A principios de la década de los setenta, la gran mayoría de los europeos pensaba que el renacimiento de las organizaciones fascistas se articularía en torno a los restos de las dictaduras mediterráneas (Portugal, Grecia y España). El tiempo ha demostrado lo contrario: salvo el caso particular de Grecia, tanto en Portugal como en España las opciones partidarias vinculadas al espectro de la ultraderecha han cosechado tradicionalmente los peores resultados electorales del continente. Al menos hasta las pasadas elecciones andaluzas, donde la ultraderecha representada por Vox alcanzó un sorprendente 10 por ciento de los votos y 12 diputados.

Pero no nos engañemos, el fracaso electoral de la ultraderecha española hasta ahora no significaba, ni mucho menos, que los valores propios de la extrema derecha no se encontraran en nuestro arco institucional. Más bien, esta especie de presencia ausente de la extrema derecha española ha enmascarado la permanencia de un franquismo sociológico neoconservador y xenófobo. Sin embargo, carecía de una expresión política y se encontraba diluida hasta ahora en el interior de un Partido Popular acogedor. Ahora, por primera vez, parece haber encontrado una expresión política propia en Vox.

La Transición incorporó no pocos elementos de la dictadura al sistema democrático, en un proceso sin solución de continuidad en lo que se refiere a una parte muy importante de la estructura del régimen franquista, que nunca fue depurado. Diversos autores señalan esta impunidad como una razón sustancial a la hora de explicar la incapacidad de articular un movimiento de extrema derecha verdaderamente fuerte en España. De hecho, en diferentes estudios comparados sobre el resurgimiento de la extrema derecha en el ámbito europeo se reconoce que la especificidad española está relacionada, entre otros motivos, con el tipo de partido mayoritario de derechas que se conformó en nuestro país.

En este sentido, no podemos olvidar que los orígenes del propio Partido Popular se encuentran en la Alianza Popular (AP) promovida por Manuel Fraga en septiembre de 1976. Se trataba de una formación surgida de un grupo de notables del franquismo y caracterizada no solo por la aplastante presencia de cargos públicos de la dictadura, sino sobre todo por tratar de dar base social y electoral a un movimiento de resistencia a la ruptura institucional con el régimen franquista. Pese a sus limitados resultados electorales en las dos primeras elecciones generales, esa táctica resistencialista posibilitó que en los comicios de 1982 Alianza Popular obtuviera votos procedentes tanto del partido de Suárez, Centro Democrático y Social (CDS), como de Fuerza Nueva (alrededor de dos tercios de los votos obtenidos por FN en las elecciones de 1979) y provocó una crisis en esta última formación que la llevaría a su autodisolución y la integración de la mayoría de sus cuadros militantes en AP.

La persistencia de un arraigado franquismo sociológico cuarenta años después del final de la dictadura demuestra los límites de la democracia de baja intensidad del régimen del 78, que todavía ni siquiera ha podido juzgar los crímenes del franquismo, lo cual denota que la impunidad es un elemento indispensable de la marca España. Esto explica, a su vez, muchos de los problemas que se han puesto sobre la mesa con la denominada crisis catalana o el intento de exhumar al dictador Franco del memorial del Valle de Cuelgamuros 1/.

La transformación de Alianza Popular en Partido Popular fue considerada por algunos analistas políticos como un giro hacia el centro, pero realmente sería más adecuado definirla a partir de la voluntad de construir un partido catch-all o atrapalotodo, que abarcara desde la ultraderecha hasta el llamado centro político. En esta nueva oferta, neoliberalismo y neoconservadurismo (a la americana) han convivido con un nacionalismo español que no puede ocultar su continuidad con el franquista y que tampoco le permite apostar por un laicismo que rompa sus lazos con el catolicismo predominante en un amplio sector de su electorado. Asimismo, la adhesión al discurso neocon del denominado choque de civilizaciones facilitó la introducción progresiva de un discurso xenófobo mediante la explotación del malestar de capas populares autóctonas ante las consecuencias de la crisis sistémica, que se proyectó frente a la población trabajadora inmigrante de religión musulmana en nombre de la defensa de los supuestos valores occidentales.

La derrota del PP en las elecciones de marzo de 2004, después de sus dos primeras legislaturas en el gobierno, tuvo dos lecturas muy distintas dentro del PP. Por un lado, los sectores moderados vieron la derrota del 14M como el resultado de una política muy agresiva y excesivamente escorada a la derecha. Por el otro, el sector más reaccionario del PP percibió la victoria de Zapatero como un golpe de Estado y puso en pie un “emergente conglomerado de medios de comunicación, movimientos sociales e instituciones privadas que acabaría por constituirse en lo que llamamos nueva derecha española, aquella que nunca virará al centro” (Carmona, García y Sánchez, 2012: 24).

Esta nueva derecha, con su rechazo al gobierno de Zapatero, tendrá en el Madrid de Esperanza Aguirre su epicentro y principal campo de pruebas. Desde la pérdida del gobierno y la retirada de Aznar de la primera línea política, Madrid y Esperanza Aguirre se convirtieron en el principal exponente de la derecha neocon hispana. La propia Aguirre fue señalada como la representante en España del Tea Party, algo que ella no solo nunca negó, sino que en cierta medida confirmó al responder: “El Tea Party lo que hace es patriotismo, menos impuestos y menos intervención del gobierno, y con estas ideas yo estoy bastante de acuerdo”. Desde el gobierno de la Comunidad de Madrid se subvencionó y alentó al entramado social y mediático que lideró el ciclo de movilización de un amplio y plural bloque social, político y cultural de derechas con miles de personas en la calle durante los gobiernos de Zapatero.

Un ciclo político de movilizaciones neocon que se saldó con la mayoría absoluta del primer gobierno de Rajoy y una derecha radical que empezó a tomar un camino propio y marcar rápidamente distancias con la dirección de Mariano Rajoy, negándose a moderarse a pesar de la consecución del gobierno. Un malestar fuera y en el propio seno del PP que no solo terminará con el distanciamiento de José María Aznar, sino también con la escisión de Vidal Cuadras y Santiago Abascal y la creación de Vox en 2013.

A pesar de su repentino éxito electoral y mediático, no se puede obviar que Vox no es un partido nuevo: cuenta con cinco años de existencia y un historial de fracasos electorales hasta su irrupción en el Parlamento andaluz. Si bien podemos afirmar que Vox es la declinación española de un fenómeno reaccionario y autoritario que se ha asentado globalmente, al mismo tiempo no es menos cierto que Vox tiene características peculiares que dependen de la historia y el contexto político españoles. A diferencia de la mayoría de sus homólogos europeos, Vox es una escisión de la derecha española y no un fenómeno nuevo que nace en sus márgenes como el Frente Nacional o la Liga Norte. Quizás la primera escisión por la derecha del PP que ha tenido éxito, a diferencia de otras como el PADE creado en 1997 y que apenas consiguió un puñado de concejales en Madrid.

En cierta medida, Vox representa ese franquismo sociológico que durante tantos años ha convivido en el seno del PP y que no tenía expresión política propia desde la disolución de Fuerza Nueva, y también a los sectores más neoconservadores agrupados hasta ahora en una especie de Tea Party a la española que ha pasado de hacer lobby al PP a encontrar un espacio político propio con Vox. Entre ellos encontraríamos el universo mediático y de agitación articulado en torno al Grupo Intereconomía y Libertad Digital, el think tank neocon Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), y webs y/o plataformas de agitación como Hazte Oír.

Las reminiscencias históricas de la ultraderecha española ligan a Vox con un confesionalismo que se acerca más a la extrema derecha del Este de Europa, como los polacos de Ley y Justicia, que al Frente Nacional de Le Pen. La cuestión de la unidad nacional y la lucha contra el separatismo, con Catalunya como tema central, recuerda muy bien al falangismo joseantoniano. Como eje central tenía la “unidad de destino en lo universal”, que más tarde quedó sentenciado en los Principios del Movimiento Nacional 2/ como: “La unidad de la patria es uno de los pilares de la nueva España, para lo cual el ejército la garantizará frente a cualquier agresión externa o interna”. De ahí parte el tema clave de la recentralización (fin de las autonomías, cierre del Senado, etc.), con la idea de España como un Estado uninacional y la negación de cualquier nacionalismo que no sea el español. Una idea fuerza que se entrelaza en su discurso con la lucha contra la corrupción, el clientelismo y el despilfarro que supone el Estado de las autonomías. Desde el punto de vista social, el discurso de Vox es claramente neoliberal, desmarcándose al menos en parte de otras ultraderechas que añaden, aunque sea sobre todo retórica, un discurso proteccionista (Trump) o estatista (Salvini) e incluso de cierto chovinismo del Estado de bienestar (Le Pen). De esta forma, podemos decir que Abascal es mucho más Bolsonaro que Le Pen.

En los últimos tiempos, Vox está demostrando ser un alumno aventajado del neoconservadurismo norteamericano que en su momento abanderaron en España tanto Aznar como Aguirre, no teniendo miedo a cargar contra los sentidos comunes conquistados por las fuerzas progresistas. Un buen ejemplo de ello es su cruzada contra el movimiento feminista en temas como el aborto, cuestionando la violencia machista y todo lo que catalogan bajo el concepto de ideología de género. Esto es un claro guiño a los sectores más ultras de la jerarquía católica, a Hazte Oír y/o al Foro Español de la Familia entre otros, popularizando un concepto –el de ideología de género– que en otros países, fundamentalmente Polonia, está sirviendo como activador y aglutinador político de la ultraderecha.

En ese mirar hacia las experiencias del otro lado del Atlántico, también ha adoptado elementos o eslóganes del trumpismo, como la consigna “Hacer España grande otra vez”. También en la lógica de buscar un leitmotiv político en la construcción de un muro fronterizo a Ceuta y Melilla, que intenta problematizar con las políticas migratorias del gobierno y el aumento de la llegada de migrantes en los últimos años. Prácticamente la totalidad de las organizaciones del heterogéneo ambiente político de la ultraderecha apuntan a las y los inmigrantes, preferentemente pobres y no occidentales, como chivo expiatorio de una supuesta degradación socioeconómica y cultural. Pero los muros de hoy ya no cumplen tanto una función de control fronterizo, sino que se han convertido, sobre todo, en un elemento fundamental de propaganda política. Levantar un muro o una valla es una medida rápida y de impacto sobre la opinión pública que configura una especie de populismo de las vallas. ¿Qué mejor manera de visualizar la seguridad ante las invasiones de migrantes que con una valla fronteriza?

De esta forma, la migración se aborda desde la perspectiva de la inseguridad ciudadana. Esto constituye uno de los elementos más comunes de estigmatización de la población migrante, de la pobreza y de las personas pobres en general, a través de una asimilación machacona entre delincuencia, inseguridad e inmigración. Se conecta con el imaginario que construyen las políticas de austeridad que, más allá de los recortes y privatizaciones que conllevan, son la “imposición para un 80 por ciento de la población europea de un férreo imaginario de la escasez”. Un no hay suficiente para todos generalizado que fomenta mecanismos de exclusión característicos de un chovinismo del bienestar (como, entre otros, lo definió Habermas) y que concentran la tensión latente entre el estatuto de ciudadanía y la identidad nacional. De esta forma, se consigue que el malestar social y la polarización política provocadas por las políticas de escasez se canalicen a través de su eslabón más débil: el migrante, el extranjero o simplemente el otro. De este modo se exime a las élites políticas y económicas, responsables reales del expolio. Porque si no hay para todos, entonces sobra gente, es decir no cabemos todos. Y así se difumina la delgada línea que conecta el imaginario de la austeridad con el de la exclusión, sobre el que se construye la potencialidad de la consigna primero los españoles.

Todas estas características nos llevan a decir que Vox se ubica a caballo entre el pasado y el presente, con posicionamientos que le homologan a la nueva extrema derecha europea mientras que preserva rasgos propios que lo vincularían con una cierta reactualización de la ultraderecha hispana del tardofranquismo y la transición. Quizás sea la consigna de la reconquista de España la que sintetiza mejor esa idea de pasado y presente. Por un lado conecta con los movimientos de la ultraderecha actual, con la lógica de choque de civilizaciones y el peligro de la migración. Y, por otro lado, con la idea nostálgica de la cruzada para recuperar España de manos de los rojos mediante el levantamiento militar del 18 de julio de 1936. Pero es fundamental no perder de vista que la propuesta política de Vox no pretende fundar un espacio político propio a caballo de la izquierda y la derecha, al estilo del Frente Nacional o la Liga, sino disputar la hegemonía de la derecha desde los postulados neocon de guerra cultural abierta con la izquierda, autoritaria sobre el eje de los valores conservadores y profundamente neoliberal en lo económico.

¿Por qué ahora la irrupción de Vox?

Cabría responder con los siguientes motivos:

1. La crisis de un PP, acorralado por la corrupción, como el único partido de la derecha española ha propiciado una inusual competencia electoral que ha favorecido la dispersión del voto entre varias opciones diluyendo la idea fuerza del voto útil. Idea que hasta el momento había servido de cortafuegos para la emergencia de otras opciones conservadoras.

2. Una competencia entre las derechas que ha propiciado una radicalización de las propuestas del PP y Ciudadanos en temas tan importantes como la migración o la cuestión del conflicto político catalán que ha contribuido a la normalización de Vox. Ambos partidos se han negado a catalogarlo como un partido de ultraderecha a lo largo de la campaña andaluza y han pactado con él para formar gobiernos autonómicos ante el asombro de sus familias políticas europeas. El PSOE, por su parte, ha recurrido a Vox para deslegitimar a sus rivales, PP y Ciudadanos. De este modo, la formación ultraderechista ha cobrado una inesperada centralidad durante la campaña electoral pasada.

3. La propia ola mundial de ascenso de los nuevos populismos xenófobos y punitivos ha otorgado más audiencia e interés mediático a temas nuevos en la agenda del debate político español, como la denuncia de las supuestas amenazas del islam en España. Vox, en su acto de relanzamiento en Vistalegre, incluso reivindicó la España de Lepanto, ya que “salvó a la civilización occidental frente a la barbarie”.

4. El marco atrapalotodo del conflicto territorial catalán. El hecho de ejercer la acusación popular del proceso secesionista en el Tribunal Supremo les ha otorgado una importante visibilidad, erigiéndose en una alternativa antiseparatista dura. Se trata de una carrera donde las distintas opciones de derechas compiten por convertirse en auténticas y genuinas defensoras de la unidad de España.

5. La controversia generada por la exhumación del cadáver de Franco del valle de Cuelgamuros ha generado una importante removilización de sectores franquistas que todavía perduran en España. Ello ha puesto en primer plano a la ley de la memoria histórica, ante la que Vox ha levantado claramente la bandera de oposición.

6. Las políticas austeritarias en el marco de una crisis sistémica que vivimos desde hace más de una década han generado una quiebra de la cohesión social, que se traduce en desempleo, inseguridad económica y descontento. Una situación especialmente grave en Andalucía, la comunidad con mayor población de España, que ha sufrido más que el resto la crisis: renta per cápita aún menor, más parados, mayor riesgo de exclusión, más pobreza energética y mayor desigualdad. Esta polarización de rentas, que ha vaciado los bolsillos de las clases populares y medias, produce a su vez polarización política, un fenómeno que impacta directamente sobre la estabilidad del sistema de partidos.

Vox en el contexto europeo

La derivada hispana de una ola reaccionaria global la encontramos en el auge electoral de Vox ya no como una escisión del PP, sino como un partido con una entidad propia y con unas alianzas internacionales particulares. Cuando hablamos de ultraderecha rápidamente pensamos en Le Pen y más recientemente en Salvini, pero pocas veces somos conscientes de que la extrema derecha tiene diferentes familias y alianzas que no siempre pasan por Salvini o Le Pen. De hecho, Vox no tiene en los dirigentes ultraderechistas franceses e italianos sus principales referentes o aliados; en su caso tenemos que mirar más al Brasil de Bolsonaro o a la Polonia de Kaczynski del Partido Ley y Justicia (PiS).

Si bien sus listas están trufadas de ultraderechistas confesos que han militado en diferentes grupúsculos de este espectro político antes de dar el paso a Vox; una buena muestra de ello es el que fue su cabeza de lista para las europeas, Jorge Buxadé, un abogado que fue candidato de dos ramas de la Falange en 1995 y 1996. Sus alianzas distan de encuadrarse en la principal familia de la ultraderecha europea, y responden más a una mezcolanza de reaccionarios, neocon y ultraliberales que casan poco con la retórica proteccionista y seudosocial de Le Pen o Salvini. No podemos perder de vista que Vox es, por encima de todo, un partido ultraconservador en lo moral y neoliberal en lo económico, y sobre estas dos premisas orienta sus alianzas internacionales, más allá de que alguna de sus almas ultraderechistas se sintiese mas cómoda con la familia política de Salvini y Le Pen.

Los resultados de Vox en las elecciones generales de abril de 2019 desataron una oleada de felicitaciones en las redes sociales de varios líderes de la extrema derecha europea enmarcados en el grupo parlamentario Europa de las Naciones y de las Libertades (ENL), como Le Pen, Salvini o el islamófobo holandés Geert Wilders. A pesar del evidente cortejo de estas fuerzas que pretenden conseguir unificar a los diferentes partidos de extrema derecha en un único grupo en la Eurocámara, Vox ha mostrado siempre más sintonía con la Alianza de Conservadores y Reformistas Europeos (ACRE) y su grupo parlamentario en la Eurocámara, los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR). De hecho, en plena campaña electoral de las europeas, el partido de Abascal rechazó la invitación de Salvini para acudir al gran mitin de la Liga en Milán, mientras que sí mantuvo diferentes reuniones y actos con el PiS, con el que le unen su base ultracatólica, sus cruzadas contra el feminismo y/o su tratamiento a las minorías sexuales.

Otro de los elementos que explican la incorporación de Vox al grupo ECR son los socios no europeos de la Alianza de Conservadores y Reformistas Europeos (ACRE), entre los que destacan por encima de todos el Likud en Israel y el Partido Republicano en EE UU, con los que el hombre fuerte de la política internacional de Vox, Rafael Bardají, tiene vínculos muy importantes a través de la fundación de Friends of Israel Initiative con sede en Florida, impulsada con Aznar y financiada por magnates como Sheldon Adelson, uno de los principales donantes de la campaña electoral de Donald Trump.

Neoliberales autoritarios. El programa económico de Vox

La ola reaccionaria global que estamos viviendo no es ni mucho menos homogénea. A pesar de que comparta afinidades, agendas o en algunos casos referentes intelectuales comunes, su genealogía histórica varía de forma considerable. Por tanto, podemos afirmar que estamos ante una constelación de partidos y movimientos diversos que expresan lo que el politólogo italiano Marco Revelli define como una “rebelión de los incluidos”, que se quedaron marginados ante la globalización neoliberal. A grandes rasgos, podemos diferenciar al menos tres corrientes principales en esta internacional reaccionaria: neoliberales autoritarios que irían desde Trump a Bolsonaro; social identitarios con Reagrupamiento Nacional de Le Pen como gran exponente, y neofascistas como Amanecer Dorado o Jobbik.

Los neoliberales autoritarios, en donde se encuadraría Vox, son una corriente “heredera del neoliberalismo anglosajón, y se basa en combinar una defensa a ultranza del libre mercado y el desarrollo del capitalismo sin frenos con valores morales reaccionarios. Es, así, la suma de dos vectores. En primer lugar, posiciones ultraneoliberales en lo económico: desregulación, imperio de la meritocracia, odio larvado al pobre, recortes fiscales, desmantelamiento del estado social, individualismo extremo. Por otra parte, posiciones reaccionarias en lo moral” (Ramas, 2019: 77).

La revuelta antifiscal es también uno de los símbolos genéticos de esta extrema derecha neoliberal autoritaria, que se levanta contra el papel del Estado usurero y corrupto que lastra las oportunidades de los emprendedores a favor de los intereses de su burocracia. Una reivindicación antifiscal que conecta con unas clases medias depauperadas por la crisis económica y las medidas de austeridad, como hemos podido comprobar en el surgimiento del Tea Party en EE UU, Bolsonaro en Brasil o el propio Vox en España. Una extrema derecha que abandona el culto al Estado “en beneficio de una visión del mundo neoliberal centrada en la crítica al Estado providencia, la rebelión fiscal, la desregulación económica y la valorización de las libertades individuales, opuestas a toda interferencia estatal” (Camus, 2002).

Basta un somero repaso del programa económico de Vox para comprobar cómo su programa es una amalgama de mantras neoliberales con un sesgo clarísimo de clase al servicio del 1 por ciento. A pesar de que mantienen lo que Thomas Frank llama un populismo de la pequeña empresa típico de los neocon norteamericanos, la España que levanta la persiana, y que se ensalce el papel de los pequeños empresarios en la generación de empleo y el dinamismo de la economía. Sus medidas económicas están más orientadas a beneficiar a grandes empresas y grandes fortunas sobre la base de una devaluación fiscal, la liberalización de sectores públicos y del sistema de pensiones, privatizaciones y ahondar en la reforma laboral.

Las soflamas patrioteras de Vox de un Estado fuerte, protector y proteccionista se quedan en una broma de mal gusto en cuanto se analiza su proyecto económico. Se trata de una aceleración neoliberal de las propuestas del PP y Ciudadanos, en donde se vislumbra un proyecto de país de millonarios a costa de millones de pobres, sometido al ejercicio del poder soberano de los mercados. Para maquillar sus propuestas económicas al servicio de multinacionales y multimillonarios, exacerban sus particulares guerras culturales buscando chivos expiatorios propicios en migrantes, feministas, independentistas, etc.

La ultraderecha en el Parlamento. Un nuevo enemigo

La irrupción de Vox desde 2018 ha pasado por encima de la constelación de grupos de la ultraderecha española como un tsunami. En muchos casos ha sido la puntilla definitiva para los pocos partidos que tenían alguna representación municipal (España 2000 y Plataforma Per Cataluña) y otros grupos de perfil más militante, como la constelación de Hogar Social e imitadores, que han entrado en una importante crisis de identidad y militancia. El caso de la muy movilizada ultraderecha valenciana es paradigmático, como bien explica Miquel Ramos:

“La sobreexposición de Vox en los medios después del mitin de Vistalegre de 2018 y su entrada con fuerza en el Parlamento andaluz meses después seduciría a los desorientados y oportunistas ultraderechistas valencianos cansados de las traiciones del PP y de los consecutivos proyectos fracasados y de marcado carácter personalista” 3/.

De esta forma, Vox se está configurando como el aglutinador de la extrema derecha española a la par que en cierta medida está desactivando, por el momento, la efervescencia movilizadora de la ultraderecha, que tuvo su epicentro en 2017. Se ha producido así un cambio de la calle por las urnas para un importante número de militantes de extrema derecha, como vimos en las listas electorales de Vox.

Esta situación, en la que nos enfrentamos a una ultraderecha con un barniz más respetable, que tiene una amplia representación, que sale cotidianamente en los medios de comunicación y sin apenas activismo callejero, nos plantea nuevos interrogantes para los que es necesario buscar nuevas respuestas. Necesitamos la movilización de un antifascismo que, lejos de procurar el sustento democrático de las políticas austeritarias, debe apuntar a exigir cuentas al neoliberalismo como responsable de la acelerada reconstrucción de una ola reaccionaria global.

A lo largo de estos años hemos comprobado cómo la condición previa para el actual ascenso electoral e institucional de la extrema derecha ha sido la extensión de las políticas neoliberales que han convertido a la escasez en el motor de los mecanismos de exclusión. Un auténtico secuestro de la democracia que tiene en la desigualdad su rostro más visible y en la fractura social el epicentro de la crisis económica y política, generando una desafección creciente sobre el modelo de gobernanza neoliberal de la UE, expresado en un creciente voto de protesta hacia opciones autoritarias.

La hegemonía de las derechas y el ocaso del proyecto social-liberal han establecido un campo de juego minado para los proyectos emancipadores. En él la extrema derecha ha conseguido que las posiciones identitarias, excluyentes y punitivas se hayan trasladado desde la marginalidad hasta el mismo centro de la arena política, condicionando hoy buena parte del debate público. Y es que la batalla de las identidades y las pertenencias muestra la disyuntiva realmente existente entre la lucha de clases o las luchas xenófobas, y parece que por el momento vamos perdiendo. La cuestión que se plantea es cómo reconstruimos un sujeto político, internacionalista, feminista y ecosocialista que actúe como una herramienta de federación del descontento y de la impugnación y de la ilusión de las y los de abajo.

Más allá de las causas múltiples y de las consecuencias y lecciones variadas, la foto que nos arroja el ciclo electoral de 2019, ahora pendiente de las elecciones generales del 10N, es una España que se parece hoy un poco más a Europa: bipartidismo quebrado, extremo centro neoliberal en recomposición, extrema derecha en ascenso, una izquierda impotente y parlamentos resultantes fragmentados. La tendencia viene de lejos en el tiempo y en el espacio. Hoy en España estamos un poco más cerca de ella, por lo que el reto es cómo revertir esta ola reaccionaria global y volver a decantar la iniciativa política hacia los intereses del campo popular.

Miguel Urbán es eurodiputado de Unidas Podemos y miembro del Consejo Asesor de viento sur

Notas

1/ El Valle de Cuelgamuros, conocido como Valle de los Caídos por su denominación franquista.

2/ La Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958) es una de las siete leyes fundamentales del régimen de Franco. Establecía, como su nombre indica, los principios en los cuales estaba basado el régimen, los ideales de patria, familia y religión.

3/ https://www.elsaltodiario.com/blaverisme/reconversion-extrema-derecha-valenciana

Referencias

Camus, Jean-Yves (2002) “Du fascisme au national-populisme. Métamorphoses de l"extrême droite en Europe”, Le Monde diplomatique, mayo.

Carmona, Pascual; García, Beatriz; Sánchez, Almudena, (2012) Spanish Neocon. La revuelta neoconservadora de la derecha española. Madrid: Traficantes de Sueños.

Ramas, Clara (2019) “Social identitarios y neoliberales autoritarios: dos corrientes en la nueva Internacional Reaccionaria”, en Adoración Guamán, Alfons Aragoneses y Sebastián Martín (dirs.), Neofascismo. La bestia neoliberal, Madrid, Siglo XXI.

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