El animalismo –-no hacer el animal, sino amarlo—es virtud que adorna éticamente a varias generaciones de nuestros jóvenes. Ha surgido por náusea, sin necesidad de monsergas pedagógicas. Es, sí, como una ética surgida por generación espontánea, de esta juventud tan vilipendiada y castigada y como un género natural más, pero prioritario, del ecologismo.

Los que pertenecemos a generaciones educadas en la barbarie o la indiferencia ante el sufrimiento animal, no podíamos imaginar que la denominada “fiesta nacional” llegara a ser un día cuestionada hasta la razón y la ira por estas generaciones que reniegan de toda esa paternidad sanguinolenta. Es como si se hubiese producido una abrupta ruptura en el código genético nacional. Una toma de conciencia higiénica que no concibe cómo sus ancestros hubieran podido hallar placer y diversión con semejantes prácticas.
Se podría argüir en contra de los antitaurinos que no todos los jóvenes reniegan de dichas artes, pero ¿quién se atrevería a discutir su carácter esencialmente generacional? Pienso que el tiempo y no sólo las voces de la justa ira se encargará de vaciar definitivamente esos cosos en donde los feligreses de la parroquia creen ver arte, belleza, arrojo y ritual religioso proveniente de los íberos, donde otros, en inmensa mayoría ya, ven sólo salvajismo y crueldad ataviada de luces grotescas.

antitauromaquia

Entre estos se encuentran Manuel Vicent, escritor de novelas y periódicos, pionero lúcido, todo un precursor antitaurino incomprendido en su tiempo, y El Roto, seudónimo de un dibujante excepcional como el de aquel otro seudónimo suyo que nos ayudó a pasar aquellos años de franquismo, posfranquismo y larguísima transición no consumada aún, o sea OPS, y que atiende a la voz de Andrés Rábago, pintor además de brocha fina y por supuesto surreal. Ambos, ahora unidos en un mano a mano anti barbarie han parido un libro 1/ que debería ser considerado “de texto” obligatorio en todas las escuelas de primaria e institutos de este país.
Un humorismo de taladro el de ambos creadores, unidos en el dolor, la rabia, el humor, el ingenio y la gracia. Porque sin gracia no hay humor, y sin rabia, sólo chistes para marquesas. Y así, el alegato antitaurino se vuelve incontestable, convincente, clásico. Breves puyazos, numerados hasta 84, del cronista literario Vicent, terribles, divertidos, pedagógicos. Nos enteramos de la existencia histórica de “tipos raros dentro del fanatismo general” como lo fueron Jovellanos, Moratín, Valera, Larra, Costa, Ganivet, Clarín…Y de la corriente europeísta de españoles sensibles que arranca de los afrancesados, pasa por el krausismo, la Institución Libre de Enseñanza, la Generación del 98 y los republicanos liberales de 1914, que “se enfrentaron abiertamente a la fiesta de los toros por ver en ella un símbolo de nuestra decadencia moral”.
Y hasta de que hubo un Papa – Pío V—, quien en 1567 en su bula Salute Gregis osó prohibir los festejos taurinos, “por ser estos espectáculos torpes y cruentos muy contrarios a la caridad cristiana”, cosa que aconteció sólo durante su reinado. También aprendemos que en el Manifiesto Revolucionario de 1917, el Partido Socialista Obrero Español exigía “la confiscación del Patrimonio Real y de los bienes directos e indirectos del clero, la disolución del ejército permanente, el establecimiento de milicias nacionales y la prohibición de las corridas de toros y de todo espectáculo que pudiera embrutecer al pueblo”. ¡Cómo han cambiado las cosas!

Personajes tales como Hemingway no quedan precisamente bien parados en el libro, y varios varetazos de Vicent llevan el apoyo logístico de dos toros melancólicos de frente dibujados por El Roto. Uno le dice al otro: “¡Odio a Hemingway!”. Y su compañero responde: “No sabes cómo te entiendo”.

Una comprometida ternura inspira siempre al dibujante: la cabeza de una oveja que habla: “Matan a los toros bravos y a las ovejas mansas”. ”Aquí no se salva nadie”.

El Roto a veces se hace retratista, y entonces vemos al dictador Franco posando para la posteridad en uniforme caqui, banda y fajín; en la mano diestra el estoque, en la siniestra la muleta, roja y gualda; rostro blanco de clown, coloretes en las mejillas, bigotillo hitleriano y tocado con montera torera; arriba, el epígrafe: ”Retrato del célebre matador Francuelo”.

francuelo

“La diferencia entre un taurino y un antitaurino está en la mirada. El primero no ve la sangre ni la violencia: sólo ve la faena. El segundo sólo ve la sangre en primer término y se niega por principio a ir más allá porque considera que ningún tipo de belleza o de arte puede estar fundado en esa carnicería previa” (Vicent dixit).

Angel García Pintado es escritor y periodista.

(1) ‘Anti Tauromaquia". Manuel Vicent. El Roto. Literatura Random House. 268 pp. Barcelona, 2017.

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