[Thea Riofrancos es profesora asistente de Ciencias Políticas en la Universidad de Providence y forma parte del grupo de ecosocialismo de Democratic Socialists of America (DSA). Ha publicado junto a otras autoras el libro A Planet to Win: Why We Need a Green New Deal (Verso) y es autora de Resource Radicals: From Petro-Nationalism to Post-Extractivism in Ecuador (Duke University Press)].

viento sur: Durante el año 2019, la apuesta de un Green New Deal radical lanzada por la DSA tuvo un gran recorrido y estuvo presente en campañas políticas importantes en Estados Unidos. ¿Podrías explicar brevemente cuáles son las líneas maestras del Green New Deal (GND)?

Thea Riofrancos: A principios de 2019, Alexandria Ocasio Cortez (AOC) y Ed Markey introdujeron en el Congreso una resolución de Green New Deal. Esta no era la primera vez que se hablaba del GND o que se utilizaba el término, pero sin duda tuvo un impacto en el debate político de Estados Unidos al establecer propuestas sobre cómo hacer la transición de la economía de una manera rápida y equitativa hacia un sistema energético bajo en carbono, así como un conjunto de otras reformas. En respuesta a esto, diferentes grupos de movimientos sociales comenzaron a articular sus propias ideas sobre el Green New Deal, ampliándolo y haciéndolo más radical en algunos casos.

Así que desde la DSA empezamos a desarrollar nuestra propia propuesta y establecimos los “Principios para un Green New Deal ecosocialista”. Lo que hicimos fue situar la crisis climática como una crisis del capitalismo global, identificando específicamente al sector de los combustibles fósiles y a los capitalistas de ese sector como una causa clave de la crisis. Así que se tiene un enfoque de confrontación con el sector de los combustibles fósiles y con el sector energético en general, incluyendo las empresas eléctricas. También pedimos una transición justa que se centre en las personas y comunidades de la clase trabajadora, en las comunidades de color, que históricamente han soportado el coste de la crisis climática y, en algunos casos, trabajan en industrias que necesitan transformarse para tener un sistema de energía renovable. Defendemos que estos son los grupos que deberían beneficiarse más del GND. Y no solo beneficiarse de él, sino ser los protagonistas políticos que lideren el movimiento para tener un GND transformador. Miramos el escenario internacional y dejamos claro que el Norte global, y Estados Unidos en particular, tiene una gran responsabilidad, histórica y actual, en la crisis climática, y que, por tanto, debe moverse incluso más rápido que los plazos del Acuerdo de París o del IPCC. Al mismo tiempo que debe alejarse de una política exterior militarista que consume muchos recursos y tiene un presupuesto realmente elevado, y que debe redistribuir nuestro gasto público, alejándolo de las actividades militares y policiales, hacia las energías renovables, las viviendas sociales ecológicas y la protección de los ecosistemas. Redistribuir a nivel nacional y también a escala global, para facilitar a los países del Sur global sus transiciones hacia las bajas emisiones de carbono.

Lo que quiero enfatizar es que desde nuestra posición estamos contribuyendo a construir, pero también a radicalizar, la propuesta original de AOC y Ed Markey. Nuestras posiciones son más confrontativas, tanto en términos de quién es responsable de la crisis climática como acerca de qué tipo de medidas deben desplegarse en términos de propiedad pública, nacionalización y poder de los trabajadores para hacer frente a esos oponentes del clima.

Permitidme añadir un pequeño ejemplo de nuestras campañas locales. Estos últimos años hemos llevado a cabo campañas de democracia energética que reclamaban la propiedad pública del sistema eléctrico, que en la mayoría de los casos en Estados Unidos está controlado por el sector privado. Estas campañas se enfocaban en poner el sistema eléctrico bajo control público para facilitar una descarbonización rápida y equitativa, pues hemos visto cómo históricamente los intereses de estas entidades privadas han sido un obstáculo para las políticas climáticas. Estas campañas se han realizado por múltiples secciones de la DSA en diferentes estados de EE UU. Y desde entonces el trabajo ecosocialista y climático en la DSA no ha hecho más que crecer. Cada vez tenemos más miembros y secciones comprometidas en organizar movilizaciones de masas que exijan al gobierno tanto que se enfrente a los responsables de la crisis climática como que invierta masivamente a través del sector público en una transición verde.

v s: El GND se ha convertido en un marco asumido por colectivos diversos, desde pueblos indígenas a sindicatos, que logró aglutinar a una gran cantidad de activistas de Estados Unidos. La fuerza de un horizonte radicalmente diferente permitió transformar el debate, aunar voluntades políticas y subrayar la urgencia de la crisis climática. Como resaltaste en un artículo, su potencialidad se encontraba, justamente, en conseguir ese “estado de ánimo”. Nos preguntamos hasta qué punto esto fue así, en parte, como respuesta y enfrentamiento al gobierno de Trump y todo lo que ello significaba. Está claro que no es lo mismo construir esta apuesta contra Trump que con Biden en el gobierno. ¿Cómo creéis que esto puede afectar a la apuesta de un GND radical? ¿Qué consecuencias se derivan de una figura como la de Biden llevando a cabo una especie de programa posneoliberal?

T. R.: Esto es interesante porque pone el foco sobre cómo la demanda del GND, las actividades de la DSA, del Sunrise Movement y otro tipo de movilizaciones climáticas juveniles han surgido y proliferado bajo el gobierno de Trump. Había un enemigo claro, y sus políticas dañaron a muchos grupos diferentes, que en cierto modo hacía posible constituir una unidad amplia en su contra. Sin embargo, la posibilidad de llevar a cabo una política climática federal como el GND se encontraba totalmente bloqueada. Por tanto, en ese momento los movimientos llevaron a cabo acciones directas, practicaron la resistencia militante y realizaron propuestas que no podían llevarse a cabo en ese momento, pero de las que era importante empezar a hablar. Comenzó así, bajo el considerable impedimento de tener a un republicano derechista en la Casa Blanca, un proceso de construcción de relaciones, alianzas y coaliciones.

Cuando Biden llega al gobierno, tras vencer a Bernie Sanders en las primarias del Partido Demócrata y a Trump en las elecciones, es cierto que ha actuado de forma mucho más audaz y ambiciosa de lo que nadie esperaba que hiciera. Aprueba el American Rescue Plan, que establece un estímulo económico de 1,9 billones de dólares para hacer frente a las consecuencias de la pandemia. Este programa se aprueba como puro gasto público, sin ninguna contraparte de recaudación. En este sentido, sí que podríamos aventurarnos a decir que este plan se aparta del neoliberalismo en cierta manera, al menos del tipo de ortodoxia fiscal, al ser solo gasto de déficit. Sin embargo, el siguiente paquete que se pretende llevar a cabo es mucho menos ambicioso. Se trata del proyecto de infraestructura climática, al cual se destinan 2 billones de dólares en un periodo de 8 a 10 años. Esto, en primer lugar, ya se diferencia enormemente de la propuesta de GND que realizó Sanders en las primarias, en la cual se destinaban 16,3 billones en diez años. Además de ser menos dinero, la idea es que este proyecto se financie con un aumento simultáneo de los ingresos fiscales. En sí mismo, esto no es algo malo, estoy a favor de aumentar los impuestos a las empresas y a los ricos. Pero a lo que me opongo es a rebajar el gasto en infraestructuras climáticas para que se financien plenamente a través de los impuestos. De hecho, va en contra de lo que dicen incluso los economistas mainstream, que las infraestructuras son una inversión, por lo que no es necesario financiarlas completamente porque se pagan solas en el futuro. Y también, que ahora mismo no hay riesgo de espiral inflacionista en Estados Unidos, por lo que no tenemos que preocuparnos por tener ingresos equivalentes para cada gasto que hace el gobierno. Realmente, no hay ninguna razón por la que limitar el gasto en infraestructuras climáticas para asegurarnos no aumentar el déficit. Por eso, en este caso, al contrario que en el America Rescue Plan, presentan una propuesta muy limitada por la ortodoxia fiscal.

Esta situación supone un reto para el movimiento de justicia climática y a favor del GND. Por un lado, existe cierto impulso legislativo, y este proyecto hace mucho más que cualquier legislación anterior para impulsar la transición a energías renovables, reducir emisiones y muchas otras cosas necesarias. Pero también resulta un poco desorientador, porque es un poco de progreso, pero mucho menos de lo que se necesita, pues se encuentra limitado por la ortodoxia fiscal, como hemos dicho. Hay diferentes tendencias dentro del movimiento a favor del GND. Los elementos menos radicales no están tan seguros acerca de si hay que enfrentarse a Biden, si criticarlo amablemente, si presionarlo para conseguir algo o simplemente apoyarlo porque al menos es cierto progreso. Yo creo que, aquí al menos, la DSA tiene la ventaja de ser más clara, audaz y confrontativa con lo que puedan ser sus tácticas.

La posición de la DSA y de otros grupos de izquierda es que en este momento necesitamos un sector público con músculo y bien financiado

La posición de la DSA y de otros grupos de izquierda es que en este momento necesitamos un sector público con músculo y bien financiado. Porque sin eso no vamos a lograr nada que se aproxime a la velocidad y la justicia social que necesitamos para la transición a las energías renovables.

v s: Enlazando con lo anterior, hemos visto cómo la Administración Biden pretende desarrollar un ambicioso plan de inversión pública que resulta mucho más ambicioso que los planes de recuperación de la Unión Europea e intenta hacer pagar parte del coste a algunas de las mayores grandes empresas. Esto se encuentra en consonancia con el acuerdo expresado por el capital internacional sobre cómo no es recomendable aplicar las mismas recetas de austeridad de 2008 ante esta crisis. Aun así, dada la magnitud de la crisis económica global y el poder del capital financiero, es probable que Biden se vaya a encontrar límites importantes en la capacidad del Estado para llevar a cabo estas reformas. ¿Qué aprendizajes se podrán extraer de este periodo? Y, dado que vuestra propuesta va bastante más allá de lo que propone Biden, ¿cómo se podría llevar a cabo desde los aparatos del Estado realmente existentes en este momento?

T. R.: Esta es una cuestión muy interesante y compleja. Porque no creo que los límites en la política o la economía sean restricciones objetivas, como si existieran simplemente dadas por naturaleza. Creo que los límites son dinámicos. Tenemos el Estado; tenemos a los movimientos sociales, con diferentes grados de militancia; tenemos al electorado como grupos políticos que pueden o no estar movilizados pero que son la población votante y tienen ciertas relaciones con los partidos y los políticos, y luego está el capital. Está el capital nacional y el capital internacional, que son cada vez más la misma cosa; pero no siempre, dependen del sector, y dentro del capital tienes diferentes fracciones de capital. Algunas se oponen totalmente a una política climática real, porque perjudicará inmediatamente a sus beneficios. Otras se maquillan de verde para aparentar que son favorables a la política climática, pero en realidad lo que hacen contamina el medio ambiente y no es bueno para el clima. Y, por último, está una parte del capital que es verde, que realmente quiere una transición energética. No solo eso, sino que quiere una cierta participación del gobierno, no demasiada; no quieren ser desplazados por el Estado en términos de inversión, pero en realidad confían en los incentivos públicos, los subsidios y las regulaciones con el fin de ayudar a crear nuevos sectores donde no existen. Así que, ahora mismo, estamos viendo que hay una división dentro del capitalismo, o algunas fracciones dentro del capitalismo.

De esta forma tenemos la posición del Estado, que está en el cargo, y qué medidas está dispuesto a tomar. Y luego tenemos la cuestión de cuál es el papel de los movimientos sociales cuando el Estado encuentra un límite o, cuando sin encontrar un límite, simplemente no tiene la voluntad política de hacer lo que es necesario. En realidad, no creo que Biden vaya a encontrar un límite; de hecho, me preocupa que no vaya a llegar al límite, o a donde pueda provocar la reacción. Permitidme hablar aquí hipotéticamente.

Supongamos que Bernie Sanders estuviera en el gobierno y aplicara su política de GND, que incluye regulaciones muy fuertes e incluye el uso del derecho penal en diferentes áreas de intervención gubernamental, para realmente desmantelar el sector de los combustibles fósiles de forma muy confrontativa. En este caso, si hubiera tratado de hacer eso, probablemente la industria habría realizado una contrarrevolución contra él, o una reacción contra él, que es más o menos lo que estáis preguntando. Entonces, en ese contexto, totalmente hipotético, tal vez hubiéramos visto surgir movimientos para defender la Administración de Sanders contra el capital fósil. Esto es una conjetura, pero lo que estamos viendo ahora mismo es algo muy diferente.

La vacilación de Biden para enfrentarse a la industria de los combustibles fósiles, y sobre otros aspectos, no nos lleva a una situación en la que los movimientos tengan que defender a Biden frente a la reacción, sino más bien a hacer lo que Biden no está haciendo. Si realmente Biden no va a regular de forma regresiva a la industria de los combustibles fósiles, de forma que la industria básicamente no pueda seguir existiendo porque ya no es rentable, entonces los movimientos se van a tener que involucrar en una acción mucho más directa contra los oleoductos, contra el fracking y contra toda la infraestructura y la logística de esta industria. Si la Casa Blanca no lo hace, entonces tiene que haber otras formas de confrontación política.

En este sentido, creo que esta cuestión de los límites es más dinámica. Y depende en gran medida de quién está en el cargo, de qué modos de intervención se quieran utilizar para llevar a cabo esta transición, hasta qué punto consideren al capitalismo y a las corporaciones como aliados y hasta qué punto intenten regularlos desde arriba. Y todo ello es un terreno cambiante en estos momentos. Tanto en una situación hipotética de un gobierno imaginario de tipo Bernie Sanders, como en el actual gobierno de tipo Biden, hay papeles claves que los movimientos militantes deben ocupar. Pero creo que la forma que adopten cambia un poco el panorama político y la relación real del Estado con el capitalismo fósil y con el capitalismo verde para este asunto

v s: En diferentes textos, artículos y documentos, dejáis claro que para llevar a cabo un GND radical no bastará simplemente con aprobar un paquete legislativo ambicioso, sino que consideráis que debe surgir de las luchas de base de trabajadores y movimientos sociales. Ante la urgencia de una descarbonización profunda de la economía de Estados Unidos en el plazo de una década y sin la posibilidad de una victoria electoral como la de Bernie Sanders a corto plazo, ¿cuáles son las hipótesis de construcción que manejáis para este periodo? ¿Vais a concentrar las fuerzas en empujar hacia la izquierda las políticas de Biden? ¿Vais a dedicar los esfuerzos a esa construcción fuera de lo electoral, en las luchas de base? ¿O una combinación de ambas?

T. R.: Yo diría que ambas, a esos dos enfoques diferentes. Y puedo decir concretamente lo que estamos haciendo en DSA. Pero permitidme plantear antes un poco la dificultad, pues no es evidente. Nos movemos en una línea de tiempo muy rápida, acentuada por la especial rapidez con la que debe actuar EE UU por su responsabilidad climática. Tenemos un gobierno que no es de izquierdas, pero que muestra alguna receptividad. En el panorama de los movimientos, todavía no hemos llegado al punto en el que la izquierda tenga los números necesarios para remodelar realmente las instituciones políticas y conseguir niveles masivos de movilización de la gente común con el fin de empujar esa línea de tiempo hacia una mayor rapidez, de una manera que beneficie a la mayoría de la población con mejoras materiales concretas en su vida cotidiana. Esto es el sueño, y estamos haciendo lo que podemos para avanzar en esa dirección, pero hay grandes tensiones que resolver y lagunas que llenar para llegar a ello. Necesitamos que los sindicatos se involucren, que el movimiento de las clases trabajadores se involucre. Una vez que consigamos que la gente se una a los sindicatos, entonces necesitamos combinar eso con la justicia climática y la defensa del GND. Y esta combinación no es algo que se vea de forma clara en muchas ocasiones.

Asimismo, también tenemos un impulso masivo en torno a la brutalidad policial y la injusticia racial, y sabemos que la crisis climática afecta desproporcionadamente a las comunidades de color, que son de clase trabajadora pobre. Todos estos elementos diferentes se superponen, pero también son en cierto grado distintos. Son diferentes partes de la sociedad que necesitan ser recogidas y formar alianzas, necesitan compartir análisis sobre cuál es el problema, cuál es la solución, cuáles son las tácticas y cuáles son las demandas. Es un proyecto enorme. Y sabemos cuánto tiempo llevó construir el movimiento obrero original en Estados Unidos. ¡Décadas! Y nosotros no tenemos décadas. Eso es lo que hace falta si crees, como creo yo, que la forma de conseguir un cambio transformador bajo el capitalismo es a través del poder colectivo de las personas explotadas, excluidas y marginadas, que son ellas mismas quienes se pueden enfrentar a todos estos obstáculos a través de la acción colectiva.

En lo que hemos estado involucrados en la DSA desde mediados de marzo es en una campaña estratégica nacional. Se trata de la propuesta legislativa llamada PRO Act (Protect the Right to Organize). Esta campaña surge gracias a la coalición interna entre los grupos de GND y trabajo sindical en la DSA, como la primera fase en una lucha conjunta por el GND. En este momento, la clase trabajadora de EE UU se enfrenta a restricciones muy severas a la hora de sindicarse. Básicamente, todas nuestras leyes laborales han sido recortadas y desmanteladas por múltiples ataques corporativos durante décadas. De esta forma, son muy pocos los trabajadores que pertenecen a un sindicato; no porque no quieran, sino porque es muy difícil hacerlo legalmente. Además, cuestiones como la ilegalidad de realizar huelgas por motivos no estrictamente relacionados con la empresa hacen que los trabajadores tengan muy difícil utilizar la solidaridad como táctica. De esta forma, la PRO Act es una legislación laboral que facilitaría mucho organizarse en sindicatos y legalizaría cuestiones como estas. Lo que hemos hecho desde la DSA es organizar una gran campaña, que es impresionante desde cualquier punto de vista, y ya hemos logrado resultados, como conseguir cambiar el voto de dos senadores centristas del Partido Demócrata que inicialmente se oponían.

Volviendo a la pregunta, al movilizar a muchos de nuestros miembros en torno a esta legislación estamos creando alianzas muy directas entre los sindicatos, la DSA y el movimiento amplio a favor del GND. Esa relación ha sido realmente muy difícil de crear, pues por buenas razones muchos sindicatos se mostraban escépticos con el GND. Sabemos que es necesario crear confianza y relaciones estrechas entre estos dos grupos. Esto es algo que se consigue organizándose en torno a temas en los que se comparten intereses, en los que todos tienen un interés material en el resultado. Por todas estas razones, como organización, decidimos dar prioridad a la PRO Act como la primera fase de lucha por un GND transformador. Más adelante, nos organizaremos en torno a muchas otras demandas y reivindicaciones. Pero consideramos que la primera fase de esta campaña debe sentar las bases de un movimiento obrero militante renovado, que consideramos necesario para ganar cualquier otra cosa.

v s: Asimismo, una cuestión que se deriva de esto es cómo llevar a cabo un fortalecimiento y crecimiento de las luchas de base que puedan servir para empujar avances en lo institucional sin que esto genere una dependencia y debilite al movimiento. Una crítica al GND que reconocías en un artículo señalaba cómo la “ilusión de que un Estado ilustrado va a poder salvarnos de la catástrofe climática” puede disuadir de emprender las acciones radicales que son un requisito para que este Estado empiece a hacer algo. ¿Cómo se puede construir una apuesta política que establece su vía de transformación en el Estado sin que ello haga que las luchas de base depositen sus aspiraciones en ello? ¿Qué tipo de construcción de movimientos consideráis que es necesario en este momento?

T. R.: Creo que aquí lo importante es la autonomía del análisis político y, también, tener una base real de militantes que tienen claro cuáles son nuestros objetivos y cuál es el rol que juega un trozo de legislación que impulsa objetivos más radicales. Aquí tenemos que ser claros y explícitos, aliándonos internamente. No se trata de aprobar una legislación por el mero hecho de legislar. La razón por la que queremos aprobar una legislación, como puede ser la PRO Act, es en realidad para desencadenar y abrir las puertas a algo que ocurre fuera del Estado. Que en este caso es la organización de la clase trabajadora en sus lugares de trabajo. Si estas trabajadoras tienen algún modo de organizarse, podrán realizar sus demandas políticas hacia el Estado y también directamente hacia sus centros de trabajo, según cómo de involucrado esté su sector en la crisis climática. Hay toda una serie de análisis que relacionan la economía, el Estado y el poder colectivo entre sí, donde la legislación es solo un medio para un fin, y no un fin en sí mismo. Y creo que eso es en parte lo que se pretende con este tipo de orientación. También creo que, en nuestro caso, en la DSA, tenemos bastante claro cuál es nuestro diagnóstico y para qué fines nos sirve la actividad legislativa. No creo que seamos tan susceptibles a esas dinámicas de dependencia y debilitamiento que mencionáis. Aunque sí que reconocemos esa dinámica de forma más general en la izquierda.

Esta es una forma corta y superficial de decir algo que daría para una larga conversación, pero creo que ha habido una especie de rearticulación de la política electoral, legislativa y estatal en la izquierda estadounidense. Esto ocurre después de décadas. ¡Lo digo como alguien que se considera vieja dentro de los movimientos sociales! La mayoría de la militancia de la DSA es más joven que yo, una década más joven en el caso de las personas con las que trabajo directamente. Esta generación ha crecido en el momento de Bernie Sanders, en el momento en el que tenemos a AOC en el Congreso y “¡Oh! ¡La izquierda puede tomar el poder del Estado!”, o utilizar el Estado para hacer lo que quieren. También han crecido durante la crisis climática, donde la crisis climática establece un desafío en estos términos: ¿cómo vamos a llevar a cabo realmente la transición de la economía sin el Estado? Así que pueden haber visto esto de forma más instintiva. Pero como alguien que comenzó en la izquierda a finales de los años 90, sé que la izquierda estadounidense en ese momento era mucho más anarquista, ¡incluyéndome a mí! Y había mucho escepticismo sobre el Estado y sobre el electoralismo. Muy comprensiblemente, eso sí. Estábamos acostumbrados a la idea de que en unas elecciones no se podía elegir a un candidato de izquierdas. Y también hubo una verdadera represión por parte del Estado hacia la izquierda, con todo el desmantelamiento del Partido Comunista, del Black Power, y todos esos intentos de una política radical de izquierdas, ya sea utilizando el Estado o por otros medios. Es una larga historia.

La cuestión es que creo que ha habido un cambio en este sentido. Dada la magnitud de la crisis a la que nos enfrentamos, tenemos que utilizar las herramientas del Estado. Esto no es lo mismo que decir que ya no somos críticos con el Estado, o con algunos escollos, peligros o riesgos del electoralismo y del estatalismo. Pero creo que el antiestatismo fue mucho más frecuente cuando yo empecé en la izquierda que ahora. Porque es una posición que no es viable para la tarea que ahora tenemos por delante. También por una cuestión de la que Andreas Malm habla mucho en su trabajo, de ciertas capacidades represivas del Estado. No queremos utilizar estas capacidades para la construcción de un sistema penitenciario, pero sí que nos es útil a la hora de obligar a cerrar empresas de combustibles fósiles. ¿Podemos imponer esto desde los movimientos populares por nuestra cuenta? No lo sé, yo creo que ayuda que el Estado diga “no se puede hacer esto” o “te vamos a multar si contaminas”. También con la inversión en energía renovable. Queremos que no sea toda capitalista, pero, como actores no estatales de la sociedad civil, ¿tenemos los recursos económicos para transformar la red eléctrica? No lo sé, pero el Estado sí. O el Estado puede obligar al capital a conceder esos activos y utilizarlos de mejor manera. Así que creo que es justamente la naturaleza de la crisis climática, y la transición económica que es necesaria para afrontarla, la que nos exige que pensemos un poco más en cómo utilizar el Estado, en lugar de preocuparnos demasiado acerca de si comprometernos con el Estado cambiaría nuestras mentes, nos cooptaría y haría que dejáramos de tener pensamiento crítico. Porque no creo que eso sea necesariamente cierto.

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