Acabado el costosísimo y patriarcal espectáculo de una cumbre celebrada a mayor gloria de Joseph Biden y Pedro Sánchez, la principal conclusión que cabe extraer es que se ha formalizado un nuevo salto adelante de la OTAN en su viejo proyecto de erigirse en gendarme global del planeta al servicio del bloque capitalista occidental. Porque, en efecto, su “nuevo concepto estratégico” constituye una redefinición de sus enemigos y sus amenazas muy superior a la que le llevó a nacer en 1949, o a la que se conoció como “segunda guerra fría” en los años 80 del pasado siglo.

Ahora, no sólo se mantiene la guerra global contra el “terrorismo, en todas sus formas y manifestaciones” emprendida tras el 11S de 2001[1], sino que, tras el paréntesis de 2010,  se vuelve a presentar a Rusia como “la amenaza más significativa y directa para la seguridad”; se considera a China una “competidora estratégica” en todos los órdenes a medio y largo plazo (ya que representa “desafíos sistémicos” a “nuestra seguridad, intereses y valores”) y, lo que es más grave, se califica a la “inmigración ilegal”  como “amenaza” a la “soberanía e integridad territorial” de sus Estados miembros. Un elenco, por cierto, al que se suman los nuevos candidatos, Finlandia y Suecia, siempre que acepten las exigencias del régimen turco, otro triunfador de esta cumbre, en detrimento de residentes kurdos en sus propios países.

Por si todo esto no bastara, el documento está lleno de menciones a “actores autoritarios”, “competidores estratégicos” y “potenciales adversarios” que recurran a “estrategias de guerra híbrida” -entre las que se incluye las “campañas de desinformación, la instrumentalización de la inmigración, y la manipulación del suministro de energía y el uso de la coerción económica- y a que “conflictos, fragilidad e inestabilidad en África y Oriente Próximo afectan directamente a nuestra seguridad y la de nuestros socios”.

En el documento acordado no muestran tampoco ningún reparo en reconocer que su presunto carácter “defensivo” es mera retórica, ya que “si bien la OTAN es una Alianza defensiva, nadie debería dudar de nuestra fuerza y determinación para defender cada pulgada de territorio aliado, preservar la soberanía y la integridad territorial de todos los aliados y prevalecer contra cualquier agresor”. Todo ello además desde la reafirmación de las armas nucleares como su “suprema garantía de seguridad”.

Al servicio de esa militarización general, además de verse especialmente privilegiado el espacio europeo con el refuerzo de la presencia de EE UU en el Este y el crecimiento de las fuerzas de reacción rápida de 40.000 a 300.000 militares, el compromiso por parte de todos los Estados miembros de aumentar sus gastos militares como mínimo al 2% del PIB aparece sólo como “un suelo, no un techo”, como ha asegurado el secretario general, Jens Stoltenberg. Propósitos, por tanto, que servirán para aumentar los beneficios del viejo complejo militar-industrial que ya denunciara el ex presidente estadounidense Eisenhower y para relanzar la carrera de armamentos, incluida la nuclear, a escala global.

En resumen, utilizando la coartada de la invasión rusa de Ucrania, EE UU ha conseguido hacer olvidar muy pronto los efectos de la derrota sufrida en Afganistán, ha frustrado cualquier veleidad de autonomía de la UE y ha convertido a la gran mayoría de países europeos en fieles servidores del  proyecto de recomposición de su hegemonía frente a sus principales enemigos estratégicos -Rusia a corto plazo y China a medio y largo plazo-, pero también contra todo lo que pueda representar una amenaza a sus intereses geoeconómicos y políticos en cualquier parte del mundo, estrechamente asociados a la defensa del supremacismo blanco occidental.

En el caso español, este nuevo escenario belicista se ve ratificado eufóricamente por Pedro Sánchez, quien se ha apresurado a mostrar de nuevo su servilismo al amigo americano mediante la “declaración conjunta entre el Reino de España y los Estados Unidos de América”. En ella, junto a manifestaciones para la galería de “defensa de la democracia”, se reafirman ambos líderes como “aliados, socios estratégicos y amigos” y  acuerdan “el estacionamiento permanente de buques de guerra estadounidenses en Rota”, pasando éstos de 4 a 6. A esto se suma su disposición común a colaborar en la “gestión de los flujos migratorios irregulares”, o sea, en la necropolítica migratoria; tarea esta última que delegan a su vez a su amigo común, el régimen marroquí, responsable reciente de la brutal masacre en Melilla que ha vulnerado los derechos humanos más elementales y del que, no lo olvidemos, son cómplices en su ocupación ilegal del Sahara.

Hacia un (des)orden global más militarizado e inseguro

Esta proclamación sin complejos de la OTAN como fuerza ofensiva, tanto hacia el Este como hacia el Sur y mirando al área geopolítica clave de Asia-Pacífico, no es nueva, pero ahora se da en el contexto general de crisis definitiva de la globalización feliz capitalista y de mayor competencia interimperialista en casi todos los ámbitos, con la tendencia a conformar nuevos bloques comerciales y militares.

Nos encontramos así ante la transición hacia un nuevo (des)orden global multipolar y asimétrico[2] que cuestiona la centralidad de Occidente, pese a que éste se empeña en mantener por todos los medios a su alcance, ahora con un mayor recurso a la fuerza militar. Esta nueva fase se da en el marco de una “policrisis”[3] en la que interactúa una larga lista de desafíos que se han visto acelerados y agravados por la guerra de Ucrania. Entre ellos, la crisis climática y energética, las crisis alimentarias en un número creciente de países y los consiguientes movimientos migratorios, la estanflación y la amenaza de recesión, la perspectiva de una nueva crisis global de la deuda,  la hipótesis de una nueva ola pandémica y de crisis sanitaria y de cuidados; y, last but not least, el riesgo de una escalada militar que conduzca a una guerra nuclear.

Un conjunto de crisis que contribuirá a reforzar los actuales neoliberalismos autoritarios (entre los que la frontera entre liberales e iliberales se irá difuminando, con Turquía, Hungría y Polonia como referentes), enfrentados a protestas y revueltas de distinto signo y bajo la presión de una extrema derecha capaz de marcar la agenda en muchos países centrales. Así que no cabe engañarse frente a la falaz propaganda, hoy de nuevo en boga, de quienes, gracias a Putin, pretenden presentar a la OTAN como baluarte de la democracia frente al autoritarismo queriendo hacernos olvidar la propia historia de esta organización militar[4] y, sobre todo, de EE UU.

Con su “nuevo concepto estratégico”, por tanto, la OTAN no hace más que aumentar y agravar las crisis múltiples y las desigualdades de todo tipo a las que ya nos enfrentábamos antes de la injustificable y rechazable guerra de ocupación de Ucrania por Rusia, insertándolas ahora en el marco de una creciente amenaza del recurso a la fuerza militar frente a su indefinida lista de enemigos y amenazas.

Por un antiimperialismo internacionalista y solidario

“El movimiento en pro del desarme nuclear europeo no ofrece el apaciguamiento de nadie ni quiere olvidarse de nada. Su ofrecimiento consiste en oponerse a la militarización de ambos bloques”. Edward P. Thompson, Opción Cero, 1983: 139)

Pese a que vayamos hoy contra la corriente dominante en la opinión pública occidental y en gran parte de la izquierda institucional, sobran razones para que la izquierda alternativa denuncie rotundamente la nueva estrategia imperialista occidental acordada en la cumbre de Madrid y la verdadera amenaza que ésta supone para los pueblos del mundo. Una denuncia que no tiene por qué estar en contradicción con la condena de la invasión rusa y el apoyo al pueblo ucraniano en su derecho legítimo a defenderse, con y sin armas, sin por ello tener que identificarse con el discurso proatlantista de su líder Zelenski.

Más allá del neocampismo de unos y del neoatlantismo de otros, nuestra tarea debería ser poner siempre en primer plano el apoyo a los pueblos agredidos y a todas las personas que reclaman su derecho a refugio y asilo o, simplemente, a una vida digna, sea cual sea su origen o condición. Sólo así podremos ir construyendo un movimiento transnacional capaz de hacer frente a la OTAN y a todos los imperialismos –sean principales o secundarios-, e ir forjando una alternativa a la concepción militarista de la seguridad que comparten y aplican todos ellos en las áreas geopolíticas respectivas en las que tratan de extender su dominación. Frente a esa visión estrecha al servicio de sus diferentes intereses, deberíamos oponer una idea multidimensional de seguridad global, capaz de responder al conjunto de crisis antes mencionadas poniendo en el centro la defensa de la vida y de los bienes públicos y comunes ante la emergencia crónica global. Y sabemos que esto último es incompatible con la supervivencia del capitalismo bajo cualquiera de sus versiones, ya sea la occidental, la oriental o las del sur.

¿Y la izquierda?

Para finalizar, no creo que haga falta extenderse mucho sobre las implicaciones que todo esto tiene en el caso español, pero una de ellas sí parece evidente: el alineamiento de Pedro Sánchez con el líder de la gran potencia estadounidense y su discurso belicista ya no tiene límites. Esto ha quedado verificado sobradamente en esta cumbre con su compromiso a doblar el presupuesto militar o su aceptación del refuerzo de la base militar de Rota. Unas decisiones que han ido precedidas recientemente por comportamientos tan indignantes como el que ha tenido el presidente del gobierno con el pueblo saharaui o, más reciente, su complicidad con la masacre practicada contra personas procedentes de Sudán, el Chad y otros países africanos en Melilla.

Caben, por tanto, pocas dudas a estas alturas de que se está produciendo una mayor derechización del PSOE en su disputa abierta por el extremo centro con el PP de Feijóo, ambos asumiendo a su vez una agenda cada vez más neoliberal, racista y militarista. Frente a esa deriva y al malestar social creciente que puede generar, es probable que aumente la desafección hacia la política entre las clases populares, pero también lo es que pueda irrumpir en escena un nuevo descontento movilizador. La cuestión está en prever en qué sentido pueden evolucionar las nuevas protestas que puedan ir emergiendo, teniendo en cuenta el agotamiento definitivo del ciclo 15M-Podemos y el vacío político enorme que existe a la izquierda del PSOE, al menos en el ámbito estatal.  Urge, por tanto, abrir un proceso de recomposición de una izquierda alternativa y autónoma frente a este gobierno y a su vez en confrontación permanente con las derechas. Una izquierda que esté dispuesta a impulsar, junto con los sectores más activos de los movimientos sociales, una nueva ola de movilizaciones y a contribuir a darles un sentido antineoliberal y radicalmente democrático.

2/07/2022

Jaime Pastor es politólogo y editor de viento sur

[1] Para un análisis de lo que significó aquella fase, me remito a mi contribución “Geopolítica, guerras y ‘balcanes globales’” en una obra colectiva que coordiné con José Ángel Brandariz: Guerra global permanente. La nueva cultura de la inseguridad, Catarata, Madrid, 2005, pp. 15-51.

[2] Ashley Smith, “After Russia’s invasion of Ukraine”, Against the current, 26/06/2022

[3] Adam Tooze, “Definir la policrisis: de la imagen a la matrix de la crisis”, sinpermiso, 26/06/2022 https://sinpermiso.info/textos/definir-la-policrisis-de-la-imagen-a-la-matrix-de-la-crisis

[4] Véase algunos de los trabajos publicados en el reciente Informe 53 del Centre Delàs “La OTAN, construyendo inseguridad global”, http://centredelas.org/wp-content/uploads/2022/06/informe53_OTANConstruyendoInseguridadGlobal_CAST.pdf

 

(Visited 2.129 times, 1 visits today)