Largo Caballero, primer ministro al que sustituyó Negrín por no ser suficientemente dócil con los rusos, les había espetado: «Os pedimos armas y nos enviáis policías», frase que podría explicar por sí sola por qué se perdió aquella guerra
Este año, la Fundación Andreu Nin celebrará los 75 años de la creación del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), que fue utilizado como chivo expiatorio y bestia negra por el comunismo oficial durante nuestra contienda incivil. Esta fundación, que lleva el nombre del que fue su secretario político, tiene entre sus objetivos «combatir la herencia y las consecuencias del totalitarismo en cualquier lugar del mundo y en todas sus manifestaciones» y adelantándose a los actos que se preparan para conmemorar la creación de aquel legendario partido nacido en pleno /"bienio negro/" republicano, aparece ahora /"Un ramo de rosas rojas y una foto. Variaciones sobre el proceso del POUM/" (Ed. Laertes), un libro que recoge las actas de ese proceso verdaderamente kafkiano, cuyo autor, P. Gutiérrez-Álvarez, activista cultural, reanimador de conciencias y memorias aletargadas, complementa su crónica con documentos y efigies de personajes clave en aquellos hechos, lo que permite hacerse una idea bastante completa de un rompecabezas siniestro, escenografía guerracivilista que tiene como telón de fondo el dilema entre guerra o revolución y la tortuosa división de las izquierdas en el bando republicano. Y como espectro omnipresente, la querencia hegemónica de un PC de obediencia debida a los dictados emanados de Moscú, suministrador de armas y asesores, condición que al parecer lo legitimaba como chantajista inmanente. Siendo ministro de Defensa el socialista Indalecio Prieto, dijo a la delegación extranjera llegada para interceder por los miembros del POUM que «el gobierno no podía permitirse el lujo de ofender al Partido Comunista mientras los rusos enviaran armas». Pero otro socialista, Largo Caballero, primer ministro al que sustituyó Negrín por no ser suficientemente dócil con los rusos, les había espetado a éstos: «Os pedimos armas y nos enviáis policías», frase paradigmática que, por sí sola, podría explicar mejor que tanta historiografía sesuda porqué se perdió aquella guerra. Fueron precisamente esos policías, unas veces disfrazados de asesores militares, otras de diplomáticos, los que perpetraron el montaje para acabar con el POUM, inventándose historias rocambolescas cuya toxicidad contagió a toda la prensa del PC, dentro y fuera de España. Los del POUM eran espías al servicio de Franco, Hitler y Mussolini, que pretendían sublevar a la población contra la República. Eran unos /"trosko-fascistas/" que además recibían consignas del disidente exiliado León Trotsky, etc...
La realidad era bien otra. Andreu Nin, su secretario general, estuvo en la revolución rusa donde desempeñó un alto cargo, fue amigo de Trotsky, el organizador del Ejército Rojo, militó en la oposición de izquierdas y fue expulsado del partido y de la URSS. Su pedigrí izquierdista se completa con luchas y prisiones en España, y es bastante similar al de sus otros compañeros de partido: Maurín, Andrade, Gorkín, Arquer… todos ellos con un pleno historial revolucionario sin fisuras; su prestigio intelectual lo avala haber sido el mejor traductor de los clásicos rusos al español y al catalán. Fue también consejero de Justicia en la Generalitat. Nin, junto con otros dirigentes poumistas, es detenido en 1937 en la sede catalana del POUM. Lo llevan a Madrid, luego a Alcalá de Henares, donde lo interrogan, lo torturan y lo hacen desaparecer. Pretendían arrancarle la confesión que ellos querían y no lograron nada. Se les fue de las manos. Se dice que fue despellejado, no sólo en sentido figurado, sino literalmente… El retrato del /"desaparecido/" y un ramo de rosas rojas fueron colocados por su viuda sobre una silla vacía de los encausados en ese proceso amañado con todo género de inventos y mixtificaciones, en el que faltaba el gran ausente, Andreu Nin. Proceso paralelo en el tiempo, en los modos y en las intenciones, a los Procesos de Moscú, que llevaron a la cárcel o al paredón a toda la vieja guardia revolucionaria, para dejar el paso expedito a la infamia de un burócrata demente. Y que inspiró al historiador Pierre Broué el clarificador pensamiento de que «el período estalinista constituyó en la historia del movimiento obrero un fenómeno mundial de alienación colectiva sin parangón».
Una alienación que logró el sórdido prodigio -simultáneamente tan manoseado por los nazis- de hacer que una falacia repetida hasta la náusea se convirtiera en verdad; y que esa verdad, internalizada en la inmensa mayoría de las conciencias militantes de los partidos comunistas, inoculara en sus mentes amnesias y mutaciones de avestruz. Espectro pegajoso y oscuro borrón interior aún no resueltos.
Y para mayor comprensión del fenómeno, imprescindible es la lectura (o, tal vez, la relectura) de /"Homenaje a Cataluña/", del antidogmático George Orwell, miliciano del POUM en el frente de Huesca y testigo de excepción en los sucesos de mayo del 37 en Barcelona; además de lúcido inventor del /"Gran Hermano/", ojo vigía y castrador en su novela /"1984/", así como de /"Rebelión en la Granja/" y otras fabulaciones verdaderas de utilidad incuestionable.

La Verdad (Murcia) 3/3/2010

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