Hay pocas cosas que me causan tanta indignación como cuando a las exequias de cualquier miserable prócer, todos son alabanzas, incluyendo por parte de quienes no están obligados a hacerlas. Esta actitud mía viene en parte influenciada por la constatación contraria, a saber, el olvido a que son sometidos mucha gente anónima, de las que nadie o casi nadie quiere recordar los méritos. En el caso, recuerdo los comentarios de Francesc Pedra cuando en su minúscula vivienda asistíamos al sepelio del “president” Tarradellas, el republicano más mimado de la Transición. Se evocaba con tintes casi épicos su exilio, y Francesc ya no pudo más y estalló airado. Cierto que conoció el exilio, pero el suyo fue notoriamente privilegiado, sobre todo al lado de tantos militantes anónimos que conocieron campos de concentraciones en Francia y/o Alemania, y que se apuntaron a la resistencia armada al compás de los primeros franceses en hacerlo…

Raramente se da una cierta concordancia entre lo que se dice, y la verdad, y se puede decir que los medias han estado con Jordi Dauder, bastante aproximados. No era ajeno a ello el hecho de que en ellas se pusiera en primer plano su tardía (Jordi rondada el medio siglo cuando comenzó a ser famoso) carrera como actor de teatro, cine y televisión al tiempo que se hacía referencia a su “activismo” y su “compromiso”, sobre todo en causas tan sonadas como fue la movilización contra la ocupación norteamericana (y aliados sumisos) de Irak. Esto era algo tan público y notorio que no se podía ocultar. Sin embargo, las otras páginas de su militancia quedarían mucho más difusas, hablando de una larga experiencia ligada a eventos como mayo del 68. Supongo que estas páginas la tendremos que contar los que fuimos sus amigos.

Amigos, y por lo tanto, en confianza, nuestro Jordi era alguien tan apreciado como discutido, como no podía ser menos con cualquier hijo de vecina. Sabemos que fue un militante “trotskista” durante al menos dos décadas, y que ya entonces fue un militante ilustre, sobre todo por su “savoir faire”, y por su capacidad para erigirse en portavoz de asambleas y movimientos en ciernes, aunque –y estos son palabras de gente que estuve con él codo con codo durante años-, siempre lo hacía todo a su aire. Así por ejemplo, Jordi no intervino como se ha dicho en la fundación de la “Ligue” francesa –lo sé porque yo estaba allí-, ni tampoco de la LCR porque en aquel momento estaba en México con Adolfo Gilly, según me cuentan gente de Badalona.

Esto no mengua para nada su vinculación, Jordi se paseaba por Francia con gente de la “Ligue” como en su casa, fue uno de los líderes más reconocidos de la LCR catalana, y protagonizó sus propias peripecias en otros lugares, por ejemplo en Andalucía. He escuchado de amigos íntimos que lo encontraron “frío” desde que se convirtió en actor, y en mí última entrevista con él, me puse bastante mosca. Teníamos que hablar del prólogo que se había comprometido a escribir para una edición de mi libro Trotsky y los trotskismos, para “El Viejo Topo” (que finalmente no se publicó al ceder el paso a Trotskismos, de Daniel Bensaïd en la misma editorial), pero no había manera de engarzar dos palabras porque el dichoso móvil de Jordi no dejaba de llamar, y tras pagar la consumición, me levanté y me marché. Supongo que hay otras quejas, que Jordi no fue un militante-militante, que siempre le pudo la parte de bohemio, y no han faltado puritanos que sentían “vergüenza ajena” por sus papeles en las telenovelas como Nissaga de poder, producida por TV3. Un juicio a mi parecer sectario y pedante hecho por un antiguo camarada sindicalista que carecía de juicio sobre un medio, en el que no caben los juicios sumarios, sobre todo cuando el actor actúa como un profesional. El prestigio logrado entonces por Jordi le permitió avanzar en su carrera, trabajar en obras de teatro de avanzada, y publicar una novela, titulada emblemática “El Estupor” (Montesinos, 1996), que según me contó el editor se había vendido muy bien entre lectores que, en la mayoría de los casos, la compró porque era suya, pero que dudaba de que entendieran y asumieron su contenido larvadamente subversivo.
Pero eso son detalles menores que demuestran que, como cualquier hijo de vecina, Jordi con todo su “charme”, también tenía su pata de palo, qué menos.

Lo fundamental es, aparte de su talento natural como actor, para lograr actuaciones memorables, dúctiles y convincentes como las del sacerdote de “Camino”, lo fundamental, al menos para los que compartimos su ideario, fue su compromiso sin fisuras a lo largo de toda su trayectoria. Efectivamente, en una época en la que el partido largamente mayoritario era el de los ex, en no pocos casos aunque se siguieran llamando igual, hubo gente como Jordi que no se bajó del tren. Persistió en sus ideales, en indignación contra los malvados que gobiernan el mundo, al lado de los humillados y ofendidos.
Y es que Jordi Dauder no tuvo que seguir el mandato de César Vallejo a los niños españoles de buscar la República; él tenía la II República en casa, su familia lo fue hasta los años, con motivo de su interpretación sobre los últimos días de Azaña, su hermano mayor le contó que éste, camino del exilio, había estado en su casa, y había tenido a Jordi en sus rodillas.

Jordi se crió en el exilio, y todavía no se afeitaba cuando ya estaba en lucha contra el franquismo. Luchó contra la dictadura de todas las formas posibles, y alguien ha contado que durante el 23-F pedía armas para el pueblo, aunque lo cierto es que la derrota de 1939, había sido tan devastadora, que cuatro décadas más tarde todavía le quedaban réditos, los suficientes para que la izquierda se pudiera detrás de la capa de armiño de su “Majestad”. Cuando surgió el movimiento por la “memoria histórica”, Jordi se erigió en un o de sus portavoces naturales, de la III República que será la de “los de abajo” porque la burguesía más que una clase es una enfermedad, y si alguien tenía dudas al respecto, no tiene ahora más que ver lo que lo está pasando con la economía, la política y el mundo.

No faltará quien diga que se adaptó, hombre claro, y quien no; pero no se arrodilló. Los tiempos no daban para mucho, pero Jordi siguió siendo fiel a sí mismo en los escenarios. Su filmografía está llena de títulos de vanguardia y comprometidos, hasta el último. No había más que ver como se tomó su papel en “Tierra y Libertad”. En esta película, Jordi no solamente da verosimilitud a una asamblea –lo que había hecho siempre como recordará Adolfo Gilly-, también en muchos de los debates que se dieron sobre la película en Francia y España. En aquella época, el incombustible Wilebaldo Solano nos mandaba extensos “dossiers” a los componentes desanimados de la Fundación Andreu Nin sobre estos debates, y en ello era propio ver a Dauder haciendo un poco de portavoz de la película en toda clase de actos, sobre todo ligados a la LCR francesa.

Algo de toda aquella militancia de los sesenta-setenta, ha salido a flote estos días. Alfonso Bech ha contado su historial como militante “posadista” hasta 1972, año en que se fundó la LCR española. De aquellos tiempos quedan sus nombres de guerra, “Víctor” y “Carlos”, ecos de una batalla militante precoz que según la leyenda conocerá un episodio “castrista” con un grupo que se estrenó para tomar la medida de una posible guerrilla en Sierra Morena donde actuaron algunos maquis –en la película “Entre lobos”, se ofrece testimonio de uno de ellos-, anécdotas al estilo de “Casanova” contada por Antonio Gil y Diosdado Toledano y situada en un curso de formación al que asistían dos militantes sudamericanas, y en la que hubo apuestas sobre cual de ellas quedaría rendida ante el seductor. En una lejana charla con Pere Ginmferrer, socio de la FAN, éste me evocaba con entusiasmo sus primeros contactos con los “trotskistas” en la Universidad de Barcelona allá por la mitad de los años sesenta, y ahí estaba Jordi, “Carles” o “Víctor” Todos ganaron y todos perdieron: sedujo a las dos. Está el encuentro con Manolo Sacristán que narra el propio Jordi en el librito que acompaña el imprescindible documental de Xavier Juncosa.

Es verdad que Jordi trataba de una ironía condescendiente esta fase cuando ya Juan Posada (que se victoreaba a sí mismo cuando firmaba como “camarada Luís”, y que no se olvidaba de vitorear a Luís cuando firmaba con su nombre), se había constituido como una de las variantes más desenfocaba del sueño trotskiano de crear el “verdadero partido revolucionario”. Es evidente que entonces no se detuvo a reflexionar mucho, y todo le sonaba como a muy infantil. Actualmente la historia del POR encaja en la parte del anecdotario, pero durante un tiempo fueron los únicos “trotskistas”, dado que el POUM permanecía en el exilio. Personalmente recuerdo haber mantenido una reunión con una representación del grupo, allá por el verano de 1967, cuando una franja de militantes de las comisiones juveniles creamos “Acción Comunista” en L´Hospitalet. Por supuesto, ignoro si Jordi era uno de ellos. Pero lo que más me quedó en la memoria fue la introducción del que hacía de portavoz. Mientras hacía una típica señal con un dedo en cabeza, nos dijo: “Ernest Mandel debe estar mal de la cabeza”. Cuando le preguntamos porqué, nos respondió: “!Coño, porque no se cree lo de la guerra termonuclear¡”.

Seguro que de todo aquello le quedó un rechazo de cualquier deriva sectaria, lo que encaja perfectamente con la anécdota de octubre de 1978 situada en la librería Leviatán, y que evoca José Enrique Martínez Lafuente en una nota publica en SinPermiso. Se trataba de la presentación de la antología de la casi mítica revista “Comunismo” que editó la Izquierda Comunista en la primera mitad de los años treinta, y que acababa de editar Fontamara. En medio de la discusión, apareció Jordi Arquer, comunista y nacionalista catalán que había sido un miembro destacado del Bloc Obrer i Camperol y del POUM (sustituyó a Nin tras el asesinato de éste), declarando un tanto provocativamente que “lo mejor del trotskismo es Trotsky... siendo, en cambio, lo peor de Trotsky, el trotskismo”. En vez de entrar en el embiste, “otro Jordi, apellidado Dauder, celebró en un aparte, y con gracia chispeante”, asimiló “las palabras lanzadas como dardos por el viejo compañero Arquer”. Está claro que este Dauder habría aprendido la lección de dar de lado a los debates sectarios, así como a respetar a los que como Jordi Arquer seguían en pie después de atravesar toda clase de horrores.

De estos horrores guardo yo otra historia que tuvo lugar en el otoño de 1980. Todo comenzó con un viaje programado desde Badalona en una furgoneta familiar en la que viajaron al menos miembros de la aso¬ciación de vecinos del barrio de Santo Cristo de Badalona en la que había tenido lugar desde años antes la ocupación multitudinaria de tres hectáreas de terreno del polígono Montigalá, todo para reclamar la construcción de una escuela pública (que hoy se llama Llibertat), Jordi y su novia francesa, Agnés, y servidor, entre otras cosas porque se me consideraba adecuado para convencer a los de la asociación para hacerse militantes de la LCR. No hay que decir que no tuvimos problemas de albergue, Jordi y Agnés, aparte de discutir agriamente sobre si el catolicismo estaba más implantado en España o en Francia (ella sostenía que en España había muchísimas más manifestaciones religiosas, lo cual era cierto, pero Jordi respondía que en Francia el que era católico era más de verdad, lo cual no era menor cierto, el problema radicaba en el graduación, y la verdad es que acabaron cansando a los testigos con sus disputas que a mí me parecían extraídas de la película La vía Láctea, de Buñuel), nos llevaron al restaurante Maxim´s, eso sí, un mediodía donde pudimos disfrutar a buen precio de los restos de la cena de la noche anterior.

Una noche nos fuimos a cenar con los componentes hispanos del Secretariado Unificado, que eran entonces Mireya y Melan (Jaume Roures). Alguien se empeñó a que fuésemos a un chino "muy bueno" ubicado en las inmediaciones del Quartier Latin, en un vericueto perdido pero dos pasos de la Librería "Le Joie de Lire" de Maspero. Resultó que el "chino" estaba hasta los topes, y la alternativa fue un vietnamita que, por el contrario, estaba casi vacío. Era tarde y las conversaciones eran un tanto estentóreas, y como era propio, daban vuelta a algunos de los debates propios de la época, y pasaron al menos un par de horas cuando los escasos comensales de las mesas próximas se fueron marchando, y para nuestro estupor, comenzábamos a ver que el cuerpo entero de camareros y cocineros realizaban gestos extraños, algo que nos recordaba alguna película de espionaje.
Se nos presentó una situación harto singular en que todo el grupo de cocineros se fue acercando a nuestra mesa con un semblante que nos tranquilizó. Cual no sería nuestra sorpresa cuando comenzaron a hablarnos para contarnos que ellos habían pertenecido también a la IV Internacional...Todos los que habían permanecido en el Vietnam acabaron siendo asesinados. Por eso el colectivo había llegado a la conclusión de que lo fundamental era su supervivencia, y por ello permanecieron en el más absoluto anonimato, rehuyendo incluso la conexión con la sección francesa de la Internacional, y solo ahora, después de muchas discusiones se habían decidido a dar el paso, de manera que aquel singular encuentro sirvió para su reintegración militante para sorpresa de los propios franceses que les habían perdido la pista, ya que todos los militantes vietnamitas instalados en Francia de la LCR, eran de una nueva generación. El hecho fue que el grupo se reconstituyó como sección, que tenían sus contactos en el Vietnam, y durante un tiempo publicaron en los boletines internos de la Internacional, aunque finalmente, en medio de declive que marcaría la época, le perdimos la pista. Luego nos hemos encontrado con su historia a través de libros como el de Ngo Van, “Memoria escueta”, que publicó aquí Octaedro.

En esta fase que sigue, Jordi Dauder se fue apartando del activismo organizado, y no había manera de que asistiera a las reuniones. Como responsable, traté una y otra vez de conectar con él, pero a su teléfono no contestaba nadie, hasta que un día sí lo hizo. Cuando escuchó mi voz, su reacción fue “montar” el número de que el aparato estaba estropeado, ante lo cual opté por mandarle a hacer puñetas. No mucho después, Jordi no solamente no apareció, es que no permitió la reunión porque la mayoría de sus componentes se marcharon a asistir a una de sus primeras representaciones. Aquello me dejó un tanto perplejo, lo consideraba ya mayor para comenzar otra aventura, pero lo cierto es que poco después me convenció de pleno cuando pude verlo representar una obra de Samuel Beckett él solo en el teatro Regina.
No puedo decir mucho sobre esta faceta, pero el camarada Boni Ortiz, presidente del Ateneo Obrero de Gijón, que, además de militante de toda la vida, es también hombre de teatro, me cuenta en una nota inserta en Kaosenlared: “Le había visto hacía más de diez años en "El lector por horas"; también en "La gaviota" y en un par de montajes dirigidos por Helena Pimienta: "La entretenida" de Cervantes con la Compañía de Teatro Clásico y "Sonámbulo", de Juan Mayorga sobre Rafael Alberti: una función que me causó una intensa impresión y que, curiosamente y a pesar de que Dauder era parte de un trío de Hombres del Bombín acechando al poeta, es del único que recuerdo su interpretación, incluso de sus grandes zapatos sin calcetines y que en ocasiones se le salían de atrás. En ese coro trino de Homesicknes a lo René Magritte, también estaba Pepe Viyuela, pero Dauder llenaba la escena y el recuerdo”.
Y como despedida, Boni cita “estos versos de Martí i Pol (con "quien tanto quería"), porque sin conocerlo demasiado me siento lleno de él”.

"... L"altre i jo ens perdrem junts qualsevol vespre
i en acabar algú, potser el mateix
que ara em descriu sense saber-me gaire,
se sentirà tan ple de mi que per
comprendre"m ja no li caldran paraules".

Como los lectores pueden ver, la vida de Jordi Dauder da mucho de sí.

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