En una obra reciente1/ el historiador Josef Lang ha estudiado más de 300 años de luchas en Suiza, trazando un paralelismo entre las movilizaciones por la Constitución de 1874 y las de la juventud que está tomando las calles hoy. Josef Lang fue miembro del comité promotor del Grupo por una Suiza sin Ejército, forma parte del Sindicato de Servicios Públicos desde hace más de 40 años y ha sido consejero nacional de Los Verdes entre 2003 y 2011.

P.: Sitúas el apogeo de la lucha por la democracia en Suiza hacia finales del siglo XIX, cuando un poderoso movimiento social concluyó en la Constitución más progresista del mundo…

R.:: En 1874, el 63 % de los votantes aceptaron una revisión total de la Constitución federal. Fue el mayor avance democrático de la historia suiza. Puso a nuestro país en la vanguardia del continente europeo hasta que Finlandia introdujo el derecho de voto de las mujeres, en 1900.

La Constitución de 1874 extendió los derechos políticos –sobre todo con el referéndum legislativo– pero también amplió el círculo de personas que tenían acceso a esos derechos. A diferencia del texto fundador de 1848, que sólo concedía la condición de ciudadanos a los hombres cristianos, garantizó la libertad personal y los derechos políticos a los hombres judíos –señalando el nacimiento de un Estado laico.

La nueva Constitución garantizó los derechos políticos a todos los ciudadanos en su municipio y cantón de residencia. Fue un cambio importante: en esa época, la mitad de los hombres helvéticos vivían en un municipio distinto al de su nacimiento, y no tenían acceso a los derechos políticos; un tercio vivía la misma situación a nivel de cantón; incluso un 15 % de los hombres estaba excluido del ejercicio de esos derechos a nivel nacional. Este cambio fue un avance democrático pero también social, porque solían ser los pobres los privados de derechos.

Los avances fueron innumerables. La Constitución de 1874 estableció una escuela primaria gratuita, obligatoria y no confesional. Sentó las bases para una futura nacionalización de los ferrocarriles y una Ley sobre las fábricas. Garantizó el matrimonio civil, abolió la pena de muerte y previó la protección de aguas y bosques.

P.: ¿Qué hizo posible este salto adelante?

R.: La Constitución de 1874 fue el fruto de un poderoso movimiento social, que tenía tres componentes. En primer lugar, el Movimiento democrático, particularmente vigoroso en Zurich, que situó la extensión de los derechos populares como su caballo de batalla. Se oponía al sistema Escher –nombre del empresario y político zuriqués fundador, entre otros, de Crédit Suisse–, esa élite liberal enriquecida gracias al desarrollo de los ferrocarriles, calificados como la aristocracia del dinero o los barones del ferrocarril.

Los radicales formaban el segundo componente. Partidarios de un Estado laico, se enfrentaban con la Iglesia –ante todo, la católica– en una virulenta Kulturkampf. Los radicales militaban por el sufragio universal masculino, la elección de los gobiernos por el pueblo, el referéndum o la iniciativa legislativa. Los radicales apoyaban –tras superar sus reticencias– la democracia directa. Defendían la idea de que la Confederación estaba formada por los ciudadanos y se oponían al poder de los cantones. Estaban también abiertos a las cuestiones sociales.

El naciente movimiento obrero era el tercero en discordia, muchas veces subestimado, de este movimiento social. La sociedad del Grütli jugó un papel importante. Nacida en 1838 en Ginebra, esta asociación patriótica de ayuda a compañeros artesanos –que perdían sus derechos políticos cuando cambiaban de cantón– se radicalizó y multiplicó por dos sus miembros en los años 1860. En paralelo, creció la proporción de obreros industriales –eran el 30 % de los miembros de la sociedad en 1873, contra el 4 % diez años antes. La Federación obrera suiza y las secciones de la Primera Internacional apoyaron también la revisión de la Constitución.

P.: ¿Cómo confluyeron estos tres movimientos?

R.: En 1865 llevaron a cabo su primera campaña común: una potente movilización de solidaridad con el movimiento abolicionista en los Estados Unidos. Frente a ellos, aparecieron dos enemigos: por un lado, los conservadores católicos (partidarios de la infalibilidad del Papa), alineados con los racistas estadounidenses. Por otro, los capitalistas del sistema Escher, que se aprovechaban económicamente de la institución esclavista.

Esta campaña de solidaridad reforzó el combate por la profundización de los derechos democráticos y sociales en Suiza, enfrentándose a los mismos adversarios: los católicos conservadores que se oponían a la emancipación de los judíos, al igual que a la de los negros en Estados Unidos; y los capitanes de industria liberales que rechazaban cualquier extensión de los derechos democráticos y sociales.

Sin embargo, las fuerzas progresistas salieron victoriosas. Aprobada el 31 de enero de 1874 por la Asamblea federal, donde los radicales eran mayoritarios desde las elecciones de 1872, la nueva Constitución fue adoptada el 19 de abril por votación popular. Incapaces de influir en su contenido, los liberales votaron finalmente a favor del texto, que consideraron como el mal menor después de diez años de turbulencia política.

P.: La Constitución de 1874 dejó importantes zonas de sombra…

R.: El texto dejó tres grandes cuestiones sin resolver: el derecho de voto de las mujeres, para el que hubo que aguardar más de cien años; la seguridad social –la AVS no apareció hasta 1947; y la introducción de la elección proporcional del Consejo nacional, que se hizo realidad en 1918. Estas tres cuestiones figuraban entre las principales reivindicaciones de la Huelga General.

Otro punto negro: la Constitución puso las bases del reforzamiento del ejército, lo que los radicales de la región romance denunciaron entonces como un peligro para la democracia. Un peligro que se confirmaría, porque la institución militar se convirtió en un elemento clave del bloque reaccionario y autoritario en el siglo XX –la ocupación de Zurich por las tropas fue por su parte el detonador de la huelga general.

P.: El siglo siguiente, resurgieron las fuerzas conservadoras…

R.: “En el siglo XIX éramos una nación revolucionaria; hoy somos una de las más conservadoras del mundo”, escribió el profesor de Derecho Max Imboden en un libro titulado El malestar helvético, en 1964, cuando la guerra fría favorecía la instauración de un clima reaccionario en Suiza.

El contraste es asombroso. Suiza fue el primer país del mundo en el que se impuso definitivamente el principio de la soberanía popular (masculina), durante los años 1830. En cambio, nuestro país ha sido el último en Europa en conceder el derecho de voto a las mujeres (en 1971 a nivel federal).

Otro ejemplo. En 1874 nuestro país logró conceder los derechos democráticos a personas que no eran ciudadanas de su municipio o su cantón. Pero hoy día sigue rechazando la condición de ciudadanía a una cuarta parte de su población residente de nacionalidad extranjera. Mi última obra intenta explicar las raíces de estas paradojas.

P.: ¿Cuáles son esas raíces?

R.: Pienso que se hunden en la doble naturaleza de los landsgemeinde [asambleas cantonales] –y de instituciones semejantes–. Aparecidas en la Edad Media en los cantones rurales, estas asambleas reunían a los ciudadanos aptos para el servicio militar con el fin de elegir a las autoridades y debatir los asuntos públicos.

Estas asambleas permitían una amplia participación política a los hombres que se beneficiaban de derechos cívicos. Los landsgemeinde tenían una gran influencia en los países súbditos, incluso en quienes sufrían su dominación. Favorecieron así el arraigo precoz de la soberanía popular.

Sin embargo, los landsgemeinde estaban lejos de ser modelos de democracia. Estaban excluidas las mujeres, los judíos, las personas nuevamente establecidas o de una confesión diferente. Dirigidas por un líder carismático, estas asambleas revestían un carácter casi religioso. Esta realidad es la consecuencia de una concepción orgánica del soberano. Heredada de la Edad Media, percibe la sociedad como un cuerpo natural, de inspiración divina, en la que los derechos son un privilegio. Es todo lo contrario de la democracia moderna de la Ilustración, basada en la universalidad de los derechos. Esta concepción orgánica ha inspirado hasta hoy las corrientes conservadoras y autoritarias en Suiza. Y es un obstáculo para la extensión del soberano.

P.: En tu opinión, la enorme manifestación nacional por el clima en setiembre de 2018, en Berna, representó la movilización política más importante desde la asamblea radical-democrática que reunió a millares de personas a favor de la nueva Constitución, en 1873 en Soleure…

R.: A partir de 1865, se creó una sinergia entre tres movimientos políticos y sociales en pleno auge –demócratas, radicales y obreros–. Eso les permitió lograr una importante victoria contra sus dos adversarios: el neoliberalismo de la época, encarnado por el sistema Escher, y el conservadurismo (ante todo católico) antisemita.

Desde los años 1990, el clima político helvético se ha caracterizado par la hegemonía de la UDC, que representa la síntesis de dos matrices ideológicas: el neoliberalismo y el nacional-conservadurismo. Ahora bien, estos dos últimos años de profundas movilizaciones sociales han permitido resquebrajar el cemento conservador impuesto por este partido. Reforzándose mutuamente, el movimiento feminista y el de la juventud por el clima han conseguido romper la hegemonía de la UDC; una tendencia que se ha visto reforzada por el retroceso de este partido en las elecciones federales de 2019. Marginales a finales del siglo XIX, las mujeres juegan ahora un papel central en el seno del movimiento progresista.

P.: La Constitución de 1874 supuso importantes avances sociales y políticos. Hoy día estamos lejos de ello.

R.: Pienso que se debe al hecho de que falta un tercer elemento en las luchas actuales: el movimiento sindical. Hasta el momento, este último ha quedado bastante fuera de las movilizaciones feministas y por el clima. Pero sin movimiento obrero será muy difícil imponer verdaderos avances sociales y políticos.

El principal desafío hoy para los sindicatos es conseguir aliarse con la nueva generación militante, en la que las mujeres jóvenes juegan un papel motor. Esto implica repensar el sindicalismo, cuestionando la paz laboral, una institución que ha reforzado al nacionalismo y al conservadurismo. La experiencia de la huelga feminista del 14 de junio de 2019, que logró romper esta paz laboral durante una jornada, puede ser un apoyo en este sentido.

P.: ¿Cuál es el impacto de la crisis del coronavirus en este contexto?

Hasta ahora, la crisis sanitaria ha confirmado más bien la pérdida de hegemonía de la UDC. Lejos de poner al nacionalismo en el centro del debate político, ha demostrado el aspecto vital de los sectores de la salud, los servicios sociales, la educación, la infancia, etc. Pero el desarrollo y la revalorización de las actividades asistenciales, asumidas sobre todo por mujeres, se encuentran en el centro de las reivindicaciones de la Huelga de las mujeres así como del movimiento climático. Éstas se han reforzado.

Se desconoce cuáles serán los efectos anunciados de la crisis económica. Pienso que será importante que los sindicatos defiendan los puestos de trabajo sin caer en la trampa nacionalista, y recogiendo las procupaciones ecológicas y feministas.

 

24/08/2020

SolidaritéS Neuchâtel, (Reproducido de Journal Services Publics, 13, año 101, 21 de agosto de 2020)

Traducción: viento sur

1/ Demokratie in der Schweiz. Geschichte und Gegenwart. Hier und Jetzt, 2020. Segunda edición.

 

 

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