Lo más destacado del día

El torno versallés se estrecha sobre Belleville

Los últimos combates se libraron en este barrio obrero popular, recién integrado a París, y que desde el comienzo fue uno de los centros neurálgicos de la Comuna.

El día amaneció bajo una penetrante niebla.

Por el norte, el avance versallés puso cerco a las colinas Chaumont que, aunque no pudieron reavituallarse de municiones, resistieron, acabando en combates de arma blanca en medio de la noche. Durante seis horas, el tambor, sombrío y velado, porque llovía a mares, tocó a carga, sin interrupción, y mezcló su siniestra llamada con las descargas de fusil. En algunos rincones se luchaba tan de cerca que los fusiles servían de estacas. Al alba había seiscientos cadáveres de federados.

Commune 27mai

La iglesia de la calle de Flandes, que había sido el lugar de reunión del Club de la Marsellesa en las semanas anteriores, desde la entrada de los versalleses en París se transformó en almacén de pólvora y de petróleo. Los federados se atrincheraron en ella y opusieron una gran resistencia[1] regando de proyectiles las calles adyacentes. Los exploradores consiguieron penetrar en el campanario por una pequeña puerta y masacraron a todos los guardias nacionales.

El cerco se hacía cada vez más cerrado tras la toma de las puertas de Montreuil y de Bagnolet, que permitía al ejército atacar al atardecer el cementerio del Père-Lachaise, que lograton tomar a pesar de la encarnizada resistencia de los doscientos federados que se encontraban allí, entre las tumbas, bajo la lluvia y por la noche. Los combatientes que no murieron en el combate fueron fusilados. También cayó la Alcaldía del distrito 20.

27 mai VF.odt

Sala de los fusilados

En el sur, desde la mañana los versalleses habían tomado la plaza del Trono[2], y desde ahí atacaron la plaza Voltaire y la Alcaldía del distrito 11; las barricadas caían una detrás de otra. El avance en el barrio del Temple se topó con una furiosa resistencia.

Al final de esta jornada de combates, los últimos defensores estaban concentrados en un pequeño perímetro del distrito 20.

Prosper Olivier Lissagaray, 33 años, periodista

Aprovechándose de la lluvia, las tropas descendieron por la calle del Chemin Vert, sobre la trasera de la barricada situada en la intersección de los bulevares Voltaire y Richard Lenoir. El corresponsal de un periódico inglés relató dos episodios relacionados con la toma de esta barricada:

"Ví fusilar a unos sesenta hombres, en la misma plaza y al mismo tiempo que a mujeres. Un pequeño y conmovedor incidente sorprendió mi mirada y me abatió por completo. Mientras París ardía en mitad de la noche, mientras cañones y mosquetones chisporroteban, una pobre mujer forcejeaba en una carreta y sollozaba amargamente. Le ofrecí un vaso de vino y un trozo de pan. Lo rechazó diciendo: 'Para el poco tiempo que he de vivir, no merece la pena'.

Se alzó un gran rumor en nuestro lado de la barricada y ví a la pobre mujer agarrada por cuatro soldados, que la despojaban rápidamente de sus ropas. Oí la voz imperiosa del oficial comandante que interrogaba a la mujer, diciendo 'Has matado a dos de mis hombres'.

La mujer se puso a reír irónicamente y respondió en tono áspero: 'Que Dios me castigue por no haber matado más. Tenía dos hijos en Issy, los dos están muertos, y otros dos en Neuilly, que han sufrido la misma suerte. Mi marido ha muerto en esta barricada, y ahora haced de mí lo que queráis'. No oí más, me alejé con disimulo, pero no lo bastante rápido para no oír al comandante: ¡Fuego!, y supe que todo había acabado".

La resistencia en Belleville

Durante toda la noche los barrios de Belleville y de Ménilmontant fueron bombardeados. En cada calle había centinelas controlando los desplazamientos. Para circular había que justificar una misión, cada jefe de puesto o de barricada se otorga el derecho a permitir o rechazar el paso. Las casas estaban llenas, los grupos dispersos de restos de batallones acampaban delante de la alcaldía, sobre pacas de paja y hierba. Frente a los obuses que caían, siempre la misma determinación de los combatientes, el mismo grito: ¡Viva la Comuna!

Victorine Brocher, 31 años, cosedora de botines, sanitaria

Habiendo descansado un poco, abandonamos el presbiterio a una hora bastante temprana. Nuestro pequeño grupo se volvió a formar y marchamos hacia adelante; a nuestro alrededor se oía un ruido continuo de descargas, un estruendo espantoso. Seguían bombardeando. Hay más barricadas que la víspera, los federados del barrio se organizan para su defensa; hubo confusión en las barricadas, los federados son cada vez menos numerosos; la jornada está siendo muy agitada; en la plaza de la alcaldía hay una gran animación, muchos muertos están colocados en el patio del edificio, mujeres, madres, niños vienen a hurgar en el montón de cadáveres, buscando descubrir a uno de los suyos. Hay mujeres sollozando, niños que llaman a su padre, es difícil reconocer a los suyos.

Por la tarde habíamos decidido quedarnos en una barricada en lo alto de la calle de Belleville, dos de los nuestros estuvieron a punto de caer víctimas de los versalleses cuando por error saltaron a una barricada vecina a la nuestra y se dieron cuenta de que había soldados; justo les dio tiempo para volver a saltar y venir cerca de nosotros, por suerte estaba sombrío.

Abandonamos nuestra barricada y remontamos la calle, dirigiéndonos hacia la calle Haxo. De paso, encontramos a una decena de los nuestros que no habíamos vuelto a ver desde Passy, estábamos contentos de volvernos a encontrar, es hermoso volver a ver nuestra bandera, sólo que parecían dudar de nosotros, porque no nos habían vuelto a ver, les explicamos lo que había ocurrido, nuestros tormentos y nuestras luchas, aunque separados, cada uno de nosotros había cumplido con su deber.

Al final de la mañana, se reunió una decena de miembros de la Comuna, uno de ellos estaba acostado, herido en el muslo. La propuesta de solicitar un paso a los prusianos fue descartada por votación. Llegó Ranvier que buscaba hombres, "¡id a pelear en lugar de duscutir!". Se decidió dirigirse a las barricadas y actuar en función de la iniciativa personal.

Los heridos afluían a la alcaldía donde no había médicos, ni medicamentos, ni colchones, ni mantas; los desafortunados agonizan sin ningún auxilio.

A las cinco, Ferré llevó a la calle Haxo a los soldados que estaban encerrados desde el miércoles en la pequeña Roquette. La multitud les miraba sin amenazas: el pueblo no tenía odio para el soldado, pueblo como él; fueron acuartelados en la iglesia de Belleville.

Gustave Le Français 45 años, maestro contable

Sentirse al abrigo de la venganza de los vencedores es motivo muy natural de alegría, cuando no se deja tras de sí a ninguno de sus compañeros disputando palmo a palmo el terreno al enemigo. Por desgracia, ése no es mi caso. A 500 metros de mí el combate sigue y no puedo saber nada de la suerte de los amigos que he dejado. Me parece haber desertado de mi puesto y traicionado mi mandato.

El ruido de las descargas y de la artillería que retumba con furor se me sube al cerebro y lleva al paroxismo la fiebre que me acucia desde hace más de ocho días.

Deliro de forma abominable toda la noche. A mis valientes amigos les cuesta mantenerme en el lecho, porque sigo con la idea fija de volver con los que todavía luchan.

Por suerte, el bloque del edificio que ocupan está lo bastante retirado para que mis gritos y los terribles accesos de tos que me ahogan no pueden revelar mi presencia al vecino y denunciar el desvelo de los Lavaud.

Durante la jornada, gran número de personas se habían refugiado en la puerta de Romainville, muchas mujeres y niños, echados de sus casas por los obuses, que querían llegar al campo. La llegada de francmasones con una bandera blanca hizo bajar el puente levadizo, un empujón y centenares se precipitan fuera, al pueblo de Lilas. Los prusianos, acompañados por gendarmes franceses, registran todas las casas y arrestaron a todos los que llevaban uniforme de guardias nacionales.

Testimonio - Louise Michel, 41 años, maestra

Sueño sobre la fosa común (Victor Hugo.)

En las tardes de caza, después del trozo caliente de carne del cuerpo palpitante de la bestia desollada, en la perrera, los criados de las jaurías echan a los perros pan mojado en sangre; así ofrecieron los burgueses de Versalles la carnaza a los degolladores.

Primero fue la matanza en masa, que tuvo lugar barrio por barrio a la entrada del ejército regular, después la caza del federado, por las casas, los dispensarios, por todas partes.

En las catacumbas [de París] cazaron con perros y antorchas, lo mismo ocurrió en las canteras de América [al noreste de París], pero el miedo se interpuso.

Soldados de Versalles perdidos en las catacumbas habían creído perecer.

La verdad es que para salir de allí fueron guiados por el prisionero que acababan de detener, y que a la vuelta no quisieron entregarlo para ser fusilado, le dejaron con vida, y lo mantuvieron en secreto: sus amos les habrían castigado a ellos mismos con la muerte. Difundieron espantosos relatos sobre las catacumbas.

Cuando se corrió el rumor de que federados armados se escondían en las canteras de América, la caza perdió el ardor por esas cazas y se pareció más a las cacerías del zorro en Inglaterra. La bestia a veces mira pasar a los perros y los cazadores, otras veces se deja ver, parece tener pereza en lanzarse hacia adelante, para poder sentir el aliento cálido de los perros; el hastío vencía así a los hombres perseguidos.

Algunos murieron de hambre en paz, soñando con la libertad.

Los oficiales de Versalles, dueños absolutos de la vida de los prisioneros, disponían de ella a su antojo.

Las ametralladoras se empleaban menos que los primeros días; cuando el número de los que se quería matar era mayor que diez se cerraban los fuertes, donde había ahora cómodos mataderos, casamatas; una vez amontonados los cadáveres, al bosque de Boulogne, lo que al mismo tiempo procuraba la ocasión para un paseo.

Pero al estar todo lleno de muertos, el olor de esta inmensa sepultura atraía sobre la ciudad muerta el horrible enjambre de moscas de los osarios; temiendo la peste, los vencedores suspendieron las ejecuciones.

La muerte no perdió nada con ello: los prisioneros amontonados en la Orangerie, en los sótanos, en Versalles, en Satory, sin ropa blanca para los heridos, peor alimentados que animales, fueron pronto diezmados por la fiebre y el agotamiento.

Algunos se volvían súbitamente locos, al percibir a sus mujeres o sus hijos a través de las rejas.

Por su parte, niños, mujeres, viejos, buscaban en las fosas comunes, intentando reconocer a los suyos en las carretadas de cadáveres que se descargaban sin cesar.

Perros flacos con la cabeza agachada daban vueltas aullando; algunos sablazos bastaban para acabar con las pobres bestias, y si el dolor de las mujeres o de los viejos era demasiado ruidoso, se les arrestaba.

En los primeros tiempos hubo no sé qué promesa de 500 francos de recompensa por indicar el escondite de un miembro de la Comuna o del Comité central, ya fuese en Francia o en el extranjero. Se invitaba a todos los que se sintieran capaces de vender a un proscrito.

En Versalles

Thiers ha dirigido el siguiente despacho a las autoridades civiles y militares para informar a la provincia sobre los movimientos del ejército en París:

Versalles, 27 de mayo de 1871, 6:10 de la tarde.

Nuestras tropas no han dejado de perseguir la insurrección paso a paso, ganando cada día posiciones más importantes en la capital y haciendo prisioneros que elevan la cifra hasta veintiocho mil, sin contar un número considerable de muertos y heridos. En esta marcha, sabiamente planeada, nuestros generales y su ilustre jefe han querido cuidar de nuestros bravos soldados, que no habrían querido otra cosa que eliminar, a todo correr, los obstáculos que encontraban. [...] Así, los dos tercios del ejército que han conquistado sucesivamente toda la orilla derecha, se han colocado en la base de las alturas de Belleville, que atacarán mañana por la mañana. Durante estos seis días de continuos combates, nuestros soldados se han mostrado tan enérgicos como infatigables y han logrado verdaderos prodigios, mucho más meritorios por parte de quienes atacan las barricadas que de quienes las defienden. Sus jefes se han mostrados dignos de mandar a tales hombres y han justificado plenamente el voto que les otorgó la Asamblea. Tras las pocas horas de reposo que gozan en estos momentos, mañana por la mañana concluirán, en las alturas de Belleville, la gloriosa campaña que han emprendido contra los más odiosos demagogos y peores criminales que el mundo haya visto, y sus patrióticos esfuerzos merecerán el eterno reconocimiento de Francia y de la humanidad. Por lo demás, nuestro ejército ha ofrecido al país tan memorables servicios no sin haber tenido pérdidas dolorosas. El número de nuestros muertos y de nuestros heridos no es grande, pero los golpes son sensibles. Así, tenemos que lamentar al general Leroy de Dais, uno de los oficiales más valientes y distinguidos de nuestros ejércitos. El comandante Ségoyer, del 26º batallón de cazadores, que habiendo avanzado demasiado, fue tomado por los criminales que defendían la Bastilla y, sin respeto por las leyes de la guerra, fue inmediatamente fusilado. Este hecho, por lo demás, concuerda con la conducta de unas gentes que incendian nuestras ciudades y nuestros monumentos, y que habían preparado líquidos venenosos para envenenar a nuestros soldados casi instantáneamente.

A debate

Sección anulada vistas las circunstancias

Traducción: viento sur

[1]Maîtron

[2]Que se llamará plaza de la Nación

(Visited 273 times, 1 visits today)