A esta isla la nombra la tragedia: sobre una de sus rocas escarpadas, cuenta la leyenda, cayó el joven Ícaro tras ver sus alas derretirse. Su padre, Dédalo, bautizó la isla en su honor. En una de sus calas de guijarros puntiagudos todavía se puede ver la roca arisca en la que los lugareños dicen que murió el muchacho. 

Ikaria es una de las islas del Egeo norte: su lomo escarpado sobresale entre Samos y la costa este de Turquía. Entre su paisaje accidentado discurren viejos senderos difíciles que algunos grupos ecologistas tratan de adecentar. Su aspecto es curiosamente verde, en comparación al  resto de islas griegas, y sus habitantes son famosos por su longevidad: algunos la atribuyen al phaskomilo, un tipo de salvia que aromatiza casi todas las veredas, y otros al vivir tranquilo, sin horarios, que muchas veces desespera al turista cuando trata de resolver alguna urgencia. En alguno de mis viajes a esta isla, donde tengo buenas amigas locales, he tardado cuatro días para agendar un traslado en taxi, pues el conductor se lo pensaba y se lo pensaba, hasta que el último día  me dijo amablemente que no, que no le apetecía, pero también he bailado en sus multitudinarios pannigiris, al ritmo de los ikarióticos laberínticos que cada agosto vibran en los violines de todas las fiestas; he bebido el vino agrio pero barato con que riegan el cordero y he brindado en sus celebraciones locales, en bodas a las que invitan a todo el pueblo, incluso a los turistas, y he escuchado el acordeón a la sombra de las higueras en una comida de vecinos: la gente es amable sin ser empalagosa y si te echas un amigo local, se molestará si no vuelves al año siguiente.

La isla durante unos años fue un Estado libre, independiente del gobierno heleno, tras independizarse de los otomanos casi cien años después que Grecia. Aunque el autogobierno solo duró unos meses, el talante fiero y orgulloso de los isleños es mucho más que un cliché local. Durante años Ikaria ha sido un feudo comunista, desde que tras la Segunda Guerra Mundial el gobierno griego exiliara en ella a más de diez mil izquierdistas.

Es una isla interesante, complicada, diferente y muy bella, que a pesar de su creciente popularidad resiste a la gentrificación. Al visitarla se recomienda, ante todo, no estresarse: los horarios no son estrictos y la gente va con mucha calma. Hay que recordar lo que le pasó a Ícaro por querer volar más alto que nadie.

 

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