Los brutales recortes en educación con los que se ha iniciado el curso en varias Comunidades Autónomas han levantado una verdadera alarma y contestación social. Se extiende la conciencia de que está en peligro, cierto y cercano, algo tan serio como la pervivencia de la Enseñanza Pública y las mínimas condiciones para garantizar el derecho democrático a la educación (como también sucede con la sanidad).

La fragmentación actual del sistema educativo y la artificial división creada en relación a las diferentes demarcaciones territoriales, a los medios materiales, a la situación de las distintas etapas educativas y del propio profesorado, se alzan como un verdadero obstáculo para lograr la unidad y fuerza necesarias que permitan echar atrás la cadena ininterrumpida de agresiones a la Escuela Pública y, de forma urgente, el último mazazo que suponen las “instrucciones” de Aguirre y Figar, como ejemplo a seguir en el resto de Comunidades.

No obstante, ese cúmulo de dificultades y la cínica llamada a la resignación en nombre de la “crisis”, no han impedido que buena parte del profesorado, arrastrando también a amplios sectores sociales, se hayan lanzado a una movilización sin precedentes, particularmente en la Comunidad de Madrid.
El proceso de huelga iniciado los pasados días 20, 21 y 22 y las masivas movilizaciones demuestran la disposición mayoritaria a entablar un verdadero pulso a la Consejería de Educación y echar atrás los recortes y demás medidas destinadas a degradar aún más las condiciones de la docencia en la Educación Pública, en todas sus etapas y niveles. Es su desarrollo y no el anuncio de una paulatina retirada lo que debe centrar todos los esfuerzos y el mensaje a transmitir a un enemigo hasta ahora enrocado en su arrogante intransigencia.

Pero el éxito de la huelga en Secundaria y demás expresiones de lucha, así como su extensión al conjunto de la enseñanza, depende de que realmente fragüe la unidad y mutua confianza entre los trabajadores de la enseñanza y las organizaciones que dicen defender sus intereses y los de la Escuela Pública. Las organizaciones sindicales son una conquista democrática de la clase obrera, instrumento para la defensa de sus derechos y nunca deberían tener intereses distintos y enfrentados a quienes dicen representar.

Estamos en un momento crucial para el inmediato porvenir del movimiento de huelga y resistencia. Y la clave no es otra que el respeto escrupuloso a la DEMOCRACIA que debe desarrollarse en su seno, para que los miles de profesores, alumnos y ciudadanos en lucha, asuman su propio compromiso y responsabilidad.

Esa unidad y fuerza imprescindibles para vencer no se consigue oponiendo el “consenso sindical” al movimiento real y democrático de los profesores que se reúnen en asamblea, discuten los problemas y toman decisiones acerca de la huelga y demás formas de lucha en las que se han comprometido. Los delegados de centro y zona constituyen, junto con los representantes sindicales que convocan y apoyan lealmente la movilización, el auténtico entramado del Comité de Huelga que debe decidir el cuándo, el cómo y hasta dónde de la movilización en marcha, respetando las decisiones tomadas democráticamente por sus auténticos protagonistas: los huelguistas, en primer lugar, y los sectores de la población (alumnos, padres, ciudadanos,…) que se suman a la lucha emprendida. Ellos también deben integrarse en los comités de huelga de centro, barrio y zona para el impulso y extensión de la movilización ciudadana.

En todo caso, y cualquiera que sea el nivel de extensión, los huelguistas deben tener representación directa en el Comité Regional de Huelga, al lado de los representantes sindicales que públicamente expresen su apoyo y respeto a las decisiones tomadas democráticamente. Sólo así quienes protagonizan y afrontan el costoso esfuerzo de una huelga la asumirán como propia, sabedores de que está en sus manos la decisión última sobre los objetivos de lucha y negociación.

Quienes ponen en duda la representatividad de los delegados elegidos por sus compañeros, los quieren diluir en asambleas de amalgama circunstancial o pretenden reducirlos a meros comparsas (con la simple función de dar datos), están poniendo en peligro la unidad que todos estimamos imprescindible. El nivel de organización y coordinación alcanzado a partir de las asambleas de los centros y zonas es la mejor garantía de que las decisiones tomadas colectivamente puedan ser aceptadas y seguidas por todos, sin recurrir a métodos de confusión y disgregación como las encuestas anónimas e individuales, que a nada comprometen.

Esta es la tarea urgente del momento: la configuración de un verdadero Comité de Huelga en el que la presencia de sus protagonistas sea garantía del seguimiento masivo y control democrático exigidos para lograr los objetivos comunes.

1/10/2011

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