[El texto que presentamos a continuación es la traducción de tres voces o entradas contenidas en el Dizionario gramsciano, bajo la autoría de Pasquale Voza. Se trata de las definiciones de intelectuales, intelectuales orgánicos e intelectuales tradicionales, conceptos ampliamente vinculados a los movimientos sociales, sindicales, a la educación popular o alternativa, y que la academia retoma, por lo general, en el ámbito sociológico. El uso que reciben dichas categorías, en ocasiones adquiere una suerte de cliché o adorno discursivo, de tal manera que la aplicación del vocablo pierde su contenido teórico u organizativo-potenciador. Al ser así, la praxis de transformación se vuelve más susceptible al espontaneísmo que a la articulación efectiva para la conformación del bloque reivindicativo.

A partir de este antecedente, es que creímos necesario presentar al lector una definición específica de lo que representan los intelectuales para el marxismo y el auge de los movimientos sociales contemporáneos. La relevancia de estas tres voces, reside en que Pasquale Voza esclarece su contenido de la mano de Gramsci, a través de los Cuadernos de la cárcel como fuente originaria para la exposición. Se ha respetado el formato original de cada una de las voces, manteniendo las citas que hace el autor con referencia a sus originales: Quaderni del carcere (Torino: Einaudi, 1977) y, en una ocasión, La costruzione del Partito comunista 1923-1926 (Torino: Einaudi, 1971); en cada caso hemos considerado importante remitir las citas textuales a la edición castellana, ello como una nota al pie, a fin de evitar deformar la versión primera del trabajo. Al final del texto se incorporan unas brevísimas reflexiones, con la mayor modestia, sólo para destacar lo que consideramos intenta resaltar Pasquale Voza. Juan Fernando Álvarez Gaytán ]

Intelectuales (a)

Lo crucial de este lema es ya, sin duda alguna, perceptible a lo largo del periodo de los escritos pre-carcelarios de Gramsci, pero tiende a asumir un valor orgánicamente y cognoscitivamente estratégico dentro de la reflexión de los Cuadernos… (también, y no raramente, de las propias Cartas desde la cárcel[1]). Si se mira el texto de 1926, Algunos temas de la cuestión meridional[2], se puede detectar cómo Gramsci, después de haber definido el Mezzogiorno de Italia como “una gran disgregación social”, precisa que aquella fórmula podría referirse, no sólo a los campesinos, esto es a la “gran masa campesina amorfa y disgregada”, sino también a los intelectuales de la pequeña y media burguesía rural: estos últimos, proporcionando la máxima parte del personal estatal, ejercían “la función de intermediación entre el campesinado y la Administración en general”. Además, por encima del “bloque agrario”, constitutivo de la sociedad meridional, Gramsci veía funcionar un “bloque intelectual”, que hasta entonces, sustancialmente había servido para impedir que “las grietas del bloque agrario se volvieran demasiado peligrosas y determinaran un derrumbe”: exponentes de aquel bloque intelectual eran Giustino Fortunato y Benedetto Croce, quienes precisamente por esto –afirmaba con claridad Gramsci– podían ser considerados como “los reaccionarios más activos de la península” (CPC 150-5)[3]. Así también, debe subrayarse la atención que en la fase juvenil y pre-carcelaria Gramsci reserva a los problemas relacionados con la organización de la cultura, la italiana en especial: esto pone en cuestión, entre otras cosas, la peculiaridad de su relación con la actividad de Piero Gobetti, formidable e incansable organizador cultural.

El tratamiento sistemático de la cuestión de los intelectuales presente en el Cuaderno 4 está declaradamente generado y atravesado por dos interrogantes de fondo, estrechamente vinculadas entre sí: la primera se refiere al problema de si los intelectuales son un grupo social autónomo o, si en cambio, cada grupo social tiene su propia categoría de intelectuales; la segunda interpela el problema de cómo identificar y definir “los límites máximos de la acepción de intelectual” (Q4, 49, 475)[4]. En relación al primer punto, Gramsci señala una de las modalidades más importantes que hasta entonces, a su modo de ver, asumió el “proceso histórico de formación de las diferentes categorías intelectuales” y observa que cada grupo social, “naciendo sobre la base originaria de una función esencial en el mundo de la producción económica, crea al mismo tiempo, orgánicamente, una clase o clases sociales de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de su propia función en el campo económico”, por lo que “el empresario capitalista crea junto consigo mismo al economista, al científico de la economía política” (Ibíd., 474-5)[5]. Para Gramsci se trata de intelectuales como “categoría orgánica”, de los cuales básicamente el propio empresario moderno forma parte, en la medida en que ellos deben tener una cierta capacidad técnica, no sólo en el campo económico en sentido estricto, sino también “en otros campos, al menos en aquellos más próximos a la producción económica”. No obstante, cada grupo social, emergiendo en la historia de la estructura económica, encuentra o ha encontrado (al menos –precisa Gramsci– en la historia acontecida hasta ahora) las “categorías intelectuales preexistentes”, las cuales se presentan como figuras de una continuidad histórica ininterrumpida, no puestas en discusión ni siquiera por las complejas mutaciones sociales y políticas. De los eclesiásticos (“monopolizadores por largo tiempo de algunos servicios esenciales”) a Croce (que se siente “ligado a Aristóteles más que a Agnelli”), ellos, que constituyen la “categoría tradicional”, advierten “con espíritu de cuerpo” la continuidad de su condición y cualificación intelectual, al punto de determinar la “apariencia” real de sí mismos como un grupo social independiente, con sus propias características, con una cierta autonomía del grupo social dominante (Ibíd., 475-7)[6].

Este primer núcleo de reflexión, sin embargo, puede aclararse de fondo sólo en conexión con la respuesta que Gramsci se esfuerza por ofrecer a la segunda interrogante: ¿“cuáles son los límites máximos” entre los cuales se puede comprender y colocar la noción de intelectual? Teniendo en cuenta la extrema dificultad para identificar un criterio cierto y eficaz de definición, Gramsci, en primer lugar, pone el acento sobre aquello que le parece “el error metódico” más común, a saber, el error de buscar el carácter de la actividad intelectual en lo “intrínseco” de ella misma, es decir, en su “cualidad” específica y, por tanto, en sus diferencias y grados diversos de tal cualidad, que pueden ir de los “creadores” de las variadas ciencias, de la filosofía, de la poesía, etc., hasta los “más humildes administradores y divulgadores de la riqueza intelectual tradicional”. Tal carácter hay que buscarlo, en cambio, en el sistema de relaciones en que la actividad intelectual (o “el agrupamiento que la personifica”) viene a encontrarse “en el conjunto general de las relaciones sociales” (Ibíd., 476)[7]. He aquí, entonces, un punto fundamental: para Gramsci se trata de saber mirar las funciones “organizativas” y “conectivas” de los intelectuales, esto es, las funciones que ellos realizan, en formas peculiares de vez en vez e históricamente determinadas, en los procesos de producción de la hegemonía. Sin embargo, esto no debe sugerir una relación inmediata entre los intelectuales y la producción y, por lo tanto, su rol extrínseco e instrumental. La relación entre los intelectuales y la producción –afirma Gramsci– “no es inmediata, como ocurre con los grupos sociales fundamentales, mas es mediada, y es mediada por dos tipos de organización social: a) la sociedad civil, es decir, el conjunto de organizaciones privadas de la sociedad, b) el Estado” (Ibíd.)[8]. Este modo de configurar la cuestión no sólo comporta una “extensión muy grande del concepto de intelectuales”, sino también, y sobre todo, hace posible llegar a “una aproximación concreta de la realidad” (Ibíd.)[9]. Lo que significa entonces (dicho en términos esquemáticos) que el intelectual orgánico no es, simplemente, el intelectual del consenso, fórmula que por sí sola subyace y evoca por contraste una noción “estatutaria”, considerada más íntima, más auténtica, del intelectual como naturaliter portador de verdad, de “disenso”, de “crítica”. En realidad, en Gramsci, como la ideología no es una mera apariencia o un truco o una falsa conciencia, así el intelectual orgánico no es atribuible, ni en negativo ni en positivo, a la mera voluntad y capacidad de producir consenso, pero toma cuerpo y adquiere significado en una peculiar función conectivo-organizativa: el consenso no es un efecto adicional, sin embargo es incorporado, en formas siempre diversas y renovantes, en aquella función de fondo.

Sobre la distinción entre intelectuales como categoría orgánica de cada grupo social e intelectuales como categoría tradicional, Gramsci coloca un nudo decisivo: el análisis del partido político en relación al problema de los intelectuales. Bajo este perfil, el partido político se configura como “el mecanismo que en la sociedad civil cumple la misma función que cumple el Estado en mayor medida en la sociedad política”, es decir, produce y realiza la “soldadura” entre intelectuales orgánicos de un grupo social e intelectuales tradicionales. Tal función de soldadura está conectada con la función más general del partido político, que para Gramsci consiste en elevar lo “económico-corporativo” a la esfera de lo “ético-político”, esto es, el establecimiento de una fecunda relación de interacción entre “espontaneidad” y “dirección”. Establecido en estos términos el análisis del partido, Gramsci gana una radical distancia crítica tanto de la noción, propia de Croce, del partido como “prejuicio”, totalmente interna a la más general concepción de la “política-pasión”, tanto de la noción sociológica de Michels. Por lo demás, Gramsci advertía toda la innovadora complejidad, el desafío presente en atribuir a la cuestión intelectual un carácter radicalmente teórico-político. Por ejemplo, proponiendo de nuevo y reorganizando estas reflexiones suyas en el Texto C del primer parágrafo del Cuaderno 12, Gramsci precisaba que la investigación anunciada programáticamente en el título (Apuntes y notas dispersas para un grupo de ensayos sobre la historia de los intelectuales) no habría tenido un carácter sociológico, aunque habría dado lugar a una serie de ensayos de historia de la cultura, esto es Kulturgeschichte, y junto a la historia de la ciencia política. Para Gramsci se trata, hasta el final, de la “cuestión política de los intelectuales”. La expresión se repite en el Cuaderno 11 y es puesta en conexión con un problema crucial: el de la profundidad del nexo teoría-práctica al interior de los más recientes desarrollos del marxismo. También se debe decir que Gramsci coloca la filosofía de la praxis en posición antitética respecto de la cultura y la visión católica, en el sentido de que la filosofía de la praxis “no tiende a mantener a los ‘simples’ en su filosofía primitiva del sentido común, sino a conducirlos a una concepción superior de la vida” (Q11, 12, 1384)[10]. La exigencia del contacto entre intelectuales y simples no es concebida para reducir o limitar la actividad científico-intelectual y para mantener “una unidad al bajo nivel de las masas”, sino, en cambio, para construir “un bloque intelectual-moral que haga políticamente posible un progreso intelectual de masas y no sólo de escasos grupos intelectuales” (Ibíd., 1385)[11].

Volviendo a los intelectuales como “categoría orgánica”, se debe decir que para Gramsci, los grados de tal organicidad están conectados con las diferentes articulaciones en que se desarrollan sus funciones conectivas y organizativas: funciones que ve, en el presente, es decir, en la “estructura masiva de la democracia moderna” (Q13, 7, 1567)[12], en el “sistema social democrático-burocrático” (Q12, 1, 1520)[13], íntimamente constitutivas de la trama de saberes, de las especialidades, de las competencias, de las instituciones, pero siempre en relación a las formas peculiares del Estado integral y de la producción de la hegemonía. Esto es, esas funciones no están relacionadas a algún funcionalismo sistémico, a la weberiana “jaula de acero”, a la racionalidad de las formas, de los “círculos especiales” y a la conectada profesionalización de la política. En la teoría, en la prospectiva de la hegemonía, que, con certeza, expulsa de sí misma la política como profesión, aquellas funciones tienen el valor de funciones dirigentes. La reflexión más clara y más limpia al respecto, se encuentra en una página del Cuaderno 12, allí donde Gramsci, después de haber afirmado que “en el mundo moderno la educación técnica, estrechamente ligada al trabajo industrial, incluso al más primitivo y descalificado, debe formar la base del nuevo tipo de intelectual”, y después de haber observado que la experiencia del Ordine Nuovo” se había fundado precisamente sobre aquella base para desarrollar “ciertas formas de nuevo intelectualismo”, delinea los contornos esenciales de aquello que llama el “nuevo intelectual”. Ahora bien, el modo de ser del nuevo intelectual –declara Gramsci– “no puede consistir más en la elocuencia, motriz exterior y momentánea de los afectos y de las pasiones, sino en mezclarse activamente a la vida práctica, como constructor, organizador, persuasor permanentemente porque no puro orador y, sin embargo, superior al espíritu abstracto matemático” (Q12, 3, 1551)[14]. Se trata entonces de llegar de la condición particular de la “técnica-trabajo” a la condición más general de la “técnica-ciencia” hasta “la concepción humanista histórica, sin la cual se permanece especialista y no se convierte dirigente (especialista + político)” (Ibíd.)[15].

Este modo de ser del nuevo intelectual no deja de constituir para Gramsci el modo de ser de la relación (radicalmente y originalmente repensado al interior de su marxismo) entre los intelectuales y el movimiento operario, entre el socialismo y los intelectuales. Hay que tener presente otro punto esencial: la “cuestión política de los intelectuales”, una vez puesta en conexión con la reformulación teórica del problema de la hegemonía y del Estado, insta a Gramsci a un continuo y tenaz análisis diferenciado y, por tanto, lo induce a ir más allá de la también fundamental distinción entre intelectuales orgánicos e intelectuales tradicionales y a dirigir su atención al problema de la “función de los grandes intelectuales en la vida de los Estados” (Q10, 1, p. 1211)[16]. La crítica del pensamiento de Croce se vuelve absolutamente necesaria porque éste constituye el “partido ideológico” de la burguesía y representa un implante hegemónico capaz de fijar y realzar teóricamente una revolución pasiva moderna, haciéndola valer como un programa de “revolución-restauración”, de reestructuración desde arriba en las condiciones históricas cambiantes respecto a la hegemonía del Risorgimento. Posteriormente, Gramsci profundiza el problema del nuevo intelectual: si es verdad que la “cuestión hegemónica” asumió una forma radicalmente nueva después del declive del “individualismo económico” y después de la penetración y difusión inaudita de la política y del Estado en la trama compleja de la sociedad de masas, entonces el nuevo intelectual necesita hacer una revolución copernicana, liberarse de aquello que Gramsci llama “el error del intelectual” y que consiste en el “creer que se puede saber sin comprender y especialmente sin sentir y ser apasionado”, en creer, esto es, que “el intelectual pueda ser tal si es distinto y separado del pueblo” (Q4, 33, 452)[17]. Es interesante señalar cómo en el respectivo Texto C del Cuaderno 11 el concepto de “pueblo” viene sustituido por el de “pueblo-nación”. Gramsci afirma en particular, que “no se hace política-historia sin esta pasión, es decir, sin esta conexión sentimental entre intelectuales y pueblo-nación” (Q11, 67, 1505)[18]. A la eventual indeterminación, impregnada de algún riesgo de “espontaneísmo”, del concepto de pueblo, Gramsci entonces, lo sustituye por el concepto de pueblo-nación, que demanda la peculiaridad, la determinación histórica del entramado y de la interacción Estado-sociedad civil.

De esta manera, la expresión “conexión sentimental entre intelectuales y pueblo-nación”, más allá de toda sugestión literaria o populista-literaria, asume un gran valor teórico-político: es, y quiere ser, una crítica in re de Croce y de Weber, de la fijación idealista de lo ético-político, por un lado, y de la especialización de la política, de la política como profesión, por el otro. A este orden de problemas se relaciona, de hecho, la nota del Cuaderno 15 en que Gramsci afronta de raíz el estatuto de la ciencia política y la posibilidad de su refundación crítica. Considerando que “existe en realidad dirigentes y dirigidos, gobernados y gobernantes”, invita a interrogarse: “¿se quiere que existan siempre gobernados y gobernantes o se quiere crear las condiciones en que la necesidad de la existencia de esta división desaparezca? Esto es, ¿se parte de la premisa de la perpetua división del género humano o se cree que sea sólo un hecho histórico, correspondiente a ciertas condiciones?” (Q15, 4, 1752)[19]. La “cuestión política de los intelectuales”, así como es delineada por Gramsci, contiene dentro de sí el impulso “inaudito” de esta interrogante concretamente utópica.

Intelectuales orgánicos (b)

La amplia discusión de la cuestión de los intelectuales, presente en el Cuaderno 4, es declaradamente generada y atravesada por dos interrogantes de fondo, estrechamente relacionadas. La primera concierne al problema de si los intelectuales son un grupo social autónomo o, si en cambio, cada grupo social tiene una propia categoría de intelectuales; la segunda conlleva otro problema: cómo identificar y definir “los límites máximos de la acepción de ‘intelectual’” (Q4, 49, 475)[20].

En relación al primer punto, Gramsci señala una de las modalidades más importantes que hasta entonces, a su modo de ver, asumió “el proceso histórico de formación de las categorías intelectuales”, afirmando que cada grupo social, “naciendo sobre la base originaria de una función esencial en el mundo de la producción económica, crea al mismo tiempo, orgánicamente, una clase o clases sociales de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de su propia función en el campo económico”, por lo que “el empresario capitalista crea junto consigo mismo al economista, al científico de la economía política” (Ibíd., 474-5)[21]. Este núcleo de reflexiones puede aclararse de fondo sólo en conexión con la respuesta que Gramsci se esfuerza por ofrecer a la segunda interrogante: “¿cuáles son los límites máximos de la acepción de ‘intelectual’”? Teniendo en cuenta la dificultad para identificar un criterio cierto y eficaz de definición, Gramsci, en primer lugar, pone el acento sobre aquello que le parece “el error metódico” más común: a saber, el error de buscar el carácter de la actividad intelectual en su naturaleza, en lo “intrínseco” de ella misma y no, por el contrario, en el sistema de relaciones en que tal actividad (o “el agrupamiento que la personifica”) viene a encontrarse “en el conjunto general de las relaciones sociales” (Ibíd., 475-6)[22]. Para Gramsci esto es un punto fundamental: evitar ese error metódico significa saber mirar las funciones “organizativas” y “conectivas” de los intelectuales, esto es, las funciones que ellos realizan, en formas peculiares de vez en vez e históricamente determinadas, en los procesos de formación de la hegemonía. Precisamente por esto –advierte Gramsci– no se debe pensar en una relación inmediata entre los intelectuales y la producción y, por tanto, en su papel extrínseco e instrumental. La relación entre los intelectuales y la producción “no es inmediata, como ocurre con los grupos sociales fundamentales, mas es mediada, y es mediada por dos tipos de organización social: a) la sociedad civil, es decir, el conjunto de organizaciones privadas de la sociedad, b) el Estado” (Ibíd., 476)[23]. Tal modo de configurar la cuestión comporta una “extensión muy grande del concepto de intelectuales” y al mismo tiempo hace verdaderamente posible llegar a “una aproximación concreta de la realidad” (Ibíd.)[24].

Sobre la base de estos análisis y consideraciones se puede comprender por qué la noción de intelectual orgánico se halla, de entre las nociones gramscianas, como la más sujeta (quizá aún más que la noción de hegemonía) a interpretaciones equívocas y a una variedad de simplificaciones y “reduccionismos”. Hay que decir que en Gramsci, como la ideología no es una mera apariencia o una simple mistificación, así el intelectual orgánico no es atribuible, ni en negativo ni en positivo, a la mera voluntad y capacidad de producir consenso, pero toma cuerpo y adquiere significado en una peculiar función conectivo-organizativa: el consenso no es un efecto adicional, sin embargo es incorporado, en formas siempre diversas y renovantes, en aquella función de fondo.

Esto es válido no sólo cuando Gramsci analiza la naturaleza, los modos de ser de los intelectuales en la historia pre-burguesa y burguesa, sino también cuando analiza la relación entre los intelectuales y la clase operaria, los intelectuales y el partido, los intelectuales y la política (en referencia general a los grupos sociales antagónicos). También en este caso no es delineada una organicidad de tipo pedagógico o ético-normativa: lo que excluye que el autor de los Cuadernos… quiera entender al intelectual orgánico como intelectual “de partido”. Con respecto a los análisis del partido político en relación al problema de los intelectuales, Gramsci afirma que el partido se configura como “el mecanismo que en la sociedad civil cumple la misma función que cumple el Estado en mayor medida en la sociedad política”, es decir, que se configura como el mecanismo que logra determinar la “soldadura” entre los intelectuales orgánicos y los intelectuales tradicionales. Tal función de soldadura está conectada con la función más general del partido político, que para Gramsci consiste en elevar “los miembros económicos de un grupo social a la cualidad de intelectuales políticos, es decir, de organizadores de todas las funciones inherentes al desarrollo orgánico de una sociedad integral, civil y política” (Ibíd., 477-8).[25]

Intelectuales tradicionales (c)

Gramsci parte en primer lugar de lo que considera el punto central de la cuestión de los intelectuales, es decir, “la distinción entre intelectuales [como] categoría orgánica de cada grupo social e intelectuales como categoría tradicional, distinción de la cual surge toda una serie de problemas y de posibles investigaciones históricas” (Q1, 49, 477)[26]. Enseguida define con claridad “la formación de los intelectuales tradicionales” como el “problema histórico más interesante” (Ibíd., 478)[27], e inmediatamente después pasa a examinar en algunas de sus líneas esenciales, el desarrollo histórico de los intelectuales en Europa y fuera de ella. Conviene señalar entre las más significativas, las consideraciones sobre Italia, para la cual “el hecho central es precisamente la función internacional o cosmopolita de sus intelectuales que es la causa y el efecto del estado de disgregación en la cual permanece la península desde la caída del Imperio romano hasta el 1870” (Ibíd., 479)[28], y sobre Estados Unidos, en donde se debe notar en cambio “la ausencia de los intelectuales tradicionales y, por tanto, el diverso equilibrio de los intelectuales en general”, en relación a la “formación masiva sobre la base industrial de todas las superestructuras modernas” (Ibíd., 481)[29].

Gramsci argumenta su distinción entre los intelectuales como categoría orgánica y los intelectuales como categoría tradicional. Observa que cada grupo social, “naciendo sobre la base originaria de una función esencial en el mundo de la producción económica, crea al mismo tiempo, orgánicamente, una clase o clases sociales de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de su propia función en el campo económico”, por lo que “el empresario capitalista crea junto consigo mismo al economista, al científico de la economía política” (Ibíd., 474-5)[30]. No obstante, cada grupo social, emergiendo en la historia de la estructura económica, encuentra o ha encontrado (al menos en la historia acontecida hasta ahora) las “categorías intelectuales preexistentes”, las cuales se presentan como figuras de una continuidad histórica ininterrumpida, no puestas en discusión ni siquiera por las complejas mutaciones sociales y políticas. De los eclesiásticos (“monopolizadores por largo tiempo de algunos servicios esenciales”) a Croce (que se siente “ligado a Aristóteles más que a Agnelli”, Ibíd., 475)[31], ellos, que constituyen la “categoría tradicional” (Ibíd., 477)[32], advierten “con espíritu de cuerpo” la continuidad de su condición y cualificación intelectual, al punto de determinar la “apariencia” de sí mismos como un grupo social independiente, con sus propias características, con una cierta autonomía del grupo social dominante (Ibíd., 475)[33]. Es interesante señalar cómo Gramsci, en un pasaje sobre la enseñanza de la filosofía, a entenderse como “dirigida no a informar históricamente al discente sobre el desarrollo de la filosofía pasada, sino a formarlo culturalmente, ayudarlo a elaborar críticamente el propio pensamiento para participar en una comunidad ideológica y cultural”, afirma que es necesario “partir, en primer lugar, del sentido común, de la religión, en segundo lugar, y sólo en un tercer momento de los sistemas filosóficos elaborados”, de aquellos que denomina de los “grupos intelectuales tradicionales” (Q11, 13, 1401)[34]. En el Cuaderno 12 Gramsci observa que la “auto-posición” que los intelectuales tradicionales operan de sí mismos como autónomos e independientes del “grupo social dominante”, ésta su “utopía social”, tiene consecuencias de largo alcance en el campo ideológico y político: toda la filosofía del idealismo, por ejemplo, se puede vincular fácilmente, según Gramsci, con esta posición o auto-posición, adoptada por el “conjunto social de los intelectuales” (Q12, 1, 1515)[35].

Muy importantes son, por último, las ulteriores consideraciones de Gramsci sobre la falta, en Estados Unidos, de “una vasta sedimentación de intelectuales tradicionales, como se verifica en los países de la civilización antigua”: tal ausencia explica en parte, según el pensador sardo, tanto “la existencia de sólo dos grandes partidos políticos, que se podrían, en realidad, fácilmente reducir a uno solo”, como, “a la inversa, la multiplicación ilimitada de las sectas religiosas” (Ibíd., 1527)[36].

Reflexiones finales

La interesante aportación de Pasquale Voza viene a clarificar, de manera breve, cómo debe interpretarse el tema de los intelectuales desde la noción gramsciana, a fin de superar los reduccionismos que ha sufrido. Sin pretensiones de fatuidad, sólo indicamos –y prácticamente a modo de cita textual– que el concepto de intelectuales y la diferenciación que hace el autor entre orgánicos y tradicionales, tiene un papel relevante en el sostenimiento de la clase hegemónica, en el conjunto de relaciones sociales y que, en lo que se refiere a los intelectuales tradicionales, cuestiona su utopía como grupo independiente. Especial atención requiere la categoría de los intelectuales orgánicos que, por sobre todo, tiende a organizar, persuadir y conectar aquellos procesos que configuran la hegemonía y su práctica cotidiana al lado del pueblo-nación. Se plantea, además, el lugar que ocupa el partido político como bisagra entre las diferentes distinciones de los intelectuales y el carácter humanista que puede adquirir, quizá, hacia la superación del capitalismo.

El aporte de Pasquale Voza, por más sencillo que parezca, contribuye a reivindicar el concepto de intelectuales y, mejor aún, a impulsar su contenido teórico-práctico. Se hace necesario, ahora, continuar el análisis de dicha noción, para situar su utilización en la investigación de la realidad concreta. Algunas referencias importantes pueden ser el texto de Campione, Para leer a Gramsci (Buenos Aires: Ediciones CCC, 2007), o de Hoaere y Sperber, An Introduction to Antonio Gramsci (Londres: Bloomsbury, 2016), asimismo, puede consultarse el trabajo de Portelli, Gramsci y el bloque histórico (Ciudad de México: Siglo XXI, 1973); por lo demás, sobra decir que la traducción de estas voces busca incitar en el lector acercarse a Gramsci en sus fuentes primarias.

Pasquale Voza, Università degli Studi di Bari

Traducción, introducción y reflexiones finales: Juan Fernando Álvarez Gaytán, Maestro en Docencia Transdisciplinaria (ENSM). Estudios de Doctorado en Desarrollo Educativo (UPN). Contacto: mtro.fernando@outlook.com. Agradezco la colaboración de Erica Mendoza.

a Pasquale Voza, “Intellettuali”, en G. Liguori y P. Voza, Dizionario gramsciano. 1926-1937 (Roma: Carocci Editore, 2009), pp. 425-428.

b Pasquale Voza, “Intellettuali orgánici”, en G. Liguori y P. Voza, Dizionario gramsciano. 1926-1937 (Roma: Carocci Editore, 2009), pp. 431-32.

c Pasquale Voza, “Intellettuali tradicionalista”, en G. Liguori y P. Voza, Dizionario gramsciano. 1926-1937 (Roma: Carocci Editore, 2009), pp. 432-433.

[1] Cfr. Antonio Gramsci, Cartas desde la cárcel (Buenos Aires: Losada, 2013).

[2] Cfr. Antonio Gramsci, La cuestión meridional (Buenos Aires: Quadrata Editor, 2002).

[3] Cfr. Antonio Gramsci, Escritos políticos, 1917-1933 (Ciudad de México: Pasado y Presente, 1981), p. 323.

[4] Cfr. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (Ciudad de México: Ediciones Era, 1981, Tomo 2), p. 188.

[5] Cfr. Ibíd., p. 187.

[6] Cfr. Ibíd., p. 187.

[7] Cfr. Ibíd., p. 188.

[8] Cfr. Ibíd., p. 188.

[9] Cfr. Ibíd., p. 188.

[10] Cfr. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (Ciudad de México: Ediciones Era, 1986, Tomo 4), p. 252.

[11] Ibíd., p. 252.

[12] Cfr. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (Ciudad de México: Ediciones Era, 1999, Tomo 5), p. 22.

[13] Cfr. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (Ciudad de México: Ediciones Era, 1986, Tomo 4), p. 358.

[14] Cfr. Ibíd., p. 382.

[15] Cfr. Ibíd., p. 382.

[16] Cfr. Ibíd., p. 116.

[17] Cfr. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (Ciudad de México: Ediciones Era, 1981, Tomo 2), p. 164.

[18] Cfr. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (Ciudad de México: Ediciones Era, 1986, Tomo 4), p. 374.

[19] Cfr. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (Ciudad de México: Ediciones Era, 1999, Tomo 5), p. 175.

a Pasquale Voza, “Intellettuali organici”, en G. Liguori y P. Voza, Dizionario gramsciano. 1926-1937 (Roma: Carocci Editore, 2009), pp. 431-432.

[20] Cfr. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (Ciudad de México: Ediciones Era, 1981, Tomo 2), p. 188.

[21] Cfr. Ibíd., p. 187.

[22] Cfr. Ibíd., p. 188.

[23] Cfr. Ibíd., p. 188.

[24] Cfr. Ibíd., p. 188.

[25] Cfr. Ibíd., p. 190.

a Pasquale Voza, “Intellettuali tradizionali”, en G. Liguori y P. Voza, Dizionario gramsciano. 1926-1937 (Roma: Carocci Editore, 2009), pp. 432-433.

[26] Cfr. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (Ciudad de México: Ediciones Era, 1981, Tomo 2), p. 190.

[27] Cfr. Ibíd., p. 190.

[28] Cfr. Ibíd., p. 191.

[29] Cfr. Ibíd., p. 193.

[30] Cfr. Ibíd., p. 187.

[31] Cfr. Ibíd., p. 187.

[32] Cfr. Ibíd., p. 190.

[33] Cfr. Ibíd., p. 187.

[34] Cfr. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (Ciudad de México: Ediciones Era, 1986, Tomo 4), p. 265.

[35] Cfr. Ibíd., p. 354.

[36] Cfr. Ibíd., p. 364.

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