El capitalismo vive de la explotación pero también de los mitos. Entre los mitos constantemente actualizados, el de la automatización del trabajo juega un papel esencial. En su versión más contemporánea, nos invita a imaginar un mundo donde el trabajo se ha deshecho de lo humano. Pero la fuerza de esta mitología es que parece realizar un sueño de los pensamientos radicales: liberar las vidas humanas de la alienación del trabajo, de ahí la confusión a veces entre ciertos autores críticos del capitalismo en cuanto a tales promesas.

En su libro Les capitalistes rêvent-ils de moutons électriques? (Ediciones Grevis, 2021), Jason E. Smith deconstruye eficazmente esta mitología y dibuja el horizonte del capitalismo contemporáneo: desempleo, miseria y precariedad para una mayoría de la población. En la introducción de este libro, Daria Saburova ubica los análisis de JE Smith en los debates sobre el capitalismo contemporáneo y llama a pensar el trabajo desde las luchas concretas de los trabajadores y las trabajadoras más que desde los laboratorios de los intelectuales.

Introducción, por Daria Saburova

Vivimos en un mundo en el que las maravillas de la ciencia ficción, que van desde hogares conectados hasta automóviles autónomos, desde las plantas de energía solar hasta los proyectos de minería espacial, coexisten con barrios marginales cuyos habitantes, privados del acceso a bienes y servicios básicos, están condenados, en el mejor de los casos, a empleos informales y a bajos salarios. En los países del centro del sistema capitalista, las condiciones de vida de las y los trabajadores se estancan, y mientras el trabajo de unas y unos se intensifica, otras y otros luchan por encontrar un empleo estable, bien remunerado y que corresponda con sus cualificaciones. Por tanto, no es de extrañar que la creciente fascinación que suscitan las innovaciones tecnológicas se mezcle a la vez con esperanzas y angustias. Muchas de estas giran en torno a las presuntas consecuencias de los recientes avances en las tecnologías de la información y la comunicación, la robótica y la inteligencia artificial en el mundo del trabajo. ¿Anuncian las cajas de autoservicio, los robots de limpieza y los traductores automáticos, la liberación para la humanidad de la carga ancestral del trabajo? ¿O son presagios de una crisis social sin precedentes, marcada por el desempleo masivo, la desigualdad extrema y la fascistización en aumento de la política? En cualquier caso, se nos dice, el trabajo humano tiende a desaparecer, a volverse inútil. Según un informe ampliamente citado de la Universidad de Oxford, hasta el 47 % de los puestos de trabajo podrían desaparecer por completo en las próximas décadas1 /.

Desde la crisis de 2008, un cierto discurso sobre la automatización ha cristalizado en torno a estas preocupaciones, dándoles acceso a una forma de legitimidad2 /. Según los teóricos de la automatización, la rarefacción del empleo, en particular del empleo cualificado y bien remunerado, sería el efecto de un aumento espectacular de la productividad. En los próximos años, se trataría de prepararse para la extensión del “paro tecnológico” que anunciaría un mundo sin trabajo.

Este discurso, todavía poco conocido por el lector francés, no es nuevo en sí mismo. La historia del capitalismo es inseparable del desarrollo tecnológico que permite ganancias de productividad a través del ahorro de mano de obra. Según Marx, el trabajo se subsume realmente en el capital sólo a partir del momento en que la acumulación de plusvalía ya no pasa por la simple prolongación de la jornada laboral, sino por la reorganización continua del proceso de producción sobre nuevas bases tecnológicas3 /. Cada nueva reestructuración importante despierta inquietudes ante la perspectiva de la sustitución total e inminente del trabajo vivo por el trabajo muerto objetivado en las máquinas. En este sentido es un discurso cíclico que acompaña a la historia del capitalismo desde sus inicios. Fuente de entusiasmo entre los patrones y preocupación entre los trabajadores, la imagen de la fábrica sin obreros/as ha rondado el imaginario de las sociedades capitalistas al menos desde la introducción en las fábricas británicas de las primeras máquinas de hilar automáticas4 /.

Hasta ahora, sin embargo, las proyecciones de un mundo sin trabajo han resultado erróneas: aunque ciertas tareas e incluso ciertas profesiones están desapareciendo, y sectores enteros de la economía están alcanzando niveles de productividad espectaculares, nuevos sectores de actividad vienen a absorber el exceso de capital y mano de obra. Esto sucedió primero con la agricultura, luego con la industria y el sector de servicios, que ahora representa casi el 74 % de la fuerza de trabajo en los países de altos ingresos y el 52 % a escala mundial5 /.

Pero los autores de la ola más reciente del discurso de la automatización aseguran que esta vez todo es diferente. La creciente digitalización de la economía, el avance de la inteligencia artificial y la robótica allanarían el camino para una auténtica revolución tecnológica, una “segunda era de la máquina”6/, una “tercera gran disrupción”7 /. La especificidad de esta última gran disrupción es la posibilidad de automatización total del trabajo. No solo las tareas manuales y cognitivas más rutinarias, sino también las operaciones y movimientos intelectuales altamente calificadas que requieren una orientación espontánea en un entorno impredecible serían automatizables gracias al considerable aumento de los sistemas informáticos y la mejora de los sistemas de retroalimentación. Las fábricas de Philips y Tesla, aplicando el enfoque de “fabricación en lo negro” (lights-out manufacturing), ya lograrían el sueño de la fábrica automática. Pero esta vez, ningún sector estaría allí para absorber la mano de obra liberada por la automatización de la industria, ya que los propios servicios ahora serían automatizables.

Este discurso no solo es defendido por los liberales tecnofuturistas y los empresarios de Silicon Valley, sino también por una parte de la izquierda de inspiración marxista. Entre la avalancha de artículos y ensayos publicados en los últimos años, cabe mencionar los muy influyentes Inventing the Future de Nick Srnicek y Alex Williams (2015), Postcapitalism de Paul Mason (2015), Four Futures de Peter Frase (2016) y Fully automated Luxure Communism de Aaron Bastani (2019)8 /. Si bien reconocen la naturaleza contradictoria de los desarrollos tecnológicos actuales -mientras los medios de producción sigan siendo propiedad de los capitalistas, la maquinaria se utiliza principalmente para reducir los costes de producción mediante el despido de trabajadores/as-, creen que las tendencias del trabajo en el capitalismo contemporáneo apuntan al camino a un mundo sin trabajo, o al menos a un mundo donde el trabajo necesario para la reproducción social se habrá reducido hasta el punto de ocupar sólo un lugar marginal en la existencia social y personal.

Así, la mayoría de estos autores subrayan que la competencia capitalista no es sólo el motor del desarrollo tecnológico, sino también un obstáculo para la plena realización de su potencial mediante la imposición de patentes, la constitución de monopolios y el recurso a mano de obra barata en el gasto de inversión en maquinaria y equipo. En estas condiciones, el único proyecto progresista que puede ofrecer la izquierda es el de aceleración con miras a la automatización total, proyecto utópico reivindicado como tal9 /.

Pero, ¿se corresponde con la realidad el diagnóstico de la situación económica actual elaborado por el discurso de la automatización? Por un lado, ciertas innovaciones emblemáticas parecen demostrar que sí es técnicamente posible la automatización avanzada de buena parte de nuestras actividades productivas. Pero estos ejemplos son solo el árbol que esconde el bosque, ya que la pretendida disrupción se despliega en el contexto de un largo período de estancamiento económico.

El año 2020 vio la publicación casi simultánea de los libros Smart Machines y Service Work de Jason E. Smith10 / (Les capitalistes rêvent-ils de moutons électriques en esta traducción) y Automation and the Future of Work de Aaron Benanav 11/que deconstruyen eficazmente el optimismo tecnológico del discurso de la automatización. Estos dos autores comparten un cierto número de tesis comunes. Ambos comienzan señalando que los datos sobre la evolución de las tasas de crecimiento, las tasas de productividad y las tasas de inversión contradicen claramente la tesis del fin inminente del trabajo. De hecho, las tasas de crecimiento del PNB y de la productividad del trabajo en los países del centro del sistema capitalista han caído drásticamente desde la década de 1970 y se han desacelerado aún más desde la crisis de 2008. En los Estados Unidos, la tasa de inversión privada en equipos, infraestructuras y software ha caído desde el 5,2 % en la década de 1990 a solo el 0,5 % entre 2000 y 201112/.

Por lo tanto, si el discurso de la automatización identifica correctamente el problema -no hay suficiente trabajo para todo el mundo-, se equivoca en cuanto a la causa de este fenómeno. No es el crecimiento espectacular de la productividad del trabajo a través de la automatización acelerada el responsable de ello, sino el estancamiento secular de la economía capitalista, ya que la desaceleración de las tasas de crecimiento ha superado la desaceleración de las ganancias de productividad 13/. Benanav y Smith coinciden entonces en que esta depresión económica, que se prolonga desde hace varias décadas, se refleja menos en la tendencia al alza del “desempleo tecnológico” que en la extensión del subempleo y la creciente polarización del mercado de trabajo: por un lado, se está formando un pequeño núcleo de trabajadores/as altamente calificados, que se benefician de altos salarios y protección social; en cambio, en el llamado sector servicios, está aumentando el número de puestos de trabajo poco cualificados, mal pagados y precarios.

Finalmente, ven en el discurso contemporáneo de la automatización tanto una manifestación cíclica de la ideología espontánea del capitalismo como un reflejo de la fascinación que ejerce sobre nosotros la irrupción bursátil de las empresas de la Big Tech, reforzada por la creciente importancia en nuestras vidas de las plataformas digitales y las redes sociales. Sin embargo, estos fenómenos pertenecen respectivamente a las esferas de las finanzas y el consumo, teniendo poca influencia en el aumento de la productividad del trabajo.

Pero los límites del argumento de Aaron Benanav consisten en que se detiene en la tesis del crecimiento desequilibrado entre el sector industrial y el sector de servicios como la última palabra de su modelo explicativo. Siguiendo a Robert Brenner, considera que la causa central de la desaceleración del crecimiento proviene de la sobrecapacidad de producción industrial14/. La competencia intercapitalista mundial conduce a la saturación de los mercados de bienes manufacturados, provocando la disminución de la rentabilidad en este sector y la reasignación de capital y mano de obra en el sector de servicios, estructuralmente más intensivo en mano de obra. Paradójicamente, si el sector servicios no ha sustituido al sector industrial como motor del crecimiento es por la propia resistencia de los servicios a las tecnologías ahorradoras de mano de obra. Lo que el discurso de la automatización no ha logrado comprender es que, en el marco de la economía capitalista, la destrucción de puestos de trabajo por la automatización puede, de hecho, ser mitigada por una mayor automatización y por el aumento consiguiente del volumen de producción15/.

Pero, ¿qué es lo que hace que los servicios sean resistentes a la automatización? Sabemos de servicios susceptibles de experimentar ganancias de productividad significativas, como la gran distribución o la comida rápida. ¿La noción de servicio es realmente útil para comprender las disparidades entre diferentes sectores? Smith muestra, y este es uno de los puntos fuertes de su libro, que la noción de servicio, que se vincula a la forma concreta del proceso de trabajo, oscurece más cosas de las que puede explicar. Para comprender el ritmo y los efectos de la automatización en el mundo del trabajo, es mucho más importante ver cómo se distribuye la fuerza de trabajo entre las actividades que producen valor y las que no.

Smith identifica tres razones para el impacto insignificante de los avances tecnológicos recientes en el aumento de la productividad media del trabajo. En primer lugar, hoy en día la automatización de determinadas actividades tropieza con obstáculos de carácter técnico: la mayoría de los procesos de trabajo que esperan ser automatizados requieren de conocimientos y capacidades corporales intuitivas como las tareas manuales de agarrar, doblar, etc. o de actividades socialmente mediatizadas y relacionales en los servicios personales. Sin embargo, son técnicamente posibles mejoras sustanciales en esta área. En China, los robots desinfectantes, los robots de entrega y los robots de patrulla se han desplegado de forma masiva en los hospitales durante la epidemia de la COVID-19. Japón, que se enfrenta a una población que envejece, está en la vanguardia de las experimentaciones de los robots cuidadores16/.

Es cierto que otros obstáculos pueden interferir con la difusión efectiva de estas innovaciones. La automatización de los servicios personales, que implican un fuerte aspecto interactivo y emocional, plantea problemas de orden jurídico y ético, como acertadamente muestran los debates en torno a los robots sanitarios17/. Sin embargo, el capitalismo se ha mostrado históricamente capaz de superar las protestas morales en su contra. El ritmo de desarrollo y difusión de las innovaciones tecnológicas depende en gran medida de las ventajas económicas que puedan representar para las empresas. En este sentido, el obstáculo más importante para el rápido aumento de la productividad en la esfera de los servicios es la abundancia de mano de obra barata, que hace que la inversión en el desarrollo de sistemas automáticos sea poco atractiva para el capital. La naturaleza políticamente desorganizada de la fuerza de trabajo en el sector de los servicios contribuye a mantener los salarios en un nivel particularmente bajo. Finalmente, de acuerdo con el tercer argumento que, a nuestro juicio, constituye el principal interés del libro de Smith, los frenos a la automatización generalizada del trabajo estaría ligados con la crisis de rentabilidad anclada en la expansión durante décadas del trabajo improductivo.

Para explicar la tendencia a la baja de la rentabilidad, Smith no se contenta con el modelo de crecimiento desequilibrado formulado por William Baumol18/. Este último basa su modelo en la distinción entre un sector industrial tecnológicamente “progresivo” y un sector de servicios tecnológicamente “estancado”. Según Baumol, el proceso de trabajo industrial se presta a ganancias significativas y continuas de productividad y economías de escala, mientras que el de los servicios se resiste por sus características intrínsecas. Así, en la medida en que la creciente automatización en el sector manufacturero es correlativa a la extensión del sector servicios que absorbe el excedente de mano de obra, la tasa de crecimiento de la economía en su conjunto está sujeta a una tendencia a la baja, ya que el propio dinamismo del sector clave de la economía está siendo paradójicamente la causa del estancamiento secular, y con ello de la desaceleración del aumento medio de la productividad del trabajo.

Si Smith acepta la conclusión de este análisis en sus grandes líneas, el problema con la distinción movilizada por Baumol y retomada por Benanav es que se basa en una definición demasiado intuitiva de un servicio como una actividad que no produce ningún objeto separado tangible: el acto de producción coincide con el acto de consumo. Según Smith, tal categoría carece de poder analítico y explicativo. En primer lugar, cubre procesos de trabajo concretos demasiado heterogéneos. En segundo lugar, difumina la distinción entre servicios al consumidor y servicios destinados a las empresas. En tercer lugar, ciertas actividades que se califican como servicios son de hecho parcialmente automatizables, como la industria de la comida rápida o la distribución masiva. Por último, si bien no menos importante, oscurece la distinción más fundamental entre trabajo productivo e improductivo. Sólo esta distinción, que toma prestada de Marx, permite, según Smith, descifrar el misterio de la desaceleración de las ganancias de productividad y dar cuenta teóricamente de la paradoja señalada por Baumol.

Según Marx, la distinción entre trabajo productivo y trabajo improductivo permite caracterizar la forma de explotación específicamente capitalista19/. Todo trabajo por definición produce algo, un valor de uso cualquiera. Pero entre las actividades productivas en sentido amplio, sólo algunas participan del proceso de valorización del capital. Desde este punto de vista, se considera improductivo todo trabajo que no reporte ningún beneficio al empresario capitalista, por ejemplo, el trabajo que realiza una empleada de hogar en la casa del empresario. El mismo trabajo realizado por un o una asalariado/a de una empresa de limpieza será, en cambio, calificado como trabajo productivo. Por lo tanto, lo que define al trabajo como productivo no depende de las especificidades del proceso de trabajo concreto, sino de su contribución a la valorización del capital que lo emplea.

Pero el cuadro se vuelve más complicado cuando consideramos las cosas ya no desde el punto de vista de un capitalista individual, sino desde el punto de vista del circuito del capital en su conjunto. Hay obras que proporcionan ganancias a los capitales individuales mientras representan “pequeños gastos” desde el punto de vista del sistema. Marx clasifica en esta categoría todo el trabajo gastado en hacer circular el valor, en los sectores comercial y financiero. Aunque estas actividades son absolutamente esenciales para el funcionamiento del capitalismo, el valor en ellas solo cambia de forma y de manos. Por último, pueden ser considerados como improductivos los trabajadores del Estado y de los servicios públicos, remunerados a cargo de los beneficios a través del sistema tributario.

Jason E. Smith busca movilizar estas categorías para dar cuenta del ritmo y los métodos de acumulación en el capitalismo contemporáneo. Consciente del valor puramente teórico de la distinción entre trabajo productivo e improductivo, que no es muy conveniente para describir procesos de trabajo concretos, el autor considera sin embargo que puede servir para actualizar y completar la teoría marxista de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia20/ y así arrojar nueva luz sobre la actual crisis de rentabilidad y las perspectivas de automatización del trabajo dentro de los límites de las relaciones sociales existentes.

La introducción de nuevas máquinas en el proceso de trabajo conduce a una disminución de la cantidad de trabajo vivo en proporción al volumen de los medios de producción que utiliza. Ahora bien, como explica Marx en el capítulo XIII del Libro I de El Capital, las máquinas, que representan “trabajo muerto”, no producen valor y, por lo tanto, tampoco plusvalía. Una parte de su propio valor, que corresponde con el tiempo de trabajo socialmente necesario para fabricarlas, se transfiere simplemente al producto mediante trabajo vivo. Por lo tanto, la nueva tecnología puede dar al capitalista individual una ventaja temporal sobre sus competidores, pero a largo plazo y desde un punto de vista sistémico, el progreso general de la automatización socava la base misma sobre la que descansa el proceso de acumulación de capital, a saber, la explotación de la fuerza de trabajo. Es este proceso el que se expresa bajo la forma de la caída tendencial de la tasa de ganancia21/.

Un cierto número de contra tendencias permiten evitar la caída de la tasa de ganancia, como el aumento del volumen de producción o la intensificación del trabajo y la caída de los salarios. Sin embargo, estas contra tendencias aumentan la necesidad de trabajadores/as improductivos: la disciplina de los y las trabajadores requiere un aumento del personal de supervisión y gestión; la expansión de los mercados aumenta la importancia del sector de la logística y la distribución; la intensificación de la competencia mundial crea nuevas necesidades en servicios legales, en marketing, etc. La razón del estancamiento actual de la economía capitalista radica pues precisamente en el dinamismo de su sector productivo, ya que es correlativo a la extensión del sector improductivo que también se beneficia de la entrada de mano de obra barata liberada por las ganancias de productividad logradas en el sector productivo. Esta sobreabundancia de mano de obra, a su vez, frena el progreso de la automatización. En otras palabras, la economía capitalista está sujeta a una lógica de automatización desigual y combinada: el desequilibrio en los ritmos de desarrollo y difusión de las innovaciones tecnológicas no se debe al azar, sino que muestra ser un rasgo estructural del capitalismo, la “ley absoluta” de su desarrollo.

El argumento central de Les capitalistes rêvent-ils de moutons électriques? proporciona un enfoque marxista original a las transformaciones actuales del mundo del trabajo que disuelve la ilusión tecno-determinista de una superación inmanente del capitalismo hacia un comunismo lujoso totalmente automatizado. Pero su interés también es político en el sentido de que implícitamente señala los límites del pensamiento utópico abiertamente reivindicado por los teóricos de la automatización, centrándose en cambio en las posibilidades reales encarnadas en las luchas sociales existentes.

En efecto, el discurso de la automatización oscila constantemente entre un determinismo tecnológico que ve en la automatización del trabajo una necesidad de la historia y la afirmación voluntarista de una política basada en la utopía de la sociedad post-trabajo. La dimensión utópica está subordinada a la dimensión determinista: el desarrollo de las fuerzas productivas, abandonado a sí mismo, va en la dirección de la desaparición del trabajo y sólo se puede ralentizar o acelerar este proceso fundamental, lineal e ineludible. Pero si, como muestra Peter Frase en Four Futures, este desarrollo abre potencialmente el camino a escenarios sociopolíticos variables, que van desde el comunismo de la abundancia hasta un capitalismo rentista en el que las desigualdades y jerarquías sociales alcanzarían niveles colosales, es más bien este último escenario el que los teóricos de la automatización ven dibujarse en el marco de relaciones sociales existentes. La utopía interviene entonces como la otra cara de este pensamiento tecno-determinista: para evitar lo peor, debemos imaginar y promover en el debate público el ideal de una sociedad post-trabajo en la que cada persona pueda beneficiarse de las prodigiosas ganancias de productividad.

Concretamente, aún no existe una institución o sujeto político capaz de sustentar el proyecto del post-trabajo. El movimiento obrero luchaba dentro y contra el capital, desde el punto de vista del trabajo, un punto de vista del que los teóricos de la automatización querrían deshacerse. A fines del siglo pasado, el post-operaísmo ya buscaba reemplazar la figura del obrero de la industria por la figura del “obrero social” como sujeto antagonista del capital. Pero mientras que la propuesta post-operaísta consistía en extender la categoría del trabajo productivo a todas las actividades e interacciones sociales22/, el discurso contemporáneo de la automatización no busca ninguna figura de trabajador/a capaz de oponerse al capital.

Por el contrario, es fuera de la relación entre capital y trabajo donde debe buscarse el sujeto del cambio: Paul Mason invoca así a “los individuos conectados” cuya “educación universal” se basaría en el simple uso de un teléfono inteligente23/, mientras que Nick Srnicek y Alex Williams están más interesados ​​en las llamadas poblaciones supernumerarias, aquellas que se encuentran temporal o permanentemente privadas de empleo o asignadas a trabajos eventuales e informales24/. Pero cuando se trata de desarrollar una estrategia concreta, es hacia la promoción de la renta básica universal hacia donde estos autores se vuelcan unánimemente como herramienta central de la lucha política.

Les capitalistes rêvent-ils de moutons électriques? busca más bien recordarnos que toda reflexión política debe partir de un paciente análisis de las realidades. Sin embargo, bajo las condiciones del modo de producción capitalista, el despliegue de la automatización es un proceso intrínsecamente contradictorio y estructuralmente desigual. El trabajo no está desapareciendo. ¿Dónde entonces buscar el sujeto político de la lucha anticapitalista?. Al igual que los teóricos de la automatización, Smith considera que las formas de organización propias del movimiento obrero del siglo XX ya no se adaptan a nuestro tiempo. Pero en lugar de medir su inadecuación a la luz de una utopía post-trabajo, el autor cuestiona la reciente recomposición de la clase obrera y las posibilidades reales esbozadas por las luchas sociales.

Los partidos y los sindicatos tradicionales extraían su su fuerza de sus raíces en las grandes concentraciones obreras y de la homogeneidad de los procesos de trabajo en las diferentes industrias. El trabajador (o más bien la trabajadora) propio de la era del estancamiento trabaja en la distribución, la comida rápida, los servicios personales. Todo parece oponerle al trabajador industrial: este tipo de trabajo se realiza principalmente en lugares de trabajo dispersos y pequeños; basándose a menudo en las capacidades y los saberes relacionales supuestamente innatos de las mujeres, está condenado a permanecer mal pagado mientras se le niega ser reconocido como trabajo calificado; la heterogeneidad de los procesos de trabajo impide el desarrollo de modos comunes de organización y acción a gran escala. En fin, los empleos concernidos pertenecen a menudo a los sectores no productivos de la economía y solo ofrecen pues escasas palancas de acción para provocar un verdadero freno al proceso de acumulación.

¿Deberíamos entonces resignarnos a la ausencia de perspectivas para la lucha de clases hoy? Las recientes huelgas de enseñantes en los Estados Unidos y el movimiento de los chalecos amarillos en Francia demuestran, según Smith, que estos trabajadores/as ahora comienzan a darse cuenta de su poder colectivo, mientras experimentan las formas de lucha que mejor se corresponden con la posición que ocupan en el circuito de la acumulación de capital. Así, aunque los enseñantes pertenecen al sector público “improductivo”, tienen un poder disruptivo por su papel en la división social del trabajo: al negarse a tomar a cargo a los niños, son capaces de provocar un cese en el trabajo en otros sectores. Los Chalecos Amarillos pueden proporcionar el modelo de un movimiento de trabajadores de los servicios que solo tienen pocas palancas de acción sobre el proceso de acumulación, pero que han logrado poner en marcha formas de acción eficaces fuera de sus lugares de trabajo.

Si la conclusión del libro puede parecer un poco decepcionante desde el punto de vista estratégico, se puede, sin embargo, sacar la idea de que las luchas concretas nos enseñan más que las utopías construidas en los laboratorios de los intelectuales. Y aunque hoy ya no existe un modelo universal para la lucha de clases, se puede confiar en la creatividad política de la clase trabajadora.

13/12/2021

https://www.contretemps.eu/capitalisme-technologie-travail-exploitation-jason-smith/

Traducción: viento sur

Notas

1/ Carl Benedikt Frey et Michael A. Osborne, The Future of Employment: How Susceptible Are Jobs to Computerisation?, Oxford Martin School, September 2013.

2/ Ver por ejemplo Erik Brynjolfsson et Andrew McAfee, The Second Machine Age: Work, Progress, and Prosperity in a Time of Brilliant Machines, New York and London, W.W. Northon, 2014; Martin Ford, Rise of the Robots: Technology and the Threat of a Jobless Future, New York, Basic Books, 2015; Andrew Yang, The War on Normal People: The Truth about America’s Disappearing Jobs and Why Universal Basic Income is Our Future, New York, Hachette Books, 2018.

3/ Marx, Le Chapitre VI. Manuscrits de 1863-1867 — Le Capital, livre I, trad. G. Cornillet, GEME, Paris, Éditions Sociales, 2010, p. 186-209; Karl Marx, El Capital, Libro Primero, capítulos XI a XIII, Madrid-Buenos Aires, E.D.A.F, Grandes Libros, 1967.

4/ Ver por ejemplo Charles Babbage, On The Economy of Machinery and Manufactures (1832), New York, Kelley, 1963; John Adolphus Etzler, The Paradise within the Reach of all Men, Without Labour, by Powers of Nature and Machinery (1833), Farmington Hills, Thompson Gale, 2005; Andrew Ure, The Philosophy of Manufactures (1835), London, Cass, 1967.

5/ Informe de la Organización Internacional del Trabajo, Key Indicators of The Labour Market, 9 th ed., Geneva, 2016.

6/ Erik Brynjolfsson et Andrew McAfee, The Second Machine Age, op. cit., asocian la “primera edad de la máquina” con la revolución industrial del siglo XIX que permitió reducir el trabajo manual y la “segunda edad de la máquina” con la difusión de las tecnologías numéricas que llevan a cabo tareas cognitivas.

7/ Aaron Bastani, Fully Automated Luxury Communism, London and New York, Verso, 2019. Para Bastani la primera gran disrupción corresponde a la invención de la agricultura, la segunda a la revolución industrial y la tercera al conjunto de las innovaciones tecnológicas que permiten imaginar hoy la automatización completa del trabajo.

8/ Nick Srnicek et Alex Williams, Inventing the Future. Postcapitalism and a World Without Work, London and New York, Verso, 2015; Paul Mason, Postcapitalism. A Guide to Our Future, London, Allen Lane, Penguin Books, 2015; Peter Frase, Four Futures, London and New York, Verso, 2016; Aaron Bastani, Fully Automated Luxury Communism, op. cit.

9/ Nick Srnicek et Alex Williams, “# Accelerate. Manifeste pour une politique accélérationniste”, trad. Y.Citton dans Laurent de Sutter (dir.), Accélération !, Paris, PUF, 2016, p. 27-47.

10/ Jason E. Smith, Smart Machines and Service Work. Automation in an Age of Stagnation, London, Reaktion Books, 2020.

11/ Aaron Benanan, Automation and the Future of Work, London and New York, Verso, 2020. Ver igualmente la recensión de este libro por Juan Sebastian Carbonell, “Le travail a-t-il un avenir ?”, https://legrandcontinent.eu/fr/2020/11/08/le-travail-a-t-il-un-avenir/

12/ Luke A. Steward and Robert D. Atkinson, “The Great Stagnation: The Decline in Capital Investment Is the Real Threat to U.S. Economic Growth”, Information Technology and Innovation Foundation, October 2013.

13/ Comparando la situación actual con la de la post-guerra, Benanav muestra que el pleno empleo coexistía con un aumento significativo de las ganancias de productividad gracias a las tasas aún más elevadas de crecimiento de la producción. Entre 1950 y 1973, en Francia, la productividad del trabajo creció a un ritmo del 5,2% anual, mientras que la tasa de crecimiento se elevó al 5,9% anual; en el mismo período el empleo creció al ritmo del 0,7% anual. Si en la actualidad hay carencia de empleo ello se debe a que se ha invertido la relación entre productividad y crecimiento: la desaceleración de los aumentos de productividad ha sido significativa, pero la del crecimiento lo ha sido más aún, cayendo al 2,7 % y 0,9 % respectivamente. Ver Aaron Benanav, Automation and the Future of Work, op. cit., chap. 2.

14/ Robert Brenner, The Economics of Global Turbulence, London and New York, Verso, 2016.

15/ Aaron Benanav señala por ejemplo que los países con un elevado número de robots industriales, como Japón y Alemania, han estado también entre los países que han resistido mejor a la desindustrialización.

16/ Serge Tisseron, “L’arrivée des robots soignants, et la fin de l’humanité”, Libération, 15 avril 2021.

17/ Ver Serge Tisseron et Frédéric Tordo (dir.), Robots, de nouveaux partenaires de soins psychiques, Toulouse, Érès, 2018.

18/ William J. Baumol, «Macroeconomics of Unbalanced Growth: Anatomy of the Urban Crises», American Economic Review, vol. 57, N ° 3, June 1967.

19/ Sobre esta distinción en Marx, véase Karl Marx, Le Chapitre VI. Manuscrits de 1863-1867 — Le Capital, livre I, op. cit., p. 210-227.Para las muy esclarecedoras precisiones en relación con el trabajo productivo e improductivo en Marx y en el marxismo, véase Christophe Darmangeat, Le profit déchiffré. Trois essais d’économie marxiste, Paris, La ville qui brûle, 2016.

20/ Ver la lectura cruzada de Benanav y Smith por Jason Read que pone el acento en la actualización de la ley tendencial de la baja de la tasa de ganancia: Jason Read, “Waiting for The Robots: Benanav and Smith on the Illusions of Automation and Realities of Exploitation ”, http://www.unemployednegativity.com/2020/12/waiting-for-robots-benanav-and-smith-on.html

21/ Karl Marx, El Capital, Libro Primero, capítulos XI a XIII, ob. cit., capítulo XXIII; K. Marx, El Capital, Libro III, Madrid-Buenos Aires, E.D.A.F, Grandes Libros, Tomo II, 1967, capítulo XIII.

22/ Ver Carlo Vercellone, “From the Mass-Worker To Cognitive Labour: Historical and Theoretical Considerations” in Marcel Van der Linden, Karl-Heinz Roth et Max Henninger (dir.), Beyond Marx. Theorising the Global Labour Relations of the Twenty-First Century, Chicago, Haymarket, 2014.

23/ Paul Mason, Postcapitalism, op. cit., p. 115.

24/ Nick Srnicek et Alex Williams, Inventing the Future, op. cit., p. chap. 5. et 8.

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