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Homenaje a Blanqui

Grande y soberbia manifestación: cien mil, tal vez más, socialistas, republicanos y librepensadores parisinos siguieron las exequias de Auguste Blanqui, el viejo, en el Père-Lachaise. Tras una carroza oculta bajo las flores estaba la población obrera de París, en la calle, en las ventanas.

Tomaron la palabra para rendirle homenaje Eudes, uno de sus más fieles partidarios, y Louise Michel, recién regresada de la deportación.

Editorial del Figaro, periódico conservador

Los funerales de Blanqui han transcurrido sin incidentes señalables: se ha vuelto a ver el llamado ejército de la Revolución, muchos bobos conducidos por algunos energúmenos. Esto no demuestra, a decir verdad, que debiéramos estar completamente tranquilos, porque la composición del personal revolucionario ha sido siempre la misma, pero para todos los que han visto a esta turba de tontos rodar del bulevar de Italia al Père-Lachaise ha resultado evidente que la intransigencia no tiene nada que hacer en un gran país como Francia. ¡Puede sorprender, como ocurrió en 1871; permanecer, no! Dada la difusión de los capitales y de los valores, el interés general impide que un Estado violento como el de la Comuna pueda durar; sin duda, habrá que temer jornadas, tentativas que tal vez triunfen durante algún tiempo, para generar muchas ruinas y víctimas, pero hay que suponer que estas situaciones violentos no durarán. Las bandas que rodean el féretro de Blanqui no tienen más programa ni ideas que las que él mismo tenía; en esto son muy inferiores a los oportunistas: éstos tampoco tienen ideas, pero tienen para ellos una palabra mágica que lo cubre todo, lo excusa todo, lo salva todo: la República, y Francia todavía cree en esa palabra. – El gran poder de la charlatanería.

Francis Magnard

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Louise Michel tomando la palabra ante la tumba de Blanqui

Con la desaparición de El Encerrado se cierra toda una página de la historia de las luchas por la república democrática y social. Prisionero durante más de treinta años de su vida, inventor de la famosa fórmula "Ni Dios ni amo", este combatiente era admirable por su inflexibilidad, su rectitud y su pasión, su rechazo del juego político institucional, parlamentario. Su rechazo del determinismo histórico le llevó siempre a buscar los puntos de ruptura política, persuadido de que la conquista del poder político era la clave de la emancipación social. Pero su oposición irreconciliable al capitalismo es la historia de pequeños grupos conspirativos animados de un voluntarismo revolucionario a toda prueba, que carcterió las luchas de clases del último medio siglo XIX, y puso también en evidencia sus límites, porque no consideraban la naturaleza de las transformaciones económicas y sociales decisivas a poner en marcha. Sin embargo, con su impronta, este revolucionario de la primera mitad del siglo XIX marcó todas estas luchas. Se abrió una suscripción entre los obreros parisinos para erigir un monumento sobre su tumba.

La larga lucha por la amnistía

Estas exequias permitirron reunirse a todas y todos los que se habían beneficiado de la amnistía. Pero ésta fue el fruto de una larguísima batalla.

Desde setiembre de 1871, algunos diputados republicanos representantes de grandes ciudades habían hablado tímidamente de la posibilidad de una amnistía, más allá del perdón: el olvido. Eso era demasiado para la Asamblea versallesca. Cuando ésta se disolvió en diciembre de 1875, había rechazado todas las propuestas de amnistía, y tan sólo había transferido algunos deportados de la península de Ducos a la isla des Pins, acortado algunos plazos de prisión e incluso concedido seiscientas remisiones de las penas más ligeras. Seguían quedando miles de deportados en Nueva Caledonia.

Cuando se instaura la IIIª República en febrero de 1875, podía esperarse que la elección en febrero de 1876 de una Asamblea mayoritariamente republicana (295 republicanos de 533 escaños), y de un senado donde los monárquicos sólo tenían una pequeña mayoría (154 de 300 escaños), cambiaría de forma radical la situación. Más aún cuando la disolución impuesta por Mac Mahon en mayo de 1877 se traduce en una Asamblea de mayoría republicana aún más neta (314 escaños de 514).

Los republicanos a favor de medidas de gracia, no de la amnistía

Después de las elecciones un convoy de deportados estaba dispuesto a partir, ya que seguían produciéndose condenas. Victor Hugo pidió retrasar la salida hasta la decisión de las cámaras, una petición que en pocos días recogió 100.000 firmas. La cuestión de la amnistía se convirtió en central. Los establecimientos penitenciarios de Francia tenían recluidos en ese momento a mil seiscientos condenados de la Comuna, y el número de deportados se elevaba a unos cuatro mil cuatrocientos.

Se presentaron cinco propuestas de ley. Sólo la de Raspail reclamaba la amnistía plena y total. Las otras no recogían la amnistía para los crímenes calificados de derecho común por los consejos de guerra, lo que comprendía por ejemplo los artículos de periódicos. Por 372 votos contra 50 la Asamblea rechazó la amnistía plena y total, remitiéndose a la clemencia del Gobierno, a los indultos. Todas las propuestas fueron derrotadas. Algunos condenados en rebeldía, que se habían aventurado a volver a Francia con la esperanza de los primeros días, fueron detenidos y sus penas confirmadas.

Se creó una comisión de indultos. Siguiendo sus propuestas, Mac Mahon indultó a condenados a los que les quedaban cinco o seis semanas para cumplir la condena, y liberó a dos o tres muertos. En mayo de 1877, sólo habían vuelto de Nueva Caledonia entre doscientos cincuenta y trescientos deportados, cuyas penas sólo habían sido conmutadas.

La República continuó rechazando la amnistía total

El presidente Mac Mahon dimitió el 30 de enero de 1879 y fue sustituído por un burgués de cepa, Jules Grevy, primer presidente republicano. El senado también pasó a tener mayoría republicana. Gambetta declaró entonces: ¡vivimos en la república!

Se sucedieron las decisiones simbólicas: la Marsellesa pasó a ser el himno nacional, las cámaras volvieron a París, al Palacio Borbón y al de Luxemburgo, el 14 de julio se fija como la fiesta nacional... ¡pero nada sobre la amnistía!

Aún quedaban mil cien condenados en Nueva Caledonia y entre quinientos y seiscientos en rebeldía en el exilio; el resto había sido indultado tras una media de siete años de deportación o exilio.

La extrema izquierda no podía menos que reclamar la amnistía completa. Pero muchos diputados estaban decididos a mantener en la deportación a "esa escoria de las grandes ciudades que siempre está dispuesta al pillaje", a "esos insurgentes de profesión". Por 350 votos contra 99, se rechazó de nuevo la amnistía plena, y sólo fueron amnistiados los afortunados a quienes sólo les quedaban tres meses. El Senado votó la gracia-amnistía de los tres meses, contando con el ministerio para excluir a los "peligrosos o indignes". No ea más que una amnistía parcial.

Prosper-Olivier Lissagaray, 33 años, periodista

Los primeros convoyes de caledonios llegaron en septiembre del 79 a Port-Vendres, donde fueron recibidos con entusiasmo por los comités republicanos de la región. Louis Blanc, que se encontraba en una gira por el Sur, les abrió los bracitos con los que antiguamente les amenazaba. "¡Sed bienvenidos! exclamó; ¡Si hubiese habido sentimiento de justicia, no habríais partido!" Y cuando una logia masónica le ofrece una corona: "Dejadme compartir este homenaje con aquellos que han combatido más que yo, y han sufrido más" —"por mi culpa" hubiese podido añadir. Comités especiales esperaban a los amnistiados en París: Comité central, Comité socialista. Desde 1871 se había creado en París un comité de ayuda a las familias de los detenidos políticos, alimentado con suscripciones, donativos, aportaciones del consejo municipal. Los diputados de la Extrema Izquierda, para contentar a su clientela electoral, habían entrado en este Comité central que, en 1877, había recaudado 272.163 francos y socorrido a cerca de tres mil familias. Aparte de este Comité cuasi oficial, existía un Comité socialista completamente independiente de los diputados de la Extrema Izquierda; este Comité también recibía suscripciones y pudo prestar servicios a los caledonianos para los cuales el consejo municipal había dado cien mil francos.

Se les veía descender de los vagones, trastornados todavía por los cinco meses de travesía bajo disciplina penitenciaria, con la tez morena, cubiertos con extraños sombreros de amplias alas, vestidos con blusas, algunos envueltos en una manta, con el bidón o el morral en bandolera, vacilantes y lanzando miradas inquietas. Encantados cuando un grito les llamaba, se abrían los brazos de una mujer, de un niño, de un amigo, y se vertían dulces lágrimas; pero el pobre olvidado que busca y no ve venir a nadie, ni a la que no ha tenido el coraje de esperar, ni a los viejos que han muerto, abandona con paso pesado el muelle de la estación, va a donde puede, hasta que un camarada de convoy le llama, le lleva al Comité de ayuda donde toma una comida, recibe una monedita de oro y se pierde en este París que ya no le conoce, con la desesperanza de los eternos vencidos.

Testimonios sobre los presidios caledonianos

Poco a poco se fue conociendo la realidad de estos presidios, primero por los seis evadidos que hicieron llegar a Francia los primeros testimonios sobre los horrores caledonianos. Pero fue todavía más impresionante cuando fueron explicados por quienes volvían de allí, y esto no hizo sino aumentar la exasperación.

La deportación y el presidio afectó a 3.859 comuneros y comuneras, que partieron en 20 viajes.

El infierno tenía tres círculos.

En la península de Ducos, estrecha lengua de tierra sin agua ni vegetación, con algunas cabañas de paja, para las "deportaciones en recinto fortificado": 805 hombres y 6 mujeres.

En la isla de los Pinos, meseta desolada en el centro, donde nada había dispuesto para acoger a los "deportados simples": 2.795 hombres y 13 mujeres.

El presidio de la isla de Nou para 240 galeotes.
La inmensa mayoría de detenidos no tenía ningún recurso, poca ropa, nada de jabón, de tabaco, de aguardiente para cortar el agua salobre, vituallas incomibles.

A pesar de estas condiciones, los deportados trabajaban en grandes obras, como artesanos, algunos tuvieron concesiones en terrenos yermos; pero todo esto no bastaba. Sobrevinieron las muertes.

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Campo de deportados

El primero fue el maestro Verdure, miembro de la Comuna, a quien se le negó la apertura de una escuela con el pretexto de que sería un club disfrazado. Ochocientos deportados acompañaron su ataúd cubierto de flores. En 1875, Gustave Maroteau, condenado por dos artículos de periódico, murió con 25 años en el presidio de la isla Nou.

En el presidio de Nou, los deportados eran maltratados por los presos de derecho común y por los vigilantes; la menor falta sancionada con los grilletes, el aislamiento en celda y frecuentemente con el látigo.

Tras la evasión de Grousset, Jourde, Rochefort, Ballière, Pain y Granthille, el 20 de marzo de 1874, y su regreso a Europa gracias a una cuestación, las condiciones aún se endurecieron más.

La presión popular sigue aumentando: no se olvidaba a los deportados

La prensa, las reuniones públicas, crearon tal agitación y simpatía por los condenados de la Comuna que el 22 de enero de 1880, la Extrema Izquierda presenta una nueva demanda de amnistía total.

La amnistía que se había remitido a las calendas griegas, fue de nuevo rechazada por 316 votos contra 115.

El aniversario del 18 de Marzo fue celebrado en muchos barrios de París y en la provincia. El 23 de mayo de 1880, en el aniversario de la Semana sangrienta, una multitud de parisinos llevaron coronas al Père-Lachaise. El prefecto de policía Andrieux hizo cargar y detener a los manifestantes. Menos de un mes después, el 20 de junio, Belleville, en la circunscripción de Gambetta, a pesar de Gambetta, eligió como consejero municipal a Trinquet, el valeroso combatiente de la Comuna, durante su proceso y en el presidio.

Gambetta comprendió que si quería inaugurar con gran pompa el 14 de Julio como fiesta nacional, había que cerrar por fin esta herida. Así pues, se votó la amnistía plena y completa. La comisión senatorial rechazó el proyecto. Pero esta vez el Gobierno indultó a todos los condenados, el 10 de julio de 1880.

Los proscritos poco alejados pudieron mezclar su alegría con la de París, el 14 de Julio; pero hubo que esperar todavía cinco meses para la vuelta de los macilentos caledonianos, 541 hombres y 9 mujeres, entre ellas Louise Michel.

Al cabo de nueve años, los indultos, las leyes, la muerte, habían liberado a todas las víctimas de Versalles.

Recibimiento de Louise Michel

El regreso de los deportados fue la ocasión para aumentar la siempre activa solidaridad con los comuneros y comuneras. Recibida primero en Dieppe, a su vuelta a Francia, su llegada a la estación de Saint Lazare el 9 de noviembre fue triunfal. La esperaban Georges Clémenceau, Louis Blanc y Rochefort, y una multitud de varios miles de personas.

La maestra de Montmartre había estado en todos los frentes, y la rectitud de que dio prueba durante toda su detención hizo de ella una persona fundamental.

Aunque durante la semana sangrienta había escapado milagrosamente a la muerte, se entregó a los versalleses para poder liberar a su madre, que había sido detenida en su lugar. Juzgada en diciembre de 1871, hizo frente a sus acusadores con una defensa de la revolución que le valió ser condenada a deportación perpetua en recinto fortificado. Fue trasladada a Nueva Caledonia en 1873 al mismo tiempo que Rochefort y Nathalie Le Mel, y encarcelada en la península de Ducos. Cuando su pena fue conmutada por deportación simple, dio clases en Nouméa.

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En resumen, algunas fechas

■ 25 de diciembre de 1875 – Traslado de las cenizas de los generales Le Comte y Thomas al monumento funerario levantado a costa del Estado en el Père Lachaise, como consecuencia de la ley del 26 de marzo de 1871 aprobada por la Asamblea de Versalles.

■ 4 de abril de 1876 – Derogación de la ley sobre el estado de sitio… fin de una situación que duró cinco años.

■ Juilio de 1879 – El Gobierno, hasta entonces en Versalles, volvió a París.

■ 20 de marzo de 1880 – Decreto ordenando la disolución de la Compañía de Jesús , el cierre de 261 conventos y el exilio de los 5.600 jesuitas en tres meses.

■ 21 de diciembre de 1880 - Ley estableciendo la enseñanza pública secundaria de las chicas.

■ 6 de junio de 1881 – Ley estableciendo la gratuidad total de la enseñanza primaria en las escuelas públicas.

■ Finalmente los propietarios presentaron 10.000 demandas de indemnización por reparaciones, una parte significativa de ellas se debía a los caminos de zapa abiertos dentro de los inmuebles por el ejército versallés.

■ El turismo de ruinas adquirió un sorprendente auge. Se organizó para parisinos, pero también para extranjeros, en viajes organizados por la agencia Cook. Se editaron guías[3] 

Los deportados y la revuelta kanak de 1878[4]

Los deportados se encontraban en un país [Nueva  Caledonia] devastado por la colonización, que supuso la expropiación de tierras y de riquezas a la población kanaka.

Como reacción, una insurrección se extendió durante un año por la Gran Tierra, resultando muertos 220 colonos y cerca de 2.000 kanakos, y con grandes desplazamientos de población.

Sólo el centenar de condenados que trabajan en la Gran Tierra estaba en contacto con la población kanaka. Las relaciones entre kanakos y deportados estaban llenas de desconfianza, de ignorancia, a veces los condenados a trabajos forzados sólo veían en aquellas gentes su canibalismo y su papel en la caza de los evadidos.

Los deportados se informaron de la revuelta por los ecos de los combates, los periódicos de los deportados seguían los acontecimientos, debatían sobre su legitimidad. Algunos deportados pensaron que haíab que tranquilizar la colonia, frente a otros que reconocían la dignidad de los indígenas y su derecho a la insurrección.

Algunos pidieron armas para defenderse, pero sólo se formó una guardia nacional con 80 deportados, mandada por Amouroux: a la autoridad no le gustaban estas armas distribuídas a los insurgentes.

Louise Michel tomó, claramente, partido en apoyo a la revuelta kanaka, aislada en esta posición radical.

De vuelta a Francia, algunos como Amouroux dijeron que los kanakos tenían toda la razón al levantar el estandarte de la revuelta contra la dominación francesa, otros denunciaron la violencia de los robos de tierras kanakas.

A debate

Tribuna - Pierre Kropotkin, La comuna de París

El 18 de marzo de 1871, el pueblo de París se sublevó contra un poder detestado y despreciado por todos y declaró la ciudad de París independiente, libre, dueña de sí misma. Este derribo del poder central se hizo incluso sin la puesta en escena ordinaria de una revolución: ese día no hubo disparos de fusil, ni charcos de sangre vertida tras la barricadas. Los gobernantes se eclipsaron ante el pueblo armado, que se echó a la calle: la tropa evacuó la ciudad, los funcionarios se apresuraron a huir hacia Versalles llevándose todo lo que pudieron llevarse. El gobierno se evaporó, como una charca de agua pútrida con el soplo del viento de primavera, y el 19, París, sin haber vertido apenas una gota de la sangre de sus hijos, se encontró libre de la contaminación que apestaba la gran ciudad.

Y, sin embargo, la revolución que acababa de realizarse de este modo abría una nueva era en la serie de revoluciones, por las que los pueblos marchan de la esclavitud a la libertad. Bajo el nombre de Comuna de París, nació una idea nueva, llamada a convertirse en el punto de partida de las revoluciones futuras.

Como ocurre siempre con la grandes ideas, no fue el producto de la concepción de un filósofo, de un individuo: nació en el espíritu colectivo, salió del corazón de un pueblo entero; pero al principio fue vaga y muchos entre los mismos que la realizaron y que dieron la vida por ella, no la imaginaron entonces tal como la concebimos hoy en día; no se dieron cuenta de la revolución que inauguraban, de la fecundidad del nuevo principio que intentaban poner en práctica.

Fue sólo en su aplicación práctica, cuando se empezó a entrever su importancia futura; fue sólo en el trabajo del pensamiento que ocurrió más tarde, cuando este nuevo principio se precisó más y más, se determinó y apareció con toda su lucidez, toda su belleza, su justicia y la importancia de sus resultados.

Desde que el socialismo tomó nuevo impulso en los cinco o seis años que precedieron a la Comuna, una cuestión sobre todo preocupaba a los teóricos de la próxima revolución social. Era la cuestión de saber cuál sería el modo de agrupación política de las sociedades más favorable a esta gran revolución económica que el desarrollo actual de la industria impone a nuestra generación y que debe ser la abolición de la propiedad individual y la puesta en común de todo el capital acumulado por las generaciones precedentes.

La Asociación Internacional de Trabajadores dió esta respuesta. La agrupación, dijo, no debe limitarse a una sola nación: debe extenderse por encima de las fronteras artificiales. Inmediatamente esta gran idea penetró el corazón de los pueblos, se apoderó de los espíritus. Perseguida después por la liga de todas las reacciones, ha sobrevivido sin embargo y, cuando los obstáculos puestos a su desarrollo sean destruidos a la voz de los pueblos insurgentes, renacerá más fuerte que nunca.

Pero quedaba por saber cuáles iban a ser las partes integrantes de esta amplia Asociación.

Entonces dos grandes corrientes de ideas se enfrentaron para responder esta pregunta: el estado popular, de una parte, de la otra, la anarquía.

[..]

La Comuna de 1871 no podía ser más que un primer esbozo. Nacida al final de una guerra, rodeada por dos ejércitos dispuestos a darse la mano para aplastar al pueblo, no osó lanzarse completamente a la vía de la revolución económica, no se declaró francamente socialista, no procedió ni a la expropiación de los capitales ni a la organización del trabajo, ni siquiera al censo general de todos los recursos de la ciudad. Tampoco rompió con la tradición del estado, del gobierno representativo, y no intentó realizar en la Comuna esa organización de lo simple a lo complejo que inauguró proclamando la independencia y la libre federación de las Comunas. Pero es seguro que, si la Comuna de París hubiese vivido algunos meses más, habría sido empujada inevitablemente, por la fuerza de las cosas, hacia estas dos revoluciones. No olvidemos que la burguesía ha precisado de cuatro años de período revolucionario para llegar de la monarquía moderada a la repЬblica burguesa y no nos asombraremos de ver que el pueblo de París no haya franqueado de un solo salto el espacio que separa la comuna anarquista del gobierno de los granujas. Y sabremos también que la próxima revolución, en Francia y ciertamente también en España, será comunalista, retomará la obra de la Comuna de París allí donde la han detenido los asesinatos de los versalleses.

[…]

¿De dónde viene esa fuerza irresistible que atrae hacia el movimiento de 1871 las simpatías de todas las masas oprimidas? ¿Qué idea representa la Comuna de París? Y ¿por qué esa idea es tan atractiva para los proletarios de todos los paóses, de toda nacionalidad? La respuesta es fácil. La revolución de 1871 fue un movimiento eminentemente popular. Hecho por el pueblo mismo, nacido espontáneamente en el seno de las masas, es en la gran masa popular, donde encontró sus defensores, sus héroes, sus mártires y sobre todo ese carácter canalla que la burguesía no le perdonará jamás. Y, al mismo tiempo, la idea generatriz de esa revolución, vaga, es verdad; inconsciente, quizá, pero, no obstante, bien enunciada a través de todos sus actos, es la idea de la revolución social que intenta establecer al fin, después de tantos siglos de lucha, la verdadera libertad y la verdadera igualdad para todos. Fue la revolución de la canalla yendo a la conquista de sus derechos.

Se ha intentado, es cierto, se intenta aún, desnaturalizar el verdadero sentido de esta revolución y presentarla como una simple tentativa de reconquistar la independencia de París y de constituir un pequeño estado dentro de Francia.

Pero nada de esto es cierto. París no buscaba aislarse de Francia, como no buscaba conquistarla por las armas; no pretendía encerrarse entre sus muros, como un benedictino en su claustro; no se inspiró en un espíritu estrecho de sacristía.

Si reclamó su independencia, si quiso impedir la intrusión en sus asuntos de todo poder central, fue porque veía en esa independencia una medio para elaborar tranquilamente las bases de la organización futura y de realizar en su seno la revolución social, una revolución que habría transformado completamente el régimen de producción y de intercambio, basándolo en la justicia, que habría modificado completamente las relaciones humanas, basándolas en la igualdad, y que habría rehecho la moral de nuestra sociedad, basándola en los principios de la equidad y de la solidaridad.

La independencia comunal no era, pues, para el pueblo de París más que medio y la revolución social era el fin.

[…]

La indecisión reinaba en los espíritus y los mismos socialistas no se sentían capaces de lanzarse a la demolición de la propiedad privada al no tener ante ellos un objetivo bien determinado. Entonces uno se dejaba engaЦar por este razonamiento que los embaucadores repiten desde hace siglos: "Asegurémonos primero la victoria, después ya se verá lo que puede hacerse".

¡Asegurarse primero la victoria! ¡Como si hubiese manera de constituirse en comuna libre sin tocar la propiedad! ¡Como si hubiese manera de vencer a los enemigos, sin que la gran masa del pueblo esté interesada directamente en el triunfo de la revolución, viendo llegar el bienestar material, intelectual y moral para todos! ¡Se buscaba consolidar primero la Comuna dejando para más tarde la revolución social, mientras que la única manera de proceder era consolidar la Comuna por medio de la revolución social!

Ocurrió lo mismo con el principio gubernamental. Proclamando la Comuna libre, el pueblo de París proclamó un principio esencialmente anarquista; pero, como en esa época la idea anarquista habíaa penetrado poco en los espíritus, se detuvo a medio camino y, en el seno de la Comuna, todavía se pronunció por el viejo principio autoritario dándose un Consejo de la Comuna copiado de los consejos municipales. Si, efectivamente, admitimos que un gobierno central es absolutamente inútil para regir las relaciones de las comunas entre ellas, ¿por qué deberíamos admitir su necesidad para regir las relaciones tuas de los grupos que constituyen la Comuna? Y, si confiamos a la libre iniciativa de las comunas la tarea de entenderse entre ellas para las empresas que conciernen a varias ciudades al mismo tiempo, ¿por qué refusar esta misma iniciativa a los grupos de que se compone una comuna? Un gobierno en la Comuna no tiene más razón de ser que un gobierno por encima de la Comuna.

Nacida durante un período de transición, en que las ideas de socialismo y de autoridad sufrían una profunda modificación; nacida al final de una guerra, en un foco aislado, bajo los cañones de los prusianos, la Comuna de París debía sucumbir.

Pero, por su carácter eminentemente popular, comenzó una era nueva en la serie de las revoluciones y, por sus ideas, fue la precursora de la gran revolución social. Las masacres inauditas, cobardes y feroces con las que la burguesía celebró su caída, la venganza innoble que los verdugos han ejercido durante nueve años en sus prisioneros, estas orgías de caníbales han abierto un abismo entre la burguesía y el proletariado que jamás será rellenado. En la próxima revolución, el pueblo sabrá qué debe hacer; sabrá lo que le espera si no logra una victoria decisiva y actuará en consecuencia.

En efecto, ahora sabemos que el día en que Francia se llenará de comunas insurgentes, el pueblo no deberá volver a darse un gobierno y esperar de ese gobierno la iniciativa de medidas revolucionarias. Después de haber barrido los parásitos que lo roen, se apoderará de toda la riqueza social para ponerla en común, según los principios del comunismo anarquista. Y, cuando habrá abolido completamente la propiedad, el gobierno y el estado, se constituirá libremente según las necesidades que le serán dictadas por la vida misma. Rompiendo sus cadenas y derribando sus ídolos, la humanidad avanzará entonces hacia un futuro mejor, sin conocer ya ni amos ni esclavos, no guardando veneración más que por los nobles mártires que han pagado con su sangre y sus sufrimientos estos primeros intentos de emancipación que nos han iluminado en nuestra marcha hacia la conquista de la libertad.

Traducción: viento sur

[1]Ya lo había sido entre 1795 y 1804

[2]A la vez la toma de la Bastilla en 1789 y la Fiesta de la Federación en 1790

[3]Eric Fournier

[4]Stéphane Pannoux

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