Lo esencial de la jornada

Los resultados de las elecciones del 26

Los primeros resultados se ofrecieron por la noche, aunque casi todos llegaron durante la mañana.

Ésta es la lista de elegidos a la Comuna de París:

Primer distrito (Louvre)

Adam Adolphe 7.272

Meline Jules 7.251

Rochart 6.629

Barré Benjamin 6.294

Segundo distrito (Bourse)

Brélay Ernest 7.025

Loiseau-Pinson Charles 6.932

Tirard Pierre 6.386

Chéron 6.018

Tercer distrito (Temple)

Demay Antoine 9.004

Arnaud Antoine 8.912

Pindy Jean Louis 8.095

Murat Charles 5.904

Dupont Clovis 5.752

Cuarto distrito (Ayuntamiento de París)

Lefrançais Gustave 8.619

Arnould Arthur 8.608

Clémence Adolphe 8.163

Gérardin Eugène 8.104

Amouroux Charles 7.950

Quinto distrito (Panteón)

Regère Dominique 7.469

Jourde François 7.310

Tridon Gustave 6.469

Blanchet Stanislas 5.994

Ledroit Charles 5.848

Sexto distrito (Luxembourgo)

Le Roy Albert 5.800

Goupil Edmond 5.111

Robinet Jean 3.904

Beslay Charles 3.714

Varlin Eugène 3.602

Séptimo distrito (Palacio Bourbon)

Parisel François 3.367

Lefèvre Ernest 2.859

Urbain Raoul 2.803

Brunel Antoine 2.163

Octavo distrito (Eliseo)

Rigault Raoul 2.173

Vaillant Édouard 2.145

Arnould Arthur 2.114

Allix Jules 2.028

Noveno distrito (Ópera)

Ranc Arthur 8.950

Parent Ulysse 4.770

Desmarest 4.232

Ferry 3.732

Nast 3.691

Décimo distrito (Enclos St-Laurent)

Gambon Ferdinand 13.734

Félix Pyat 11.813

Henry Fortuné 11.354

Champy Henry 11.042

Babick Jules 10.934

Rastoul Paul 10.738

Undécimo distrito (Popincourt)

Mortier Henri 21.186

Delescluze Charles 20.264

Assi Adolphe 19.890

Protot Eugène 19.780

Eudes Émile 19. 276

Avrial Augustin 16.193

Verdure Augustin 17.351

Duodécimo distrito (Reuilly)

Varlin Eugène 9.843

Géresme Hubert 8.896

Theisz Albert 8.710

Fruneau Julien 8.629

Décimo tercer distrito (Gobelins)

Léo Meillet 6.351

Duval Emile 6:482

Chardon Jean Baptiste 4:663

Frankel Léo 4.080

Décimo cuarto distrito (Observatorio)

Billioray Alfred 6.100

Martelet Jules 5.912

Descamp Baptiste 5.835

Décimo quinto distrito (Vaugirard)

Clément Victor 5.025

Vallès Jules 4.303

Langevin Camille 2.417

Décimo sexto distrito (Passy)

Docteur Marmottan Henri 2.036

De Bouteillier 1.909

Décimo séptimo distrito (Batignolles-Monceaux)

Varlin Eugène 9.356

Clément Émile 7.121

Gérardin Charles 7.142

Chalain Louis 4.545

Malon Benoît 4.199

Décimo octavo distrito (Butte-Montmartre)

Blanqui Auguste 14.953

Théisz Albert 14.950

Dereure Simon 14.661

Clément Jean Baptiste 14.188

Ferré Théophile 13.784

Vermorel Auguste 13.402

Grousset Paschal 13.359

Décimo noveno distrito (Buttes-Chaumont)

Oudet Emile 10.065

Puget Ernest 9.547

Delescluze Charles 5.846

Cournet Fréderic 5.540

Jules Miot 5.520

Ostyn Charles.5 065

Vigésimo distrito (Ménilmontant)

Bergeret Jules 15.290

Ranvier Gabriel.15 049

Flourens Gustave 14.089

Blanqui Auguste 13.859

Quedarán puestos por cubrir

Había 92 puestos a cubrir. Al menos cinco de ellos deberían ser objeto de elecciones complementarias, ya que varios candidatos fueron elegidos en varios distritos. Así, Eugène Verlin fue elegido en los distritos 6, 12 y 17, Albert Theisz en el 12 y el 18, Arthur Arnould en el 4 y en el 19.

Además, Auguste Blanqui fue elegido en el 18 y el 209, aunque no estaba presente en París, ya que estba preso desde el 17 de marzo.

Elegidos republicanos opuestos a la Comuna

En los barrios ricos, los votos fueron por lo general a los antiguos alcaldes y adjuntos elegidos en noviembre. En total, fueron unos 40.000 votos que fueron a los republicanos moderados, opuestos a la Comuna, algunos de ellos activos partidarios de Versalles:

  • los cuatro elegidos del distrito 1: Adam, Méline, Rochard, Barré,
  • los cuatro elegidos del distrito 2: Brelay, Tirard, Chñeron, Loiseau-Ponson,
  • los dos elegidos del distrito 16: Doctor Marmottant, De Bouteiller,
  • los cinco elegidos del distrito 9: Ranc, Parent, Desmarest, Ferry, Nast;
  • dos de los cinco elegidos del distrito 6: A. Leroy, Robinet,
  • uno de los cuatro del distrito 12: Fruneau,
  • Uno de los cinco del distrito 3: Murat

En su mayor parte fueron elegidos en distritos que una semanas antes no habían designado representantes en el Comité Central de la Guardia Nacional, sobre todo en los distritos 1, 2, 9 y 16.

Los elegidos revolucionarios

Esta votación fue la revancha exacta de la de noviembre.

La extrema izquierda revolucionaria, que en el momento del plebiscito de noviembre había obtenido unos 60.000 votos, forma hoy lo fundamental de la asamblea. En febrero, salieron elegidos 5 de los 43 candidatos de la lista revolucionaria, ¡hoy son 28! Simbólico es el voto en el distrito 18, donde Clémenceau fue elegido alcalde el pasado noviembre con 9.406 votos y hoy recoge 752 sobre 17.443 votantes. Y en el distrito 4, Louis Blanc no fue elegido con sus 5.680 votos, superado por cinco candidatos que obtienen entre 8.600 y 7.950 votos.

Los miembros de la Comuna salieron elegidos con muchos más votos que en las elecciones anteriores. Por ejemplo, en el distrito 5, el alcalde Vacherot había sido elegido en noviembre con 5.069 votos, hoy Régère obtiene 7.469 y Jourde 7.310. En el distrito 20, Ranvier salió elegido con 15.049 votos (Bergeret llegó incluso a 15.290), cuando en noviembre había sido elegido con 7.535 votos, y en el distrito 19 Delescluze había sido elegido con 4.054 votos mientras que en estas elecciones obtuvo 5.846, y el candidato que logró más, Oudet, tuvo 10.065.

Uno de los elegidos era de nacionalidad extranjera, un militante de la Internacional, Léo Frankel, nacido en Budapest, Austria-Hungría. La Comuna enlazaba con la hermosa tradición de la revolución francesa que concedía la categoría de ciudadano a los extranjeros que rendían servicios a la República, a condición de residir en Francia y de prestar juramento.

En los barrios populares, los obreros eligierobn a veteranos de la república mezclados con notoriedades de reuniones públicas y de clubs, hombres que hasta ese momento solo eran conocidos en sus medios, en los comités de vigilancia, en la Guardia Nacional. Fueron elegidos en base a programas impersonales y a las teorías de que eran partidarios. Estos soldados-ciudadanos de la Guardia Nacional, estos obreros, estos candidatos se consideraban enemigos de la burguesía y amigos del proletariado y se proclamaban rojos opuestos a los republicanos azules, socialistas de diversas obediencias.

El de mayor edad fue Charles Beslay, de 75 años, que participó en la Revolución de 1830 y fue elegido diputado en 1848. Era ingeniero, empresario de la construcción, e intentó crear un banco comercial. Era amigo íntimo y discípulo de Proudhon, miembro de la Internacional desde 1866. Había jugado un papel importante en el comité de vigilancia del distrito 4.

El más joven era Théophile Ferré. Tenía 25 años, era contable y blanquista. Fue uno de los que querían marchar sobre Versalles el 18 de marzo.

Entre los elegidos había treinta y tres obreros, de las profesiones más diversas, y algunos tenían varias profesiones, que cambiaban según los acontecimientos, como chamarilero y periodista, marroquinero y periodista, tornero y fotógrafo, tornero y comisionista de ropa interior, zapatero y fotógrafo, o también zapatero y portero. Las profesiones obreras eran muy diversas: sombrerero, perfumista, cuchillero, orfebres, encuadernador, tintoreros, zapateros, escultor, cestero, sillero, marroquinero, pintor decorador, ebanista, joyero, broncista cincelador, y también empleados de ferrocarril, mecánico, tornero en bronce, fundidor calderero, pintores de edificios, tornero de metales.

También hubo una docena de empleados, corrector de imprenta, contables, agente comercial, pasante de abogados, y cinco pequeños patronos1/.

En fin, hubo una docena de periodistas, hombres de letras, algunos abogados, algunos médicos, un farmacéutico y un veterinario, un sabio biólogo, un oficial y artistas pintores, un cantante.

Estos militantes estaban preocupados, en algunos casos, por las cuestiones económicas y sociales; en otros, probablemente la mayoría, por cuestiones políticas, sin que fuera posible hacer una distinción neta entre ellos, ni prever los posibles puntos de confluencia.Aunque algunos se conocían, amigos o adversarios, muchos no se habían visto nunca.

Menos de una quincena de los electos fueron antes miembros del Comité Central de la Guardia Nacional.

Las tendencias revolucionarias en presencia

Las fronteras entre tendencias no eran herméticas, los militantes pasaban de una a otra, se encontraban, actuaban puntualmente juntos, o se enfrentaban a veces con severidad. Pero la lucha común contra el Imperio, la clandestinidad, el exilio y la prisión, habían creado intensas formas de solidaridad entre todos. Hay que añadir además que muchos de ellos, al margen de sus tendencias políticas, coincidían en las logias masónicas.

La victoria volvió a los revolucionarios más jóvenes aún más exuberantes y entusiastas.

Los blanquistas

Blanqui y sus partidarios estaban entre los más estructurados. Tenían un club, con un periódico, La patria en peligro. Eran hombres de acción, acostumbrados a las organizaciones conspirativas.

Algunos eran completamente devotos de Blanqui, que tenía una gran influencia personal; otros, eran más distantes.

Blanqui, polemista, teórico, estaba convencido de la lucha revolucionaria de clases, había pensado muy seriamente en las cuestiones políticas y tácticas del arte de la insurrección, en la toma del poder político como palanca de cambio de la sociedad para llegar al comunismo. Defendía el principio del derrocamiento del gobierno nacional por medio de una acción resuelta, en el momento favorable, de una minoría instruida de revolucionarios profesionales bien entrenados, que pusiera en pie una dictadura revolucionaria, una dictadura de la educación para adherir al pueblo a la causa revolucionaria.

A final del año 1868, llegó a organizar hasta 800 militantes, formados en cursos de barricadas, en parte armados y organizados en centurias, en pequeños grupos muy móviles. Este número llegó a superar los 2.000 durante el año 1869, para bajar después. El 4 de setiembre ya no quedaban más que 400 fieles organizados, que compraron 300 revólveres y fabricaron 400 cuchillos. Después de esa fecha, se reconstruyó su Estado Mayor.

Esta corriente estaba caracterizada por un ardiente patriotismo, exacerbado en los meses anteriores a la Comuna.

Pertenecían a esta tendencia Tridon, Ferré, Rigault, Eudes, Ranvier, Bergeret...

La corriente como tal no formaba parte de la Internacional, aunque algunos si eran miembros, ya sea a nivel individual o como miembros    de un club o una sociedad obrera adherida a la Internacional, como es el caso de Chardon, Protot, Duval, Mortier...

Los miembros de la Internacional

La Asociación Internacional de Trabajadores, la Internacional, fue creada en Francia a iniciativa de obreros proudhonianos propagadores de la doctrina del mutualismo. Justo a la inversa de los blanquistas, eran hostiles a la acción revolucionaria y al principio de autoridad. Defiendían la desaparición del Estado por el establecimiento de un sistema federativo, y la emancipación obrera por la generalización de organismos mutualistas.

Estas posiciones iniciales se volvieron minoritarias, en provecho de la llamada fracción colectivista, los nuevos adherentes, los militantes obreros que proponían la acción obrera colectiva, la huelga, la defensa de reivindicaciones. Los partidarios de la apropiación colectiva de los medios de producción por la clase obrera, contra el sueño de una vuelta a la propiedad individual, eran ahora mayoritarios. La Internacional organizó acciones de solidaridad en torno a todas las huelgas, lo que le hizo jugar un papel político. Los primeros líderes como Tolain pasaron a un segundo plano en beneficio de obreros activos en las asociaciones y clubs socialistas, en las cooperativas y en las organizaciones obreras y en las cámaras sindicales. Esta evolución explica en parte la entrada de militantes blanquistas en la Internacional.

Agrupaba a individuos y organizaciones muy diferentes, pequeños grupos políticos, sindicatos y estructuras de tipo sindical (integró lo fundamental de las cámaras sindicales, de las sociedades obreras), asociaciones, cooperativas, revistas, clubs, y reivindicó tener 30.000 adherentes en Francia, pero esta cifra era más significativa de su influencia que de su fuerza militante y de su homogeneidad. En París, una treintena de secciones2/ mantenían reuniones regulares. Eran militantes formados y debatían cuestiones políticas con seriedad. Algunos tenían relación directa con Marx. Fue la organización de todos los que querían cambiar radicalmente la sociedad por otra sociedad distinta que la capitalista.

Fueron elegidos más de uno: Amouroux, Malon, Varlin, Thiesz, Avrial, Beslay, Frankel, Clémence, Vaillant, Babick, Gerardin Eugène, Dereure, Miot, Pillot, Arnaud, Meillet, Demay, Langevin, y otros eran cercanos, como Champy, Lefrançais, Cournet, Ostyn.

Los republicanos radicales

Se trataba de republicanos radicales, a favor una república democrática y social, revolucionarios que tenían relaciones con diversas corrientes, a veces socialistas. A veces, se llamaban revolucionarios independientes. Otros eran jacobinos tradicionales, en referencia a los grandes revolucionarios de 1793, evocando el recuerdo de Robespierre, o de Hébert. Algunos eran centralizadores, pero todos tenían una aversión por el liberalismo económico de Thiers, detestaban la blandura de la izquierda revolucionaria parlamentaria, y aspiraban a la justicia social y a la democracia.

Eran numerosos: Flourens, Paschal Grousset, Felix Pyat, Delescluze, Vermorel, Gambon, Jules Vallès, Urbain, Charles Gérardin, Geresme, Arnould, Allix, Billioray, Jourde, Brunel,Urbain, Delescluze, Pyat, Oudet,Puget, Rastoul,Régère, ...

Cuadro extraído de La Comuna de París, de Michèle Audin3/. La imagen representa a algunos de los elegidos, en grande Eugène Verlin, y de izquierda a derecha y de arriba abajo, Édouard Vaillant, Gabriel Ranvier, Albert Theisz, Charles Delescluze, Émile Eudes, Jules Vallès, Léo Frankel, Gustave Flourens, Théophile Ferré, Auguste Vermorel.

El enfebrecido ambiente del Ayuntamiento

Éste es el testimonio de Arthur Arnould, electo de 4º distrito, que acudió al Ayuntamiento ante el Comité Central para saber cuándo y cómo se proclamaría el escrutinio y sería instalada oficialmente la Comuna de París. Describe de una manera muy viva el ambiente reinante al día siguiente de unas elecciones tan esperadas.

Testimonio 

Arthur Arnold, 38 años, periodista, hombre de letras

Sería difícil contemplar un espectáculo más característico, más interesante, que el presentado por la plaza del Ayuntamiento y el interior del palacio comunal.

Todos los accesos a la plaza estaban trabados por amplias barricadas, levantadas el 18 y 18 de marzo

Entre los adoquines amontonados se veía la boca amenazante de los cañones y las ametralladoras. Detrás brillaban las bayonetas de los guardias nacionales.

Era una verdadera fortaleza, pintoresca e imponente.

En la misma plaza, dentro de las barricadas, un vasto campo de artillería compuesto de piezas de todos los calibres y de todos los orígenes, llevados a toda prisa en previsión de una batalla contra la reacción o de un retorno ofensivo de las tropas versallescas.

En medio de los cañones, guardias nacionales en armas. En la acera, a lo largo de los muros de las casas, entre las ruedas de los arcones, colchones, pacas de paja, para el campamento improvisado del ejército revolucionario.

Muchos hombres devotos no han abandonado la guardia del Ayuntamiento desde el primer día, fiándose sólo de ellos mismos para la salvación común.

Era mediodía cuando entré en la plaza. Un cálido sol de primavera jugaba con el acero de los chassepots [fusiles] y sacaba reflejos de la pulida grupa de los cañones.

Los hombres fatigados por la noche de guardia estaban tumbados sobre los colchones o la paja, algunos sobre el enganche de madera de las piezas de artillería.

Todos tenían, y esto es algo a señalar y que debería llamar la atención de un observador, un periódico abierto y lo leían con ardor.

Sólo esto basta para revelar, al primer golpe de vista, que no eran soldados del Poder, sino voluntarios de la Revolución. El combatiente en reposo dejaba ver al ciudadano ocupado en la cosa pública, instruyéndose de la causa sagrada por la que ayer había ofrecido su vida, por la cual iba a morir mañana.

Otros guardias calentaban la sopa, preparaban los alimentos de su compañía.

En las barricadas, algunos centinelas vigilaban junto a las brechas abiertas para el paso del público, ayudando alegremente a las mujeres a superar los obstáculos, sonriendo a los muchachos que, con sus manitas negras de barro, añadían un adoquín o un puñado de tierra a la muralla improvisada, educados, afables con la multitud a la que hacían circular sin violencia, sin injurias, sin impaciencia, pese a la fatiga que les quebraba, esforzándose en hacer lo menos incómodo a la masa de curiosos o de gentes atareadas la momentánea molestia impuesta a la libre circulación en París.

El mismo ayuntamiento presentaba también un espectáculo curioso.

Rebosaba de hombres en armas. El patio interior acristalado, en medio del cual se eleva la doble escalera de mármol blanco, no era más que un amplio dormitorio.

No se podía dar un paso sin correr el riesgo de pisar a un guardia dormido.

Los que habían hecho el servicio más rudo de la noche se habían refugiado ahí. En las naves, bajo la galería, las cantineras habían puesto sus pequeños hornos, instalado un barrilito, y servían la rodaja de salchichón o el vasito de aguardiente a los clientes que no se contentaban con el [vino] corriente.

En el primer piso, en la vasta sala del trono, habían puesto grandes mesas, donde el Estado Mayor, los oficiales, los enlaces, los hombres en misión, todos los empleados reunidos por cualquier motivo, bajo la mano del Comité Central, tomaban su comida servida a cualquier hora, puesto que a todas horas había un ir y venir sin interrupción.

Delante de las ventanas, los fusiles en forma de haz.

Por esta sala pasé para llegar hasta la sede del Comité Central establecido en el ala reservada antaño a los apartamentos del prefecto del Sena.

Para llegar hasta el Comité había que atravesar siete u ocho habitaciones ocupadas por diversos delegados encargados de recibir al público, responder a sus demandas, resolver las dificultades corrientes, tomar las decisiones urgentes sobre la marcha.

En cada puerta, dos centinelas observaban un silencio religioso que hacía honor a los viejos veteranos curtidos por la disciplina.

Visiblemente, sentían algo de ese respeto místico que el creyente experimenta al penetrar en el templo de su Dios particular. Estos hombres del pueblo eran, ellos también, creyentes, los creyentes de la más hermosa, más grande, más noble fe; la fe en el futuro de la humanidad, la fe en el futuro de la justicia igual para todos.

Sorprendidos de su propia victoria, sus miradas expresaban una mezcla de duda, temor y entusiasmo contenidos, a la vista de sus delegados, de sus hombres, pueblo como ellos, reunidos en medio de estos artesonados dorados, sentados en los sillones de seda, apoyados en mesas de Boule, pisando esas alfombras espesas, marco brillante donde se movían, desde hace tanto tiempo, los enemigos del pueblo, los esbirros, los sirvientes de la tiranía bajo mil formas administrativas.

Recuerdo sobre todo a un viejo guardia, cabeza enérgica y bronceada, cabellera encanecida, barba descuidada, miembros huesudos, donde el trabajo ha hecho brotar músculos que la miseria ha secado. Sus ojos ardientes no perdían de vista a los hombres del Comité Central yendo y viniendo por la sala cuyo acceso defendía. En la mirada con que los seguía, se podía leer una especie de reconocimiento enternecido, de admiración respetuosa, unidas a la resolución feroz de defender su victoria hasta la muerte.

Este combatiente había soñado, tal vez durante cincuenta años, en el triunfo del pueblo, ¡y he aquí que un buen día, de pronto, veía vivir delante de él su sueño!

¡Veía a obreros como él, sus compañeros de taller, sus amados oradores del club, comandantes, obedecidos!

¡Veía a burgueses, altos comerciantes, grandes industriales, patronos, solicitando una audiencia, viniendo a pedir un pase para sus mercancías o para sus familias, humildes, sometidos, educados!

¡Al fin!, decía su mirada

Un artículo del Diario Oficial

El Diario Oficial de París contenía un artículo no firmado, probablemente escrito por Charles Longuet, que indicaba el papel que podría jugar el consejo elegido. Definir sus atribuciones, federarse con otras ciudades, discutir con la Asamblea Nacional un contrato de autonomía y una ley electoral que no ahoguese los votos de las ciudades con los votos del campo

Extractos

“... Al día siguiente de la votación, se puede decir que el Comité ha cumplido con su deber.

En cuanto a la Comuna elegida, su papel será muy distinto y sus medios podrán ser diferentes. Ante todo, tendrá que definir su mandato, delimitar sus atribuciones. Este poder constituyente que Francia concede a una Asamblea Nacional de una forma tan amplia, tan indefinida, tan confusa, lo deberá ejercer para sí mismo, es decir, para la ciudad, de la que sólo es expresión.

Así la primera tarea de nuestros electos deberá ser la discusión y la redacción de la carta, de este acto que nuestros antepasados de la edad media llamaban su común. Hecho esto, tendrá que pensar en los medios para hacer reconocer y garantizar por el poder central, cualquiera que sea éste, este estatuto de autonomía municipal. Esta parte de su trabajo no será la menos ardua si el movimiento, localizado en París y en una o dos de las grandes ciudades, permite a la actual Asamblea Nacional eternizar un mandato que el buen sentido y la fuerza de las cosas limitaban a la conclusión de la paz, y que desde hace algún tiempo se encuentra ya cumplido. La Comuna no tiene que responder a una usurpación de poder usurpándolo ella misma. Federada con las comunas ya liberadas de Francia, deberá, en su nombre y en el nombre de Lyon, de Marsella y tal vez pronto de otras diez grandes ciudades, estudiar las cláusulas del contrato que deberá volverlas a ligar a la nación, plantear el ultimátum del tratado que quieren firmar.

¿Cuál será este ultimátum? En primer lugar está claro que deberá contener la garantía de la autonomía, de la soberanía municipal reconquistadas. En segundo lugar, deberá asumir el libre juego de las relaciones de la Comuna con los representantes de la unidad nacional.

En fin, deberá imponer a la Asamblea, si ésta acepta tratar, la promulgación de una ley electoral que haga que la representación de las ciudades no quede en el futuro absorbida y asfixiada en la representación de los campos. Mientras no sea aplicada una ley electoral concebida con este espíritu, no podrá restablecerse la unidad nacional quebrada, el equilibrio social roto.

En estas condiciones, y sólo en estas condiciones, la ciudad insurgente volverá a ser la ciudad capital: Circulando más libre a través de Francia, su espíritu será pronto el espíritu mismo de la nación, espíritu de orden, de progreso, de justicia, es decir, de revolución”.

La segunda declaración la completaba concluyendo: “Prepararos y haced ahora vuestras elecciones comunales, y dadnos la única recompensa que siempre hemos esperado, la de ver establecer la verdadera República.

Y mientras la esperamos, conservaremos el Ayuntamiento en nombre del pueblo francés”.

 La Asamblea Nacional desprecia las elecciones parisinas

En Versalles se presentó, entre los aplausos de la derecha, una propuesta firmada por ochenta miembros de la derecha, para declarar nulas y no celebradas las elecciones del 26 de marzo en París, que fue remitida a la comisión de iniciativa.

Thiers declaró en la tribuna: “No, Francia no dejará triunfar en su seno a los miserables que querrían cubrirla de sangre”.

El siguiente despacho, enviado a los departamentos, tal vez exageraba un poco la verdad; no creemos que en París fueran muchos quienes soñaban con ver restablecer el orden por los batallones de voluntarios de provincia.

Versalles, 27 de marzo

Una porción considerable de la población y de la guardia nacional de París solicita el concurso de los departamentos para el restablecimiento del orden. Formad y organizad batallones de voluntarios para responder a este llamamiento y al de la Asamblea Nacional

Frma: E. PÌCARD

Una boda en la alcaldía del distrito diecisiete

El adjunto al alcalde del distrito 17, que ya lo era desde las elecciones de noviembre de 1870, Benoît Malon, elegido el sábado, procedió al matrimonio de Anna Korvin-Kroukovskaia y de Victor Jaclard, antiguos militantes blanquistas y miembros de la Internacional.

Anna Korvin-Kroukovskaia era una feminista revolucionaria que se negó a casarse con Dostoievsky en Rusia. Victor Jaclard fue uno de los 43 socialistas revolucionarios presentados en las elecciones del 8 de febrero por la Internacional, la Cámara federal de sociedades obreras y la delegación de los veinte distritos de París, sin resultar elegido. Durante el año 1870 decidieron casarse legalmente, y programaron este matrimonio mucho antes de la revolución del 18 de marzo.

Dos de los testigos de Víctor y Anna eran conocidos: Georges Clémenceau, médico y (todavía) alcalde del distrito 18, y Jean-Antoine Lafont, uno de los adjuntos.

En Creusot

En esta ciudad obrera existía una autonomía de hecho desde el pasado setiembre.

El día 26, los guardias nacionales pasados en revista gritaron “¡Viva la Comuna!”. Cuando el coronel ordenó a sus coraceros disparar sobre ellos, la tropa se negó, y los guardias nacionales tomaron la alcaldía. El alcalde Dumay, antiguo obrero de fábrica, y algunas personas, anunciaron su desafección de los versalleses y constituyeron la Comuna independiente de Creusot.

Esta mañana, el ejército regular llegó con fuerza, dispersó la multitud y recuperó la alcaldía.

En Narbona 

La Comuna instalada sólidamente en la Alcaldía organizó la vida cotidiana de la ciudad.

El aprovisionamiento de las tropas estaba asegurado, e incluso a la tarde se decidió albergar a un destacamento de soldados que volvían a sus casas; se dió alojamiento y cubierta a los indigentes.

Los registros civiles se mantuvieron de forma regular y la Comuna iba a ocuparse del seguimiento de los trabajos públicos emprendidos.

La reacción preparaba su ofensiva contra este poder popular.

La víspera se firmó una orden de comparecencia contra el principal dirigente de la Comuna, Digeon. También el prefecto de Aude envió un falso despacho anunciando la caída de la Comuna de Narbona, que tuvo efectos negativos sobre los eventuales apoyos que la Comuna habría podido recibir en la región.

También redactaron y anunciaron en las calles de Narbona una proclama amenazadora, como “un último llamamiento a conciencias extraviadas”, pidiendo a los narboneses renegar de su adhesión a la Comuna, y diciendo que era una última advertencia. Fue inmediatamente arrancado por las y los narboneses.

A debate. ¿Cuál es la amplitud de la victoria electoral?

La asamblea que acababa de ser elegida en París era una asamblea popular, la más popular que se haya visto nunca en Francia.

El pueblo obrero de París, como nunca antes lo había hecho, había elegido a los suyos, que tenían los destinos comunes en sus manos.

Sobre todo, fueron los barrios obreros del norte y del este y, un poco menos, los del centro y sur de París, los que eligieron el nuevo consejo. El empujón hacia la izquierda, hacia los revolucionarios, se hizo acompañado de una abstención de los adversarios en los barrios burgueses del oeste parisino.

El pueblo obrero de París había votado la verdadera república, la social, la universal, frente a la asamblea de Versalles y el gobierno de traición.

Esta victoria fue producto de la unidad que se había construido en los meses de asedio, en las batallas por la democracia social y contra el invasor, entre los ciudadanos-soldados, los 300.000 guardias nacionales, aglomerando a millares de trabajadores que habían afluido hacia París durante los veinte últimos años4/ con los trabajadores revolucionarios instruidos en las experiencias de las revoluciones pasadas. Esta confluencia se había realizado en la pelea, en la vida cotidiana de las calles y en los barrios movilizados en los batallones, y había permitido la existencia de todos los clubs, consejos, comités, hasta el Comité Central que fue capaz de reemplazar al poder que abandonó la capital. El pueblo obrero parisino se había desembarazado de los dominadores que lo aplastaban, desde el 4 de setiembre.

¿Pero no existía el riesgo de una ilusión de victoria más grande de lo que era en realidad?

La movilización de estos barrios obreros fue poderosa, magnífica, irresistible, pero tenía adversarios.

Primero en París, frente a los barrios burgueses y a todos los que se negaban a tomar posición y se colocaban en una fría abstención. Y frente a Versalles, porque las condiciones que habían permitido estos resultados no existían en las grandes ciudades de provincia, y menos aún en el campo. No olvidemos que dos franceses de cada tres vivían todavía en localidades de menos de 2000 habitantes.

¿Cómo evitar la tempestad, el choque de esta Comuna con el resto del país?

¿Esta victoria había creado un poder lo suficientemente fuerte para imponerse frente a Versalles y dar perspectivas a todas las ciudades? Sí, si las grandes ciudades de la provincia hacían lo que París acaba de hacer, si se procedía a elecciones generales para reemplazar a esta asamblea elegida para la paz, en las condiciones ya conocidas, y que ya tenía que irse.

¿Era tan fuerte para que la república abriera una era de justicia, de verdad, de trabajo, de democracia social contra la gangrena de los orleanistas, de los bonapartistas y de los republicanos que niegan el poder al pueblo?

Traducción: viento sur

Notas:

1/ Entre ellos, Eugène Pottier, que posee una muy renombrada empresa de impresión sobre tela.

2/ Círculo de estudios sociales, Gobelins, Sociales des écoles, Brantôme, Montrouge, Vertbois, Estación d’Ivry y de Bercy, Récollets, Poissonnière, Combat, Barrio del Temple, Grandes canteras de Montmartre, Ternes, Couronnes, Belleville, Höpila Louis, Marmite 1º, 2º y 3º grupos, Batignoles, Stéphenson, Grenelle y Vaugirard, Richard-Lenoirm Ka Gkacuère, Popincourt, 13º distrito, Duval, Malesherbes, Este, Flourens, Ivryens.

3/ Blog

4/ Se podría estimar en dos tercios los parisinos que no habían nacido en París.

 

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