La pandemia de la covid-19 ha creado nuevos problemas al funcionamiento económico mundial y ha agudizado los preexistentes. Pero, a la vez, no ha modificado la tendencias de fondo de la actual crisis de rentabilidad del sistema capitalista.

Los nuevos problemas podemos resumirlos, por una parte, en torno a la distorsión de las cadenas de valor mundiales y los cuellos de botella en los suministros; por otra, al retraimiento comercial coyuntural de la potencia en ascenso, China, por su política de contagios cero, así como al encarecimiento de los fletes, la energía y las materias primas, a la falta de stock de productos intermedios y a la aparición de repuntes inflacionistas vinculados a lo anterior. A todo ello se le ha venido a añadir las tensiones geopolíticas en torno a Ucrania y los ajustes y movimientos espasmódicos en las bolsas.

Las viejas tendencias de fondo que persisten en la pandemia, y previsiblemente en la postpandemia, podemos resumirlas en pocas palabras: coexistencia de crecimiento económico y aumento de la desigualdad social en un mundo en el que, pese a los procesos de robotización y digitalización o a coyunturas muy específicas, no para de crecer el número de personas que trabajan; y en concreto, de las personas asalariadas en relación con el total de la población mundial total.

La pandemia, como factor ecógeno que no puede asimilarse a los endógenos ni a los exógenos que vienen dándose en las ondas largas del capitalismo, sobrevuela –como nueva variable– sobre el modelo de globalización capitalista preexistente y sobre las posibilidades de una recuperación duradera de la tasa de ganancia del capital, pero no ha cambiado las señaladas tendencias de fondo. Lo que la pandemia ha significado, es una señal más sobre los límites y los frágiles equilibrios biofísicos del planeta y la irresponsabilidad de ignorarlos, máxime en una economía globalizada.

Las previsiones para el 2022 del Fondo Monetario Internacional (FMI) en su Informe de estabilidad financiera global de octubre pasado, plantean un panorama de crecimiento económico. Podemos cifrarlo en torno, posiblemente, al 6%. Eso sí, crecimiento limitado, porque, según el FMI, se ve obstaculizado por piedras en el zapato como las arriba señaladas, a las que se añaden nuevas vulnerabilidades financieras en varios sectores estratégicos de una economía que durante la pandemia conoció una nueva vuelta de tuerca en su financiarización. Como señala el McKinsey Global Institute, de 2000 a 2020, los activos financieros como acciones, bonos y derivados crecieron de 8,5 a 12 veces el PIB mundial.

François Chesnais (2021) califica este cuadro como régimen de crecimiento débil. Posición esta, en mi opinión, más ajustada que la mantenida por los diversos tipos de catastrofismo, como el simplón y desinformado, que confunde la inviabilidad del capitalismo a nivel histórico con su derrumbe en cada coyuntura difícil que atraviesa; porque si algo ha dejado claro la historia es que, en ausencia de sujeto social enterrador, el capital logra salir de sus propias crisis y demonios. Pero también el catastrofismo más sofisticado y determinista, que confunde los límites de materiales con el fin del sistema en forma de implosión, olvidando contemplar al capitalismo como una formación social dinámica.

En ese marco, la desigualdad social ha crecido en cada país y a nivel internacional, al mismo tiempo que los procesos de acumulación de riqueza. Los estudios son contundentes. Ahí están Las desigualdades matan de Oxfam (2021) y el World Inequality Report 2022 de World Inequality Lab (2022). Ambos coinciden en que la tijera social se ha abierto aún más. Las diferencias aumentan en términos de rentas e ingresos, pero también en términos de patrimonio y riqueza.

A título de ejemplo: los diez hombres más ricos del mundo han duplicado su fortuna mientras que los ingresos de la mayoría de la población mundial se habrían deteriorado a causa de la covid-19. Estas crecientes desigualdades económicas, raciales y de género, así como la desigualdad existente entre países, están fracturando nuestro mundo. Se calcula que 700 millones de personas viven en la pobreza; y como afirma Damián Grimshaw, director del Departamento de Investigación de la OIT, “tener empleo no siempre garantiza condiciones de vida digna”. Todo ello lleva al World Inequality Lab a concluir que “Las desigualdades globales parecen ser tan grandes hoy como lo fueron en el pico del imperialismo occidental a principios del siglo XX. De hecho, la proporción de ingresos que capta actualmente la mitad más pobre de la población mundial es aproximadamente la mitad de lo que era en 1820, antes de la gran divergencia entre los países occidentales y sus colonias”.

El número de trabajadores y trabajadoras a nivel mundial tiene una evolución ascendente según los datos facilitados por la OIT. Los divulgados por Statista son los siguientes: si en 2007 había 2.908,9 miles de millones en 2019 fueron 3.294,7 y en 2020 ascendieron 3.324,7, estimándose para 2021 3.352,0 y para 2022 3.379,0. Si bien es cierto que la pandemia ha supuesto millones de horas de trabajo pérdidas y, por tanto, de puestos de trabajo, con la reactivación económica se vuelve a recuperar la tendencia al alza. En 2018, la tasa de participación laboral masculina fue del 75% y la femenina del 48%, alcanzando el empleo informal la cifra de 2.000 millones de personas, lo que supone el 61,8% de la actividad laboral. El gran problema que señala la OIT es el del paro juvenil: 1 de cada 5 menores de 25 no tiene trabajo ni estudia.

Lo expuesto refuerza la tesis de que el empleo es básico para el capitalismo porque es imprescindible para extraer valor, pero en estos momentos el empresariado sólo emplea si hay expectativas de beneficio basándose en el empleo de bajo coste. Por lo que hay un proceso significativo de devaluación salarial y se extiende la aplicación de un modelo flexible para la gestión laboral en manos del capital.

El caso español

La semana pasada conocimos los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del 4º trimestre de 2021 y el avance del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre el Producto Interior Bruto (PIB) a finales del año pasado[1]. Para poder comprender la situación en el Estado español y sus posibles futuras tendencias económicas y sociales, es imprescindible poner en relación ambas informaciones. Ello implica hacerlo de forma racional y desde el punto de vista de la mayoría social, alejados del viciado debate político y mediático en permanente clave electoral que protagoniza un gobierno instalado en un discurso de autobombo que encubre incumplimientos y realidades con tal de mantenerse; y el de una oposición ultraderechista y catastrofista dispuesta a mentir de forma torticera, ruidosa y sectaria con tal de deslegitimar al ejecutivo[2]. Polémica cuya primera víctima es la propia verdad sin beneficio alguno para las clases subalternas.

  1. El empleo

La evolución interanual del volumen de empleo[3] de 2020-2021 es positiva, habiéndose alcanzado la cifra de 20.184.900 personas ocupadas (asalariadas o por cuenta propia). En el caso de las y los autónomos, su cuantía es de 3.300.000 con un nivel similar al anterior de la pandemia; los casi 17 millones restantes son personas asalariadas. Con ello y en términos estrictamente cuantitativos, es el mejor dato desde 2008, tras la crisis de la burbuja inmobiliaria y la gran debacle financiera, y estando vigentes dos regresivas reformas laborales. El aumento interanual del empleo respecto a 2020 ha sido de 840.700 personas ocupadas, lo que supone un incremento del 4,35%; el mejor dato a cierre anual desde 2005.

Dada la situación de excepcionalidad que ha supuesto la pandemia covid-19, que ha tenido un impacto muy negativo en la economía española, cabe señalar que se han recuperado las cifras de empleo y paro prepandemia. La ocupación supera en 218.000 empleos el dato del cuarto trimestre de 2019.

Según el Servicio Público de Empleo (SEPE) sobre los Expedientes de Regulación Temporal del Empleo (ERTE), en junio pasado había un 24% de empresas acogidas a esta figura, con unas 447.000 personas afectadas, que han disminuido en diciembre de 2021 al 8% de empresas y 102.000 personas -por cuenta propia o asalariadas- bajo ese régimen de paro parcial o sin trabajo en la semana que se hizo el cómputo (según la EPA la cifra se sitúa en torno a las 82.000 a finales de diciembre de 2021).

Porcentualmente, la ocupación aumenta sectorialmente respecto a su situación anterior en el siguiente orden: agricultura, servicios e industria, y tiene una pequeña variación en la construcción. El empleo creado se concentra en los servicios, con 705.400 nuevos puestos de trabajo; en la industria se crean 71.500 puestos; en la agricultura 58.000 más y en la construcción 5.700.

MG

De los nuevos, 744.300 empleos se crearon en el sector privado y 96.400 en el público, lo que por cierto viene a desmentir uno de los mantras de la derecha política neoliberal, que no sólo desconsidera como positiva la ocupación en servicios públicos que se han revelado imprescindibles durante la pandemia, sino que pone su afán en desvalorizar el sector público de la economía en toda su extensión y presentar al empresariado privado como el generador de la riqueza social, silenciando que el Estado neoliberal es el garante de sus beneficios por muy diversos caminos y, por supuesto, ocultando que el trabajo y la naturaleza son los creadores de valor. La patronal y los economistas y políticos neoliberales, muy particularmente en sitios como Madrid (CEPYME y el Gobierno gamberro de la Comunidad) demonizan como malo el empleo público, como si los servicios públicos y la intervención económica del Estado no fueran esenciales para el conjunto de la sociedad y, por supuesto, para el funcionamiento de la producción y reproducción capitalista. De ahí que los neolibcon tengan que mentir y mientan como bellacos.

En el cómputo interanual el aumento del empleo femenino es de 479.600 y el masculino de 361.100, dato que parece venir a corregir un grave problema de discriminación laboral por sexos; si bien no hay que olvidar que en el periodo pandémico el empleo de las mujeres cayó en mucho mayor medida que el de los varones. De ahí que no se puede hablar de una mejora del empleo femenino, sino de una parcial recuperación en el marco de una profunda brecha estructural del trabajo remunerado entre ambos sexos. La carga del trabajo no remunerado de cuidados y reproductivo que recae sobre las mujeres y el empleo femenino remunerado en el Estado español sigue muy alejado de los estándares de los países industrializados.

Por edades, la ocupación crece en casi todas las cohortes, pero cae mucho entre la población joven de 16 a 24 años, con 136.900 ocupados menos en el último trimestre del año 2021, cuestión que sigue poniendo en el centro la dificultad de inserción laboral de la juventud.

La población ocupada por cuenta propia ha aumentado en 105.800 personas y la asalariada en 732.700, de las cuales 425.000 son indefinidas y 307.700 temporales, aspecto este que sigue poniendo en evidencia la persistencia de un problema endémico y muy negativo del mercado de trabajo español. La tasa de temporalidad se redujo en seis décimas en el cuarto trimestre de 2021, situándose en el 25,4%, aunque sigue casi un punto porcentual por encima del nivel de hace un año. Por otro lado, en el 4º trimestre es normal que el empleo neto creado tenga menor peso la temporalidad, dado que en el tercero y el segundo ésta aumentó mucho.

El aumento de la ocupación en el 4º trimestre de 2021 tiene una configuración Frankenstein que denota el modelo de mercado de trabajo y la fragmentación del mundo del trabajo. Aproximadamente, el 66% del aumento de la ocupación es de empleo por cuenta propia (y ahí, como sabemos, hay más trampa que cartón asociado al fenómeno de los falsos autónomos) y el tercio restante es el crecimiento del empleo asalariado. En el empleo por cuenta ajena crece el indefinido y baja el temporal dentro de los parámetros trampa de la regulación normativa vigente; desde el punto de vista cuantitativo en lo números agregados rebaja al 25,4% la tasa de temporalidad en los contratos de trabajo asalariado, lo que supone que se reduce seis décimas en el trimestre pero que supone un punto porcentual por encima de la tasa de temporalidad del año anterior. Si bien ha mejorado el factor temporalidad, alcanzado más o menos los niveles prepandemia tras el impacto muy negativo de la aparición de la covid 19 en el empleo temporal, se pone en evidencia que estamos en un mercado laboral presidido por una contratación temporal a la medida de la flexibilidad exigida por los patronos y sin una regulación seria de la causalidad y condiciones con especial impacto sobre la juventud.

Sobre el nuevo fenómeno del teletrabajo, cabe señalar que en el 4º trimestre de 2021 aproximadamente 1.793.700 de asalariados/as, el 10,6% de la población trabajadora por cuenta ajena, trabajó desde casa, de cuales 742.900 lo hicieron ocasionalmente y 1.050.800 más de la mitad de los días que trabajaron. Aspecto al que, una vez haya concluido la pandemia, se deberá seguir prestando atención para determinar hasta qué punto estas cifras son coyunturales o, por el contrario, van a persistir en la realidad laboral. La cuestión del teletrabajo, que divide la opinión de la gente afectada, es un problema que el movimiento sindical debe debatir por las condiciones de trabajo que impone, los costes suplementarios para la gente trabajadora y, sobre todo, porque desarticula e individualiza a la clase.

Aunque tenga una dimensión reducida, una cuestión relevante a tener en cuenta porque supone una tendencia indeseable es la del aumento del empleo a jornada parcial, que es una décima superior al de jornada completa, lo que significa que el tiempo parcial se sitúa en el 13,6% como una asignatura pendiente a resolver por el movimiento obrero.

Pese a las buenas, aunque muy limitadas noticias de crecimiento del empleo, hay que destacar que, pese a disponer de puesto de trabajo, el número de trabajadoras y trabajadores pobres ha aumentado alarmantemente debido al aumento de la precariedad laboral y la depresión salarial.

Como valoración cualitativa, podemos señalar que la realidad es que mucho del empleo es malo y no se le puede calificar de trabajo decente o digno; que el revés del empleo parcial es el desempleo parcial en forma de ERTE, etc., y una gran parte con escasa cobertura en la negociación colectiva. Con la reforma laboral puede reducirse estadísticamente la temporalidad a costa de consolidar la inestabilidad en el empleo, porque no son lo mismo: ningún contrato indefinido es fijo (salvo el del funcionariado), y el despido es libre y barato.

2 El paro

El número de personas desempleadas es de 3.103.800 por disminuir la cifra del año anterior en 615.900 individuos sin trabajo, lo que supone una bajada del 16,6% y que las cifras de paro se sitúan en el nivel anterior a la pandemia. Las mujeres en paro que explicitan administrativamente que quieren trabajar es de 1.655.600, cifra superior a la equivalente de hombres que se sitúa en 1.448.200; por último, la tasa de paro femenino es del 15,0%, la masculina del 11,8% y la tasa total de paro se sitúa en el 13,33%, la más baja desde hace 14 años.

Analizando la evolución del paro por edades, tenemos que en el tramo de 16 a 29 años disminuye en 124.800 personas, en el de 30 a 24 años cae en 123.400 y en el de 55 y más años en 64.700.

El número de hogares con todos sus miembros activos en paro se sitúa en 1.023.900, por lo que disminuye en 173.200 hogares respecto al año anterior, pero no se ha recuperado la situación anterior a la crisis de 2008. Lo que resulta dramático y supone un problema estructural de la economía y la sociedad españolas: no sólo tiene consecuencias negativas en su dimensión social, sino también repercute en el debilitamiento de la clase obrera y la marginación y alejamiento de amplios sectores respecto a la política y la acción colectiva organizada.

Los ERTE impidieron el aumento estadístico del paro, transaccionando con fórmulas de reducción de jornada y salario compensadas con prestaciones parciales de desempleo a costa de la Seguridad Social. En relación con los niveles anteriores a la pandemia el paro presenta un resultado modestamente positivo, pero que debe ser puesto sobre la mesa: hay un descenso de la tasa de desempleo y hay 88.100 personas menos en paro que en el cuarto trimestre 2019. Pero hay que prestar atención a un dato que muchas veces pasa desapercibido: el número de horas trabajadas es un 3,8% menor al del 4º trimestre de 2019, lo que supone que no se ha recuperado plenamente la actividad laboral prepandemia y que han aumentado los empleos a tiempo parcial o jornadas especiales. Sin olvidar el efecto de los parones de la actividad en la industria debido a las interrupciones y problemas de la cadena de suministros, por ejemplo, en el caso del automóvil.

Como valoración global, cabe insistir en que persiste una altísima tasa de desempleo estructural en la economía española. Pese a los números arriba expuestos sigue habiendo un paro especialmente grave entre la juventud y la gente de más de 55 años, lo que deriva en problemas sociales y de futuro muy importantes en ambos tramos de edad.

3 El PIB[4] en 2021

La tasa de crecimiento del PIB en 2021 fue del rango del 5%-5,5%, según entre otros del INE, y está sometida a revisión[5]. Ello supone un porcentaje de aumento muy fuerte respecto al año anterior, pero todavía no ha superado la caída de la cifra del PIB experimentada en 2020 que supuso un retroceso del 10,8%. En el formato de precios corrientes, la actividad económica del país fue de 1.202.994 millones de euros. Lo que supone que el valor de los bienes y servicios producidos en 2021 aumentó en 81.146 millones tras haberse reducido en 124.781 millones en 2020. La actividad económica se sitúa un 4% por debajo de la anterior a la pandemia, lejos de la recuperación habida en la eurozona, y depende en gran medida del consumo privado y el turismo. Si bien es de destacar un aumento del 6% en inversión en maquinaria y bienes de equipo y que buena parte de las empresas ajenas al turismo o la automoción que siguen estancadas aumentaron su facturación.

PIBSin embargo, cabe señalar que el año pasado la economía española recuperó más de la mitad de la actividad que se esfumó el anterior como consecuencia del pinchazo provocado por la pandemia y por el confinamiento domiciliario, que paralizó los flujos productivos y comerciales a escala planetaria, aunque lo ha hecho sin que haya habido cambios en el modelo productivo y mientras se proyectan algunas sombras de incertidumbre sobre el futuro. No es un hecho menor que el repunte del PIB, como el del empleo, se haya efectuado sin modificación del modelo productivo, cuyo peso principal sigue concentrado en los servicios y en actividades que generan poco valor añadido, máxime teniendo en cuenta el grado de dependencia exterior de la actividad económica española. En términos porcentuales hay recuperación, no así en términos absolutos, siendo incompleta y sectorialmente muy desigual. Digamos que la economía sigue enferma pese a que ha bajado la fiebre y hay síntomas de mejora.

Por eso resulta inaudito el sobreactuado entusiasmo[6] gubernamental con un  discurso que nos recuerda el viejo mantra de España va bien; discurso que lo confía todo al empujón que se supone darán los fondos Next Generation de la UE para mejorar la productividad y la competitividad según vayan ejecutándose y a la vieja receta de recuperación del sector turístico. El gobierno estima que el próximo año los fondos europeos pueden tener un impacto entre un 1,5% y un 2% del PIB en el cuadro de un aumento del 7% que anuncia la ministra de Hacienda.

Sin embargo, el panorama más probable es que la recuperación sea más lenta en 2022 de lo que el gobierno ha calculado al elaborar los Presupuestos Generales del Estado para el próximo año. Y ello por varias razones. En primer lugar, porque, de momento, la inflación se ha situado en un 6% -su posible evolución está en discusión-, lo que aconseja deflactar la cifra de crecimiento para evitar dejarse llevar por engaños de crecimiento nominal. A su vez, la sombra de las subidas del IPC puede restar fuerza al crecimiento y a los resultados de la aplicación de los Fondos europeos. De momento ya ha habido una caída de 1,2% del consumo de las familias que supone un componente central en la demanda agregada interna del país. Y las y los asalariados en el 4ª trimestre de 2021 perdieron 3 puntos de poder adquisitivo, dejando las subidas salariales reales en un magro 0,3%.

Por otro lado, existe la pesada sombra de la deuda que no para de crecer: actualmente supone un 263% del PIB. Por ello resulta preocupante que el Gobierno siga fiando la recuperación a nuevas deudas, máxime si ante el temor a la inflación se pone fin las medidas de flexibilidad cuantitativa a nivel mundial y al crédito barato, sea por iniciativa del Sistema de Reserva Federal (FED) de EE UU, que provocará un efecto en cadena internacional, sea por una vuelta -que no es imposible- a las normas fiscales por presión de los ordoliberales europeos, por un cambio de política del Banco Central Europeo (BCE), o por ambas. Una subida de los tipos de interés para frenar la inflación supondría un serio revés para la recuperación de las actividades; en el caso español, lastraría las cuentas públicas con un coste de 14.000 millones de euros por cada punto de aumento, lo que supondría un hándicap para las políticas públicas.

4 Intersección del crecimiento, el empleo y la desigualdad en el Estado español

imagesA la luz de dónde y cómo se crea empleo, podemos deducir que el país sigue atrapado en un modelo/estructura productivos basados en mano de obra barata, trabajos de escaso valor añadido y terciarización extrema. La economía española es rehén de la división internacional del trabajo que la relega a un rol determinado, parcialmente subalterno en el marco europeo. Desde las élites económicas neoliberales, con la anuencia de las élites gubernamentales social liberales, se favorece el emprendimiento y el empleo por cuenta propia (verdadero y falso, ambos), se tritura el tamaño de las unidades productivas y se favorece la consolidación de largas cadenas de subcontratación en manos de empresarios oportunistas cuya ganancia depende de deprimir los salarios y empeorar las condiciones de trabajo. En el Estado español también es constatable la pérdida de peso de las rentas salariales en las rentas de cada empresa y la disminución de la participación de los ingresos por trabajo asalariado en el conjunto de las rentas del país, ya que no alcanzan el 50% del total, lo que implica una concentración del ingreso en muy pocas manos.

En concordancia con la evolución mundial, el capitalismo español tiene importantes problemas de productividad y dificultades específicas para lograr cuotas de rentabilidad suficiente. En el caso español también está experimentándose un crecimiento económico medido en términos de PIB, limitado, eso sí, por los aspectos arriba señalados, tanto por las condiciones internacionales del capitalismo como por las derivadas del propio modelo productivo autóctono, a la par que aumenta la desigualdad social. Crecimiento que se basa, en mayor medida aún que en los países de su entorno (valga esta vez utilizar la muletilla mainstream), en aumentar la tasa de explotación del trabajo o, podríamos decir mejor, sobre el trabajo, utilizando tres instrumentos: una alta tasa de paro estructural, la precariedad laboral y la depresión salarial.

Entre 2018 y 2021, aún con un repunte del crecimiento económico en el último año, según el informe Evolución de la cohesión social y consecuencias de la covid-19 en España (Foessa-Caritas 2021), la desigualdad social entre las clases y la exclusión social se incrementó, pasando del 8,6% al 12,7% de los hogares. La población en situación de carencia material severa pasó del 4,7% al 7%. La pobreza relativa aumentó tres puntos, hasta el 24% de las personas en España, y la severa creció casi dos, hasta el 11,2%, comparado con datos de 2019.

Y sobrevolando lo anterior hay que recordar que la inflación está dejando en cifras negativas los aumentos salariales pactados para las capas de trabajadores acogidas a Convenio colectivo, ya que hay más de 8 millones que no lo están y 1,5 millones que todavía dependen de Convenios anteriores vigentes. El mismo fenómeno se da en relación a las rentas de las y los pensionistas. En el caso del ahorro privado se está dando una dualidad en las clases medias y la clase trabajadora: hay sectores más frágiles y depauperados que han perdido todos sus ahorros, y otros con mayores rentas que han aumentado el volumen de sus depósitos porque han retraído sus gastos debido a la pandemia, pero también ante la inseguridad de la evolución de los salarios.

Actualmente y, en ausencia de otras soluciones, el capitalismo español no destruye empleo de forma global (insisto, por el momento) e incluso tiene que crearlo para asegurar su supervivencia a corto plazo, si bien acusa importantes carencias para contratar mano de obra especializada en ciertos oficios y profesiones. Podemos decir que es intensivo en mano de obra y habría que añadir, para ser fieles a la realidad, el término barata. Por otra parte, al mismo tiempo que contempla un cierto crecimiento económico, aumenta la desigualdad social. Resulta significativo que vivamos un momento en el que hay un déficit récord de viviendas a precios asequibles (sea cual sea la modalidad de acceso a la misma), un aumento dramático del sinhogarismo y, a su vez, se haya disparado el mercado de casas de lujo hasta el punto de ser mayor la demanda que la oferta. A la par que es constatable, en toda la OCDE y en el Estado español -que tienen la sartén por el mango de la imposición de sueldos-, que la política salarial de las grandes empresas (de desacoplamiento entre el crecimiento del negocio y el salario medio y particularmente del salario mediano) está abriendo una nueva fuente de desigualdad salarial, fragmentación y desigualdad en el seno de las plantillas.

Esta lucha para evitar el descenso de la tasa de ganancia le hace ser especialmente depredador con las personas, pero también con la naturaleza, tanto en el territorio del Estado español como en sus inversiones extranjeras, alcanzando cotas muy importantes de barbarie antiecológica e incluso de incumplimiento de la insuficiente normativa ambiental local, autonómica, estatal, europea e internacional.

4/02/2022

Referencias

Chesnais, François (2021) Se perfila un nuevo régimen de crecimiento débil en el que aumentará la presión sobre el trabajo y la naturaleza http://alencontre.org/laune/economie-mondiale-un-nouveau-regime-de-croissance-faible-sannonce-ou-la-pression-sur-le-travail-et-la-nature-va-saccentuer.html

Foessa-Caritas (2021) https://www.caritas.es/producto/evolucion-de-la-cohesion-social-y-consecuencias-de-la-covid-19-en-espana/

Oxfam (2021) https://www.oxfam.org/es/informes/las-desigualdades-matan

World Inequality Lab (2022) https://wir2022.wid.world/

Notas

[1] En el caso del PIB son cifras sometidas a revisión y ajuste y que denotan el fracaso de las previsiones realizadas por diferentes gabinetes de estudio internacionales y españoles, públicos y privados. Lo que denota la dificultad de los modelos de análisis empleados hasta ahora para establecer de forma fiable las tendencias tras los profundos cambios ocurridos en los flujos económicos como efecto de la pandemia Covid 19 que produjo un shock en las macromagnitudes económicas hasta el punto de modificar lo que se tenía como paradigma asentado para el análisis prospectivo. Según Guillem López Casesnoves, profesor de la Pompeu Fabra, “las previsiones ahora se deshacen en minutos”.

[2] Resultan grotescas las declaraciones al respecto de la derecha sobre actuante. “A este paso el paro llegará al 35%” en 2021, declaró Daniel Lacalle, entonces secretario de Economía del PP, a El Mundo (31/3/2020), lo que se complementó con las recientes declaraciones de Pablo Casado “Hay más malas noticias” que “buenas” en la EPA porque el empleo privado “no ha crecido, aún no se ha recuperado”. Eso es lo que lleva su portavoz Cuca Gamarra a afirmar que son datos “dopados de gasto público”, señalando que los empleos en las Administraciones públicas crecieron más que los privados. Lo cual no es cierto. El empleo en el sector privado creció más en términos absolutos y porcentuales que en el sector público como se señala en el artículo.

[3] El análisis de la evolución trimestral y mensual arrojaría también más luces sobre la textura del empleo y del paro en el Estado español, pero no es el objeto de este artículo. Por ello sólo se aluden aquí cuando tienen relación directa con la evolución interanual. Las variaciones inter trimestrales e intermensuales son muy acusadas por depender el empleo en gran medida de la actividad agrícola y sobre todo del turismo, la hostelería y la restauración, como puede comprobarse al ver que el 4º trimestre del año 2021 y el mes de diciembre de ese año presentaron resultados positivos en la creación de empleo y bajada del paro y por el contrario en el primer mes de 2022 fueron francamente negativos.

[4] El Producto Interior Bruto (PIB) es un indicador económico criticable desde el punto de vista ecológico y también presenta importantes lagunas metodológicas en el cálculo, pero de forma deformada nos permite ver la evolución cuantitativa de los bienes y servicios en un periodo de tiempo -aunque sea de manera incompleta- y, con ello, poder establecer comparaciones sobre la riqueza en términos monetarios de una sociedad.

[5] Supone una cifra inferior al 6,5% que anticipaba el Gobierno y muy lejana del 7,2% (9,8% contando los fondos europeos) que llegó a dibujar para los Presupuestos de 2021.

[6] Nadia Calviño ha calificado, a mayor gloria propia, de “espectaculares” los resultados del PIB.

 

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