Tras la implosión del NPA, François Sabado, antiguo dirigente de la Ligue communiste révolutionnaire (LCR), que había pensado en su superación en 2009, hace un balance crítico y evoca las secuelas de la corriente marxista revolucionaria.

El Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) se dividió en dos en su V Congreso, celebrado el 10 de diciembre. Mientras que el futuro de la tendencia animada por los antiguos militantes de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), de la que forma parte Olivier Besancenot, es incierto, François Sabado, dirigente histórico de la LCR, que había pensado en su superación con el NPA en 2009 (fue miembro de su dirección hasta 2015), echa la vista atrás a esta crisis. En términos más generales, hace balance de este intento de unir a los anticapitalistas, y de la trayectoria paralela de La France Insoumise, que también está experimentando sus propias turbulencias internas.

Mathieu Dejean: Con la implosión del NPA en su 5º congreso, ¿es el fin de la corriente política nacida en Francia en 1966, que continuó con la Ligue communiste révolutionnaire (LCR) y quiso ir más allá de sí misma con el NPA?

François Sabado: ¡No tiene que ser el final! Tenemos que hacer todo lo posible para comprender lo que ha ocurrido y continuar de forma adecuada una historia que es la nuestra. Dicho esto, esta crisis no es un trueno en un cielo sereno. El trasfondo del aire -para hablar como Chris Marker [director del documental Le fond de l'air est rouge – M.D.]- es el del fin de una época, no sólo para nosotros, sino para todo el movimiento obrero de los países capitalistas avanzados.

¿En qué consiste este fin de época?
Cuando cayó el Muro de Berlín en 1989 y se desintegró la Unión Soviética, tomamos nota por primera vez de un cambio de época. Con Daniel Bensaïd, redactamos un documento titulado "A la izquierda de lo posible", en el que formulábamos el tríptico: nueva era, nuevo programa, nuevo partido. Entonces pensábamos que sólo era el final de un ciclo, el del estalinismo. Pero nos dimos cuenta de que no sólo era el fin del ciclo estalinista, sino también el fin del efecto propulsor de la Revolución de Octubre. Si se profundiza un poco, se puede ver incluso en ciertas tendencias contemporáneas el fin de todo lo que dio origen a la historia del movimiento obrero a mediados del siglo XIX: la democracia parlamentaria, el Estado nacional, el movimiento sindical y político obrero, la socialdemocracia, los partidos comunistas y las corrientes revolucionarias: todo está en crisis, es el fin de una época.

¿Cuáles cree que son las principales características de la situación política actual?
En la derecha, asistimos al auge de formas autoritarias de dominación política por parte de las clases dominantes, de desafíos democráticos, de lo que se denomina iliberalismo, de regímenes dictatoriales en determinados países. Estas formas autoritarias corresponden al capitalismo neoliberal de finales del siglo XX y principios del XXI. Los partidos burgueses tradicionales están en crisis. Lo mismo ocurre con los partidos tradicionales del movimiento obrero, que se ven afectados por este cambio. Todas las conquistas sociales y los compromisos alcanzados hasta los años 80 están siendo liquidados poco a poco por el neoliberalismo. En cuanto a la izquierda revolucionaria, no ha aparecido como alternativa.

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François Sabado Photo Mathieu Dejean / Mediapart

A pesar de todos estos cambios, lo que permanece -y por eso soy marxista- es la lucha de clases. Es la base fundamental para comprender el mundo. Una lucha de clases abierta, modificada, ampliada, que no se reduce a la lucha reivindicativa en la empresa, sino que está relacionada con los nuevos movimientos sociales y las luchas interseccionales. Básicamente, es la lucha entre las y los explotados y loprimidos y los poseedores.

A esta base fundamental se añade la ecología. Mi generación no era consciente de este problema, pero la ecología no es una cuestión aparte: vivimos en un mundo finito, sin perspectivas de abundancia, y no es que la naturaleza esté por un lado y las fuerzas productivas por otro. Tenemos que repensarlo todo a partir de una articulación entre el cuestionamiento del mercado capitalista y la reivindicación ecológica, que es una reivindicación de supervivencia: reivindicaciones tanto económicas como democráticas. La nueva perspectiva política revolucionaria debe estar vinculada a estas dos dimensiones: la ecología y la lucha de clases.

En un artículo publicado en la revista Critique Communiste en 2006, Guillaume Liégard escribió sobre la LCR: "Nuestro problema no es trivial, somos revolucionarios sin revolución y eso es nuevo. ¿Es esto lo que hace que la tarea de construir un nuevo partido sea tan difícil incluso hoy en día?
Claro que sí. La última revolución con una dinámica socialista que vivimos fue la de Nicaragua en 1979. No ha habido otras desde entonces. En cambio, mi generación vivió un auge revolucionario en los años 1967-68 y hasta en 1974-75 en Portugal. Hubo una oportunidad para perspectivas revolucionarias. Por supuesto, la Liga siempre tuvo un excesivo optimismo revolucionario, pero se produjo este ascenso, con movimientos de huelga general, situaciones de doble poder, desafíos, crisis políticas abiertas. Por desgracia, no condujo a nada.

Mayo del 68 no fue el ensayo general como plantearon Daniel Bensaïd y Henri Weber en su libro. El mayo rampante italiano se quedó en rampante. La dictadura de Franco no condujo a una revolución socialista en España, sino a una transición democrática a finales de los años setenta. Portugal fue el país donde la crisis política más se acercó a una situación revolucionaria, porque el aparato del Estado estaba fracturado, el Ejército se partió en dos y hubo un movimiento desde abajo. Pero toda esta fase no condujo a victorias sustanciales. Nicaragua es hoy un drama.

Tenemos que reconstruir aprovechando lo mejor de todas las historias y tradiciones del movimiento obrero, de los movimientos sociales, de los movimientos revolucionarios.

A partir de entonces, la burguesía internacional tomó la iniciativa con Reagan, Thatcher y la contrarreforma liberal. El problema que tenemos no es sólo que seamos "revolucionarios sin revolución", sino que la contrarreforma liberal dura excepcionalmente. Desde finales de los años setenta, han transcurrido más de cincuenta años de desmantelamiento de los logros sociales.

Cuando leo los periódicos de la Liga [de la época], tengo la impresión de que el capitalismo está en una crisis permanente. Pero el sistema capitalista alterna crisis y recuperación, y puede recuperarse mientras no triunfe una alternativa anticapitalista. A partir de ahora, las catástrofes ecológicas se sumarán a las crisis económicas y sociales. Hay luchas sociales y resistencias, pero el gran problema es que también hay una crisis sustancial del proyecto socialista. Esta es la diferencia con periodos anteriores. No hay continuidad [entre crisis y revolución]. Los revolucionarios no han logrado construir alternativas suficientemente fuertes.

Sin embargo, contrariamente a ciertas fracciones que han provocado la ruptura del NPA, a partir de 1968 la JCR se distinguió de las organizaciones de extrema izquierda por el hecho de que no era dogmática: no había en su seno ni un culto al Libro Rojo de Mao ni una visión idílica del proletariado. ¿Es ésta la razón por la que esta organización ha sido, histórica y políticamente, tan importancia en Francia?

En efecto. Esa doble capacidad le ha permitido formar parte de la historia -la de la oposición de izquierdas al estalinismo- y, al mismo tiempo, mostrar sensibilidad ante los nuevos problemas del capitalismo y la resistencia social. Tengo casi cincuenta años de militancia, esta es mi vida, y soy parte de la historia de una corriente marxista revolucionaria, crítica y democrática. Democrática en el sentido más profundo: en las luchas, en las instituciones y en el partido. Esa es la lección que aprendimos del estalinismo. Pero eso no basta, tenemos que reconstruir aprovechando lo mejor de todas las historias y tradiciones del movimiento obrero, de los movimientos sociales y de los movimientos revolucionarios.

¿El estalinismo que usted vivió desde dentro, colectivamente, en la Unión de Estudiantes Comunistas (UEC) antes de ser excluido en 1965?
Sí. Incluso existía una disposición estatutaria en la Liga, según la cual los militantes no podían ser excluidos. Sólo las células de base podían hacerlo. Fue un legado de aquella batalla en la UEC: para evitar que el aparato estalinista nos excluyera, nos apoyábamo en los círculos de base. Para echar a Alain Krivine del círculo Sorbonne-Lettres, el aparato del PCF tuvo que disolver el círculo Sorbonne-Lettres. En esta cuestión, las estructuras de base eran soberanas. Estamos profundamente apegados a esto. Asimilamos el aspecto libertario de Mayo del 68. Esta es la diferencia que teníamos con los maoístas, que estaban dirigidos por Pierre Victor (cuyo verdadero nombre era Benny Lévy): no había tendencias en la Gauche Proletarienne. La corriente que se vaya a construir debe hacer de la cuestión democrática una cuestión fundamental.

Este es uno de los problemas con Jean-Luc Mélenchon, así como la cuestión internacional. Por supuesto, nuestro funcionamiento democrático no era superior al de otros -nuestros recientes reveses así lo atestiguan-, pero, para proseguir la lucha, debemos integrar esta cuestión.
Lucha de clases, ecología, democracia e internacionalismo: todo ello es decisivo para repensar el mundo que miramos "con los ojos de un obrero checoslovaco, un minero boliviano, un campesino vietnamita y un obrero francés", como dijo en su momento Daniel Bensaïd. Hoy añadiríamos con los ojos de las mujeres de estos pueblos en lucha. Tenemos que ver el mundo con todos estos ojos, lo que solíamos llamar la dialéctica de los sectores de la revolución mundial. Esto es complicado hoy en día, donde la presión nacionalista es muy fuerte. Debemos mantener un rumbo internacionalista. En este punto, la NPA se ha mantenido firme y fiel a sus principios.

Cuando, en 2009, la LCR optó por disolverse para participar plenamente en la creación del NPA con activistas anticapitalistas de distintas procedencias, ¿cuál fue su diagnóstico?
Mientras estábamos inmersos en un largo proceso de derrumbe del estalinismo, llegó el éxito de Besancenot. La campaña de 2002 había sido una gran apuesta, llenamos el recinto ferial de la Puerta de Versalles, había dinamismo. Nos dijimos que había llegado la hora de un nuevo partido. Pero ante las cuestiones planteadas por la nueva era, esta respuesta coyuntural del nuevo partido no fue suficiente. Teníamos una perspectiva equivocada. Lo que ocurría en torno a las campañas de Besancenot en 2002 y 2007 no podía constituir el nuevo partido, sólo podía ser un segmento. Pero teníamos que movernos.

Cuando Besancenot obtuvo el 4,2% en las elecciones presidenciales de 2002, miles de personas se acercaron a nosotros, pero tenían dudas y la Liga se quedó en 3.500 militantes. Sentimos que había una corriente que iba más allá de la Liga, pero que no se quedaba. Había que cristalizarlo. La primera vez que planteé el problema de un nuevo partido, estábamos Olivier Besancenot, Alain Krivine y Samy Johsua, y aún no teníamos las 500 firmas para las elecciones presidenciales de 2007. Dije: "Si hacemos una buena campaña y conseguimos un resultado decente, lo lograremos”. Lo hicimos, conseguimos cerca de 10.000 adhesiones, fue un lío alegre, había una dinámica real.

Cometimos el error de puentear, de sustituir: lo importante era federarse en torno a nosotros. Por ello, no vimos venir la iniciativa de Mélenchon.

E incluso hoy, cuando echamos la vista atrás a este pasado reciente, sigo pensando que hicimos bien en lanzar el NPA para ir más allá de la Liga. Pero pensamos que a partir de entonces teníamos que reconstruirlo todo en torno a la NPA. El problema de las alianzas pasó a un segundo plano. Fue un curso triunfalista para el NPA. Esta tendencia a querer sustituir a las fuerzas políticas de izquierda no funcionó. Ahí empezaron los problemas.

Una corriente de la LCR, la de Christian Picquet y Francis Sitel, creía entonces que era necesario reunir no sólo a los anticapitalistas, sino también a las corrientes surgidas de la crisis del PS y del PC...
Tenían un punto de razón. Pero no tomaban en cuenta que avanzábamos hacia una nueva era y que los aparatos tradicionales estaban entrando en crisis, lo que se demostró más tarde. Esta orientación hacia los viejos aparatos tradicionales del movimiento obrero era un error. El nuestro fue un error de pasar de ello, de sustituismo: lo importante era federar a la gente en torno a nosotros. Por ello, no vimos venir la iniciativa de Mélenchon. En las elecciones europeas de 2009, hubo un acuerdo entre el PCF y el Partido de Izquierda de Jean-Luc Mélenchon [creado en 2008 - MD] que lanzó el Frente de Izquierda. Aparecieron como unitarios, mientras que nosotros nos habíamos negado a unirnos. Tengo mi propia responsabilidad en esto. El NPA no podía ser la respuesta a la idea de un nuevo partido. Sólo podría ser una respuesta parcial. Perdimos mucho militantes. Estábamos bajo la presión de la ofensiva política del PCF y de Mélenchon. A partir de ese momento, las sectas en el NPA adquirieron un peso desmesurado.

Durante un tiempo, el NPA miró con gran interés las experiencias de Podemos y Syriza, que nacieron en torno a 2011: organizaciones basadas en movimientos sociales, no en partidos tradicionales. ¿Seguiría tomando hoy estas experiencias como ejemplo?
Incluso participamos en ellas. Amigos nuestros participaron en estos procesos. En España, Anticapitalistas fue miembro fundador de Podemos. También tuvimos compañeros en la dirección de Syriza en Grecia. Nuestro proyecto era construir una corriente de izquierdas en Syriza, una fuerza crítica que tuviera peso en un movimiento que potencialmente podría gobernar.

La fórmula que defiendo, y que no todo el mundo comparte, es que el inicio de un proceso revolucionario -no su final- puede darse a través de un gobierno de izquierdas. Al comienzo puede tener forma parlamentaria. Tenemos que ser sensibles a esto, y apoyar todos los pasos en la dirección correcta, ya sea Syriza o Podemos. Esta es una de las lecciones de los debates de la Internacional Comunista (IC) en los años veinte. El problema consiste entonces en articular la parte superior e inferior, el interior y el exterior de las instituciones. Lo que me queda de mi formación política es que al final no veo cómo escapar de la confrontación. No se puede ir gradualmente al socialismo. No conozco ninguna experiencia en la que las clases dominantes hayan renunciado al poder voluntariamente.

Lo he discutido a menudo con Mélenchon. La idea de una revolución ciudadana, que implicaría ganar el máximo número de puestos en una asamblea nacional, pasa por alto el momento en que el aparato del Estado, la Policía y el Ejército, bloqueen y se produzca un enfrentamiento. En ese momento, uno no puede estar prisionero del Estado. Mélenchon se refiere a Jaurès, quien a su vez dijo que el Estado es "el lugar de las relaciones de poder". El problema es que el Estado no es neutral. Está marcada socialmente por los intereses de la burguesía y las clases dominantes. Es necesario construir un contrapoder que represente a las clases populares. Una de las lecciones estratégicas de la historia de las revoluciones es que la revolución no se da de la noche a la mañana. Existe un proceso de disputa entre las fuerzas políticas dentro y fuera de las instituciones. El objetivo es que los de abajo se impongan a los de arriba.

Mélenchon afirma que ha evitado un escenario de desaparición de la izquierda en Francia, como en Italia. Sin duda ha mantenido a la izquierda en el panorama político, pero ¿le hacen ser optimista las fragilidades organizativas de La France Insoumise (LFI)?
No haré predicciones. En la última campaña, la divergencia con Mélenchon fue sobre Ucrania. Por lo demás, hizo una buena campaña y tuvo una buena intuición con la Nupes. No se daban las condiciones para que el NPA participara ahí, pero políticamente es hacia donde teníamos que avanzar. Es obvio que fue positivo. Pero la dinámica sólo duró un tiempo, y hoy vemos que es más complicada. No estoy de acuerdo con las afirmaciones de Manuel Bompard de que, en aras de la eficacia, el voto interno es secundario. Tal vez votemos demasiado a menudo en el NPA, lo que fomenta la división, pero aun así, tenemos que elegir a las y los dirigentes y decidir la orientación mediante el voto. ¡No vamos a hacer una orientación por sorteo! La fragilidad de LFI es también más profunda: un proyecto político no puede resumirse a un solo libro [el programa electoral de la FI].

¿Necesitamos encontrar una forma intermedia entre el partido y el movimiento gaseoso?
Tal vez. Si existe esta crisis del NPA es porque hay que revisar los modelos. Tenemos un modelo de votación permanente, sobre todo, y una historia, una tradición, ya en la Liga, de no hacer hincapié en lo que nos une, sino en lo que nos separa. Tenemos que revisar todo esto.

¿Qué pasará con la mitad del NPA que encarnan Olivier Besancenot y Philippe Poutou?
No lo sé, pero en la situación general de cambio de época de la izquierda y de la izquierda revolucionaria, ante el peligro que representa la extrema derecha liberal-fascista, es necesario que se plantee como una corriente marxista revolucionaria, democrática y unitaria. ¡Y unitario al 1000 por 100! El NPA, junto con otros, tiene un papel que desempeñar en la construcción de una nueva fuerza política. A partir de ahí, son los compañeros y compañeras quienes tienen que decidir. Debemos mantener una corriente independiente, mantener esta perspectiva revolucionaria, democrática, internacionalista, ecologista y feminista. Al mismo tiempo que integrarnos en el movimiento real de la forma más unitaria posible. Es preciso marchar sobre esos dos pies.

https://www.europe-solidaire.org/spip.php?article65126
Mathieu Dejean (Mediapart)

Traducción: viento sur

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