotaba a ETA. Pero, además, la cobertura social a la violencia de ETA perdía la fuerza que aún le quedaba, incluido –o sobre todo- en la propia Euskal Herria. Todo ello cerraba el espacio político a la izquierda nacionalista. La conjunción de esos factores determinó el final de ETA.

La reacción frente a la estrategia militarista de ETA que ahogaba cada vez más a la izquierda nacionalista vino de la propia Batasuna. En febrero de 2010 hizo público un documento en el que se defendían vías exclusivamente políticas y democráticas para solucionar el conflicto nacional vasco. Y ahí se inició el proceso que llevaría a la declaración de tregua definitiva en octubre de 2011 y, como ya se ha citado, a su autodisolución en mayo de 2018.

Petxo Idoiaga es miembro de la redacción de viento sur y era, en diciembre de 1970 miembro de la dirección de ETA VIª.

Notas

1/ Las dos principales corrientes anticapitalista de CC OO estaban polarizadas por dos ramas desgajadas de ETA: EMK en 1968 y LKI en el proceso posterior a su VIª Asamblea.

2/ ETA se organizaba en cuatro “frentes”: político, militar, obrero y cultural.

3/ Quien escribe este artículo fue antes y después de su celebración miembro de la dirección de aquella organización.

4/ Los criterios internos de ETA determinaban que al cesar una mayoría de su Comité Central –Biltzar Ttipia- debía convocarse con urgencia una nueva Asamblea.

5/ Dentro de unas anotaciones sobre los primeros 50 años de historia de ETA   analizamos en su día, de manera más concreta, el desarrollo de ETA con posterioridad a 1970, del que aquí sólo hacemos un resumen un tanto telegráfico.

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