Jaime Pastor
Este sábado 12 de marzo, tras una larga enfermedad, ha fallecido Alain Krivine. Alain fue uno de los principales referentes de toda una generación que entró en la lucha política durante aquel “largo 68” que conmocionó no sólo Francia sino muchas partes del mundo. Militante anticapitalista desde 1956 y dirigente de la LCR desde su fundación en 1969, fue sobre todo un ejemplo de perseverancia, “más allá de los fracasos, las desilusiones y las ocasiones perdidas” -como escribió en su autobiografía- en la lucha por la construcción de un proyecto revolucionario y alternativo a la socialdemocracia y al estalinismo.
Quienes le conocimos ya desde finales de los años sesenta le recordaremos también y muy especialmente por la solidaridad que mostró con nuestra lucha contra la dictadura franquista, siendo uno de los impulsores en Francia de las movilizaciones contra el proceso de Burgos en 1970 y participando luego en distintos actos como el que se celebró en Madrid el 19 de octubre de 1976 en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense a favor de la Amnistía; participación que le costó ser detenido y expulsado por la dictadura, junto con Thierry Jouvet, acusado por el Gobierno Civil de Madrid de haber venido para impartir “una conferencia sobre las tácticas revolucionarias de mayo de 1968 en París y las nuevas estrategias de movilización de las masas estudiantiles”. Hubo luego más ocasiones en las que nos reencontramos en otras actividades, siendo quizás la más emotiva su participación en un acto de homenaje en Madrid a quien fue uno de sus grandes amigos y compañeros, Daniel Bensaïd, fallecido en enero de 2010.
Su ejemplo de vida quedará siempre en nuestra memoria y, con ella, esa razón apasionada que le caracterizaba por reivindicar la vieja aspiración de la Primera Internacional a “cambiar el mundo de base”.
Presentamos a continuación unos extractos de su libro autobiográfico Ça te passera avec l’âge (Flammarion, París, 2006), en el que aparecen algunos de los rasgos de su trayectoria y de las convicciones revolucionarias que siempre mantuvo.
Alain Krivine
Comencé a militar en el movimiento comunista en 1956. Fue el año de la expedición militar franco-británica a Suez, el año de la insurrección obrera en Budapest, aquel en el que los diputados del Partido Comunista Francés (PCF) votaron los plenos poderes al socialista Guy Mollet, que se dio prisa en utilizarlos para intensificar la guerra en Argelia. Cerca de medio siglo más tarde, el 29 de mayo de 2005, en la plaza de la Bastilla, varios miles de militantes celebrarían la victoria contra el muy liberal proyecto de Constitución europea. En el escenario, entre quienes animaron la campaña, Marie-Georges Buffet, secretaria general del PCF, y a su lado… Olivier Besancenot, portavoz de la LCR.
Entre esas dos fechas, transcurrieron varias décadas de combates cotidianos en la tarea de construcción de una organización independiente, a la vez comunista y visceralmente opuesta al estalinismo, auténticamente revolucionaria y apasionadamente democrática. Varias décadas sobre todo para contribuir a hacer existir, más allá de las filas de la LCR, otra izquierda, portadora de un proyecto global de emancipación y de una alternativa a los viejos partidos de la izquierda institucional.
Estos cincuenta años de militancia me han llevado a dar cuenta de mi recorrido con la esperanza de aportar mi modesta contribución a una tarea más actual que nunca: ayudar a la reconstrucción de un movimiento anticapitalista, después de los fracasos del estalinismo y de la socialdemocracia. No pretendo escribir aquí la historia de la LCR, ni la del conjunto de la izquierda radical, mucho menos la mía, sino al menos ofrecer algunos apuntes al respecto a través de mis experiencias personales.
(…)
He sido un testigo privilegiado tanto de las luchas como de los debates políticos que han fomentado la emergencia de una izquierda de izquierda. He tenido la suerte de conocer muchas facetas de la acción política, de la militancia de base hasta el Parlamento europeo. Un hilo rojo recorre este relato forzosamente subjetivo: la fidelidad, que creo indispensable, a las convicciones revolucionarias. Luchar por cambiar la sociedad es más necesario que nunca y, como repito a menudo, “hoy hay más razones para rebelarse que en el 68”. A finales de los años 60, eso fue lo que eligió una gran parte de mi generación.
(…)
La evolución hacia la derecha de la izquierda oficial ha modificado profundamente las condiciones en las que debemos formular las respuestas. Esas respuestas no se pueden encontrar simplemente en el relato de las luchas pasadas y, a menudo, perdidas. Pero podemos sacar de ellas algunas lecciones para avanzar en la construcción de otra sociedad. Compartir las experiencias que he vivido, intentar abrir algunas perspectivas, ésa es la única ambición que reivindico.
[De Conclusiones del mismo libro]
Después de medio siglo de combates políticos, si miro algunos instantes por el retrovisor, más que los fracasos, las desilusiones y las ocasiones perdidas, es la necesidad de perspectivas revolucionarias, todavía más urgentes hoy que ayer, las que me saltan a la vista. Algunos verán en esto el acto de fe de un incorregible ‘comunista revolucionario’, perdido siempre en sus sueños y sus utopías. Sin duda. Yo no soy ni cínico, ni amargado ni hastiado. La acusación, que oigo frecuentemente, de ser un ‘soñador’ es para mí un cumplido. ¿Por qué no volver a aprender a soñar en una sociedad más justa en la que los criterios no sean ya las cotizaciones en la bolsa, sino la satisfacción de las necesidades que la población haya decidido democráticamente? Sólo los conservadores no sueñan. Nosotros, para cambiar el mundo, necesitamos soñar para luchar juntos. Todos juntos.
Tariq Ali
https://www.facebook.com/profile.php?id=100000946684702
Traducción: viento sur
Daniel Bensaïd
[del libro Una lenta impaciencia. Sylone-viento sur, 2019]
Con sus gafas de estudioso y su corbata (objeto de mofa libertaria), tenía un look romántico doctrinario. No hay que fiarse de las apariencias. Alain es sobre todo un pragmático hiperactivo, animado por una vocación y una auténtica pasión por la política. Se ha mostrado material, mediática y moralmente incorruptible. La campaña presidencial de 1969 era sólo la segunda en tener cobertura televisiva. No es seguro que otro candidato tan joven hubiera resistido tan bien a los halagos y las seducciones de la personalización. Formado en la lucha contra todas las formas de burocracia, Alain era una especie de tranquilizador hermano mayor y un ejemplo de rigor igualitario, siempre dispuesto a asumir su parte de trabajo, siempre disponible, incluso en plena noche, para salir corriendo en apoyo de un camarada varado en una comisaría, siempre dispuesto a contentarse con el almuerzo más frugal o a satisfacerse con la más incómoda hospitalidad militante.
Este conjunto de cualidades tiene, desde luego, su contrapartida de defectos. Por rechazo visceral a cualquier privilegio y a cualquier relación jerárquica, a Alain siempre le ha repugnado organizar el trabajo de los demás. Alejado de las lógicas de poder, es un prototipo insólito de dirigente que rechaza dirigir. Sin duda, este defecto es mejor que el contrario. Pero eso no niega que este tipo de dirección no dirigista ha tenido a veces efectos desorganizadores, obstaculizado el trabajo colectivo, favorecido la chapuza organizativa en la que se han gastado cantidad de energías y de buenas voluntades. Aunque Alain ha dado el tono, todo nosotros hemos tenido nuestra parte de responsabilidad en estos rasgos constitutivos de nuestra corriente.
Como Alain no podía beneficiarse de un permiso excepcional hasta después de haber recogido las cien firmas de alcaldes requeridas en aquella época por la ley electoral, tuve que encargarme de la conferencia de prensa anunciando su entrada en liza en la campaña presidencial. Los periodistas no se alteraron. Pero la audacia tuvo resultados. Rouge pasó de quincenal a semanal 1/. Dispusimos de varias horas de televisión y de radio, aunque no siempre sabíamos qué hacer con ellas. El apartamento de la calle René-Boulanger se transformó en cuartel general y en vivac permanente. Nos pasábamos las noches en blanco redactando discursos, octavillas, folletos, carteles. Un simpatizante puso a nuestra disposición una avioneta de turismo para los mítines de provincias. El de Marsella estuvo cargado de emociones. Un valeroso marino, recién reclutado, encargado de recogernos en el aeropuerto, emocionado por la importancia de su misión, se puso a jugar a los ases del volante. Después de derrapar en dos curvas, dimos vuelta de campana. Salimos del vehículo por el destrozado parabrisas y rodamos a los pies de un sorprendido automovilista que nos había evitado por poco. Con acento del Vieux Port, exclamó: “¡ven a ver, Gilberte, es Monsieur Krivine!”. La cara de Alain salía a diario en los carteles y las pantalla de televisión. Su aparición a rastras entre cascotes y trozos de vidrio no dejaba de tener gracia.
Todavía bajo el shock, subimos a la tribuna cubiertos de polvo y con restos de gravilla. Como en el famoso “gran mitin del motropolitano”2/, se montó un alboroto al fondo de la sala. Nuestro vigilante servicio de orden neutralizó pronto a los alborotadores que pretendían “perturbar el mitin”, y los sacó manu militari a la acera. El director de teatro Daniel Mesguich me contó mucho más tarde, sin ningún rencor, que siendo joven consejista se encontraba entre los alborotadores y que sufrió la enérgica llamada al orden de nuestra guardia roja.
La popularidad del candidato recluta, reconocido en la calle, asediado por testimonios de simpatía, comenzó a embriagarnos de ilusiones electorales. Nos pusimos a soñar en un resultado sorpresa. Lo fue. Pero no en el sentido esperado. Detrás de Pompidou y Poher, que se quedaron solos en carrera para la segunda vuelta, Jacques Duclos obtuvo alrededor de un 20%, el tándem Defferre-Mendès apenas el 5%, Michel Rocard un 3%, y Alain el 1%. Le superó hasta un tal Ducatel. Un año después de la huelga general, la experiencia nos aleccionó sobre la glacial lentitud de los fenómenos electorales. El resultado no era deshonroso. Nos confirmó sin embargo en la idea de que las elecciones eran la “trampa para bobos” que habíamos denunciado el año anterior en las legislativas, y que la revolución no pasaba por la “farsa electoral".
Notas
1/ Jean-Pierre Beauvais, hoy director de publicación de Politis, cumplía de hecho un papel similar en Rouge y aseguraba las negociaciones con nuestro pequeño impresor de la calle Fauburg-Montmartre, especializado en prensa hípica.
2/ Se refiere a una popular canción satírica francesa del siglo XIX, que habla de un obrero que ha cobrado la paga y, en lugar de llevarla a casa, se la gasta en la taberna, y para evitar los reproches de su mujer acude a un mitin socialista en la sala del Metropolitano. Un provocador monta una pelea y como consecuencia de la misma la policía detiene al protagonista de la canción, que a pesar de ello está muy satisfecho con el mítin. (N de T)
Documental (en francés). Realizado en 1995, sigue a Alain Krivine durante tres meses