El trotskismo ha sido siempre un movimiento de los márgenes, y no únicamente en el sentido de que sus organizaciones hayan estado habitualmente a la sombra de los grandes batallones del movimiento obrero. En los pocos casos en que partidos trotskistas han desempeñado un papel significativo, a menudo ha sido a cierta distancia de los centros de poder regionales: Bolivia y no Brasil, Sri Lanka y no India. Es lógico, tal vez, que Irlanda sea el último bastión del trotskismo europeo.

A comienzos de este siglo parecía que las organizaciones trotskistas podían llenar el espacio político que dejaron vacío los partidos comunistas oficiales prosoviéticos. En Francia, los dos principales partidos trotskistas se presentaron juntos a las elecciones europeas de 1999 y consiguieron cinco escaños en el Parlamento de Estrasburgo. En la elección presidencial de 2002 se presentaron por separado y obtuvieron entre ambos un 10 % de los votos, más que el Partido Comunista Francés y los Verdes juntos. En el Reino Unido, los trotskistas estuvieron en el meollo de todas las iniciativas electorales de izquierda que trataron de competir con el Nuevo laborismo, así como en el movimiento contra la guerra de Irak.

Dos decenios después, esas experiencias son un recuerdo borroso. Los partidos de izquierda radical protagonizaron algunos avances notables después de 2008, pero los grupos de extracción trotskista solo figuraron como parte integrante de formaciones más amplias, como Syriza y Podemos, o en la dirección de partidos cuya plataforma pública está bastante alejada de esta tradición, como el Bloco de Esquerda de Portugal. En Irlanda, sin embargo, la izquierda trotskista conquistó por lo menos cinco escaños en la Dáil [Asamblea o Cámara baja del parlamento irlandés] en las sucesivas elecciones a partir de 2011. Para situar el dato en contexto, el Sinn Féin, que obtuvo el mayor número de votos en las elecciones generales del año pasado, nunca consiguió más de cinco escaños antes de la Gran Recesión.

Aparte de un grupúsculo de vida efímera que se creó durante la segunda guerra mundial, la historia del trotskismo irlandés se remonta a finales de la década de 1960. Entonces surgieron una serie de grupos del medio estudiantil de izquierda de la época. People’s Democracy (PD, Democracia Popular), que pasaría a ser la sección oficial de la Cuarta Internacional, fue el más conocido gracias a su papel en la crisis política que estalló en el norte de Irlanda. Activistas del PD destacaron en el movimiento por los derechos civiles cuyas manifestaciones desestabilizaron el sistema de Stormont. Un decenio después, promovieron la idea de una amplia campaña de apoyo a los presos republicanos que reclamaban el estatuto político. El Sinn Féin hizo suya más tarde esta propuesta durante las huelgas de hambre de 1980-1981, con consecuencias que todavía repercuten hasta el día de hoy.

El PD siempre fue una organización pequeña, y a finales de la década de 1980 había perdido toda la influencia de que había gozado en el panorama político en sentido amplio. En las décadas recientes, el trotskismo irlandés ha estado representado sobre todo por dos grupos que, a diferencia del PD, contaban con una base más sólida en el sur que en el norte: el Socialist Party (SP) y el Socialist Workers Party (SWP). El PD siempre había estado firmemente convencido de que la crisis del norte radicalizaría a la sociedad irlandesa a ambos lados de la frontera, pero ni el SP ni el SWP partieron de esta misma perspectiva, pese a que sus análisis del conflicto del norte y del IRA divergían radicalmente en otros aspectos. Hasta tiempos recientes, el impacto electoral de ambos grupos ha sido un fenómeno circunscrito principalmente al sur de la isla.

El SP y el SWP se formaron como derivaciones de corrientes trotskistas británicas, encabezadas por Peter Taaffe y Tony Cliff, respectivamente. Esto hizo que algunos de sus rivales irlandeses –sobre todo los republicanos– les acusaran de sucursalismo, de obedecer órdenes de Londres. Si esto fue el caso alguna vez en el pasado, hoy sin duda no es cierto: los trotskistas irlandeses han sido mucho más exitosos que sus homólogos británicos en los últimos años, y el SP ha cortado formalmente toda relación con Taaffe y sus simpatizantes.

El SP solía operar como corriente entrista dentro del Partido Laborista Irlandés, a imagen y semejanza de su partido hermano británico, antes de independizarse. Su figura más conocida, Joe Higgins, obtuvo por primera vez un escaño en el distrito de Dublín Oeste en 1997 y alcanzó una prominencia que no guardaba relación con el tamaño del partido. Esto se debió en gran parte a su singular oratoria, que combinaba el tono de un cura irlandés –Higgins estaba estudiando en un seminario católico estadounidense cuando descubrió el marxismo– con el de un cómico. Higgins solía meterse en el bolsillo a personas que no comulgaban con sus posiciones políticas y se ganaba el respeto como único político de la oposición que era capaz de enfurecer al normalmente impávido líder del Fianna Fáil, Bertie Ahern, en pleno apogeo del Tigre Celta.

El éxito de Higgins indujo a su partido y al SWP a dedicar una energía considerable a la política electoral, si bien hasta 2011 no lograron ganar ningún escaño adicional en la Dáil. El sistema político irlandés es tal vez el más favorable a los partidos pequeños y candidatos independientes de toda Europa: cada circunscripción tiene múltiples escaños con votos preferentes, y no hay ningún umbral mínimo del voto nacional que deba superar un partido para acceder al parlamento. Higgins se había dado a conocer inicialmente en Dublín Oeste por su lucha contra las tarifas del agua, y la siguiente ola de protestas en barrios de clase obrera se dirigió contra las tasas de recogida de basuras a comienzos de la década de 2000.

La crítica socialista a estas tasas tenía una doble vertiente: constituían una forma de doble imposición desigual y contribuían a capitalizar el servicio de cara a su privatización. Diversos activistas destacados de izquierda, entre ellos Higgins, fueron encarcelados por participar en manifestaciones contra las tasas de recogida de basuras en 2003. Funcionarios del ayuntamiento de Dublín procedieron a privatizar servicios de recogida de residuos, tal como habían anticipado quienes se oponían. Grotescamente, los partidos de centro-izquierda irlandeses pasaron a afirmar que esto solamente ocurrió debido a la campaña de protestas.

El gran salto de produjo en 2011, cuando las primeras elecciones generales tras el crac financiero trajeron un enorme crecimiento del apoyo a la izquierda en sentido amplio. La candidatura de la United Left Alliance (ULA) obtuvo cinco escaños, cuatro en la capital y uno en Tipperary. La ULA estaba formada por diversos componentes, y aunque los detalles más concretos pueden parecer oscuros, examinarlos brevemente puede ayudar a arrojar luz sobre algunos aspectos más amplios.

Fueron tres los grupos que se juntaron para constituir la ULA. El primero fue el Partido Socialista, que añadió a Clare Daly a su cohorte parlamentaria ese año, junto con Higgins, quien recuperó el escaño que había perdido en 2007. El segundo fue People Before Profit (PBP), una alianza creada por el SWP de cara a la movilización. Uno de los diputados de PBP elegidos en 2011, Richard Boyd Barrett, era un activista que llevaba muchos años en el SWP ; la segunda diputada de PBP, Joan Collins, nunca había militado en el partido. El tercer componente de la ULA fue el Workers and Unemployed Action Group (WUAG). Este grupo solo tenía una presencia importante en el sur de Tipperary, donde su líder, Séamus Healy, había obtenido por primera vez un escaño parlamentario en 2000 y lo recuperó en 2011.

La circunscripción, ahora modificada, abarcaba la parte meridional del condado, uno de los más grandes de Irlanda, aunque no incluye ciudades. La población más grande, Clonmel, tiene 17.000 habitantes y cuenta con una larga tradición sindical que se remonta a comienzos del siglo XX: James Connolly y Jim Larkin fundaron allí el Partido Laborista en 1912. La capacidad del WUAG de mantener un buen resultado en las sucesivas elecciones locales y nacionales indica que la concentración geográfica de la izquierda radical en Dublín, Cork y otras ciudades tiene que ver más con la oferta que con la demanda. En los centros urbanos más grandes, los grupos marxistas tienen más probabilidades de contar con una masa crítica de activistas que pueden movilizarse de cara a una campaña electoral.

Tras el éxito inicial de la ULA vino un periodo de fragmentación que sin duda habría sido fatal si el sistema electoral no hubiera sido tan favorable. Los tres grupos fundadores se separaron al cabo de un par de años. El SP creó su propio frente de movilización, la Anti-Austerity Alliance (AAA), que cambió el nombre por el de Solidarity en 2017. PBP siguió su camino, mientras que dos diputadas de la antigua ULA –Clare Daly y Joan Collins– crearon otra organización llamada Independents 4 Change.

Estos ires y venires eran agua para el molino de los corresponsales políticos irlandeses, la mayoría de los cuales están molestos por tener que escribir sobre pequeños partidos trotskistas y aprovechan cualquier ocasión para citar La vida de Brian de los Monty Python. Hasta los observadores menos prejuiciados deben de haber considerado desconcertante esta evolución, pero tanto PBP como la AAA todavía lograron obtener seis escaños, con el 4 % de los votos, en 2016, con una clara mejora del resultado de la ULA en 2011. El principal factor subyacente fue un ascenso de la movilización popular entre ambas elecciones, en especial la campaña contra las tarifas del agua, que se convirtió en un verdadero movimiento de masas, de un nivel mucho más elevado que las manifestaciones de las décadas de 1990 y 2000.

La izquierda trotskista desempeñó un papel importante en ese movimiento, apoyando el llamamiento al impago de las tasas en un momento en que Sinn Féin se desentendió de este tipo de tácticas. En octubre de 2014, el candidato de la AAA, Paul Murphy, ganó una importante elección parcial en el distrito Sudoeste de Dublín que la prensa consideraba totalmente asegurada para Sinn Féin, en gran parte debido a que su partido impulsó una línea más combativa con respecto a la tasa del agua. La clase política irlandesa montó una campaña contra Murphy y sus camaradas después de que apoyaran una sentada contra un ministro del gobierno que visitó la circunscripción poco después de la elección parcial. Las acusaciones de detención ilegal, totalmente fuera de lugar, que se formularon contra ellos y ellas se estrellaron contra el muro de un juicio con jurado que tuvo lugar en 2017, en el que el jurado no dio crédito a los testimonios de la policía, desmentidos por los vídeos aportados por las defensas.

No es posible cuantificar el coste de oportunidad de las divisiones de la izquierda radical irlandesa, pero tiene que haber sido importante. La fragmentación del viejo sistema de partidos ha dado pie a un variopinto panorama político en que la posesión de una identidad clara es un activo valioso. Tras las elecciones municipales y europeas de 2019, parecía que el viento soplaba en contra de Sinn Féin y de la izquierda radical. Tanto Sinn Féin como la alianza Solidarity–People Before Profit perdieron más de la mitad de los escaños municipales. Con la perspectiva de unas elecciones generales al cabo de unos pocos meses, parecía que los partidos trotskistas iban a perder toda su presencia parlamentaria, mientras que sus rivales republicanos pasarían a ocupar un espacio marginal.

Las elecciones de febrero de 2020, celebradas justo antes de que estallara la pandemia de covid-19, desmintieron totalmente estos pronósticos. Sinn Féin fue el partido más votado, con el 24,5 % de los votos. En los sondeos de opinión realizados desde las elecciones, el partido compite con Fine Gael. Conservador y firmemente antirrepublicano, por el primer puesto. El porcentaje medio de voto a favor de Sinn Féin supera por poco el 29 %. Todo indica que la próxima elección general será una de las más reñidas de la historia del Estado, en una situación en que la sociedad sufre una grave crisis de la vivienda y las secuelas económicas de la pandemia.

La supervivencia de la izquierda marxista era una cuestión secundaria en estos comicios: Solidarity–People Before Profit conservaron sus seis escaños y lograron sobrevivir. Sin embargo, en todas esas circunscripciones, menos en una, Sinn Féin podría haberles arrebatado fácilmente el escaño si hubiera presentado un candidato adicional. El ascenso de Sinn Féin se produjo con tanta rapidez y fue tan inesperado que su falta de previsión en la formación de las candidaturas hizo que el número de escaños que consiguió resultara menor que su peso político real.

La próxima vez, Sinn Féin no cometerá el mismo error. El partido está ávido de obtener escaños en todas partes, por supuesto, pero quitárselos a la corriente trotskista tendrá la ventaja añadida de dejar fuera de juego a un rival en su flanco izquierdo. Precisamente por esta razón, sería una gran lástima para la izquierda irlandesa en sentido amplio si los grupos socialistas se quedaran sin escaños en los próximos comicios nacionales. Por muchas deficiencias que presente su enfoque de la política, han realizado una contribución real desde que entraron en las instituciones. En particular, han sido los únicos partidos con representación nacional que se han alineado con los mayores movimientos sociales de la década posterior al crac: la campaña de las tarifas del agua y la lucha por el derecho al aborto. En ambas cuestiones, Sinn Féin ha ido muy a la zaga.

Sin duda no existe ninguna posibilidad, en un futuro previsible, de que los partidos trotskistas hagan peligrar la posición dominante de Sinn Féin en la izquierda del espectro, pero la existencia de una fuerza rival, aunque sea menor, puede contribuir a prevenir un giro a la derecha del partido. Actualmente hay menos posibilidades de que Sinn Féin entre en una coalición como socio menor de Fianna Fáil o Fine Gael, como parecía probable hace unos pocos años: el objetivo del partido es liderar el gobierno. Sin embargo, el hecho de asumir el cargo desde una posición de fuerza no es ninguna garantía contra la asimilación, como ha demostrado el ejemplo de Syriza.

People Before Profit se distingue ahora también por ser el único partido, aparte de Sinn Féin, que tiene representantes electos a ambos lados de la frontera irlandesa. Ha apoyado firmemente la petición de un referéndum sobre la unidad de Irlanda y su intención es hacer campaña por el Sí si llega a celebrarse. La dinámica de la competición política en Irlanda del Norte difiere totalmente de la del resto y merece un artículo aparte: no en vano, Sinn Féin aparece allí como un partido gubernamental, aunque en circunstancias muy particulares, más que como la fuerza que lidera la oposición. Pero la existencia de una organización socialista con presencia en toda Irlanda, aunque sea pequeña, es un factor de cierta importancia cuando es probable que en los próximos años el statu quo constitucional se vea sometido a crecientes presiones.

¿Encierra la experiencia irlandesa alguna lección más amplia? Tal vez muestre el futuro que probablemente le espera al trotskismo, en todo caso: como afluente de un movimiento de izquierda revitalizado, en vez del río caudaloso que su fundador esperaba que llegara a ser.

04/08/2021

https://newleftreview.org/sidecar/posts/the-tributary

Traducción: viento sur

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