En nombre de la lucha antiterrorista, el Estado francés ha hecho de la lucha contra la radicalización un eje central de su intervención ideológica y coercitiva. Islamistas, islamogauchistas, wokistas, interseccionalistas, ¡todos radicalizados! Pero dada la intensidad de la represión de los movimientos sociales, el cerco de seguridad a los barrios obreros y de inmigrantes y la recurrencia de las intervenciones militares francesas en los últimos diez años, ¿no deberíamos dar la vuelta al estigma y decir que es el Estado el que está experimentando una radicalización autoritaria?

En esta entrevista sobre su libro, recientemente publicado por La Fabrique, Claude Serfati nos habla de la anatomía que propone de este Estado radicalizado, y en particular del papel del ejército en este proceso [ContreTemps].

Paul Rocher: Su libro L'Etat radicalisé (La Fabrique) se publica en un contexto en el que cada vez se cuestionan más los poderes del Estado, como la justicia y la policía, y la violencia que ejercen sobre la población. ¿Qué lugar ocupa el Ejército en esta radicalización autoritaria?

Claude Serfati: En principio, la seguridad interior y exterior son funciones separadas en los Estados democráticos, e incluso en otros Estados. Así que se podría descartar la cuestión diciendo que el Ejército no tiene ningún papel en la radicalización autoritaria interna. Pero esto no sería correcto por varias razones. Sobre todo, porque la nueva coyuntura histórica que se ha desarrollado desde la década de 1990 ha dado lugar a una confluencia entre la seguridad interior y la exterior en las agendas de seguridad nacional de los países dominantes.

La desaparición de la URSS en 1991 parecía marcar el fin de las guerras interestatales, y la amenaza, según los documentos oficiales, procedería principalmente de los obstáculos al acceso a los recursos naturales y a su transporte, o de las poblaciones rurales expulsadas de sus tierras que engrosarían las enormes megaciudades de los países en desarrollo. Más que la defensa contra un Estado identificado, la seguridad nacional se vería amenazada desde dentro y por razones económicas o sociales.

Estos discursos también reflejaban las consecuencias de un cambio importante en la trayectoria económica. El régimen de acumulación con predominio financiero, como lo describió François Chesnais, desembocó en una ofensiva generalizada contra los derechos de las y los asalariados y de la juventud en el marco de políticas de austeridad (neoliberalismo) que las clases dominantes y sus gobiernos sabían que provocarían resistencias.

Esta confluencia entre seguridad exterior e interior se viene observando desde los años 90 y se acentuó tras los atentados terroristas del 11 de septiembre. Los atentados se instrumentalizaron en nombre de la guerra contra el terror. He documentado esta evolución en La mondialisation armée (2001) y en Imperialisme et militarisme (2004). Estados Unidos marcó el rumbo en 2001, la Unión Europea le siguió poco después con su primera doctrina de seguridad, elaborada en 2003 bajo el impulso de J. Solana (que poco después se convirtió en secretario general de la OTAN). El documento de la UE contiene objetivos similares a los de Estados Unidos, salvo en la cuestión de los ataques preventivos, sobre la que los europeos matizaron un poco más.

Francia es ejemplar en esta convergencia entre enemigos exteriores e interiores, con sus 13 leyes de seguridad aprobadas desde 1995. Y sigue en esa línea. En 2022 se presentó un proyecto de ley para criminalizar las ocupaciones ilegales. Amenaza con tres años de cárcel a las personas y familias sin techo que ocupen una vivienda sin muebles para protegerse de la intemperie. En 2023 se aprobará una nueva ley contra las personas inmigrantes y quienes les defiendan.

Este es el contexto general en el que Francia participa resueltamente, dado el lugar que ocupa el Ejército. Porque si bien es sabido que el Estado siempre ha estado en el centro de las relaciones sociales en Francia, hay que recordar una vez más que el Ejército está en el corazón del Estado en la V República. Y sin entrar en los detalles del análisis que expongo en mi libro, el Ejército es una fuente directa de inspiración para las políticas de defensa del presidente. La relación de fuerzas entre el Ejército y el poder político cambia según las épocas, pero el proceso de co-elaboración de la doctrina militar se mantiene.

Esta centralidad del ejército está inscrita estructuralmente en las instituciones de la V República, pero se ve reforzada por el creciente descrédito presidencial, especialmente desde Sarkozy, Hollande y Macron. Este descrédito se debe a la mediocridad de los actores que encarnan el bonapartismo presidencial, al debilitamiento del estatus de Francia en el mundo y, más aún, a la crisis social del país, que provoca un rechazo de las políticas gubernamentales. En el marco de la colaboración en materia de defensa y seguridad, el Ejército tiende a tomar una posición ascendente, al tiempo que discreta. Por ejemplo, las guerras que los medios de comunicación atribuyen al poder presidencial -la guerra de Sarkozy en Libia y la de Hollande en Mali- son en realidad guerras que se decidieron con el Ejército.

A veces, el gran mudo habla. En mi libro analizo los llamamientos de generales publicados en abril de 2021 que pedían a Emmanuel Macron la aplicación de la Constitución y las leyes vigentes para erradicar "las alianzas que se están formando entre islamistas y diversos grupos reivindicativos en la interseccionalidad de las luchas".

Las guerras libradas en el extranjero han ido de la mano de la radicalización autoritaria en el interior. E. Macron juega constantemente a esta interacción con eslóganes como "estamos en guerra" (¿con quién?), "economía de guerra", etc. Sustituye el Consejo de ministros por el Consejo de Defensa [para el seguimiento de la crisis de la covid] y hace considerables promesas financieras al Ejército. La Ley de Finanzas de 2023 crea 4500 nuevos puestos militares y policiales frente a 2900 nuevos puestos docentes en la enseñanza.

Macron acaba de anunciar que los gastos de la Ley de Programación Militar (LPM) 2024-2030 ascenderán a 413.000 millones de euros. Esto supone 118.000 millones más que la LPM actual, que ya es significativamente alta. Se trata de una aplicación de la política del "cueste lo que cueste" para los trabajadores: 118.000 millones de euros es diez veces más que el déficit del sistema de pensiones anunciado para 2030. La radicalización autoritaria no son sólo acusaciones periódicas de islamoizquierdismo o ecoterrorismo, es una realidad palpable a través de las opciones presupuestarias: más militares y policías, menos profesores y personal sanitario.

La radicalización autoritaria es también la intervención del Ejército en la calle en el marco de la operación Centinela. Pero no es casualidad que lo haya puesto al final de mi respuesta. Aunque es significativa, no debe enmascarar el proceso general de radicalización. Tanto más cuanto que la operación Centinela no satisface realmente a los militares, cada vez les satisface menos.

P. R.: En su texto sobre los aparatos de Estado, Althusser menciona que los aparatos represivos de Estado funcionan también, aunque de manera secundaria, como aparatos ideológicos de Estado. Hoy vemos que la policía participa plenamente en la batalla de las ideas. ¿Participa también el Ejército?

Las cuestiones ideológicas no forman parte de mi campo de investigación, pero de lo que estoy seguro es de que la ideología necesita una fuerza material para poder expresarse. El hecho de que el Ejército no se exprese públicamente no significa que no intervenga en la batalla ideológica.

Es importante comprender que la ideología se propaga entre la población por vías distintas a los eslóganes y las manifestaciones públicas. Existe una convergencia de fuerzas materiales que permite a la institución militar, desde la discreción, participar en la batalla ideológica. Su actitud es, por tanto, diferente a la de la policía, que usted documenta en su libro, y esta diferencia no es secundaria.

Veamos estas fuerzas materiales: el Ejército es el primer reclutador de la nación. Según Ouest-France, el Ejército y la Gendarmería reclutarán a 40.000 jóvenes en 2023. Campañas de propaganda pueblan el espacio público sobre este tema, y los "apúntate a un empleo" también forman parte de la batalla ideológica. Podemos ver hasta qué punto esta batalla está anclada en una realidad material, que es la de una sociedad con una elevada tasa de desempleo y una alta tasa de precariedad entre las y los jóvenes, y en la que el Ejército se presenta ahora como una institución de formación. Este es un primer ejemplo que me parece típico de lo que usted llama la batalla ideológica que se basa en una realidad social desastrosa.

El parlamento, que es esencialmente una cámara que registra las reivindicaciones militares, es un segundo vector de difusión de la ideología pro-militar. Incluso los parlamentarios de la oposición de izquierdas guardan silencio sobre la militarización de las mentes. Por tanto, sobre estas cuestiones, la unión nacional es permanente en el parlamento. Parece que el Ejército contamina de alguna manera a los parlamentarios para que guarden un honorable silencio. Sin embargo, una campaña en torno a las cifras que he dado -4.500 soldados suplementarios y sólo 2.500 profesores suplementarios- podría hacer reflexionar y tal vez agitar a millones de personas si se imprimiera en el anverso de un folleto distribuido a la población o circulara por las redes sociales.

Siguiendo con el papel del Parlamento, puedo citar el informe Maire-Tabarot sobre la exportación de armas, publicado en vísperas de las elecciones presidenciales. Su principal propuesta era la creación de una comisión parlamentaria para el control de las exportaciones de armas. Este tipo de comisiones existen en Gran Bretaña, Estados Unidos y otros países democráticos. No frenan el militarismo, pero pueden ser un contrapeso a la enorme presión del sistema militar-industrial. Esta propuesta fue inmediatamente rechazada, en condiciones que es interesante describir.

En una nota confidencial revelada por los periodistas de Disclose, la Dirección General de Seguridad Exterior hizo saber pocos días después de la publicación del informe que ¡la creación de dicha comisión equivaldría a poner en tela de juicio la seguridad nacional francesa! Añado que la mayoría de los ponentes de la Comisión de Defensa están estrechamente relacionados con el complejo militar-industrial. Y cuando un ponente, deseoso de hacer su trabajo, envía un cuestionario al Ministerio de las Fuerzas Armadas para documentar su opinión sobre el presupuesto, a menudo se le niega la información.

Por último, además de la formación y el parlamento, se gastan cientos de millones de euros en la comunicación del Ministerio de las Fuerzas Armadas. Este último tiene un programa semanal regular en el canal [de tv] LCP. Desde hace algunos años, el Ejército lleva a cabo una campaña en el sistema educativo nacional y en las universidades.  A las universidades, agotadas financieramente a causa de las políticas aplicadas desde hace años, se les ofrecen contratos de investigación con el Ejército, prácticas y formación. Se trata de pequeños presupuestos -pequeños comparados con lo que hace el Departamento de Estado estadounidense-, pero que permiten una mayor intrusión en las universidades.

P. R.: Leyendo su libro, uno se da cuenta de que la adicción de Francia a la venta de armas va unida a la necesidad de demostrar con hechos que las armas francesas son eficaces. ¿En qué medida la estructura económica del país, con un sector militar muy desarrollado, produce un Estado especialmente violento, tanto dentro como fuera de sus fronteras?

C. S.: Evidentemente, cuando usted menciona las dimensiones económicas, estamos de acuerdo en que se trata de analizar la economía política del capitalismo francés. Creo que hay que partir de lo que ocurre a escala mundial, a nivel económico y geopolítico, para comprender cómo se comporta un país. Para mí, ésta es una de las lecciones importantes de las teorías del imperialismo de principios del siglo XX: el comportamiento de un país viene determinado en primer lugar por el lugar (o estatus) que ocupa en el espacio mundial y, por tanto, es del análisis de este espacio mundial de donde debemos partir.

El análisis de la relación entre lo mundial y lo nacional puede inspirarse en la contribución de Trotsky a las teorías del imperialismo. Lenin, Bujarin, Hilferding y Luxemburgo son citados más a menudo como teóricos del imperialismo, pero creo que la hipótesis de Trotsky sobre el desarrollo desigual y combinado constituye una contribución específica en relación con los demás teóricos, con la posible excepción de los trabajos realizados por Rosa Luxemburgo (sobre la destrucción de la economía natural, los procesos de sometimiento de Turquía y Egipto a los imperialismos europeos, etc.).

El desarrollo desigual y combinado es la idea de que, en la época del imperialismo (que Trotsky caracteriza como la época en la que "el capitalismo ha hecho del mundo entero un solo organismo económico y político") no hay lugar para la evolución gradual (en etapas sucesivas) en el desarrollo económico de un país. El "privilegio de una nación atrasada", como él lo llama, es que puede permitirle saltar las etapas por las que han pasado los países capitalistas más antiguos y, en algunos aspectos, ponerse al día. En su aparición en la escena mundial como competidor de las potencias dominantes, un país así combina rasgos ultramodernos, por ejemplo, mediante la integración en su economía de las tecnologías más eficientes producidas por los países más avanzados, con rasgos atrasados.

Trotsky basa su hipótesis general en la observación del espectacular desarrollo de la economía rusa a finales del siglo XIX. Huelga decir que el "privilegio de una nación atrasada" requiere varias condiciones, entre las cuales la voluntad política es decisiva. Por lo tanto, sólo conduce a un desarrollo económico real en una minoría de casos, el más emblemático de los cuales es la China capitalista, dirigida por el Partido Comunista. En efecto, la dominación imperialista de los países occidentales sobre la mayoría de los países sigue siendo tenaz, aunque se esté debilitando, pero ése es otro debate.

La hipótesis del desarrollo desigual y combinado propone, pues, que un país se integre en el espacio mundial, pero que combine las características de la situación internacional aplicándolas de manera específica, según sus tradiciones, es decir, para Francia, la centralidad del Estado y de lo militar.

A continuación, podemos reflexionar sobre los efectos acumulativos de las interacciones entre los niveles mundial y nacional producidos por la centralidad de lo militar en Francia. Desde principios de los años sesenta, la Dirección General de Armamento (DGA), brazo industrial del Ministerio de las Fuerzas Armadas, explica que Francia debe exportar un tercio de su producción de armamento para que su coste sea económicamente soportable para el presupuesto del Estado. La dependencia de la venta de armas está, pues, estructuralmente inscrita en el modelo armamentístico francés.

En el exterior, esta adicción a la venta de armas orienta la diplomacia francesa hacia la búsqueda incesante de clientes, sin tener en cuenta su utilización contra las poblaciones. También exige un intervencionismo militar para que las guerras libradas por Francia sirvan de exhibición a gran escala de la calidad de los sistemas de armamento producidos por los industriales (probados en combate, se felicitan los industriales).

En el frente interno, la centralidad de lo militar exige cada vez más presupuesto militar. En 2017 ascendió a 33.000 millones de euros y aumentará a 60.000 millones anuales con la próxima ley de programación militar (LPM). Tales niveles de gasto tienen considerables efectos preventivos sobre los recursos financieros y el personal cualificado, y producen un desvío de prioridades al descuidar otros sectores industriales.

En resumen, la producción de armamento tiene un efecto global negativo sobre el sistema productivo francés y debilita el rendimiento de las industrias civiles (excepto la aeronáutica) en el mercado mundial, especialmente en Europa. La pérdida de competitividad de la industria francesa es general, y muestra de ello es el vertiginoso aumento del déficit de la balanza comercial. Dedico un capítulo de mi libro al desastre industrial vinculado a la producción de armas.

Con el declive de la influencia económica, el estatus internacional de Francia se deteriora y la búsqueda de países clientes para las armas francesas se hace más obsesiva. Faltan recursos financieros masivos para otros usos. Por supuesto, se sacrifica el gasto social: hay que elegir entre producir armas o contratar profesores y enfermeras. Políticamente, la duplicación del gasto militar en menos de diez años es posible gracias al consenso entre la derecha y la izquierda sobre la posición de Francia en el mundo.

La movilización contra las amenazas exteriores se dirige también contra quienes cuestionan este consenso. Esta fusión de amenazas externas e internas culmina en la ley aprobada en Francia en 2022, que inicialmente se denominó "continuum de seguridad global". Del Sahel a Saint-Denis en pocas palabras. Semejante agenda provoca una radicalización militar en el exterior y una radicalización de la seguridad en Francia, donde la oposición a la unión nacional en lo militar será calificada de separatista. Este es el sentido del mensaje dirigido por E. Macron en su saludo a los ejércitos presentado el 20 de enero de 2023: es necesario "mantener el apoyo mutuo entre los ejércitos y las fuerzas de seguridad interior y las fuerzas de seguridad civil para responder siempre mejor a las crisis, crisis sanitarias o climáticas, por ejemplo", pero rápidamente vienen a la mente otros ejemplos de crisis...”

Cierto, Francia no es el único país occidental que comprime los derechos y las libertades, pero sí es el único en el que la interacción entre el Ejército (exterior) y la seguridad (interior) es tan fuerte.

P. R.: ¿Hasta qué punto puede considerarse a Francia un país imperialista de pleno derecho? Se caracteriza por una fuerte presencia militar en el Indo-Pacífico y en África, pero también demuestras que su actividad depende de un importante apoyo material de Estados Unidos...

C. S.: Gracias por plantear la cuestión del imperialismo, ya que es un tema de actualidad. Habrá que responderla tanto más cuanto que la invasión de Ucrania por Rusia ha resucitado el término imperialismo y los actos imperialistas provocan el rechazo de la población, hasta el punto de que Macron lo utiliza a propósito de la invasión de Ucrania por Rusia, calificando a este país de imperialista. De hecho, acepta utilizar el término siempre que el imperialismo sea eslavo y tenga como objetivo la conquista territorial. Su análisis es, por supuesto, inadmisible.

Vayamos, pues, al fondo de la cuestión. El imperialismo es una estructura de dominación del espacio mundial por algunos grandes países, pero también define prácticas nacionales diferenciadas. Unos países dominan a otros, de modo que pueden capturar la riqueza producida por el trabajo y saquear los recursos que ofrece la naturaleza. Las materias primas ya eran una cuestión crucial a principios del siglo XX, pero hoy son una cuestión geopolítica aún más importante. En efecto, la destrucción acelerada del medio ambiente y la búsqueda frenética de recursos naturales ponen de manifiesto la catástrofe a la que el capitalismo está conduciendo a la humanidad.

Los indicadores de capacidad militar y rendimiento económico ayudan a dar cuenta del imperialismo. Por ejemplo, en el caso de Francia, el volumen de su presupuesto militar, su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad, que se basa en la posesión de armas nucleares, y su participación en operaciones militares exteriores a través de sus cuerpos expedicionarios son indicadores de la capacidad militar. En el plano económico, se dispone de algunos elementos, como los flujos de rentas de capital registrados por la balanza de pagos. Estos flujos de rentas se componen principalmente de los beneficios repatriados por las multinacionales a través de sus inversiones en el extranjero (Inversión Extranjera Directa, IED), de las rentas bancarias y de las rentas de la propiedad intelectual. Estos tres componentes indican el grado de opresión financiera.

En 2021, los accionistas repatriaron a Francia más de 60.000 millones de euros en dividendos, intereses y cánones, una forma de tributo que el resto del mundo paga al capitalismo francés. Esto adquiere formas concretas, como la implantación de multinacionales en los países del Sur para aprovechar los costes salariales, la concesión de créditos bancarios y de obligaciones que desangran a los pueblos, como ya analizó Rosa Luxemburgo hace un siglo. La opresión financiera del imperialismo analizada por los marxistas a principios del siglo XX continúa (Lenin calificó a Francia de capitalismo rentista).

Sin embargo, cuidado con el fetichismo económico: la balanza de rentas de capital ofrece datos parciales y sesgados: los economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI) estiman que el 40% de la IED de las multinacionales es inversión ficticia, es decir, sin finalidad productiva, que se realiza a través de empresas fantasma y a menudo a paraísos fiscales. ¡Luxemburgo y los Países Bajos acogen la mitad de estas IED fantasma!

En segundo lugar, el imperialismo crea una interdependencia económica y política. Los países dominantes son competidores económicos y rivales políticos y militares. Sin embargo, comparten un interés común en defender la propiedad privada capitalista -en los países dominantes se aplican las mismas políticas favorables al capital- y en preservar su dominio. Por ejemplo, los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad han emitido un comunicado conjunto denunciando el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TNP) votado en la ONU y que entró en vigor en 2021.

Por último, el imperialismo contemporáneo es una estructura jerárquica de dominación. A principios del siglo XX, las rivalidades interimperialistas por el reparto del mundo enfrentaban a países con niveles de desarrollo comparables. Sin embargo, los teóricos marxistas del imperialismo hablaban de "semiimperialismo", de "semicolonias" (Argentina, Turquía, Egipto, etc.). Sin embargo, la jerarquía estaba menos diferenciada que hoy. Una serie de países aspiran a desempeñar un papel importante en el espacio mundial o regional (Brasil, Sudáfrica, India, Turquía, etc.) y son calificados por algunos marxistas con el término un tanto vago de "subimperialismo".

En el imperialismo contemporáneo, Estados Unidos forma por sí solo el primer círculo. Francia está en el segundo círculo junto con países que a menudo hacen diferentes usos de su mezcla de rendimiento económico/capacidades militares que forjan su estatus de países imperialistas. Por ejemplo, Alemania y Rusia se sitúan en los extremos opuestos del espectro. Alemania se basa principalmente en su poder industrial, Rusia en sus capacidades militares.

Francia ha sido durante mucho tiempo un país imperialista, pero está en declive. No es la primera vez. Tras la Segunda Guerra Mundial, durante la cual los altos funcionarios y oficiales, que constituyen los dos pilares del Estado francés, se habían unido en su gran mayoría al régimen de Vichy, Francia se reintegró con dificultad en el campo de los vencedores. A partir de 1958, el trabajo de De Gaulle consistió en "restablecer el rango de Francia" en el mundo, como le gustaba decir.

Hoy, Francia participa en la reproducción de la estructura de dominación mundial que he mencionado, pero su posición se ha deteriorado tanto económica como militarmente. El activismo militar de las dos últimas décadas, "coronado" por la guerra de Libia (2011) y Mali (2013), atestigua que Francia está ahora actúa por encima de sus posibilidades. La intervención en el Sahel ha provocado una fuerte hostilidad por parte de la población africana, y más aún de la juventud. En el caso del Sahel, se puede hablar de un uso excesivo de la herramienta militar, un comportamiento que el historiador Paul Kennedy calificó de sobredimensionamiento en el caso de Estados Unidos en los años setenta y ochenta.

Sin embargo, un país dominante nunca acepta su declive. Por ello, el gobierno de E. Macron anuncia que la región Indo-Pacífico -que según los dirigentes franceses se extiende desde la costa oriental de África hasta la costa occidental de América, es decir, ¡desde Yibuti hasta California!- es un nuevo horizonte estratégico y una prioridad. El desplazamiento de la economía mundial y de las rivalidades geopolíticas (entre Estados Unidos y China) hacia Asia es evidentemente la causa de esta ambición francesa. Sin embargo, la industria francesa de bienes civiles apenas brilla en la región, mientras que, por el contrario, Asia representa el 30% de las ventas de armas, gran parte de las cuales (20%) se destinan a India, primer comprador de armas francesas.

Así pues, una vez más se utiliza la palanca geopolítica: "Las cuestiones de defensa están en el centro de la estrategia Indo-Pacífica de Francia", según un informe redactado por dos parlamentarios (A. Amadou y M. Herbillon). Es cierto que los territorios que controla en el Pacífico son esenciales para mantener su estatus mundial. Durante años permitieron la realización de pruebas nucleares y otorgan a Francia la segunda zona económica exclusiva del mundo, por detrás de Estados Unidos. La superficie de Francia pasó de 550.000 kilómetros cuadrados a casi 11 millones..., lo que le permitió aumentar su reserva de recursos naturales. Por último, hay 7.500 militares y circulan submarinos con armamento nuclear. Francia espera desempeñar un papel en esta región, que está a punto de recrudecerse, dadas las rivalidades entre Estados Unidos y China.

Sin embargo, las ambiciones indopacíficas de Francia parecen una vez más exageradas, como demuestra la cancelación por parte de Australia de la compra de un submarino a Francia en favor de material estadounidense. Como reconoce el citado informe parlamentario, el error del Gobierno de Macron fue creer que "Francia [podría] ser percibida por su aliado australiano como el otro estadounidense que viene a ayudar a los australianos frente a la presión china" (sic). A esta marginación económica y militar se sumaba la aspiración del pueblo canaco de liberarse del dominio colonial. El éxito de este objetivo debilitaría considerablemente la presencia militar francesa.

P. R.: Usted señala que, según el jefe del Estado Mayor, "el terrorismo no es, o ha dejado de ser, una amenaza existencial". ¿Para qué tipo de conflicto se está preparando el Ejército?

C. S.: En el momento en que se decidió, la operación Centinela se consideró un punto de inflexión, una intrusión del Ejército en la vida civil francesa, al menos en cuanto a su alcance en territorio metropolitano. En 2015, el Ejército aceptó inmediatamente la operación Centinela porque los atentados terroristas estaban creando un clima de amenaza "existencial", según los discursos de la época.

Luego, en 2017, el general de Villiers, jefe del Estado Mayor del Ejército, dimitió. La prensa dio como razón que se oponía al recorte del presupuesto del Ejército en unos cientos de millones de euros. Esta explicación es obviamente ridícula cuando se conoce el considerable aumento del gasto militar desde 2017. Puede haber habido razones personales, pero el desacuerdo era sobre las misiones fundamentales del Ejército. En una comparecencia ante la Asamblea Nacional, de Villiers puso en duda que la operación Centinela fuera realmente una operación para el Ejército. Creo que este es el principio de la respuesta a su pregunta.

Tras los atentados de 2015, existe el deseo de presentar al Ejército como el último bastión de la sociedad. Esto forma parte de la campaña ideológica. Sin embargo, cada vez está más claro que los atentados pueden combatirse por otros medios que parecen más eficaces (inteligencia, etc.). El Ejército empieza a hacerse preguntas; sobre todo, porque, desde un punto de vista material e ideológico, el Ejército está para hacer la guerra en el exterior. El papel de los militares no es llevar a los ancianos a cruzar la calle para evitar que los automovilistas los atropellen. Así pues, el Ejército respaldó la operación Centinela en un determinado contexto que favorecía su estatuto, pero hoy parece obstaculizar su redistribución hacia las "guerras de alta intensidad" y su mantenimiento en África, para lo que serían más útiles los 10.000 soldados movilizados por Centinela. En efecto, la doctrina francesa, siguiendo la de Estados Unidos, ya no considera al terrorismo como el principal adversario.

Para comprender este paso de la guerra contra el terrorismo a la de alta intensidad, es necesario, una vez más, partir del análisis de la situación mundial y observar la forma que adopta en Francia. La invasión de Ucrania por el imperialismo ruso no creó los enfrentamientos interimperialistas[1], porque yo sitúo el punto de inflexión histórico en la competencia económica y las rivalidades geopolíticas a finales de la década de 2000.

El "momento 2008", como yo lo llamo, es el producto de importantes mutaciones económicas, geopolíticas y sociales. En primer lugar, se trata de una crisis financiera, prolongada en una serie de crisis, que demuestra que el modo de producción dominado por el capital financiero es incapaz de superar sus contradicciones si no es saqueando sin límites los recursos naturales. En segundo lugar, el momento de 2008 pone fin a la ilusión de un mundo unipolar dominado por Estados Unidos. Por último, está marcado por movimientos populares revolucionarios, pienso en particular en las primaveras árabes, que sacudió los regímenes autoritarios, en su mayoría serviles a los países occidentales.

Evidentemente, la guerra de Ucrania es un paso importante en la agravación de las rivalidades interimperialistas del momento 2008, pero en el trasfondo de esta guerra, el antagonismo entre China y Estados Unidos, que amalgama la economía y la geopolítica, constituye la gran apuesta de los próximos años. Y las teorías marxistas del imperialismo siguen siendo valiosas para analizar este antagonismo, que es precisamente el uso combinado de la guerra económica y la movilización de las capacidades militares[2].

Este contexto mundial se impone a Francia. El empantanamiento del Ejército francés en el Sahel, en nombre de la guerra contra el terrorismo, era obviamente previsible. Sin embargo, Francia debe encontrar países de acogida para sus militares, porque la presencia del Ejército en la región es una garantía del rango de Francia en el mundo (concretamente su puesto de miembro permanente del Consejo de Seguridad) y es necesario proteger los intereses de los grupos industriales y financieros franceses presentes en África (no sólo francófonos). Quiero señalar que en 2013, la decisión de intervenir en Malí recibió el apoyo UNÁNIME de la Asamblea Nacional. Diez años después, no se ha hecho balance del callejón sin salida africano de Francia y de los 10.000 millones de euros que la aventura militar ha costado al contribuyente.

El Ejército quiere pasar página en la lucha antiterrorista, identificada con la desastrosa aventura de Malí. El Ejército está acostumbrado a hacer la guerra, como dice el título de un capítulo de mi libro, esa es su función. Los conflictos de alta intensidad son por tanto el futuro según el Ejército, y también las ciberguerras. Así pues, la reorientación hacia la preparación de estos conflictos puede devolver al Ejército un estatus que Centinela enmascaró un poco y que el estancamiento en el Sahel corre el riesgo de hacerle perder. La presencia del Ejército en África es indispensable, pero ahora debe inscribirse en el marco más amplio de las guerras de alta intensidad. No se abandona la guerra contra el terrorismo, que seguramente se mezclará con la lucha contra el separatismo, pero debe llevarse a cabo principalmente con medios de seguridad (gendarmería, policía nacional y municipal).

Los importes financieros necesarios para que Francia siga siendo un actor influyente en la estructura de dominación mundial son muy elevados. Las opciones políticas y presupuestarias consolidan el lugar del Ejército cueste lo que cueste a la economía y la sociedad francesas.

Paul Rocher

https://www.contretemps.eu/anatomie-etat-radicalisation-autoritaire-entretien-serfati/

Traducción: viento sur

Notas:

[1] Véase el artículo https://www.contretemps.eu/imperialisme-guerre-russie-ukraine-mondialisme-armee-serfati/

[2] Para más información, véase "L'économie, une continuation de la guerre avec d'autres moyens", Chronique Internationale de l'IRES, 2022/3 (N° 179), p. 48-63, file:///C:/Users/Claudes/Downloads/CHII_179_0048-1.pdf

 

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