En unas pocas semanas, el presidente filipino Rigoberto Duterte ha multiplicado las declaraciones provocadoras hacia Washington. Ha tratado al embajador estadounidense de “marica” y de “hijo de puta”, luego ha atribuido ese mismo calificativo al propio Obama. Acaba de declarar que Estados Unidos deberían retirarse de Mindanao, la gran isla meridional de la que él es originario. En cambio, Duterte multiplica los gestos de apertura en dirección a Pekín. Se niega por el momento a utilizar la sentencia del Tribunal Internacional de Justicia que reconoce la soberanía filipina sobre el arrecife de Scarborough, actualmente ocupado por China. Invita a esta última a invertir masivamente en su país…

¿Se trata simplemente de un farol; agita el espantajo chino a fin de obtener el máximo de concesiones por parte de los Estados Unidos, potencia tutelar? ¿O contempla realmente poner en cuestión los alineamientos estratégicos en esta parte del mundo? Y en primer lugar ¿sabe verdaderamente lo que quiere o navega a ojo en unas aguas asiáticas cada vez más agitadas? La pregunta no debería plantearse dada la importancia de lo que está en juego tanto desde el punto de vista nacional como regional.

Si a pesar de todo hay lugar para dudar, es porque el nuevo presidente filipino es un hombre apresurado y, dicen, “pragmático”. Ha sido elegido triunfalmente por el pueblo llano, pero también por las élites, prometiendo cambiar radicalmente las cosas en los próximos tres o seis meses. Se trataría de un hombre de acción mientras que la administración precedente era a la vez impotente, incompetente y corrupta.

Guerra de movimientos…

En cuanto se ha asegurado la elección ha emprendido la “guerra contra la droga”. Los drogadictos y traficantes, ha explicado, no son ya seres humanos y no merecen por tanto que se respeten sus derechos humanos. En tres meses, unos tres mil sospechosos han sido abatidos de forma sumaria, fundamentalmente por la policía o por escuadrones de la muerte. Centenas de miles de personas se han entregado a la policía para evitar ser ejecutadas. Sin embargo, la “guerra contra la droga” corre el riesgo de atascarse y de convertirse en una “guerra sin fin”. Duterte acaba de anunciar que necesita prolongarla por seis meses más.

Se han emprendido a negociaciones de paz con el PCC (mao-estalinista) y ser anuncian otras en Mindanao con diversas organizaciones musulmanas o “indígenas” (la gente de la montaña), pero nadie puede esperar un resultado a la vez favorable y rápido. Ahora bien, Duterte no puede permitirse un inmovilismo que daría ocasión a muchos de sus actuales “amigos” para volverse contra él. Para sobrevivir, realiza una guerra de movimientos.

El flujo masivo de capitales chinos permitiría a Duterte tomar la iniciativa en un nuevo frente: la inversión, los grandes trabajos, el empleo… La idea es tentadora pero arriesgada. Barack Obama ha expresado ya claramente su exasperación anulando una cita con el presidente filipino. La élite filipina tiene estrechos lazos históricos con los Estados Unidos, antigua potencia colonial. El ejército también… La 7ª flota estadounidense utiliza las instalaciones portuarias del archipiélago.

Para Estados Unidos, al sudoeste del Japón ningún país puede reemplazar a Filipinas. Es demasiado pronto para realizar pronósticos pero, en los meses que vienen, la actualidad filipina va a convertirse en una actualidad mundial.

Hebdo L"Anticapitaliste - 351 (22/0/2016)

https://npa2009.org/actualite/international/philippines-coup-de-froid-dans-les-relations-manille-washington

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

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