Dos grandes ejes cruzan la política vasca al menos desde los Acuerdos de Lizarra Garazi (o de Estella en versión castellana) en septiembre de 1998. Se han expresado como típicos “dientes de sierra”, sube y baja, pero ahí han estado presentes ambos; entre tregua y vuelta de los atentados de ETA hasta el definitivo fin de su actividad armada; entre oleadas represivas contra y movimientos de negociación con la izquierda abertzale (y la propia ETA) de los Gobiernos de España y de sus partidos sustantivos; entre las declaraciones aislantes y las integrantes -ora a un lado y ora al contrario, siempre orando, eso sí- por parte del PNV; y en ese mirar ahora, de casi todo el vasco espectro político, con un ojo a Escocia y con el otro a Catalunya.

La política vasca y sus dos grandes ejes. Uno, el de la paz, con la vista más difícil -aunque no única- hacia el pasado: hacia el relato histórico y sus razones, hacia la verdad, el reconocimiento y la justicia en el caso de las víctimas (todas) y hacia el resto de destrozos en el camino. El otro, el de la soberanía nacional, con la vista más difícil –aunque tampoco única- hacia el futuro: hacia nuestro “derecho a decidir” sobre nuestra propia constitución institucional, claro está, pero también –en intercambio- sobre nuestras relaciones administrativas y sociales con unos pueblos como los del Estado español que (más allá de la algarabía futbolera del “español el que no bote”) son fondo irrenunciable de nuestra historia y de nuestro futuro, también para un proyecto nacional independentista al que estoy apuntado.

En ambos ejes parece dominar ahora la calma chicha. Al menos eso cuentan la mayor parte de analistas políticos. Y tal análisis no deja de tener sentido vista la situación. Pero ya se sabe que en este inestable Cantábrico mar nuestro, bajo la calmada superficie suele originarse, bastantes veces, mar de fondo. Y conviene que advirtamos algunas cosas sobre qué hay de ello ahora mismo y, de paso, que recordemos algunas turbulencias del pasado reciente para no caer en una pesimista somnolencia.

La paz

Para bien (sin ningún espacio al “o para mal”) tanto ETA, como la izquierda abertzale en su conjunto, eligieron la estrategia de la unilateralidad para poner fin a la violencia en el conflicto nacional vasco. Es bueno que recordemos los pasos principales (y podrían contarse más) de ese unilateral camino desde aquel 20 de octubre de 2011 en el que ETA declaró su definitivo fin de la actividad armada.

Tanto en el espacio político institucional como en el mediático se sigue insistiendo en que la izquierda abertzale desprecia a las víctimas de ETA. Pero ya el 26 de febrero de 2012, en la presentación pública del documento Construyamos la paz en el proceso democrático, aceptaba que "mediante sus declaraciones o actos ha podido proyectar una imagen de insensibilidad frente al dolor causado por las acciones de ETA" y, ante ello, "lamenta el daño que de manera no deseada haya podido añadir con su posición política", reconocía que, "en la crudeza del conflicto, nos ha faltado hacia unas víctimas la sensibilidad mostrada con otras” y manifestaba “su profundo pesar" tanto por "las consecuencias dolorosas derivadas de la acción armada de ETA", como por su "posición política con respecto a las mismas, en la medida en que haya podido suponer, aunque no de manera intencionada, un dolor añadido o un sentimiento de humillación para las víctimas”. Desde aquella fecha hasta ahora, la izquierda abertzale ha repetido esto mismo muchas veces.

Como ya valoré en una anterior Tribuna VIENTO SUR, el conocido como Foro Social para impulsar el proceso de paz en el que participan diversos organismos, con Lokarri y Bake Bidea como principales protagonistas, presentó, en mayo del pasado año, 12 recomendaciones tras discutir más de 500 propuestas con una participación implicada de más de 700 personas, varias de las cuales eran expertas internacionales en procesos de paz. Las recomendaciones incluían específicamente “el diseño de un proceso controlado, ordenado y consensuado que culmine con el desmantelamiento de armas y estructuras militares de ETA” con la colaboración de organismos facilitadores independientes, defendía una solución integral en el tema de presas y presos consistente en “adecuar la legalidad a la realidad y aplicar una justicia de carácter transicional” pero aceptando que su reintegración social “se debe desarrollar de forma individualizada, escalonada, y en tiempo prudencial” y que, además, “debe haber por su parte un reconocimiento del daño causado como consecuencia de su actuación”.

Fue significativa la acogida favorable que tuvieron esas recomendaciones en el Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK). La misma ETA lo calificó (GARA 15/7/2013) de “aportación constructiva”, añadiendo que “en su conjunto puede constituir el punto de partida para acordar una hoja de ruta” y comprometiéndose a hacer llegar su opinión concreta a los impulsores de las recomendaciones, “con el fin de hacer nuestra aportación al contenido, escuchar sus propuestas e intenciones, y analizar las posibilidades de avanzar”. El pasado 28 de abril, en un programa de la televisión vasca (ETB) el presidente de Sortu y parlamentario de EH Bildu, Hasier Arraiz, declaró: ""Creemos que ETA tiene que dar más pasos. El siguiente paso tiene que ser el desarme, y ETA tiene que avanzar hacia ello”.

En sentido completamente opuesto, el Tribunal Constitucional acaba de rechazar la suspensión de la prisión de Arnaldo Otegi y los demás condenados a seis años y medio de prisión por el “CasoBateragune” en el que, ¡manda narices!, se les acusa de pertenencia a organización terrorista por haber protagonizado el proceso político de la izquierda abertzale que determinó el final de la violencia armada de ETA. Y esto es sólo un caso, sólo uno de verdad (pese a su gran importancia política) entre la cantidad de detenciones y encarcelaciones de gente, gente joven sobre todo, que se siguen produciendo por hechos de mera actividad política.

Ha habido, como se ve, movimientos importantes en la izquierda abertzale en el proceso de paz (o como quiera llamársele). Todo indica que el Estado prefiere llevar hasta el final una única vía represiva. Hay algunos indicios (sobre todo entre la juventud abertzale) de que ello pueda generar respuestas más o menos violentas de autodefensa o de protesta, aunque no haya, por el momento, indicio alguno de que vaya a cambiar el estado de fin de la violencia desde la resistencia abertzale.

La soberanía nacional

En esa teresiana e indescifrable tradición tan peneuvista del “vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”, el actual lehendakari de la Comunidad Autónoma Vasca, Iñigo Urkullu, se comprometió, en la última campaña electoral, a iniciar un proceso de ”actualización del estatus político de Euskadi”. En el pasado mes de abril, sin adelantar ni media línea de su proyecto al respecto, les dijo a todos los partidos que presentaran sus propuestas, pero nadie pareció entender de qué va ese “respecto”. De hecho se ha constituido ya la Ponencia del Parlamento vasco para esa “actualización del estatus político de Euskadi” y hasta han propuesto informes y evaluaciones de lo más diverso y con gran enjundia (por ejemplo el PP, independentista él, ha pedido al Gobierno de Madrid un informe detallado sobre cuánto dinero costaría un Estado vasco), así como la asistencia a la ponencia del ministro principal de Escocia Alex Salmond, de Artur Mas o de Arnaldo Otegi. Pero sigue habiendo dudas, entre muy grandes y absolutas, sobre de qué va el citado “respecto”.

Llama la atención que ni el Gobierno vasco ni el PNV hablen de Catalunya, ni se planteen que un proceso soberanista sólo tiene posibilidades si se desarrolla en dinámica de confrontación con el Estado español, de afirmación unilateral de su propia voluntad política sostenida desde la mayor acción social posible, como ha ido ocurriendo en Catalunya hasta el momento. Al margen de lo que al final ocurra en Escocia, nadie en el bipartidismo español va a acordar un constitucional acuerdo para que se pueda llevar a la práctica el libre “derecho a decidir” de Catalunya, Euskal Herria o Galiza. Las actuales autoridades políticas vascas lo saben de sobra, pero prefieren seguir en el juego del “pacto de Estado” para obtener réditos de poder (aunque no de libre soberanía nacional). Creo que poco puede esperarse en ese camino… salvo que Catalunya reviente el campo de juego.

No obstante, veremos o no si se convierte en marejada que acabe con nuestra calma chicha, surge en Euskal Herria una nueva iniciativa popular ante el espejo de Catalunya. Se llama “Gure esku dago” (“Está en nuestras manos”) un movimiento por el “derecho a decidir”, nacido en junio de 2013, que se somete a la prueba de hacer, el próximo 8 de junio, una cadena humana de 123 kilómetros (50.000 personas de Durango a Iruña) y un multitudinario encuentro en otoño, con el objetivo de “hacer un balance de todo lo realizado hasta la fecha, teniendo en cuenta especialmente el nivel de activación y adhesión logrado a favor del derecho a decidir. Y si así se decide, será el momento de formular y acordar entre todos el funcionamiento, la gestión y la hoja de ruta de la dinámica.”

En el escenario político vasco, absolutamente estructurado por las alternativas partidarias, esta iniciativa se está abriendo camino con una relativa autonomía popular. Eso la hace interesante y es de esperar que quien socialmente más esfuerzos pone por su desarrollo -la gente de la izquierda abertzale- entienda y sostenga hasta el final la importancia de tal autonomía. En casi todos los pueblos y barrios se están organizando grupos de actividad, debates y conferencias, en particular, estos días, para la compra de metros con los que cubrir el trayecto completo del 8 de junio. Sería estupendo que esta iniciativa pudiera generar una dinámica soberanista parecida a la catalana que trajera nuevas tempestades sobre el Cantábrico.

Y todavía estaría mejor que un tercer eje, el social, el de la clase trabajadora, el del eco-socialismo, el del feminismo, el de los desahucios, el del laicismo, el de defensa de lo público, el del todo ese arco iris, irrumpiera salvajemente, sin mayor respeto, en el espacio político vasco y le diera unos meneos de no te veas para poner las cosas en su sitio. Hay esfuerzos en ese sentido y bien están. Pero desgraciadamente y aunque estén en calma chicha, la política y sus ejes –que son importantes- tienen un notable cordón sanitario frente a la irrupción de lo social. Constatarlo no debe equivaler a aceptarlo.

7/05/2014

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